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CAPÍTULO 9

El regreso del hijo pródigo

9.1 Te preguntas cómo es posible afirmar que tu corazón no se engaña cuando tantas veces parece engañarte. Parece tan caprichoso como tu mente, al decirte una cosa un día y otra al siguiente. Más que tu mente, incluso, parece llevarte por mal camino, obligándote a recorrer senderos llenos de peligro y traición, que te llevan a la más profunda oscuridad, en vez de hacia la luz. Son tus emociones las que te hacen esto, no tu corazón.

9.2 Las emociones hablan el lenguaje de tu yo separado, no el de tu corazón. Son la primera línea de tu sistema de defensa, siempre alerta ante lo que podría herir u ofender al “pequeño yo”, al que consideran bajo su protección, o a los otros “pequeños yoes”, a los que tú consideras bajo la tuya. Pero recuerda ahora hasta qué punto lo que has hecho se asemeja a la creación, aunque no en la sustancia, sí en la forma. La creación no requiere protección. Es sólo tu creencia en la necesidad de protección la que ha llevado lo que sientes a obnubilarse tanto por la ilusión. Si no sintieras la necesidad de proteger tu corazón, ni ninguno de los cuerpos a los que amas, tus sentimientos conservarían su inocencia y no podrían lastimarte de ninguna manera.

9.3 El deseo de proteger es un deseo que surge de la desconfianza y se basa totalmente en el miedo. Si no hubiera miedo, ¿qué habría que proteger? Por ello, todo tu amor, aquél que imaginas que guardas dentro de ti, y aquél que imaginas que recibes y que das, está contaminado por tu miedo, y no puede ser amor verdadero. Es porque recuerdas el amor como aquello que te mantuvo a salvo, aquello que te mantuvo feliz, que te unió a todos aquellos a los que amas, que intentas usar el amor aquí. Se trata de un recuerdo real de la creación que has distorsionado. Tu recuerdo defectuoso te ha llevado a creer que el amor se puede usar para mantenerte a salvo y feliz, y para unirte a quienes eliges amar. No es así, porque el amor no se puede usar.

9.4 Ésta también es la manera en la que has distorsionado toda relación, convirtiéndola en algo que sólo es real por la utilidad que tiene para ti. En tu recuerdo de la creación, has recordado que todas las cosas existen en relación, y que todas las cosas suceden en relación. Por ello has optado por usar la relación para demostrar tu existencia, y para hacer que las cosas sucedan. Este uso de la relación nunca te proporcionará la prueba o la acción que buscas, porque la relación no se puede usar.

9.5 Mira a tu alrededor en la habitación en la que te encuentres y quítales la utilidad a todas las cosas que ves en ella. De los objetos que ahora contemplas, ¿cuántos conservarías? Tu cuerpo también fue creado por su utilidad. Te distingue, de la misma manera que cada objeto en la habitación se distingue por su utilidad. Ahora pregúntate: ¿para quién es útil tu cuerpo? La pregunta no se refiere a aquellos para quienes cocinas o limpias, ni a aquellos cuyos cuerpos reparas o cuyas mentes instruyes. En realidad, la pregunta es: ¿quién habría visto una utilidad en un cuerpo como el tuyo antes de que se creara? ¿Qué clase de creador lo crearía, y con qué propósito?

9.6 Tú no creaste tu Ser, aunque sí creaste tu cuerpo. Fue creado por su utilidad, al igual que el resto de los objetos que comparten el espacio que ocupas. Piensa un momento en cuál habría sido la intención del creador de un cuerpo así. El cuerpo es una entidad finita, creada para ser autónoma, aunque también para autodestruirse. Fue creado con la necesidad de mantenimiento constante, mantenimiento que requiere esfuerzo y lucha. Cada centímetro de su superficie es un receptor y transmisor de información, aunque lleva herramientas adicionales, como los ojos y los oídos, para mejorar su comunicación y controlar lo que entra y lo que sale. Es tan sensible al dolor como al placer. Contiene los medios para la unión, aunque para una unión de carácter temporal. Tiene la misma capacidad para la violencia que para la delicadeza. Nace y muere en un estado de indefensión.

9.7 El cuerpo no podría ser de otra forma, pues se hizo con un doble propósito. Se hizo para hacer real, y después glorificar, a un yo separado, y se hizo para castigar a ese yo separado por la separación. Su creador tenía en mente lo que se refleja en el cuerpo: autoengrandecimiento y humildad, placer y dolor, violencia y delicadeza. El deseo de saberlo todo, pero sólo a través de su propio esfuerzo; el deseo de verlo todo, pero sólo a través de sus propios ojos; el deseo de ser conocido, pero sólo a través de lo que él decida compartir. Junto a esos deseos es fácil entender cómo pudo desarrollarse un mundo como el del cuerpo. Junto al deseo de saber coexistía el deseo de no saber. Junto al deseo de ver coexistía el deseo de no ver. Junto al deseo de compartir coexistía el deseo de ocultarse. Junto al deseo de vivir coexistía el deseo de no vivir más.

9.8 Siempre has sido tal como fuiste creado, pero esto es lo que elegiste hacer de aquello con lo que comenzaste. En otras palabras, tomaste aquello que eres y lo convertiste en esto. No creaste algo de la nada, y no usurpaste el poder de Dios. Tomaste lo que Dios creó y lo transformaste en una ilusión tan poderosa que crees que eres eso, en vez de creer en la verdad. Pero de la misma manera en que lo pudiste hacer, lo puedes deshacer. Ésta es la elección que tienes ante ti: seguir creyendo en la ilusión que tú has construido, o empezar a ver la verdad.

9.9 Ahora buscas la manera de escaparte de lo que has construido. Para ello, debes retirarle toda tu fe. Aún no estás dispuesto a hacerlo, pero tu corazón te preparará para ello. Y mientras te prepara, caminas al lado de quien te ha esperado con un solo propósito, en vez de al lado de los deseos opuestos que elegiste para guiarte a este mundo extraño. Ahora viajas ligero donde antes caminabas encadenado. Viajas ahora con un acompañante que te conoce tal como eres y que te mostrará tu Ser.

9.10 Contempla ahora tu cuerpo como antes contemplabas el espacio que ocupas. Quítale al cuerpo su utilidad. ¿Conservarías lo que ahora contemplas? Al tomar distancia y observar tu cuerpo, siempre con la visión de tu corazón, piensa en para qué exactamente lo utilizarías. Lo que Dios creó no puede ser usado, pero lo que tú construiste sí, pues su único propósito es el uso que hagas de él. Elige usarlo ahora para regresar a tu verdadero Ser, y el nuevo propósito que establezcas cambiará sus condiciones, así como su utilidad para ti.

9.11 Todo uso se fundamenta en la sencilla idea de que no tienes lo que necesitas. Seguirás creyendo que es así mientras tus lealtades permanezcan divididas. Mientras no retires toda fe de lo que has construido, creerás que sigue siendo útil para ti. Dado que esto es así, y dado que no se puede cambiar sin tu total disposición a cambiarlo –a la que todavía no has llegado–, en vez de intentar pasar por alto lo que has construido, lo usaremos de una manera nueva. Debes tener en cuenta, sin embargo, que sólo lo hacemos para ahorrar tiempo, ya que a tu verdadero Ser no le hace falta usar nada.

9.12 Como ya hemos dicho, lo que nos es más útil ahora es tu percepción de tu corazón. Al deshacerse tus ilusiones al respecto, rápidamente se te revelará la verdad, puesto que las percepciones erróneas que mantienes sobre tu corazón están más cerca de la verdad que las otras que sostienes. Los recuerdos de tu corazón son los más fuertes y puros que existen, y tenerlos presentes ayudará a aquietar tu mente y revelar los demás.

9.13 Por lo tanto, retornamos a cómo percibes tus emociones y todo aquello que te hace sentir. En tus sentimientos, especialmente en aquellos que no puedes nombrar, se encuentra tu conexión a todo aquello que es. Esto es útil, porque todo aquello a lo que has puesto nombre y clasificado es más difícil de desprender y llevar ante la luz. Incluso aquellos sentimientos que intentas nombrar y que hábilmente guardas en una caja en la que has puesto la etiqueta de esto o lo otro, a menudo no están dispuestos a quedarse donde tú los has puesto. Parecen traicionarte, cuando eres tú quien los traiciona al no permitirles ser lo que son. Esto podría servir de definición encapsulada de todo tu problema: no permites que nada de lo que existe en tu mundo, tú incluido, sea lo que es.

9.14 Los sentimientos que por voluntad propia parecen rebelarse contra esta situación demente están guiados por los recuerdos que intentan revelarte la verdad. Te llaman desde un lugar que es desconocido para ti. La dificultad está en que el único ser que escucha esta llamada es tu yo separado, y en sus intentos de interpretar lo que los sentimientos quieren decir, los distorsiona, igual que a todo lo demás. Es el yo separado el que siente la compulsión de calificar los sentimientos como buenos o malos, de considerar algunos dignos de reconocimiento, y el resto dignos tan sólo de la negación, o del desprecio. Tu lenguaje es lo que ubica la emoción un paso por detrás del miedo, en tu batalla por controlar o proteger aquello que has construido.

9.15 El miedo siempre se encuentra un paso por debajo de la superficie de una situación porque se encuentra un paso por debajo de la superficie de tu yo. Si retiras el primer nivel de lo que tus ojos te permiten observar, por debajo encontrarás el miedo, al acecho. El siguiente nivel, dependiendo de tu predisposición, es el deseo de controlar o bien el deseo de proteger. En realidad son lo mismo, aunque visten distintos rostros ante el mundo. Si, para los propósitos de nuestro diálogo, el cuerpo es el aspecto superficial de tu yo, y si por debajo de esa superficie lo primero que se encuentra es el miedo, es del miedo de donde procede todo lo demás. Ha de resultar fácil entender que no existirían los deseos de controlar ni de proteger sin esa capa de miedo que los antecede.

9.16 El miedo, como el resto de tus emociones, se presenta de muchas maneras y recibe muchos nombres. Pero en realidad existen sólo dos emociones: una es el miedo, la otra el amor. Por tanto, el miedo es el origen de toda ilusión; el amor, el origen de la verdad.

9.17 ¿Cómo no va a sentir miedo quien esté separado del resto? No importa en absoluto que todos aquellos que observes parezcan estar separados también. Nadie cree realmente que otro esté tan separado como lo está él mismo. Parece siempre como si los demás tuvieran aquello de lo que tú careces y estás buscando. Parece que estuvieras solo en tu fragilidad, en tu soledad y en tu falta de amor. Los demás te malinterpretan y no te conocen, y tú tampoco los entiendes a ellos.

9.18 Esto no tiene por qué ser así, ¡pues no estáis separados! Las relaciones que buscas para acabar con tu soledad lo harán si tan sólo aprendes a ver la relación de manera diferente. Al igual que ocurre con todos tus problemas de percepción, el miedo es lo que bloquea la visión de tu corazón, la luz que el Cristo que hay en ti desea arrojar sobre la oscuridad. ¿No ves que cuando elegiste percibirte separado y solo, también optaste por el miedo? El miedo no es sino una opción, y puede ser reemplazado por otra clase de opción.

9.19 Se ha afirmado reiteradamente que causa y efecto son una sola cosa en verdad. El mundo que ves es el efecto del miedo. Cada uno de vosotros sentiría compasión por un niño atormentado por pesadillas. El deseo más ferviente de todo padre o madre sería decirle al niño que no hay motivo alguno para el miedo, y que esto fuera verdad. La edad no os ha quitado el miedo a ninguno de vosotros, ni ha conseguido que vuestro sueño de vida deje de ser una pesadilla. Y sin embargo, te permites pocos momentos de compasión, y cuando estas escasas ocasiones se presentan, rápidamente sustituyes la compasión por cosas prácticas. Aunque tiene sentido para ti intentar disipar la pesadilla de un niño, no encuentras la manera de disipar la tuya. Escondes el miedo bajo la superficie y detrás de cada etiqueta distinta que le pones, en un intento desesperado por no verlo. Vivir con miedo es, en efecto, una maldición, e intentas convencerte de que no está presente en tu vida. Diriges la mirada hacia otros por quienes sentir compasión, hacia aquellos que viven en países devastados por la guerra o en vecindarios asolados por la violencia. “Hay motivos para tener miedo —dices— pero no aquí”.

9.20 Ésta es la única manera que has podido encontrar para aliviar la pesadilla de una vida de miedo. Proyectas el miedo hacia fuera y lejos de ti, sin darte cuenta de que conservas aquello que proyectas. Sin darte cuenta de que los signos externos del miedo no son sino reflejos de lo que guardas dentro.

9.21 Piensa ahora en alguien de quien consideres que vive la vida de miedo que niegas que tú mismo tienes, e imagina que puedes sacar a esa persona de ese lugar oscuro y peligroso. Tiene frío, por lo que le preparas un fuego y le das una manta cálida con la que cubrirse las rodillas. Tiene hambre y le preparas un banquete digno de un rey. La existencia de esta persona se desarrolla en la violencia que tú deseas mantener al otro lado de tu puerta, y desde tu santuario interior le das un respiro de la guerra que arrecia ahí fuera. Toda tu conducta, e incluso tus fantasías, declaran que crees que la ausencia de frío implica calor. Que la ausencia del hambre es saciedad. Que la ausencia de violencia es paz. Crees que con proporcionar estas cosas –que son lo opuesto a aquello que tú no desearías tener– has logrado mucho. Sin embargo, un buen fuego sólo calienta mientras éste se alimenta. Una comida sólo sacia hasta que se necesita la siguiente. Tu puerta cerrada sólo te mantiene a salvo mientras la frontera que marca sea respetada. Reemplazar lo temporal por lo temporal no es una solución.

9.22 Tal vez pienses que aquello de lo cual acabo de afirmar que no es una solución es, sin embargo, precisamente lo que la Biblia te enseña a hacer. En ella constan las palabras con las que os insto a dar de comer al hambriento, a dar de beber al que tiene sed, a acoger y dar descanso al forastero. He dicho que cuando hagáis esto por otro, lo hacéis por mí. ¿Acaso crees que me puede hacer falta una comida, una taza de agua, una cama caliente? Mientras estéis atrapados en la ilusión de la necesidad, sin duda estos actos caritativos tienen algún valor, pero vuelvo a decirte que el valor es transitorio. Mis palabras te llaman a lo eterno, al alimento y al descanso del espíritu, no del cuerpo. El hecho de que centres la atención sólo en el cuidado del cuerpo es otro ejemplo de optar por reemplazar algo por lo opuesto.

9.23 ¿Acaso no es ésta tu manera de resolver todos los problemas que se te presentan? Ves algo que no quieres e intentas reemplazarlo por lo opuesto. De esta manera, te pasas la vida luchando contra aquello que tienes y queriendo aquello que no tienes. Basta un solo ejemplo para aclarar el aprieto en el que te has situado. Sientes una carencia, y de ahí surge una necesidad. Deseas, quieres y ansías cubrir esa necesidad, creyendo realmente que no tienes lo que necesitas, por lo que te conviertes en un necesitado permanente. En consecuencia, te pasas la vida intentando satisfacer tus necesidades. Para la mayoría, este intento asume la forma de trabajo, y dedicas toda tu vida a trabajar para satisfacer tus necesidades y las de tus seres queridos. ¿Qué harías con tu vida si no tuvieras necesidades que satisfacer? ¿Qué harías con la vida si no tuvieras ningún miedo? Estas preguntas son la misma.

9.24 El único reemplazo que podrá satisfacer tu búsqueda es el reemplazo de la ilusión por la verdad, el reemplazo del miedo por el amor, el reemplazo de tu yo separado por tu Ser verdadero, el Ser que mora en la unidad. La certeza que tienes de que esto es lo que ha de ocurrir es la que te lleva a intentar todas las demás clases de reemplazo. Puedes continuar de esta forma, con la esperanza sempiterna de que el siguiente reemplazo será el que logre traerte lo que deseas o, por el contrario, puedes elegir el único reemplazo que dará resultado.

9.25 Sólo se te pide que abandones la noción demente de que estás solo. Hablamos mucho aquí del cuerpo sólo porque es lo que aduces como prueba de la validez de esta idea disparatada. Es también la prueba con la que justificas que hay motivos para vivir con miedo. ¿Cómo no temer por la seguridad de un hogar tan frágil como el cuerpo? ¿Cómo dejar de proveer la próxima comida para ti y para aquellos a los que cuidas? Y mientras tanto, no ves todo aquello de lo que te privan estas distracciones de satisfacer necesidades.

9.26 Y sin embargo, la misma realidad que has construido –la realidad de ser incapaz de conseguir lo que has de esforzarte constantemente por hacer– es una situación establecida para proporcionar relación. Al igual que todo lo demás que has recordado de la creación y has construido a su imagen, así también es esto. Al mismo tiempo que has hecho de ti mismo un yo separado y solo, también has hecho que sea necesario relacionarte para sobrevivir. Sin relación, tu misma especie dejaría de existir; de hecho, toda la vida se extinguiría. Es obvio que debes ayudar a tu hermana y a tu hermano, pues son tú mismo, y son el único medio que tienes de asir la eternidad, incluso dentro de esta falsa realidad que has construido.

9.27 Volvamos al ejemplo de saciar el hambre de tu hermana y la sed de tu hermano. No sólo es una lección sobre saciar el hambre y la sed del espíritu, sino también una lección sobre la relación. Es la relación inherente al acto de satisfacer la necesidad de otro la que otorga un valor duradero al acto. Es en tu disposición para decir: “Hermano, no estás solo”, donde se encuentra el mayor provecho de tales situaciones, no sólo para tu hermano sino también para ti. Es al decir: “Hermana, no estás sola”, que el hambre y la sed del espíritu se sacian con la plenitud de la unidad. Es al darte cuenta de que no estás solo que te das cuenta de tu unidad conmigo, y empiezas a apartarte del miedo y acercarte al amor.

9.28 No eres tu propio creador. Ésta es tu salvación. No creaste algo de la nada; comenzaste con aquello que Dios creó y que permanece tal como Dios lo creó. No es necesario que fuerces tus creencias más allá de estas simples afirmaciones. ¿Acaso son tan inverosímiles que no las puedes aceptar? ¿Acaso te resulta imposible imaginar que aquello que Dios creó quedara distorsionado por tu deseo de que tu realidad fuese distinta de la que es? ¿No has visto cómo este tipo de distorsión ocurre dentro de la realidad que sí percibes? ¿Acaso no es ésta la historia del hijo o hija de talento que desperdicia todos los dones que posee al no ser consciente de ellos o al distorsionar de una manera infortunada la utilidad que podrían tener?

9.29 Sois las hijas e hijos pródigos, invitados constantemente a regresar al hogar a recibir el abrazo acogedor de vuestro Padre.

9.30 Piensa en tu automóvil, tu ordenador, o en cualquier otro objeto que utilices. Sin usuario, ¿tendría alguna función? ¿Sería algo? Un automóvil abandonado, sin usuario, podría convertirse en el hogar de una familia de ratones. Un ordenador podría taparse con un paño y ponérsele un tiesto encima. Alguien que no conociera su función podría atribuirle la utilidad que quisiera, mas el usuario nunca pretendería intercambiar funciones con el objeto. En un accidente, al automóvil no se le puede atribuir la culpa por los errores cometidos por su usuario. Sin embargo, en cierto modo, este intercambio de papeles es parecido a lo que has querido hacer, y es como echarle la culpa del accidente al automóvil. Has intentado cambiarte de lugar con el cuerpo al afirmar que el cuerpo te usa a ti, y no al revés. Y esto lo haces al sentirte culpable e intentar proyectar la culpa fuera de ti. “El cuerpo me obligó a hacerlo” suena como la excusa del niño con un amigo imaginario. Y al proclamar que tiene un amigo imaginario, el niño anuncia que su cuerpo no está bajo su control. ¿Qué es tu ego, sino un amigo imaginario para ti?

9.31 Hijo de Dios, no te hace falta ningún amigo imaginario cuando a tu lado camina quien siempre es tu amigo y quien desea demostrarte que no tienes ninguna necesidad en absoluto. Aquello que verdaderamente eres no puede ser usado, ni siquiera por Dios. ¿No ves que sólo dentro de la ilusión puedes usar a otros que son como tú?

9.32 Aprendes el concepto de usar a otros de la realidad que has construido, en la que usas el cuerpo al que llamas tu hogar y al que identificas como tu propio ser. ¿Cómo pueden el usuario y lo que se usa ser lo mismo? Esta idea disparatada convierte, aparentemente, el propósito de tu vida en el de la utilidad. Cuanto más útil sea tu cuerpo para otros y para ti, más valor le atribuyes. Han pasado eones desde el comienzo de la creación, y aún no has aprendido la lección de las aves del cielo y las flores del campo. Han pasado dos mil años desde que se te dijo que observaras esta lección. Los lirios del campo ni siembran ni cosechan, y sin embargo nada les falta. Las aves del cielo viven para cantar de alegría. Tú también.

9.33 La voluntad de Dios para ti es la felicidad, y nunca ha sido de otro modo. La creación de Dios es para la eternidad, y en ella el tiempo no sirve para nada. El tiempo también es obra tuya, una idea de uso que se ha vuelto loca, pues una vez más has permitido que algo hecho para tu propio uso se convierta en el usuario. ¡Con tus propias manos entregas toda tu felicidad y tu poder a aquello que tú has construido! Poco importa ahora que, al hacerlo, nuevamente imitaras lo que tu memoria defectuosa te dijo que hizo tu Creador. Sólo Dios otorga el libre albedrío. Al entregar tu poder a cosas como tu cuerpo y a ideas como el tiempo, tu imitación del don del libre albedrío se sitúa en la ilusión de una forma tan errónea que eres incapaz de ver esta locura como lo que realmente es. A tu cuerpo, tu poder no le sirve de nada, y el tiempo no se hizo para la felicidad.

9.34 El libre albedrío que Dios te concedió es lo que te ha permitido hacer lo que has querido de ti mismo y de tu mundo. Ahora contemplas este mundo con culpabilidad y lo percibes como prueba de tu naturaleza malvada. Con ello se refuerza tu creencia de que ya has cambiado demasiado como para volver a ser digno de tu verdadera herencia. Temes que también la derrocharías y la llevarías a la ruina. Lo único que tal vez conseguiría acreditar tu lugar como heredero real sería que pudieras arreglarte a ti mismo y al mundo, devolviéndolo a su condición anterior, que imaginas conocer. En este escenario, Dios se parece más a tu banquero que a tu Padre. Deseas demostrarle que eres capaz de “sacar adelante el negocio”, antes que pedirle ayuda.

9.35 Mientras no desees ser perdonado, no sentirás el suave toque del perdón sobre ti ni sobre tu mundo. Aunque en verdad no hay ninguna necesidad de este perdón, puesto que el gran cambio que crees haber experimentado no se ha producido, tu deseo de ser perdonado es un primer paso que te aleja de la creencia de que puedes arreglar las cosas tú solo, y así ganarte el regreso al hogar de tu Padre. Estar dispuesto a ser perdonado es el paso previo a la expiación, el estado en el que permites que tus errores te sean corregidos. Dichos errores no son los pecados que consideras que has cometido, sino simplemente los errores de tu percepción. La corrección, o la expiación, te devuelve a tu estado natural, en el que se encuentra la verdadera visión, y en el que desaparecen el error y el pecado.

9.36 Tu estado natural es el de la unión, y cada vez que te unes en una relación sagrada, recuperas algo del recuerdo de la unión. Este recuerdo de tu divinidad es lo que en verdad buscas en cada relación especial que estableces, pero tu verdadera búsqueda queda oculta por la interferencia del concepto de uso. Mientras tu corazón busca la unión, tu yo separado busca aquello que pueda usar para llenar el vacío y aliviar el terror de su separación. Lo que tu corazón busca en amor lo obtiene, pero tu yo separado pretende alejarte de ello, al convertir cada situación en un medio para servir a sus fines. Mientras la unión se vea sólo como un medio para mantener alejada la soledad, no se percibirá como aquello que verdaderamente es.

9.37 Has puesto límites sobre todas las cosas de tu mundo, y son estos límites de utilidad los que bloquean la recuperación de tu memoria. Una relación de amor, aunque se vea como el máximo logro en lo que respecta a la intimidad que puedas alcanzar con un hermano o hermana, sigue estando limitada por el propósito que le atribuyes. Dicho de forma sencilla, su propósito es suplir una falta. Ésta es tu definición de la compleción. Lo que a ti te falta se encuentra en otra persona, y juntos alcanzáis una sensación de totalidad.

9.38 De nuevo, esto no es sino una distorsión de la creación. Recuerdas que se alcanza la totalidad a través de la unión, pero no recuerdas cómo consumarla. Has olvidado que sólo tú puedes ser consumado. Crees que al ensamblar varias piezas se puede conseguir un todo. Hablas del equilibrio, e intentas encontrar algo para una parte de ti en un lugar y algo para otra parte en otro lugar. Éste satisface tu necesidad de amistad y aquél la del estímulo intelectual. En una actividad expresas tu creatividad y en otra tu devoción a la oración. A semejanza de una cartera de inversión diversificada, crees que este reparto de distintos aspectos de ti protege tus activos. Temes “poner todos los huevos en una sola cesta”. Intentas conciliar las tareas que consideras ingratas con las actividades que consideras emocionantes. Al hacerlo, crees usar tu tiempo con inteligencia y te calificas como una “persona sensata”. Mientras no busques más que esto, no conseguirás más que esto.

9.39 Buscar lo que has perdido en otras personas, lugares y cosas no es sino una señal de que no comprendes que lo que has perdido te sigue perteneciendo. Lo que has perdido está extraviado, pero no se ha ido. Lo que has perdido está oculto para tus ojos, pero no ha desaparecido ni ha dejado de existir. Lo que has perdido, en efecto, es valioso, y esto lo sabes. Pero no sabes qué es esta cosa valiosa. De una sola cosa estás seguro: cuando lo hayas encontrado sabrás que lo has hallado. Esto es lo que te traerá felicidad y paz, contento y la sensación de pertenecer. Esto es lo que te hará sentir que tu tiempo aquí no ha sido en vano. Sabes que, con independencia de cualquier otro objetivo que tu vida parezca tener, si en tu lecho de muerte no has encontrado lo que has buscado, no te marcharás en paz profunda, sino en oscura desesperación y temor. No tendrás ninguna confianza en lo que te espera más allá de la vida, pues no habrás encontrado ninguna esperanza en ella.

9.40 Tu búsqueda de lo que falta se convierte entonces en una carrera contra la muerte. Lo buscas aquí, lo buscas allá, vas corriendo de una cosa a la siguiente. Cada persona corre esta carrera en solitario, con la única esperanza de alzarse con la victoria. No te das cuenta de que si te pararas y tomaras la mano de tu hermano, la pista se convertiría en un valle lleno de lirios, y te encontrarías al otro lado de la línea de la meta, donde por fin podrías descansar.

9.41 La exhortación a descansar en paz es para los vivos, no para los muertos. Pero mientras corras la carrera no lo vas a saber. La competición que lleva al triunfo individual se ha convertido en el ídolo que glorificas, y no necesitas buscar muy lejos para encontrar la prueba de que es así. Esta idolatría te dice que la gloria es para unos pocos, así que ocupas tu posición en la salida e intentas conseguirla. Sigues corriendo la carrera mientras puedes y, ganes o pierdas, tu participación no ha sido sino la ofrenda obligatoria al ídolo que has levantado. Y en algún momento, cuando ya no puedes correr más, te inclinas ante quienes han conseguido la gloria; se convierten en tus ídolos y tú te conviertes en su sujeto, y contemplas lo que hacen con envidia y reverencia. Ante estos ídolos haces tus sacrificios y les rindes homenaje. Les dices: “Quisiera ser como vosotros”. Buscas sentirte realizado a través de ellos, al haber abandonado toda esperanza de la auténtica realización. Aquí te entretienes, te escandalizas, te emocionas, o sientes repulsión. Aquí miras cómo los gladiadores se matan para tu diversión. Aquí se muestra tu noción de uso en todo su detalle más espantoso.

9.42 ¿Qué es esto sino una demostración, en una escala más grande, de lo que vives cada día? Esto es todo lo que te demuestra cualquier cosa de mayores dimensiones. Toda sociedad, grupo, equipo u organización no es sino la representación colectiva de un deseo individual. Los esclavos y los amos se usan unos a otros y las mismas leyes los obligan a ambos. ¿Quién es el amo y quién el esclavo, en este cuerpo al que llamas “tu hogar”? ¿Qué libertad tendrías sin las exigencias que tu cuerpo te impone? Se puede plantear la misma pregunta ante este mundo que consideras el hogar del cuerpo. ¿Quién es el amo y quién el esclavo, cuando ambos están sometidos? La gloria que confieres a los ídolos también es sometimiento. Sin tu idolatría, su gloria ya no existiría, por lo que ellos también viven con temor, no menor que el de quienes los idolatran.

9.43 El uso, cualquiera sea su forma, lleva al sometimiento, por lo que percibir un mundo sustentado en el uso es percibir un mundo donde la libertad es imposible. El uso para el cual crees que necesitas a tu hermana se basa, entonces, en esta premisa demente de que la libertad se puede comprar y de que el amo es más libre que el esclavo. Aunque se trata de una ilusión, es la que se busca. El precio de compra es la utilidad. Así que cada unión se concibe como un trueque en el que tú intercambias tu utilidad por la de otro. Al empresario le sirven tus aptitudes, y a ti te sirven el sueldo y las prestaciones que recibes del empresario. Un cónyuge sirve de muchas maneras que complementan tus propias áreas de utilidad. Un comercio te abastece de artículos para los que tienes un uso, y a cambio tú aportas un capital que el comerciante usará. Si la naturaleza te ha dado belleza, o talento atlético o artístico que se puedan utilizar, te consideras muy afortunado. Un rostro bonito y un cuerpo en forma ofrecen grandes posibilidades comerciales. No es ningún secreto que vives en un mundo de oferta y demanda. Así se ha ido tejiendo esta compleja red de uso y abuso, partiendo del concepto sencillo de que las personas necesitan relacionarse para sobrevivir.

9.44 El abuso no es sino el uso indebido, en unas proporciones que hace evidente la locura del uso, tanto para el que usa como para el que es usado, por lo que le corresponde al abuso ocupar un lugar en nuestro diálogo. Observa los patrones de abuso en todo, desde las drogas y el alcohol hasta el maltrato físico o psicológico. Éstos, al igual que los ejemplos mayores de lo que en tu vida cotidiana ha salido mal, no son sino muestras de deseos internos llevados a un extremo mayor, sólo que en vez de reflejarse en la colectividad se reflejan a nivel individual. La persona que tiene problemas de abuso prestaría un servicio al mundo si la gente que en él habita comprendiera qué es lo que ese abuso refleja. Como todo extremo, simplemente señala aquello que, en casos menos extremos, sigue siendo cierto: todo uso es indebido.

9.45 Es el propósito que tiene, lo que hace que el uso sea indebido. El Espíritu Santo te puede guiar para que uses las cosas que has hecho en formas que beneficien al conjunto, y así es como se distingue entre el uso correcto y el indebido, o entre el uso y el abuso. Lo que tú quieres es usar en beneficio del yo separado. Al magnificarse, la fuerza destructiva de dicho abuso se hace evidente. Nuevamente, pretendes situar la culpabilidad fuera de ti y calificas de fuerzas destructivas a las drogas, el alcohol, el tabaco, el juego, e incluso la comida. Al igual que el automóvil al que atribuyes la culpa de un accidente, aquí se confunden usuario y usado. Toda esta confusión tiene su origen en la confusión inicial sobre el uso que crees que tu cuerpo pretende hacer de ti, que a su vez se deriva de haberte desplazado a ti mismo y haber abdicado tu poder en las cosas que has construido.

9.46 Voy a repetir que se trata de un intento equivocado de seguir el camino de la creación. Dios otorgó pleno poder a sus creaciones, y tú deseas hacer lo mismo. Tu intención no es mala, pero está dirigida por la culpabilidad y el falso recuerdo del yo separado. Por mucho que hayas deseado el anonimato y la autonomía respecto de Dios, lo sigues culpando de crear una situación en la que crees que se te ha permitido hacerte daño. “¿Cómo puede Dios permitir todo este sufrimiento? —preguntas— ¿Por qué te tienta con fuerzas tan destructivas, fuerzas que están fuera de tu control? ¿Por qué Dios no creó un mundo benigno e incapaz de hacerte daño?”.

9.47 Así, efectivamente, es el mundo que Dios creó: un mundo tan bello y pacífico que cuando vuelvas a verlo llorarás de alegría y en un instante olvidarás tu tristeza. No habrá un largo rememorar de remordimientos, ningún malestar por todos los años durante los que no lo veías. Habrá tan sólo un alegre “¡Ah!” en el momento en que recuperes aquello que durante tan largo tiempo habías olvidado. Sonreirás ante el recuerdo de los juegos infantiles a los que jugabas, y tu pesar no será mayor que el que sentirías por tu infancia. Tu inocencia destacará aquí con claridad, y nunca más dudarás de que el mundo que Dios creó te pertenece, así como tú a él.

9.48 Todos tus inmensos desvaríos serán vistos como lo que son. Se revelará que todo lo que deseabas consistía tan sólo en dos deseos: el deseo de amar y el deseo de ser amado. ¿Por qué esperar para comprobar que estos deseos son lo único que te llaman al extraño comportamiento que muestras? Quienes sucumben al abuso sólo están pidiendo más alto el mismo amor que todos buscan. No hay que juzgarlos, porque aquí todos sois abusadores, comenzando por el abuso que hacéis de vosotros mismos.

9.49 Los intentos por modificar el comportamiento abusivo son casi inútiles en un mundo que se sustenta en el uso. Los fundamentos del mundo han de cambiar, y el acicate del cambio se encuentra dentro de ti. Todo uso cesa en la unión, pues el uso es lo que has cambiado por la unión. En lugar de reconocer tu unión, un estado en el que eres íntegro y estás completo porque estás unido a todo, te has decidido a mantenerte separado y a usar a los demás para apoyar tu postura separada. ¿Ves la diferencia entre estas dos posiciones? ¿En qué sentido es tu manera mejor que la manera que Dios creó para ti, una manera que está completamente libre de conflicto? A pesar de tus más valientes esfuerzos por mantenerte separado, has de usar a tus hermanos y hermanas incluso para mantener la ilusión de tu separación. ¿No sería simplemente mejor poner fin a esta farsa? ¿Admitir que no fuiste creado para la separación sino para la unión? ¿Empezar a soltar tu temor a la unión, y al mismo tiempo soltar el uso también?

9.50 ¡Cuán distinto sería el mundo si sólo intentaras por un día reemplazar el uso por la unión! Sin embargo, antes de que puedas empezar, debemos ampliar las lecciones que estás aprendiendo mediante la observación de ti mismo. Ahora pretendemos poner al descubierto la ilusión de que puedas ser usado por tu cuerpo, ya que este aparente uso es lo que lleva a todas las demás ideas de uso.

Un curso de amor

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