Читать книгу Brumas del pasado - Margarita Hans Palmero - Страница 10

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Su grito se escuchó por todo el valle.

––¿Cómo he podido ser tan estúpido? ¿Cómo he podido caer en la trampa?

Con el corazón desgarrado, hincó las rodillas sobre la tierra sin tan siquiera sentir la herida de las rocas en ellas. No le importó el dolor, ni tampoco mirar cara a cara a la rabia. Solo sabía que la había perdido… ¡La había perdido!

Con los ojos abnegados en lágrimas y la furia ardiendo por dentro, se giró una vez más y gritó al averno…

––¡Me mentiste!

Solo una sonrisa cruel se escuchó venida desde el mismo interior de la tierra, mientras una suave brisa soplaba y aquellas hojas, antaño azules, volvían a recobrar el tono verdoso de lo cotidiano y su soledad.

Se dejó caer abatido. Nada le importó salvo aquél dolor que le desgarraba las entrañas. Tan solo un momento antes la había tenido cerca, tan cerca…, pero ahora…

El recuerdo trágico de su sonrisa inerte, del velo que cubría atronador y cruel la que antes fue su mirada, el corazón detenido en el tiempo y el tiempo detenido sin ella. ¿Puede la muerte llegar y sustraer corazones sin más? ¿Acaso tiene permiso para ello? Crueldad desgarradora que se había llevado la vida de su joven esposa amada. Arañó el suelo con sus manos hasta hacer sangrar sus uñas empapando la tierra con su dolor…

La propia muerte sintió compasión y un pañuelo de fina seda transparente en color azul cielo salió de aquel negro agujero que se la había llevado. Las esperanzas volvieron a brotar en su pecho y se irguió tan enorme en su lucha como en su milagro esperado…, para comprobar horrorizado que tan solo era un pañuelo que olía a ella… Un pañuelo impregnado con sus lágrimas, con las lágrimas de ambos.

El rugido que emitió se escuchó por doquier asustando a todos los habitantes del lugar y haciendo que aquel instrumento, que había sido su salvación y su aliado, se convirtiese para él en un objeto de horror y desapego.

Lloró. Lloró hasta que de sus lágrimas brotaron hojas. Hojas de color verde… y hasta que fue tanta la pena y el abatimiento, que la única solución posible para él era seguir el camino de ella. Morir.

Fue entonces cuando la vio. Pequeña e indefensa, una pequeña florecilla azul permanecía oculta bajo los vestigios de su llanto. Con suavidad la tocó y sintió su tacto aterciopelado y empezó a sentir dentro de sí de nuevo una extraña sensación, algo así como…

La fragancia de ella llegó hasta él a través de aquel pequeño milagro. De pronto, sabía lo que había de hacer.

No todo estaba perdido.

–Esperaré. Te esperaré, mi amor. Te esperaré, y cuando ello ocurra, destruiré el mismísimo averno si es necesario, para que esta vez nada ni nadie se interponga.

Brumas del pasado

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