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Parte I. España
Capítulo 6

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A pesar de todo Marisol siguió cantando en el coro de la Catedral. Poco a poco el dolor de su alma iba calmándose, ya que la música la distraía. Pasaron meses, y con el principio del verano cuando la chica ya había cumplido quince años, Doña Encarnación la volvió a enviar a su finca, a Andalucía.

Sin embargo ahora se iba sin compañía de su amiga Elena. Marisol tenía ganas de quedarse sola. Le gustaba soñar, crear fantasías en donde se veía junto a Rodrigo. A veces estaba ansiosa y deseaba que sucediera un milagro y que entonces pudiera unirse a él; no obstante luego volvía a la realidad persuadiéndose a sí misma que lo que imaginaba, era imposible. Los curas católicos aceptaban el voto de celibato para toda la vida y con esto tenía que resignarse mientras se acordaba de Enrique, pensando que a su lado podría olvidarse de sus sentimientos hacia el cantante.

Mientras tanto Enrique había sido mandado a otra provincia y por eso no pudo visitarla.

Marisol se acordaba de su promesa y esperaba que al cabo de un año, al cumplir su servicio al rey, el muchacho volvería a Madrid e iría a su casa para pedir su mano. Y con esto se consoló.

Al cabo de unas semanas llegó a la finca toda la familia: Doña Encarnación, Isabel, hermana menor de Marisol y Jorge Miguel, su hermano menor que acababa de cumplir nueve años y estaba preparándose para ingresar en la escuela para los caballeros jóvenes en la corte. Pronto apareció también Roberto, hijo mayor de Doña Encarnación, a quien le habían concedido unas pequeñas vacaciones por su fiel servicio.

Roberto era uno de los mejores caballeros de Su Majestad y el hombre de confianza del mismo regente.

La presencia de los familiares distraía a Marisol de su soledad. La familia recibía a huéspedes y también iba de visitas. A pesar de todo eso, la chica prefería pasar tiempo en el jardín, donde le gustaba pasear, descansar y soñar. Y a veces se apartaba a un rincóncito pintoresco para escribir algo o tocar el laúd.

Otro verano voló, y ya era tiempo para volver a Madrid. Marisol regresó a sus ensayos en el coro de la Catedral. Ya cantaba con otros participantes en los oficios. Logró hacer amistad con algunas chicas de su grupo y así se entretenía y se sentía bien. En la casa se sentía aburrida ya que su hermana Isabel había vuelto al monasterio para continuar sus estudios, y Jorge Miguel ya vivía en la corte con otros chicos de la escuela para futuros caballeros. A la chica no le gustaba su austera casa de Madrid, allí se sentía incómoda y extrañaba su querida finca de Andalucía.

Marisol seguía visitando también a su amiga Elena, pero sus encuentros poco a poco iban siendo más raros y escasos, pues las chicas ya tenían intereses y aficiones diferentes.

Elena estaba loca por bailar y no dejaba de visitar tertulias y acogidas que se celebraban en las casas más prestigiosas de la ciudad. Le gustaba la vida laica. La muchacha era muy atractiva y comunicativa, así que por ello tenía éxito en los altos círculos de Madrid. Siempre era el centro de atención, atrayendo todas las miradas y aceptando galanteos de los mejores caballeros; le gustaba saber de intrigas e incluso por ello la conocían en la corte.

Marisol en cambio intentaba evitar todo eso, ya que siempre se aburría en aquellas fiestas y acogidas. A veces visitaba bailes, pero no tenía ganas de conocer a alguien o buscar aventuras. Nadie en el mundo podría compararse con Rodrigo, salvo Enrique, pero este se encontraba lejos. Le gustaba la privacidad, y tan sólo a veces, cantaba para sus familiares y huéspedes en su casa.

Doña Encarnación estaba preocupada por su hija, al pensar que un día podría retirarse a un monasterio. Sin embargo la vida eclesiástica no atraía mucho a la chica, aunque los domingos regularmente iba a misas, confesaba y comulgaba; esto no lo hacía por la llamada de su corazón, sino porque así era de costumbre.

En donde tenía puesto el corazón su hija, Doña Encarnación no tenía ni idea, ella no era parecida a las demás chicas de su edad. No obstante, la señora sospechaba que seguía suspirando por aquel cantante del coro, de quien se había enamorado hacía un año, pero Marisol de ninguna manera revelaba sus sentimientos. Tras vivir aquella triste historia la muchacha se hizo muy introvertida, solía aislarse de todos, se mostraba cerrada hablando poco, y salía de casa solamente cuando tenía alguna necesidad, portándose así como lo requerían las reglas de la urbanidad.

Uno de los parientes lejanos de la familia, primo segundo de Marisol – se llamaba José María López – la vio una vez en un baile y empezó a mostrarle atención, intentando relacionarse más estrechamente con ella. Su familia procedía de un abolengo noble pero empobrecido; quizás pensando en mejorar su situación económica, y a llegar a ser otro miembro más de la familia Echevería de la Fuente.

Sin embargo la chica ni siquiera quería hacer oídos de aquel hombre, no quería escucharle, ni prestarle la más mínima atención. Le pareció muy antipático y no le gustaba. Doña Encarnación no insistía, pues prefería que su hija buscara a su novio con sus propias fuerzas.

Sabor al amor prohibido. Crónicas del siglo de Oro

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