Читать книгу LS6 - Mario Crespo - Страница 15
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Para aprovechar el tiempo hay que dejarse llevar. Julianne no tenía mucho que hacer, pero sin dinero su atadura a la monotonía era aún mayor. Le hubiera gustado viajar, conocer el condado de Cornwall, Kent, Gales. Le hubiera gustado visitar a sus hijos más a menudo, pasear por Oxford Street, sentarse en Picadilly, cenar cerca del Támesis. Pero no tenía ni para pagar el abono transporte. Los viernes tomaba café con otras viudas, otras receptoras de subsidios bajos, otras abanderadas de la frustración. Cada vez le aburrían más. Pero la soledad era aún peor que el tedio.
Julianne era simpática y afable. Conversaba con cualquiera que estuviese a su lado en la parada de autobús, en la cola del supermercado, en la tienda de la esquina. Marisa era dicharachera. Un peluquero no solo tiene que hacer bien su trabajo técnico, sino también el psicológico. Tenía pasaporte británico, pero estaba muy arraigada a la cultura de sus ancestros. Le hablaba de los Orishas y de los ritos africanos, le hablaba del alma, de sacar la energía que llevamos dentro. A Julianne le interesaba mucho el tema y la escuchaba con atención.
—Estás guapísima, Julianne —dijo Marisa.
—Ya no estoy para piropos, cielo. Fue cumplir los cuarenta y convertirme en invisible a los ojos de los hombres.
—Espera a salir a la calle y me lo dices.
—Ay —suspiró—, no andaré mucho por la calle. Tengo que ir al Job Centre a arreglar la mejora de mi pensión. Este año hay mucho desempleo, requiere horas de espera.
—Espérame, te acompaño.
Julianne la miró sorprendida.
—Voy a fumar un cigarro —aclaró la peluquera.
Un joven con apariencia latina se sentó a su lado en la sala de espera del Job Centre. Los jóvenes saben mucho de tecnología, de moda, de música moderna, de Internet, pero desconocen las trampas que el sistema les tiende a diario.
—¿Usted sabe lo que es el sistema Speenhamland, joven?
—No.
—Es difícil de pronunciar ¿verdad?
—Sí, bastante.
—Es un subsidio creado en 1795 para las personas que, aun trabajando, no llegan a un salario mínimo para poder vivir.
—Yo ni si quiera trabajo, señora.
—Sabe, joven, el sistema Speenhamland, es el truco de este país. Si dan estas ayudas es porque les interesa que haya gente que las cobre, o sea, que haya muchos salarios bajos.
No parecía muy simpático para ser mediterráneo. Se intentó colar a una pareja de macarras y se llevó dos collejas. Por su descortesía para con Julianne se podría decir que hasta merecidas, pero después de ver su estampa en el suelo, agachado, doblado sobre su estómago, dominado como un pelele que amenizaba las horas de espera, nadie podía decir que se las mereciera. En cuestión de segundos el público de la función, soberano, pasó el papel de villano al inglés pelirrojo. Fue como una representación de la vida misma, fue literatura dramática. Y los espectadores implicados, juzgando a los personajes, controlando la situación desde fuera, sin mojarse. Julianne dudó por unos instantes si debía intervenir, pero detener aquella obra teatral hubiera sido una manera de enfrentarse al público. Julianne sabía de qué iba esto: siempre quiso ser actriz. De teatro. Le encantaba el cine, pero ella solo quería actuar de manera lineal, con la magia de Bertolt Brecht guiando sus pasos. Abandonó el arte dramático cuando nació su primer hijo. Nunca más retomó sus estudios, nunca más se subió a un escenario, nunca tuvo una frustración mayor que esa.