Читать книгу ¡Católicos Despertad! - Marino Restrepo - Страница 12
ОглавлениеEl uso de las armas de la fe
Si aspiramos a estar perfectamente alineados con el Ejército de Dios, necesitamos una comprensión muy clara de los niveles de responsabilidad que están asociados con la fidelidad a Dios. Debemos ser íntegros y decididos para no tener negociación alguna con las fuerzas del mal; de lo contrario, las armas que estemos utilizando para un determinado combate espiritual pueden ser arrebatadas por el enemigo, por no encontrarnos actuando entre el bien y el mal eficazmente. Esto pondrá en peligro nuestra defensa y nos dejará totalmente vulnerables ante el enemigo.
¿Cuáles son las armas del Católico?
La sangre de Cristo derramada en la Santa Cruz y los Sacramentos son columnas de los dones del Espíritu Santo para la Iglesia; con esa sangre pagó nuestro Señor por todos nosotros y en esos Sacramentos, nos dejó místicamente su Cuerpo y su Sangre como alimento y fortaleza espiritual.
Estas armas están hechas de la misericordia de Dios, de su amor y del perdón de los pecados, que nos llevan al poder extraordinario que derrota toda tiniebla, todo poder de la oscuridad: La Santa Eucaristía. Es la fuerza que nos da el vigor para sobrevivir el paso de esta vida temporal hacia la eterna gloria de Dios.
¿Cómo y cuándo entramos en acción en la batalla espiritual?
Una vez el católico ha recibido su Primera Comunión ya está en plena acción en la batalla espiritual de la Iglesia contra el mal, teniendo en cuenta que éste ya ha estado al asecho del alma desde que ha sido bautizada, pero no puede actuar contra ella sin el permiso de Dios, aquellas que tan sólo tienen el Bautismo son protegidas por Dios en forma extraordinaria y una vez que reciben la Sagrada Eucaristía reconocen el pecado que tienen y se convierten en instrumento de reparación.
La vida y las acciones de un católico se establecen en el poder de la Eucaristía. Transformarse en un instrumento de Cristo al ser alimentado por su Carne y por su Sangre, significa que nos hacemos parte de su Pasión y de su Resurrección al entrar en el misterio de la transubstanciación, al recibir la comunión, la Santa Eucaristía. Este misterio por sí sólo nos hará participes de las intenciones del Sagrado Corazón, que son las pretensiones que guían la batalla espiritual de toda la humanidad en todo momento.
Somos instrumentos eucarísticos de reparación, la Eucaristía nos convierte en piedras vivas del templo de Dios por llevar una vida que es eucarística, alimentada místicamente por el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Si pudiéramos penetrar en lo profundo, en lo trascendental que es este misterio, quedaríamos en éxtasis. Un católico que está viviendo una verdadera vida eucarística es una persona que se va convirtiendo gradualmente en su propio alimento, se transforma en otro Cristo a través del cambio que el alimento místico del Cuerpo y la Sangre de Jesús está produciendo en todo su ser; entre más se recibe la comunión más logra el alma compenetrarse en la Pasión de Cristo, preparándola para la verdadera resurrección. El milagro Eucarístico transforma la persona en un ser espiritual y le da la fortaleza para sujetar las inclinaciones de la carne en obediencia al espíritu.
El católico como instrumento eucarístico es llamado a seguir a Jesús con los ojos puestos en el horizonte de la salvación, en la esperanza, en el espíritu de Lot que fue guiado por los Ángeles del Señor cuando lo sacaban de Sodoma y Gomorra, antes de que estas ciudades fueran arrasadas por el fuego de la ira de Dios, sin mirar atrás como le fue instruído (Gn 19, 15-22).
Ser un hijo fiel de Dios implica un conocimiento profundo de las responsabilidades dadas por el sacramento del Bautismo; una vez se entra en la plenitud del don adquirido por medio de éste, se convierte en una fuerza que será invencible, claro está, sí permanece en plena obediencia. Nada podrá interponerse en el camino de un seguidor de Cristo que está empuñando sus armas espirituales con convicción y confianza.
Si los hijos escogidos de Dios fueran conscientes del poder entregado por Él a través de Jesús, toda la humanidad lo habría ya conocido y se habría convertido al catolicismo.
Sólo un porcentaje muy pequeño de este grupo están en plena conciencia de los dones del Espíritu de Dios; la mayoría entiende su existencia a partir de un conocimiento doctrinal básico y sólo llega a una experiencia meramente intelectual. Esta es la razón por la cual el mensaje del Evangelio no fluye tan rápido como sucedió durante la Iglesia primitiva en tiempos de los primeros apóstoles de Jesús, motivo por el cual no tenemos tantos mártires hoy en día, cristianos dispuestos a enfrentar las líneas del frente de batalla, sin vacilación, sin mirar atrás y sin miedo. A la Iglesia de hoy le hace falta fuerza eucarística, está carente de espíritu de martirio por estar desnutrida, por no comulgar debidamente con el Pan de Vida; es una Iglesia racional, inteligente, pero sin fuerza para sembrar con certeza las verdades del Evangelio.
La vida en la plena milicia cristiana reside en el seno del Evangelio, y está estrictamente atenta a las orientaciones de la Iglesia. Esa es una norma básica de la peregrinación del católico. Un cristiano que no está en obediencia a la autoridad de la Iglesia es infiel y perecerá en la batalla.
La vida sobrenatural de la Milicia de Cristo es de muchos sacrificios, pero está enriquecida por las gracias que Dios nos da abundantemente, que están a nuestro alrededor en la cotidianidad. Es una vida que ya no depende simplemente de los acontecimientos humanos sino que sobrevive en el amor de Dios; es una vida en concordancia con el espíritu de San Juan, que lo llevó a caminar al lado de su maestro y llegó con Él hasta el Gólgota sin moverse hasta ver su cuerpo sepultado.
Empuñar las armas espirituales y conocer el poder que éstas contienen, es de por sí una derrota a las fuerzas enemigas, que ni siquiera se atreverán a acercarse a una fuerza tan poderosa.
Un católico verdaderamente fiel, por el tesoro de la Sagrada Comunión, es un tabernáculo vivo del Espíritu Santo. Ningún demonio, ninguna fuerza del mal será capaz de enfrentarse a la luz que irradia.
El ejército de Dios es insignificante a los ojos del mundo, pasa desapercibido frente a los incrédulos. Tristemente encontramos hoy muchos católicos que carecen de fe y no creen que Cristo está verdaderamente vivo en la Eucaristía.
Un católico para poder convertirse en un instrumento eucarístico, debe conscientemente concebir la realidad mística del misterio de la presencia de Dios en ese pan insípido, de la presencia de su Sangre en ese vino, en principio natural, hecho sobrenatural por el misterio dado en la transubstanciación.
Creemos en Dios por la fe y a medida que logremos aumentar esa fe, seremos más fuertes espiritualmente y lograremos vivir la unción sobrenatural que se nos ha dado por el Espíritu de Dios.
Así como relata el Evangelio: "Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres" (Lc 2, 52) porque Él se hizo perfectamente hombre a pesar de ser Dios (Hb 2, 7), así cada uno de nosotros vivirá la experiencia de crecer en sabiduría a medida que caminemos en fidelidad a Dios y combatimos contra las fuerzas del mal, las cuales se darán a conocer gradualmente en la medida en que nos adentramos más en la batalla, pues cuanto más penetramos el territorio de combate, mayor es la demanda de atención y disciplina. Los ojos del guerrero y su objetivo deben estar perfectamente fijos en las asechanzas del enemigo.
Descubrir a Satanás y su ejército en plena acción es entrar en una lucha contra él, pues actúa como una serpiente en la hierba, difícil de distinguir y fácil de pasar por alto o aplastarla, y si la pisoteamos habrá un enfrentamiento y no vacilará en atacarnos sin piedad para destruirnos; su objetivo será nuestra alma. ¿Cómo se puede pisotear la serpiente vieja, Satanás?: siendo fieles a Dios y defendiendo las obras del bien.
Una vez que reconocemos las dimensiones del enemigo, tendremos una perspectiva adecuada para defendernos de sus ataques y para comprender de manera precisa su audaz objetivo. Estar conscientes de la existencia de Satanás es el primer paso para comenzar una verdadera batalla espiritual con efectividad.
¿Cómo puedo yo localizar este tipo de batalla en nuestro día a día?
Un ejemplo es desenmascarar una actividad mala en cualquier situación en que nos encontremos, es enfrentarnos a una batalla, denunciar algún crimen, alguna infidelidad, alguna actividad de corrupción y muchas más situaciones malas. Todo esto es territorio del mal y será defendido con violencia, sin clemencia, sin amor y con espíritu de venganza. Muchas veces esas batallas las tenemos dentro de la Iglesia misma cuando estamos tratando de desenmascarar actividades de homosexualismo en un seminario, pedófilos en una parroquia, predicadores herejes, sacerdotes corruptos con el dinero, conventos de monjas de la Nueva Era, eso nos envuelve en una terrible batalla espiritual, porque es un terreno totalmente satánico y nos atacarán con todas las fuerzas malignas que ya manejan y por las que son manejados. Esta es la razón por la cual la tibieza del católico de hoy lo ha llevado a vivir en omisión frente a los graves pecados que asedian a la Iglesia, por su desnutrición espiritual, teme denunciar por miedo a las consecuencias y no poseen la unción del martirio.