Читать книгу Brumas del pasado - Margarita Hans Palmero - Страница 22
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ОглавлениеEngaños, cambios, pérdidas…
Hemos hablado con las niñas y puedo decir, sin lugar a equivocarme, que de los peores momentos de mi vida, tal vez este haya sido el que se ha llevado el premio. Pero tienen derecho a saber al menos una parte de la verdad. Ha sido muy duro. Maia estuvo llorando todo el tiempo. Selena se mantuvo excesivamente serena. Solo hizo una pregunta. Quién había tomado la decisión.
¿Qué contestar a eso? Si le decía que su padre, no iba a creerme sin delatarle. Si le decía que había sido yo, me odiaría. Ella siempre ha tenido predilección por su padre.
De nuevo, Fernando salvó la situación.
–Decisión mutua. Los dos sabemos que no podemos continuar juntos, pero ello no quiere decir que cambie nuestra relación con vosotras.
–¿Te vas de casa, papá? –preguntó Maia.
–Sí. Vosotras y mamá os quedaréis aquí. Yo me marcho a un piso más pequeño –le contestó intentando secar las lágrimas que regaban su carita.
–¿Puedo irme contigo papá? –preguntó Selena empezando también a llorar.
Creo que eso fue el golpe más duro. Un puñal directo al corazón.
–Es mejor que te quedes con mamá, Selena. Yo trabajo muchas horas y pasarías mucho tiempo a solas y así podrá follar tranquilamente con su amada secretaria a todas horas.
–Pero papá, no me importa. Ya soy mayor. Cumpliré quince años en tres meses.
–Tal vez sea así, pero tienes que tener en cuenta que aún eres menor de edad. Cuando cumplas los dieciochos podremos volver a hablarlo.
Pobre Selena. Sé que adora a su padre, al igual que Maia. Pero mi pequeñina me necesita aún mucho. Por el contrario, mi hija mayor ya quiere independencia. Esto me provoca un dolor desgarrador, y al mismo tiempo, una furia inmensa.
Por un segundo, me hubiese gustado poder decirle a mi hija, “tu padre no quiere que vayas con él porque tiene una aventura con otra mujer”. Pero eso no cambiaría la situación, pondría a mis hijas contra su padre, y las dañaría. Y los hijos jamás deben pagar por las desavenencias entre sus padres. Ellos no son más que víctimas de una situación triste y dolorosa.
–De todas formas, vais a pasar mucho tiempo con los dos. Y todavía tenemos muchos asuntos que tratar. Lo importante es que no os preocupéis o dudéis de que ambos os queremos muchísimo –les dije.
Y fin de la conversación por ahora. Las chicas decidieron subir a sus habitaciones. Imagino que tenían mucho de qué hablar. Fernando y yo también.
–¿Estás bien? –me preguntó él.
–Supongo que todo lo mejor que se puede estar en una situación así. Tengo que hablar contigo de temas muy serios y no sé por dónde empezar.
–Dime.
–No. Hoy no. Y menos con las chicas arriba. ¿Podemos quedar mañana en algún sitio?
Durante un momento, Fernando dudó, pero terminó aceptando.
–Gracias por no desvelar lo de Celeste –¿qué pensaba, que soy un monstruo? ¿Que le provocaría ese daño a mis hijas solo por herirlo a él?
–Gracias por no llevarte a Selena –contesto en tono apaciguador, intentando tranquilizarme.
–Oh, por favor, Helena. ¿Qué nos ha pasado?
–A mí, nada. A ti, de todo –vuelve a salir veneno de mis labios.
–Hemos de hablar de tu asignación.
–¿Mi qué?
–Perdona, quiero decir que las niñas tienen derecho a una cantidad mensual y como tú no trabajas también debes percibir una cantidad compensatoria.
–¡No, ni hablar! –¿De verdad cree que voy a aceptar su dinero? No, gracias, no acepto limosnas de nadie. Todavía me queda algo de dignidad–. Creo que ya hemos tenido suficiente por hoy. Mejor seguimos hablando mañana.
–Como quieras.
Y tras esto se marchó.
Suspiro para coger fuerzas y tranquilizarme. Miro las escaleras como si estuviesen repletas de serpientes de cascabel, pero tengo que ver si las niñas están bien. Empiezo a subir y no puedo dejar de pensar que algún insensato hijo de puta ha añadido escalones extras sin avisarme. Toco con suavidad en la puerta del dormitorio de Selena. Sé que las dos están ahí.
–Toc, toc. ¿Se puede?
–Como quieras –contesta mi hija mayor en tono desinteresado.
Abro la puerta suavemente y las veo a las dos tumbadas en la cama, abrazadas. Una imagen que me encoge el corazón.
–Siento mucho todo esto. Os prometo que no vais a tener problemas para poder ver a papá siempre que queráis.
–¿Siempre? ¿Incluso antes de dormir o para desayunar? –me ataca Selena de nuevo.
–Al principio será muy duro. Para mí también lo es. Pero lo superaremos juntas.
–Claro que sí mamá –me dice Maia, abrazándome.
–¿Por qué, mamá? –insiste Selena que permanece fría y rígida sobre la cama, ahora sentada con el cuerpo muy erguido.
–No lo sé, hija. Las personas cambiamos. ¿Prefieres que sigamos juntos si ya no es lo mismo?
–Sí –otra estocada directa al pecho.
–¿Incluso si eso significa que no seamos felices?
–Y a lo mejor encontrar a otra persona, ¿no? –esta nueva acusación me pilla por sorpresa.
–¿Otra persona?
–Sí. Como el hombre que te dio la flor en el mercado.
¡Así que es eso! Mi hija mayor cree que hay otro hombre en mi vida y que por ello nos separamos. Oh, no. Esto es muy injusto.
–Créeme. No hay ningún hombre en mi vida. No sé quién era ese desconocido.
–Pero guardaste la rosa.
–¡Para reírme con tu padre!
–Pues no lo entiendo, si os vais a separar, qué más te daba a ti lo de la flor.
Me ha pillado.
–Mamá, ¿es porque estás gordita? –interviene Maia.
–¡Por supuesto que no! ¿De dónde has sacado eso?
–Me lo ha dicho Selena.
–¡Chivata! –le grita su hermana.
–¡Chicas! No os habléis así –¿eso es lo que realmente piensa Selena? Noto cómo comienza a instalarse un nudo en mi garganta que me dificulta el habla–. El físico no es lo más importante de la relación, sino el interior de las personas. Por favor, daos un beso. No quiero veros discutir más entre vosotras.
A regañadientes, se acercan la una a la otra y se dan un beso. Yo aprovecho para dar por terminada la conversación, por ahora, y salir del dormitorio para correo hacia el baño a desahogarme sin que me vean. Esto va a ser más difícil de lo que yo creía. Mucho más difícil.
Mientras entro en el baño vuelvo a escuchar a las niñas.
–¡Eres tonta! ¡Has hecho llorar a mamá otra vez!
–¡Nos ha destrozado la vida! Que llore. Para ella es fácil, se queda con nosotras y con la casa. ¿Y papá?
Mi llanto aumenta de forma considerable, aunque eso sí, qué bien he aprendido a llorar en silencio.