Читать книгу Brumas del pasado - Margarita Hans Palmero - Страница 20

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No fue agradable verla salir de aquella forma. Apretó los puños con fuerza y tuvo que hacer un enorme esfuerzo de voluntad para no correr hacia ella y abrazarla.

Llevaba varios días siguiéndola. No podía evitarlo. Al fin la había encontrado.

La espera había sido larga, más de lo que él jamás pudo imaginar. El día del mercado medieval no pudo evitar acercarse a ella y rozar un instante su cuerpo, aspirar el aroma de su cabello, observar la profundidad dormida de sus ojos.

Helena... Un nombre hermoso. No era el nombre con el que una vez la amó, pero no se había enamorado de un nombre, sino de ella, de su esencia.

No le gustaba lo que estaba pasando, ni lo comprendía. La vio salir por la mañana con aquella amiga suya y las siguió a ambas mientras iban de una tienda a otra. La había visto reír, la había visto sonrojarse mientras pagaba aquellas diminutas prendas que él mataría por ver sobre su cuerpo. Cuánto ansiaba volver a acariciarla...

El dolor y los celos de aquel otro, que había llegado a su vida antes de que él la encontrase, volvió a darle un latigazo por dentro. Pero sabía que debía ser así. Ya lo profetizó su abuela. Tendría que encontrarla sin que fuese suya. Tenía que recuperarla sin que ella supiese la realidad. Ella debía reconocerle, debía despertar de su letargo dormido, despejar las brumas de su pasado y aceptarle.

Tenía que regresar a su casa, a su hogar, pero dejarla así... Él ya sabía de la infidelidad de su marido. Pero también había recibido instrucciones precisas. No podía intervenir por mucho que lo desease. Y lo deseaba. Porque había visto que en aquel edificio había alguien más. Había visto que se trataba de la misma persona que también la seguía, escondido, agazapado como un cazador listo para atacar. Y sabía quién era él. La historia intentaba repetirse, él lo intentaba de nuevo, con malas artes y trampas.

Y Helena era su presa.

Se moría por acercarse a ella, por contarle, por advertirla de aquel hombre que ella creía amigo y era un lobo disfrazado de cordero. Pero no podía hacerlo.

–No puedes interferir en su vida. Debe llegar a ti por sí misma, encontrarte como tú una vez la encontraste a ella, o todo volverá a estropearse de nuevo y esta vez no tendrás otra oportunidad.

Acarició la suavidad de aquel pañuelo que tanto había resistido a pesar del tiempo y la distancia. Esta vez esperaría su momento, aunque la rabia le corroyera por dentro y amenazara con quemarle.

Brumas del pasado

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