Читать книгу Un curso de amor - Mari Perron - Страница 30
ОглавлениеCAPÍTULO 16
Lo que eliges en su lugar
16.1 La gloria que sentías provenir del amor parecía que sólo podías conseguirla de una persona, y no de otra. Pero es imposible conseguir amor de alguien de la manera que tú crees. ¡El amor tiene una sola fuente! El hecho de que dicha fuente se encuentre dentro de cada uno de vosotros no la convierte en muchas fuentes, pues aun siendo muchos, todos tenéis también una única fuente. Esta fuente común no hace a nadie especial, sino a todos iguales.
16.2 Ahora puedes preguntar por qué esto no parece ser así, y la única respuesta es porque tú no lo quieres. Percibes únicamente aquello que deseas, y tu deseo de ser especial te lleva a no ver la igualdad en ningún lugar, pues lo que es igual no puede ser especial.
16.3 Todos conocéis al niño “conflictivo” que busca amor y atención en formas que se consideran poco apropiadas. Sabéis que este niño no es menos que ningún otro, y que lo que busca es lo mismo que todos los demás. Sin embargo, si ese niño mantiene el mismo comportamiento al hacerse mayor, lo calificáis de anormal o delincuente, y afirmáis que no es amor lo que busca, y que ahora es menos que quienes en un tiempo eran iguales a él. Aquello que es igual no cambia para convertirse en diferente. La inocencia no es reemplazada por el pecado.
16.4 Aquello que haces con los delincuentes, te lo haces a ti mismo y a quienes afirmas amar con un amor especial. Pues no los ves en la inocencia inalterable en la que se crearon y donde permanecen, sino con los ojos del juicio. El hecho de que hayas juzgado y hallado a quienes amas buenos y dignos de tu amor no significa que tu juicio esté justificado, como tampoco lo está el juicio que condena a un cuerpo a la muerte o a la “vida” en prisión.
16.5 Una vida en prisión y un cuerpo condenado a la muerte es lo que el juicio hace a todos aquellos que creen que lo que es igual puede convertirse en diferente. Esto es igualmente cierto tanto en el caso del amor que reservas para seres especiales, como en el caso de la condena que reservas para otros, a quienes has decidido señalar. Pues el juicio es lo que se necesita para hacer que uno sea especial, y otro no.
16.6 Sin juicio no habría separación, pues no verías ninguna diferencia entre tú y tus hermanos y hermanas. Tu juicio comenzó contigo mismo, y fue el origen de todo conflicto. Sin diferencias, no hay motivo de conflicto. El juicio diferencia. Pasa por alto lo que es igual y no lo ve, y ve en cambio aquello que busca. Aquello que buscas es lo que encontrarás, pero encontrarlo no lo convierte en verdad, excepto en cuanto a que es la verdad acerca de aquello que eliges ver. Eliges entre Dios y el ser que crees que has conseguido separar de Él, y sólo de esta elección depende cómo ves.
16.7 Juzgar es la función que la mente separada se ha otorgado. En ella gasta toda su energía, pues para mantener el mundo que ves, hay que juzgar constantemente. El Espíritu Santo puede reemplazar tu especialismo por una función especial; pero dicha función no puede ser tuya mientras sigas eligiendo juzgar como la función que te corresponde.
16.8 Sólo tu corazón puede conducirte al perdón que ha de vencer el juicio. Un mundo perdonado es un mundo cuyo fundamento ha cambiado del miedo al amor. Sólo en este mundo podrás desempeñar tu función especial y traer la luz a quienes siguen viviendo en la oscuridad.
16.9 Hijo de Dios, ¡date cuenta de cuánta importancia tiene que escuches a tu corazón! Tu corazón no quiere ver con juicio ni con miedo. Te pide que aceptes el perdón para que puedas darlo, y para que, de ahora en adelante, puedas contemplar el mundo perdonado con amor.
16.10 Vuelvo a repetir que la razón no se opone al amor, como tu mente dividida quiere hacerte creer. Pues tu mente dividida incluso juzga el amor y se opone a él aduciendo que no tiene juicio. Aquí puedes observar el valor que otorgas al juicio, llegando incluso a la noción ridícula de que puedes juzgar al propio juicio. Te consideras capaz de hacer buenos juicios y malos juicios, y consideras que el amor es incapaz de hacer ninguno de los dos. El amor parece funcionar por su cuenta, ajeno a lo que tu mente le pediría, y éste es el motivo por el cual le temes, incluso al mismo tiempo que lo anhelas. Esto es lo que la mente dividida llamaría razón: un mundo en el que todo tiene dos lados, y dos lados que se oponen el uno al otro. ¿Cómo puede ser esto razón? La verdad no se opone a nada, y el amor tampoco.
16.11 De nuevo, tu recuerdo de la creación te sirve, aun cuando no te haya servido bien. Es este recuerdo el que te dice que el amor no juzga, y sólo es tu mente dividida la que ha hecho de este recuerdo aquello que servirá su propósito. Lo que para tu mente dividida es una deficiencia es tu gracia salvadora. Renunciar a aquello que tu mente te diría en favor de lo que tu corazón ya sabe es exactamente el propósito de este Curso.
16.12 Sólo el perdón reemplaza al juicio, mas el perdón verdadero te es tan ajeno como lo es el amor verdadero. Crees que el perdón contempla al otro con juicio y perdona los agravios que tú enunciarías. El verdadero perdón simplemente pasa por alto la ilusión y ve la verdad, donde no hay pecados ni agravios que perdonar. El perdón contempla la inocencia y la ve donde el juicio no la vería.
16.13 Esta forma de perdón te parece imposible porque tú ves un mundo sin perdón, donde el mal existe, el peligro acecha y ningún lugar es seguro. Cada ser separado busca su propio provecho, y si no vigilas tu propia seguridad, sin duda perecerás. Sin embargo, mientras vigilas sabes que no puedes protegerte y que no estás a salvo. Tú eres uno solo y “ellos” son innumerables. Nunca puedes mantener la guardia lo suficiente, ni obtener una garantía definitiva contra el desastre. Y sin embargo, te aferras a todos los intentos de hacerlo, aun a sabiendas de que no son efectivos.
16.14 Crees que no puedes abandonar tu vigilancia porque no conoces otra manera de asegurar tu seguridad, y aunque no puedas garantizar tu seguridad contra todo, ni en todo momento, crees que puedes garantizarla contra algunas cosas en algunos momentos. Y por esta protección esporádica que no tiene validez ni prueba alguna, ¡renuncias al amor!
16.15 Aunque afirmas que necesitas pruebas antes de que puedas creer algo o aceptarlo como un hecho o como la verdad, y desde luego antes de que puedas actuar en consecuencia, vives como si creyeras que lo que nunca ha dado resultado antes, de alguna manera milagrosa sí lo dará en el futuro. Las únicas pruebas de que dispones son las de una vida de infelicidad y desesperanza, en la que momentos puntuales de dicha, o las pocas personas que amas frente a las muchas que no amas, son lo único por lo que merece la pena vivir. Crees que pedirte que renuncies a la cautela, a la protección y la vigilancia que protegen estos momentos de dicha y estas personas a las que amas, al igual que a ti mismo, es pedirte que vivas una vida incluso más arriesgada que la que vives ahora.
16.16 ¡Tu juicio no ha hecho del mundo un lugar mejor! Si hay algo que demuestra la historia, es lo contrario de lo que tú quisieras creer. Cuanto más el individuo, la sociedad y la cultura se permiten satisfacer su deseo de juzgar, más deíficos se consideran. Pues todos los que estáis aquí sabéis que no os corresponde juzgar, que juzgar le corresponde a Dios, y sólo a Dios. Esto lo tenéis firmemente vinculado a vuestro recuerdo de la creación. Usurparle a Dios el derecho de juzgar es un acto contra Dios, y como un niño que se ha atrevido a desobedecer a sus padres, el acto de desobediencia insufla de atrevimiento al desafiante. Se ha probado algo peligroso y parece que ha dado resultado. El orden del universo se ha volteado. El niño cree que le ha “robado” al padre el papel de padre sin haber llegado a ser padre. Dios se ha convertido en el enemigo de quienes juzgan, al igual que el padre de un niño desobediente se convierte en el enemigo en la percepción infantil.
16.17 Pero el niño está equivocado. El niño ha cometido un error. Y a causa de este error, el niño cree que la relación con el padre se ha roto. Esta creencia en una relación rota con Dios es la que parece reemplazar la relación santa, que no se puede reemplazar. El juicio entonces refuerza la idea de la separación, y se convierte en algo incluso más oscuro de lo que era al principio. Ya no parece una opción escogida por el niño, sino una ruptura irreparable que no se puede arreglar escogiendo de nuevo.
16.18 Hijo de Dios, esto no es así y nunca podría ser así, pues el derecho a juzgar es sólo el derecho del Creador que juzga toda la creación tal como se creó y como permanece. Sólo crees que has cambiado lo que no se puede cambiar.
16.19 Juzgar no te da seguridad, y definir el mal no lo abole, sino que lo convierte en real para ti. Sin embargo, crees que el juicio está basado en la justicia, y que la justicia incluye el castigo de quienes has definido como malvados. De esta manera, equiparas la justicia con la venganza, y al hacerlo, le robas a la justicia su sentido.
16.20 Quienes se erigen en jueces invocan su poder para que éste haga lo que no puede hacer. Todo poder proviene del amor, al igual que toda justicia. Cualquier otra base del poder o de la justicia, distinta del amor, hace burla de ambos. El poder da la razón es una expresión que muchos de vosotros conocéis, e incluso aquellos que no la conocen creen en los principios que representa. Para esto, afirmarás, tienes pruebas. Las encuentras en todas partes. Los fuertes sobreviven y los débiles perecen. Los poderosos prevalecen, y así definen lo que está bien para todos aquellos sobre los que prevalecen. Quienes tienen el poder son quienes hacen las leyes, y quienes carecen de poder deben obedecerlas.
16.21 Sin embargo, quienes carecen de poder te asustan tanto como quienes lo poseen. A los delincuentes se los teme y se los rechaza, pero el único poder que tienen es el que se generan ellos mismos. Quieres que el poder llegue únicamente a través de canales legítimos, y no quieres que quienes carecen de poder lo posean por medio de las mismas armas o fuerzas que, según afirmas, confieren poder a quienes ostentan la autoridad. Aunque quieres que te protejan aquellos a los que has otorgado poder, también los temes, y ellos a su vez temen a los que carecen de poder porque podrían quitarles el suyo, o sublevarse contra ellos. ¿Qué clase de poder es el que hay que defender permanentemente? ¿Qué es lo que te asusta de los que no tienen poder, excepto la posibilidad de que no acepten su estado de impotencia? ¿Y qué es lo que esto demuestra, sino aquello que la historia te ha enseñado: que quién es poderoso y quién no lo es no lo determinan la fuerza ni cualquier tipo de autoridad que se pueda otorgar y retirar? Poseen poder quienes lo reivindican. Quienes proclaman yo soy. Porque el poder comienza con el rechazo de la impotencia. El rechazo de la impotencia no es más que un paso hacia tu identidad, que se da al despertarse el amor por el Ser.
16.22 ¡Cuánto sufrimiento ha soportado el mundo en nombre del juicio, el poder y la justicia! ¡Cuánto sufrimiento puede evitarse con el hallazgo del verdadero poder, inherente a tu identidad! Porque no careces de poder. Quienes creéis tener los medios tradicionales de poder de vuestro lado, no recurrís a vuestro propio poder, y después os preguntáis por qué los seres más espirituales, tanto ahora como en el pasado, parecen sufrir penurias. Y sin embargo, a menudo sólo son aquellos que sufren penalidades quienes se sublevan y reivindican el poder que es suyo, en vez de buscarlo en otro lado. Tu percepción enfoca el poder al revés y se pregunta por qué Dios ha abandonado a un pueblo tan piadoso.
16.23 Dios no abandona a ningún pueblo; el pueblo abandona a Dios cuando cede su poder y no reivindica su derecho de nacimiento. Tu derecho de nacimiento es sencillamente el derecho de ser quien eres, y no hay nada en el mundo que tenga el poder de quitarte este derecho. Sólo puedes perderlo, cediéndolo. Y esto es lo que haces.
16.24 Dios no quiere ningún sacrificio de ti, mas cuando cedes tu poder te conviertes en cordero de sacrificio, en una ofrenda para Dios que Dios no desea. Repasas las historias bíblicas de sacrificio, y piensas cuánta barbarie había en aquellos tiempos; y sin embargo, repites la misma historia, aunque en una forma diferente. Si un médico de talento renunciara a su poder de curar, sin duda lo considerarías un desperdicio, y sin embargo renuncias a tu poder de ser quien eres, y crees que la vida simplemente es así. Cedes tu poder y luego te inclinas ante aquellos a quienes se lo has cedido, porque no hay nada que temas más que tu propio poder.
16.25 El origen de este miedo es el uso que has hecho de tu poder. Sabes que tu poder creó el mundo ilusorio en el que vives, por lo que piensas que otro deberá poder hacerlo mejor. Ya no confías en ti para hacer uso de tu propio poder, así que lo has olvidado y no eres consciente de cuánta importancia tiene que lo recuperes. Por muy bueno que quieras ser, seguirías yendo sumisamente por la vida, intentando cumplir las normas de Dios y del hombre, con el pensamiento de algún bien mayor en la mente. Si todo el mundo hiciera lo que quisiera, razonas, la sociedad se derrumbaría e imperaría la anarquía. Consideras que obras con justicia al decidir que si no todos pueden hacer lo que quieren, entonces tú también debes abdicar de tus deseos en aras del bien común. En consecuencia, tienes comportamientos “nobles” que no sirven para nada.
16.26 Si no eres capaz de reivindicar al menos una pequeña cantidad de amor para tu propio Ser, entonces tampoco serás capaz de reivindicar tu poder, porque van de la mano. No existe ningún “bien común” tal como lo percibes, y no estás aquí para asegurar la continuidad de la sociedad. Podrás soltar las preocupaciones que te ocupan si en cambio dedicas tus esfuerzos al retorno del cielo y al retorno de tu propio Ser.