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Pienso en tirar la flor, pero no puedo. Es como si me hubiese quedado pegado a ella de por vida. Es como si teniéndola entre mis manos, nada pudiese dañarme, ni siquiera las burlas de Inés y Carmela, o el enfado de Selena al ver a Maia acercarse y a mí observarla.

Peter se marchó al sentirse observado y eso no nos ha ayudado mucho tampoco.

Y yo me siento triste. Echo de menos a Fernando y no quiero que ningún desconocido me regale una rosa, quiero que mi marido venga y pasee conmigo y nuestras hijas. Así que me llevaré esta rosa y pondré a Fernando muy celoso.

–¡Vamos a comer! –en los últimos años lo soluciono todo comiendo–. Tengo hambre.

–¿Podemos irnos ya, mamá? –me pregunta Selena.

¿Ya? ¡Qué pena! No me ha dado tiempo a comprar velas. Y me hubiese gustado comprar algún colgante o pulsera para las niñas.

–¿Mamá? ¿Tía? –Escucho la voz de mi sobrino tras nosotras.

–¿José? No sabía qué ibas a venir. ¿Tú en un mercado medieval? Se alegra Carmela.

–Ya ves. Hola, Inés. ¡Hola, tía! Las tres mosqueteras, ¿eh? Y vosotras qué, ¿os lo pasáis bien? –les pregunta a mis hijas.

–Estupendamente –contesta irónica Selena.

–Pues yo estoy bien –dice Maia–. ¡Hola, primo!

–¡Hola, enana!

Mi sobrino José es el mayor de los tres hijos de Ángel y Carmela. Un joven de veinticinco años, encantador y poseedor de un sentido del humor extraordinario. Veinticinco años, pues sí que pasa rápido el tiempo. Tengo dos sobrinos más, Julián, de veintidós, y María, de dieciocho. María es mi salvadora en más de una ocasión con Selena.

–¿Queréis venir conmigo? –les pregunta José.

–¿A dónde? –pregunta Maia.

–A casa. El nuevo novio de María, ya sabes, ese chico que ha venido hace poco, el que tiene una madre extranjera, nos invita a todos a pizza esta noche. Vamos a ver una peli. Algo juvenil, que papá está en casa –añade con tono tranquilizador mirándonos a Carmela y a mí–. Nos ha dado permiso para celebrar una mini fiesta improvisada en el garaje. Por cierto, el novio de mi hermana va a traer a su hermano, creo que está en tu clase prima. ¿Peter se llama?

Selena se ha puesto nerviosa de pura expectación, mientras, Maia va a protestar, lo sé, lo noto en su mirada. Así que ataco. Creo que le debo una a mi hija mayor.

–Y tú podrías terminar los deberes, Maia, y comer pizza en lugar de pollo. Yo aceptaría. ¿Verdad, José?

Mi sobrino sonríe. Está claro que la invitación no es atractiva para Maia, pero aun así la convence.

–A mi hermano le encantará ayudarte, ya sabes que quiere ser profe de mayor –le dice guiñándole un ojo.

–¿Qué dices tú, Selena? –pregunta Carmela.

–Me parece bien.

Cómo no le va a parecer bien, si Peter entra en el lote. Mi sobrino se acerca a mí y me aparta un poco del grupo.

–Pasadlo bien tía. Te mereces salir de vez en cuando, y ya de paso, ayuda a mi madre. Sé que le pasa algo. No quiere contármelo, pero está triste.

–Eres un buen hijo. Solo está con la crisis de los cuarenta algo atrasada –bromeo quitándole importancia. Al parecer, sí que han notado algo mis sobrinos, al menos José.

–Sí, claro –responde para nada convencido–. Anda tía, dame un beso y no te preocupes por las primas. Recógelas cuando quieras, no hay prisa. Es más, déjalas a dormir si quieres.

–Eres un encanto, sobrino.

–Emborracha a mi madre esta noche, anda, a ver si la escucho reírse un poco. ¡Venga chicas! ¡Vamos a disfrutar de una peli y pizza!

Selena se acerca a mí y me da un beso en la mejilla.

–Gracias, mamá. Esto es un poco rollo.

–Tranquila, mi vida. Pásalo bien con los primos.

Es la primera vez en toda la noche que he visto sonreír a Selena de veras. Mi niñita está ilusionada con un chico. ¿Cómo es posible? Se hace mayor y ni siquiera me ha avisado de que tenía pensado crecer tan rápido.

Un zumbido persistente hace vibrar mi móvil y durante un instante lo miro. Igual es Fernando que ha cambiado de opinión. Tomo el móvil casi con necesidad y veo un mensaje de número desconocido. “Él no está trabajando. Una mujer como tú no merece que la engañen”.

Siento una sensación de vértigo, un ligero zumbido en los oídos. ¿Quién? ¿Qué? Debe ser una broma o alguien se habrá confundido de número.

–Mami, ¿puedo quedarme a dormir con los primos? ¿Puedo? ¿Puedo? ¿Puedo? –pregunta Maia.

Durante un instante la miro casi sin reconocer a mi propia hija. Trago saliva y respiro. Seguro que todo es un malentendido.

–Puedes tesoro. Dame un beso y pórtate bien –le digo intentando parecer normal.

–Hasta mañana, entonces –nos dice José despidiéndose de nosotras.

–¡Bueno chicas! ¡Vamos ahora a ver esos perfumes! Seguro que hay alguno afrodisiaco –nos dice Inés entre risas.

Juntas nos acercamos al tenderete de los perfumes y jabones. Mmm, cómo huele aquí. Qué maravilla. Justo al lado, hay una carpa con accesorios y complementos. Voy a comprar unas pulseras a mis hijas. Pero antes tomo el teléfono y marco el número de Fernando, porque para qué mentirme a mí misma. Ese mensaje me ha dejado mal cuerpo.

–¿Sí? –Se escucha mucho ruido.

–Fernando, perdona que te llame, es que las niñas se van a pasar la noche con Carmela, solo quería decírtelo. Se escucha mucho ruido, ¿no?

–Sí, Helena. Estamos probando las rotativas. Espera un segundo… ¡Joaquín para las máquinas un momento! Perdona, Helena, es que tengo mucho jaleo, lo siento.

–No, no, tranquilo. No llegues tarde, ¿vale? Recuerda que tendremos la casa para nosotros solos –añado imprimiendo a mi voz un tono seductor.

–Haré lo que pueda. Diviértete.

Está trabajando. ¿Pero qué me pasa? ¿Paranoia? ¡Venga, a divertirse! Ahora sí, me voy con una gran sonrisa para el puesto de complementos.

–Hola –me dirijo a la dependienta.

–Hola, señora ¿en qué puedo ayudarla?

–Pues, no sé. Quería comprar unas pulseras. Éstas de aquí son muy bonitas. ¿Son piedras?

–Así es. Son piedras con propiedades. Éstas de cuarzo rosa, son un amuleto para el amor. Éstas de ámbar, dan suerte y protección, y éstas de granate dan fuerza y energía sexual.

–¿Alguien ha dicho energía sexual? Yo quiero dos de ésas –interviene Inés.

–Yo quiero dos de ámbar –le digo yo.

–Venga chicas, ¿no creeréis en eso de las propiedades? –nos inquiere Carmela.

–¿Y por qué no? –le rebate Inés.

–Oh, chicas. Compremos las pulseras y vayamos a la posada. Invito a la primera ronda.

–¡Hecho! –contestan las dos a la vez.

Mientras la dependienta está metiendo las pulseras en unos simpáticos saquitos de tela, algo llama mi atención. Es uno de los colgantes que hay en el tenderete. Casi es imperceptible desde donde nosotras estamos, pero la brisa de la noche lo ha puesto en movimiento y ha lanzado un pequeño brillo plateado.

No puedo apartar los ojos de él y la muchacha me informa.

–¿Le gusta? Es un amuleto de la suerte –me dice.

–Oh, por favor –farfulla Carmela.

Pero yo no las escucho a ninguna. Me siento muy atraída por ese amuleto y lo acaricio. Cuando me doy cuenta lo tengo en la mano. Se trata de una pequeña estrella de mar. Está sujeta con un cordón de cuero y yo acaricio mi cuello desnudo, como si me faltase algo.

–¿Eso? Hay otros más bonitos, mira ese de ahí –me dice Carmela señalando un hermoso aro con inscripciones.

–Este –nos explica la muchacha señalando el que le ha gustado a mi cuñada– es un amuleto griego del siglo III a. de C. Es una especie de tabla de predicción de la fortuna.

–¡Oh, venga ya! –vuelve a exclamar Carmela.

Yo sigo con mi pequeña estrella en la mano, al mismo tiempo que vuelvo a sentir ese pequeño regocijo en la boca de mi estómago, como cuando tropecé antes con aquel desconocido. Es como si no fuese la primera vez que esta estrella estuviese en mis manos.

–Quiero este –le digo segura.

–Buena elección sin duda. Casualmente, también es un amuleto griego. Es una estrella de mar. Dice la leyenda que un joven pescador de Creta penaba de amor por una chica que era pretendida por otro hombre rico. La chica dudaba, porque el pescador era dulce y amoroso, pero no podía darle la seguridad que le daría el otro pretendiente. El pescador pidió ayuda a Poseidón, el rey del mar. Este, se apiadó del muchacho y apagó las estrellas del cielo e hizo que cayesen al fondo del mar en forma de estrellitas como ésta. Poseidón se las regaló al pescador y él, a su vez, se las entregó a la chica que las aceptó encantada, al igual que también aceptó al pescador. Por todo ello, la leyenda dice que las estrellas de mar son un regalo de los dioses.

–Qué historia más bonita – suspira Inés.

–Sí. La estrella de mar tiene cinco brazos, como las cinco puntas de un pentagrama, uno natural otorgado por la naturaleza. Por ello, te otorgará suerte en lo que te propongas, será tu tótem para iniciar cualquier nuevo proyecto en tu vida. Aunque esta tiene una punta un poquito más corta. Puedo cambiarlo por otro si quiere.

–No, es perfecto, gracias –le digo como en trance.

–Oh, ya está bien. Yo la pagaré. Considéralo un regalo de parte de tu cuñada, para que el proyecto del gimnasio te vaya bien –me dice Carmela.

–¿Quieres tú otra? –le pregunto suave.

–No. Es tu amuleto. Te ha seducido nada más verlo.

Y así ha sido. Lo anudo a mi cuello y me siento bien. No puedo dejar de tocarlo. Es algo rugoso y me encanta su tacto.

–Oh, Helena. Se te ve radiante –me dice Inés.

De nuevo el olor a rosas. Y la joven. Ahí está.

–¡Eh, espera! ¡Quiero comprarte flores! –le grito a la vez que me dirijo hacia ella.

Mis amigas me miran como si me hubiese vuelto loca, pero yo las ignoro y sigo a la muchacha, sin saber bien por qué. Casi la he alcanzado cuando gira y no está. ¿Dónde se ha metido? Carmela e Inés me siguen de cerca.

–Helena, esta noche estás de lo más rara. Créeme –me dice Carmela.

Pero no les hago caso. Sigo buscando a la chica casi con desesperación. Necesito hablar con ella.

–Chicas, mirad –de repente, la exclamación de Inés capta mi atención, haciendo que olvide por un instante a la joven.

Ante nosotras hay una carpa morada. La parte de arriba está llena de estrellas y tiene un gran letrero en la entrada. “Oráculo de Delfos”.

–¡Vamos a entrar! –nos dice Inés entusiasmada.

–Inés, por el nombre debe ser algo de adivinación. Venga ya, ¿no querrás entrar ahí de verdad?

–Sí, por favor. Helena, tú has tenido tu momento con la estrella esa y yo quiero entrar aquí. Por favor.

Carmela y yo nos miramos. No creo que sea una buena idea. Estoy segura de que quiere preguntar acerca de su maternidad, pero el rostro de Inés nos está suplicando apoyo.

–¡Qué diablos! ¡Venga! ¡Las tres para dentro! –suelta Carmela.

Echo otro vistazo a mi alrededor. Al no encontrar a la chica, finalmente desisto de buscarla, por lo que asiento, aceptando, y entramos.

Realmente, parece que hemos hecho un viaje en el tiempo y estamos en la Edad Media. Qué bien conseguido está todo. Es alucinante. Se me han puesto los vellos de punta. Rara combinación de colores, eso sí. Las paredes son oscuras, tonos rojizos, pero en el centro de la habitación hay una mesa circular con un paño morado, como el exterior de la carpa. Hay cojines por todos lados, como si fuese un palacio árabe. También hay muchas velas, es igualito a esas pelis. Solo falta que salga una bella mujer de larga cabellera, con ojos hipnotizadores, sinuosas curvas y un pañuelo morado en la cabeza junto a millones de pulseras doradas en sus brazos.

–¿Hay alguien ahí? –pregunta Inés.

El suelo está alfombrado, así que pensamos que la propietaria del lugar no nos ha escuchado. Carmela está nerviosa y no deja de dar pequeños saltitos de un pie al otro.

–¿Tres jóvenes en busca de fortuna? –escuchamos una voz con un ligero acento extranjero.

Un ruido suena y tras una cortina de piedrecitas, que ni siquiera habíamos visto, sale una mujer, pero no es precisamente como yo la había imaginado. Se trata de una anciana. Es la mujer con la cara más amable que he visto en mi vida. Sus ojos son claros y transmiten paz. Viste de negro, totalmente. Incluso su pelo, blanco, está cubierto por una especie de gasa negra. No puedo evitar observar que lleva un delantal. También negro. Al igual que sus gruesas medias y sus zapatos. Debe estar pasando calor. Pero ella no muestra incomodidad alguna.

–¿Quién será la primera? –nos pregunta con una voz dulce.

–¡Yo! –nos dice Inés.

–Señora, no quiero ser imprudente, pero si lo ve conveniente, las demás podemos esperar fuera. Solo va a decirle lo bueno que vea, ¿verdad?

Ella sonríe y mira mi colgante de estrella. Luego me mira a los ojos.

–Que os quedéis o no depende de vosotras. Sois amigas, ¿verdad?

–Sí.

–Podéis quedaros, entonces.

Inés se sienta nerviosa, pero expectante. La anciana le pregunta.

–¿Cartas, runas, lectura de manos?

–No sé. Cartas.

Ella sonríe y saca una baraja de cartas. Enciende una vela de color amarillento, que huele a vainilla. La baraja es preciosa. Tiene los bordes dorados y un reverso morado. Las mezcla una y otra vez y termina colocándolas en una hilera.

–Elige tres de ellas. Tómate tu tiempo si lo deseas. Piensa en lo que quieres saber y te diré lo que perciba.

Inés elige tres cartas al azar. Su mano tiembla al cogerlas. La anciana las pone boca arriba y las observa. Creo que a mi amiga le va a dar algo.

–El Colgado…, la Templanza… y la Emperatriz.

Entre carta y carta se toma su tiempo, y el suspense se puede palpar en el ambiente. Incluso mi cuñada contiene la respiración.

–Veo que la vida te pone en este momento a prueba. Hay algo que deseas mucho. Tienes un buen matrimonio y paciencia en la vida, aunque comienzas a desesperar. Te esperan sorpresas. Y esta carta –dice señalando a la Emperatriz– puede significar fecundidad. Vas a ser madre.

Inés no dice nada. Solo llora.

–Gracias –susurra.

–No me las des. Eres tú misma la que has de labrar tu futuro y tu destino. Las cartas solo te muestran una parte del camino. Ello no quiere decir que sea fácil, ni tampoco, que no tengas que realizar tu parte del trabajo.

–De nuevo, gracias.

Inés se levanta y la anciana mira a Carmela. Esta se levanta y se sienta algo reticente en la mesa.

–Esto es voluntario. Noto mucho escepticismo en ti. ¿Estás segura de continuar?

Carmela asiente. También está nerviosa, no deja de entrecruzar las manos, y la anciana repite la operación anterior tras haber barajado muy bien las cartas.

–La Sacerdotisa Invertida…, la Fuerza… y los Enamorados. Sientes rencor por dentro, dudas, obsesión, pero vencerás a la bestia.

–No estoy segura de entender.

–Entenderás –responde la anciana mirándola a los ojos.

–Gracias –responde Carmela un poco dubitativa, separándose de la mesa.

No estoy convencida de que Carmela haya aclarado lo que quería, pero supongo que esto de las cartas no es como poner la tele y ver una película. Hay directrices, pero son interpretables de diversas formas. Una cosa sí me ha gustado. Le ha dicho que vencerá a la bestia. Quien quiera que sea.

Mi turno. Es curioso. Yo no estoy nerviosa. Al fin y al cabo, lo tengo todo. Solo puedo esperar cosas buenas, sobre todo ahora, con mi estrella de la suerte. Tomo asiento y la anciana me mira y observa de nuevo mi amuleto, al igual que la rosa que llevo enganchada ahora en mi pelo. Se concentra mucho, como si al hacerlo, entrase en una especie de trance más profundo.

–El Diablo…, la Muerte… y la Rueda de la Fortuna.

La anciana dice esto y se queda en silencio. ¿El Diablo? ¿La Muerte? Estoy temblando. Miro a la anciana impaciente por escuchar lo que me tiene que decir. Ella se mantiene serena. Levanta su rostro hacia el mío.

–Engaños, cambios, pérdidas…

Yo ya no puedo dejar de temblar. La angustia crece en mí a pasos agigantados. Creí que solo iba a contarnos lo bueno. Mi vida es buena, esto no puede ser cierto…

–Y la Rueda de la Fortuna. Si escuchas a la madre y sigues a la luna, el orden, el universo, el cosmos se abrirá a ti y juntos seréis uno fuerte e invencible. Ya fuiste luchadora antes, hace muchos años, en otra tierra…, donde naciste hermosa y fuerte. No te niegues a ti misma, y los demás no podrán negarte. Sigue tu estrella aunque tengas que ir lejos, muy lejos.

¿Qué? ¿Qué está pasando? Me he quedado sin habla. Tengo frío y una sensación curiosa. Vértigo, incluso náuseas. Engaños, pérdida… ¿ese mensaje?

–Esa carta, la Muerte. ¿Va a morir alguien?

–Esta carta supone cambios, no una muerte como tal. Escucha a tu corazón, sigue tu instinto y recuerda, ayuda a la luna y escucha a la madre.

–Gra… gracias. ¿Cuánto le debemos, señora?

–Nada.

–¿Nada?

–Solo intento ayudar a las almas perdidas. Mi recompensa es su felicidad. –me dice cariñosamente.

No entiendo nada. ¿Qué habrá querido decir con eso? Tal y como pronuncia esas palabras, la anciana suspira, dice que está muy cansada y que debemos marcharnos. Así que nos marchamos. Inés, contenta. Carmela, igual que entró, y yo, angustiada.

Juntas nos dirigimos en silencio a la posada y nos tomamos una jarrita de vino con unas tapitas de queso, cada una sumida en los pensamientos provocados por las palabras de la anciana. “Si escuchas a la madre y sigues a la luna, el orden, el universo, el cosmos se abrirá a ti y juntos seréis uno fuerte e invencible”. ¿Qué significa?

Lo que iba a ser una tarde animada con mis amigas, se ha convertido en toda una velada de misteriosos encuentros. El hombre de la rosa, la joven de las flores, la anciana del Oráculo de Delfos, el mensaje de texto advirtiéndome sobre Fernando… De repente, la ansiedad empieza a apoderarse de mí.

–Chicas, yo he de volver al Oráculo de Delfos. Necesito aclarar lo que me ha dicho esa anciana.

–A mí me ha dicho que seré madre –susurra Inés.

–A mí me ha dejado igual –comenta Carmela.

–Yo necesito volver –les repito.

Mis amigas parecen notar mi nerviosismo y asienten. Las tres nos levantamos, y casi en una especie de levitación llegamos al lugar de antes, pero la carpa no está.

Un agente de seguridad de la zona se acerca a nosotras al ver nuestra incertidumbre.

–¿Puedo ayudarlas en algo, señoras?

–El Oráculo de Delfos que estaba aquí. ¿Qué ha pasado?

–¿Cómo? No, deben estar confundidas. Aquí no había nada.

–Pero… estaba aquí. Era una carpa de adivinación –comenta Inés.

–No se ha incorporado ninguna carpa de adivinación al mercado.

–Pero hemos estado aquí hace solo una hora –insisto.

–No lo tomen a mal señoras, pero vienen de la posada, ¿cierto?

–¿Qué insinúa? –pregunta Carmela aumentando el tono de voz ante nuestra cara atónita.

–Tal vez bebieron de más.

–¡Menuda falta de respeto! –grita mi cuñada.

–Mis disculpas, señoras. Pero en serio, pregunten a quien quieran. Ese Oráculo que ustedes dicen, jamás ha estado aquí.

Brumas del pasado

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