Читать книгу LS6 - Mario Crespo - Страница 16
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Un despacho con amplios ventanales por los que no entraba luz era el destino que había estado esperando durante la última hora. El cielo amenazaba lluvia y Julianne no había llevado paraguas. Aunque una pulmonía podría obligarla a reprimir esas ansias de actividad que le había traído marzo, el taxi era un gasto que no entraba en su presupuesto. Al otro lado de la mesa, un hombre corpulento con la cabeza afeitada para disimular su calvicie le recibía con la típica sonrisa flemática inglesa. Ese esbozo de cortesía que analizado significa: Hola, tengo un mal día, no me toque las narices.
—Bonito despacho.
—Gracias —respondió el hombre con la misma sonrisa flemática.
—He traído toda la documentación para la mejora de mi pensión.
—¡Ajá! Es usted la Señora Redgrave, ¿verdad?
—Así es. Casi no puedo subsistir, ¿sabe?
—Maldita crisis, nos afecta a todos... no se crea.
—No sé... los dueños de esos coches de lujo que aparcan en The Headrow no parecen muy molestos.
—También tienen más gastos.
—Ellos tienen muchas formas de conseguir dinero, yo no. Puede que el ochenta por ciento de la población sea de clase media, pero dentro de esta siguen existiendo las clases sociales. Y yo pertenezco a la más baja.
—Verá, señora Redgrave, usted no ha cotizado en toda su vida. Es normal que, al quedarse sola, no tenga derecho a grandes retribuciones. ¿No tiene usted hijos?
—Viven en Londres, pero no tengo dinero ni para el pasaje de tren.
—Bien, ya he adjuntado su documentación. En menos de quince días le llegará la confirmación. Aquí tiene. Que tenga usted un buen día.
En la sala de espera, el joven con aspecto latino intentaba colarse otra vez. No tuvo arrestos suficientes para enfrentarse al tipo de mirada aviesa que le precedía en la cola. Pobre desgraciado.
Julianne enfiló la subida de Albion Street hasta alcanzar el McDonalds, donde hordas de quinceañeros y ejecutivos mediocres devoraban sus menús junto a los ventanales, comiendo de cara a la calle, viendo la vida pasar mientras el colesterol se estancaba en sus paredes arteriales. Niñas con Nike y pantalones pitillo enarbolaban una nueva moda postmoderna en la que la mezcla era lo único válido. Un universo after-post-fashion que inundaba todo de color y mostaza con ketchup. Un mundo de locos en el que, según las noticias, un chiflado alemán había decidido quitarle la vida a todos aquellos compañeros que le caían mal. Mientras África y el coltán parecían más tranquilos que nunca, el edificio del Archivo General de Colonia se derrumbaba sin motivos. Tanto a Alemania como al resto de estados industrializados les fallaba la ingeniería, la precisión, su fuerte. Algunos de los engranajes socio-políticos que hacían girar el mundo se estaban oxidando. El sistema mundial, gobernado por el capital privado, por los dividendos ilimitados que permiten que un particular acumule más dinero que el P.I.B. de muchos países subdesarrollados, se estaba yendo al garete. La economía, nuestro Dios, estaba enfermando. Los estados intervenían mientras Obama y los socialistas españoles se frotaban las manos.
Albion Street estaba atestada de gente. Julianne tenía alergia a las masas humanas y a los restaurantes de comida rápida; los aceites vegetales le irritaban las mucosas de la nariz. Así que huyó de las postrimerías del McDonalds para continuar su ruta por la calle paralela: Kirkgate Street. Allí se encuentra el Leeds Market, posiblemente, uno de los mercados más bonitos de Europa.