Читать книгу Lo que aprendí del Mar - Mario Miret Lucio - Страница 18

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Cuando era pequeño jugaba con una pelota que, al caer al suelo, hacía sonar su goma en una especie de boing boing tan divertido que me pasaba horas y horas botándola. Años después la perdí y estuve todo un verano jugando con otra que no emitía ningún tipo de ruido y no me producía tanta satisfacción. Cuento esto porque gracias a esas pelotas comprendí, hace años, la diferencia entre follar y hacer el amor, y creo que la gente que conoce sus distinciones ha corrido una suerte formidable.

Cuando la madre de Carlos murió fuimos a emborracharnos. Al día siguiente lo pasamos muy mal en el entierro y, al volver a casa, le dije a la Chica de los tirabuzones que la quería más que a nadie:

—No quiero que te pase nunca nada, ¿me oyes? No me separaré de ti en la vida.

Vestía con camisa de luto y ella me la quitó. Mi cuerpo estaba pálido como un tallo marchito y ella me dijo que me seguía viendo el hombre más atractivo del mundo. Hicimos el amor y no nos acostamos. Yo solo quería que me curara las heridas de la muerte cercana y besó mi cuerpo como si fuera el mejor de los antídotos.

Cuanta más paz hay después de follar, más grande ha sido el polvo. Pero no siempre follar implica tal empoderamiento sexual, sino que en aquel instante hacíamos el amor como la gente enamorada: con el corazón en la garganta. Me fui quedando dormido entre su pecho y al sentir el sonido de sus latidos volví a escuchar la pelota de goma que hacía boing boing cuando tenía cinco años. Puse mi mano en mi corazón y noté la misma melodía al encontrarme el pulso. Me reí y le contagié la risa, aunque ella no entendía nada.

Ahora que he vuelto a perder mi pelota de juguete, voy arrimando mi oreja al pecho de la gente. Ya no estoy triste como cuando era un niño, sé que el boing boing volverá. Solo que lo echo tanto de menos...

Lo que aprendí del Mar

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