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Preparación para la batalla
ОглавлениеEstar conscientes de quiénes somos como hijos escogidos de Dios y ser llamados a formar parte de su Iglesia Militante como miembros activos, significa entrar en batalla espiritual, convirtiéndonos en verdaderos instrumentos de su Reino.
El conocimiento de la Ley de Dios y sus profetas, la compenetración espiritual con la profundidad del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, la herencia apostólica que nos provee la Iglesia con el depósito de la fe, enriquecido por siglos de batallas contra el mal y por la sangre de los mártires que dieron su vida para que la Iglesia continúe su peregrinar hacia la Parusía, hacia la segunda venida de Cristo nuestro Señor, guiada permanentemente por el Espíritu Santo; hacen parte de nuestra preparación ya que ésta comienza con nuestra formación cristiana.
El recibir los sacramentos de la Confesión y la Santa Eucaristía con frecuencia, es condición vital para vivir en forma adecuada las exigencias de la batalla que tenemos que librar para poder cumplir con nuestro deber cristiano. No será posible ganarle al mal si no somos fieles a Dios, si no somos constantemente fortalecidos por estos dones sacramentales y por una vida de oración perseverante y sincera.
No es posible poder utilizar las gracias del Espíritu Santo, si no estamos luchando contra nuestras flaquezas, nuestras imperfecciones, buscando en todo momento superar las tendencias innatas que llevamos hacia el pecado. Dios es justo y misericordioso y si esta lucha es sincera, gozaremos de su amor y nos proveerá por medio de su Iglesia, todo lo que necesitamos para defendernos de las asechanzas del mal.
Es muy importante comprender que para poder combatir contra las fuerzas del mal que querrán obstruir siempre nuestros pasos hacia Dios, debemos asegurarnos de no tener ningún compromiso con el pecado. Es verdad que por nuestra naturaleza mortal que no puede escapar a su imperfección, caeremos en muchos errores que nos harán pecar; pero el secreto para superar este mal es estar conscientes de ser humildes y aceptar esas caídas con amor y resignación, sin tardar en levantarnos con prontitud, recuperando la amistad con Dios sin culpa y sin miedo, pero con un sincero arrepentimiento que se expresará a la perfección por medio del sacramento de la Confesión.
La voluntad de Dios será perfectamente clara para quien esté atento a Su llamado; estar atento es vivir en fidelidad a Él.
Dios está presente en medio de nuestras flaquezas y así como le dijo a San Pablo en 2 Corintios 12, 9: "Mi gracia te basta. Yo me glorifico en tu flaqueza". Necesitamos saber y creer de corazón en esto. El Señor es misericordia infinita. Solamente el hecho de detestar el mal que hay en nosotros y sinceramente renunciar a él, hace que ante Dios, este mal se convierta en fortaleza por la gracia de su Misericordia, porque Él sabe que no consentimos ese pecado, cualquiera que sea contra el que estamos luchando.
San Agustín nos enseña que nuestras raíces están arriba, no abajo, estamos plantados en Dios, no en la tierra. No padecemos de la ley de la gravedad que nos inclina a sembrarnos en lo material, sino que por el Espíritu Santo, ahora nos alimentamos con la savia que recogemos del estar arraigados en la Gloria del Señor.
La vida en obediencia a Dios, nos colmará de una luz que enceguecerá al enemigo, el débil será hecho fuerte en Dios, aquellos que son fieles a pesar de su debilidad, serán hechos fielmente fuertes y capaces de vencer al enemigo del alma. Dios fortalecerá a su gente en cada batalla, en cada momento y en cada situación; aún frente a la más desafiante armada del mal, todo será destruido por la mano del Todo Poderoso, Él nunca dejará abandonado a Su pueblo fiel.