Читать книгу Karma al instante - Марисса Мейер - Страница 11

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“Gracias”, le agradezco sin sonido a Jude y apoyo mis notas. Lo único que necesitaba era un recordatorio para que las palabras volvieran a fluir. Sigo con mi discurso y hago mi mejor esfuerzo para ignorar la presencia de Quint. Por lo menos, algunos de nuestros compañeros están concentrados en las copias que repartió así que no todos me siguen mirando.

–Como decía, lo que atraerá a un nuevo tipo de viajeros eco-conscientes será nuestra fenomenal oferta de eventos y aventuras. Los visitantes podrán ir al fondo del océano a bordo de submarinos privados para fiestas. Tendremos paseos en kayak hasta la isla Adelai en donde podrán ayudar a identificar, rastrear y hasta nombrar a su propia foca. Y, mi evento preferido, fiestas increíbles en la playa todas las semanas.

Algunas miradas con ojos brillantes se despiertan ante mis últimas palabras. Ezra hasta suelta un silbido. Por supuesto.

Con más confianza, sigo con determinación.

–Correcto. Fortuna Beach pronto será famosa por sus habituales fiestas de playa en las que los turistas podrán disfrutar de mariscos y aperitivos obtenidos de manera sustentable en tanto se codean con individuos eco-conscientes como ustedes. ¿La mejor parte? Todos en la fiesta recibirán una bolsa para desechos cuando lleguen y al final de la noche, después de que hayan llenado esa bolsa con basura recogida de nuestras playas, podrán intercambiarla por regalos exclusivamente seleccionados. Cosas como… –Apoyo la vara y me estiro para tomar lo que apoyé en el suelo–. ¡Una botella de aluminio libre de BPA! –Tomo la botella y la lanzo entre mis compañeros. Joseph, aturdido, apenas la atrapa–. ¡Utensilios de bambú portátiles! ¡Un cuaderno hecho con materiales reciclados! ¡Barras de champú con envases libres de plástico!

Lanzo los regalos, definitivamente mis compañeros están prestando atención ahora. Una vez que se terminaron los presentes, hago una bola con la bolsa de tela y la lanzo hacia el señor Chavez, pero solo llega a mitad de camino porque Ezra la toma en el aire. La gente está empezando a notar que cada uno de los ítems tiene el logo y el eslogan que inventé.

Fortuna Beach: ¡ambiente amigable, amigable con el medioambiente!

–Estas ideas y muchas otras están desarrolladas con detalles en nuestro informe –digo haciendo un gesto hacia una de las copias de las mesas cercanas–. Por lo menos, asumo que allí están. De hecho, no lo vi y algo me dice que lo terminaron esta mañana, diez minutos antes de que empiece la clase.

Sonrío con dulzura hacia Quint.

Su expresión es tensa; molesta, pero un poco petulante.

–Supongo que nunca lo sabrás.

Su comentario causa un sobresalto de incertidumbre en mi columna y estoy segura de que esa era su intención. Después de todo, el informe también tiene mi nombre. Sabe que me vuelve loca no saber su contenido y si es bueno o no.

–Antes de terminar –digo mirando a mis compañeros–, queremos tomarnos un momento para agradecerle al señor Chavez por enseñarnos tanto sobre este maravilloso rincón del mundo en el que vivimos y sobre la increíble vida marina y ecosistemas ubicados a tan solo metros de nuestros hogares. No sé qué piensan ustedes, pero sé que yo quiero ser parte de la solución, garantizar la protección y conservación de nuestros océanos para nuestros hijos y nietos. Y, afortunadamente para nosotros, creo que hemos logrado probar hoy que ¡si Fortuna Beach se pinta de verde, podrá atraer otros verdes! –Froto mis dedos entre sí pretendiendo estar sosteniendo efectivo. Le dije a Quint como planeaba terminar mi discurso. Se suponía que lo diría conmigo, pero, por supuesto, no lo hizo. Ni siquiera pudo molestarse en sostener el dinero imaginario–. Gracias por escuchar.

La clase empieza a aplaudir, pero Quint da un paso adelante y alza una mano.

–Si pudiera añadir algo.

–¿Tienes que hacerlo? –Me derrumbo.

Me lanza una sonrisita con satisfacción antes de darme la espalda.

–La sostenibilidad y el turismo no suelen ir de la mano. Los aviones causan mucha contaminación y la gente suele producir más desechos cuando viaja en contraposición a cuando se queda en casa. Dicho eso, el turismo favorece a la economía local y, bueno, no desaparecerá. Queremos que Fortuna Beach sea conocida por agasajar a sus turistas, seguro, pero también por su vida silvestre.

Suspiro. ¿No dije esto ya?

–Si leen el informe delante de ustedes –sigue Quint–, cosa que estoy seguro de que ninguno hará, salvo por el señor Chavez, verán que una de nuestras mayores iniciativas es transformar el Centro de Rescate de Animales Marinos en una de las principales atracciones turísticas.

Necesito utilizar toda mi fuerza de voluntad para no poner los ojos en blanco. Habló durante todo el año de esa idea del centro de rehabilitación. Pero ¿quién quiere pasar sus vacaciones observando a delfines desnutridos en pequeñas tristes piletas cuando pueden nadar con delfines en la bahía?

–Para que las personas puedan entender el efecto que sus acciones tienen sobre el medioambiente necesitan ver en primera persona las consecuencias de dichas acciones, por eso, nosotros –hace una pausa–. Por eso yo creo que todos los planes de ecoturismo deberían centrarse en educación y voluntariados. El informe explicará todo con más detalle. Gracias.

Me echa un vistazo. Compartimos una mirada de desdén mutuo.

Pero… eso es todo. Terminó. Este horrible proyecto que succionó mi alma finalmente terminó.

Soy libre.

–Gracias, señor Erickson, señorita Barnett. –El señor Chavez está hojeando el informe de Quint y no puedo evitar preguntarme si incluyó alguna de mis ideas: el resort, las bicicletas, las fiestas en la playa–. Creo que es bastante obvio, pero solo para clarificar, ¿podrían decirme sus contribuciones a este proyecto?

–Hice la maqueta –digo– y el soporte visual de la presentación y diseñé y mandé a hacer los productos eco-friendly. Diría también que fui la directora del proyecto general.

Quint suelta un resoplido.

–¿Está en desacuerdo, señor Erickson? –El profesor alza una ceja.

–Oh, no –dice sacudiendo la cabeza con vehemencia–. Definitivamente fue la directora. Había tanto para dirigir.

Me quedo rígida. Puedo sentir la respuesta en mi lengua. ¡Alguien tenía que hacerlo! ¡Era obvio que no te ocuparías de nada! Pero antes de que pueda decir algo el profesor hace una pregunta.

–¿Y tú escribiste el informe?

–Sí, señor –dice Quint–. Y aporté las fotografías.

El señor Chavez hace un sonido como si esta fuera información interesante, pero mis labios se retuercen consternados. ¿Aportó las fotografías? Lo lamento, pero un niño de primaria puede cortar fotografías de la revista de National Geographic y pegarlas en una hoja.

–Genial. Gracias a ambos.

Empezamos a caminar hacia nuestra mesa de laboratorio, cada uno elige un pasillo distinto, pero el señor Chavez me detiene.

–¿Prudence? Dejemos la vara en la pizarra, odiaría que el señor Erickson sea empalado cuando falta tan poco para que termine el año.

Mis compañeros se ríen mientras camino hasta el frente, apoyo la vara e intento no sentirme avergonzada. Con las manos libres, tomo la maqueta y la llevo hasta la mesa conmigo.

Quint apoya su rostro sobre su mano y se cubre la boca en tanto me ve acercarme. O mira el modelo. Desearía poder descifrarlo. Desearía poder ver culpa por saber que no hizo nada para ayudarme con esta parte del proyecto. O, por lo menos, por haber llegado tarde el día más importante del año y haberme dejado sola. Hasta amaría ver algo de vergüenza cuando se dé cuenta de que mi parte del proyecto superó ampliamente la suya. O tal vez, que mostrara algo de aprecio por mi iniciativa para sostener nuestro “equipo” durante todo este año.

Apoyo la maqueta y me siento. Nuestras banquetas están en puntas opuestas de la mesa, un instinto para mantener tanto espacio entre nosotros como sea posible. Mi muslo derecho tiene moretones de tanto estrujarlo contra la pata de la mesa.

Quint despega su mirada de la maqueta.

–Pensé que habíamos decidido no incluir los paseos en bote hacia Adelai ya que pueden perturbar a la población de elefantes marinos.

Mantengo mi atención concentrada en el señor Chavez mientras toma su lugar en el frente del salón.

–Si quieres que la gente se preocupe por los elefantes marinos debes mostrarles los elefantes marinos y no los que están casi muertos y son alimentados con biberones en refugios.

Abre la boca y puedo sentir cómo elabora su respuesta. Me preparo para desestimar cualquier comentario inútil que pueda hacer. Mi furia vuelve a incrementar. Quiero gritar: “¿No podías estar aquí? ¿Solo esta vez?”.

Pero Quint se detiene y sacude la cabeza así que también contengo mi enojo.

Nos quedamos en silencio, la maqueta descansa entre nosotros, uno de los informes está a centímetros de mi mano, aunque me niego a tomarlo. Puedo ver la carátula. Por lo menos conservó el título que acordamos: “Conservación a través de ecoturismo en Fortuna Beach”. Informe de Prudence Barnett y Quint Erickson. Biología Marina, Sr. Chavez. Debajo de nuestros nombres hay una triste fotografía de un animal marino, tal vez una nutria o un lobo marino o hasta una foca quizás, nunca puedo distinguirlos. Está enredado en un sedal de pesca, envuelto como si fuera una momia y tiene laceraciones profundas en su garganta y aletas. Sus ojos negros miran a la cámara con la expresión más trágica que vi en mi vida.

Trago saliva. Es efectiva para evocar sentimientos, le concederé eso.

–Veo que pusiste mi nombre primero –digo. No estoy segura por qué lo hago. No estoy segura por qué digo la mitad de las cosas que digo cuando estoy cerca de Quint. Algo en él me impide físicamente mantener la boca cerrada. Es como si siempre hubiera una bala más en mis municiones y no pudiera evitar dar cada disparo.

–Lo creas o no, sé cómo ordenar alfabéticamente –masculla como respuesta–. Después de todo, egresé del jardín de infantes.

–Sorprendentemente –replico y Quint suspira.

El señor Chavez termina con sus anotaciones y le sonríe a la clase.

–Gracias a todos por las fantásticas presentaciones grupales. Estoy impresionado por todo el trabajo duro y la creatividad que vi este año. Mañana les informaré sus calificaciones. Por favor, entreguen sus informes de laboratorio finales.

Chillan sillas y hay ruido de papeles cuando mis compañeros buscan el informe en sus mochilas. Miro a Quint y espero.

Me devuelve la mirada, confundido.

Alzo una ceja.

–¡Oh! –sus ojos se ensanchan, acerca su mochila y comienza a revolver entre el caos–. Me olvidé del informe final.

¡Qué sorpresa?

–¿Olvidaste traerlo? –digo–. ¿U olvidaste hacerlo?

–¿Ambos? –responde después de una pausa y hace una mueca.

Pongo mis ojos en blanco mientras alza una mano, su vergüenza momentánea ya está evaporándose.

–No tienes que decirlo.

–¿Decir qué? –replico, pero una ráfaga de palabras como “incompetente”, “perezoso” y “sin remedio” merodean por mis pensamientos.

–Hablaré con el señor Chavez –dice–. Le diré que fue mi error y que puedo enviarle el informe por correo electrónico esta noche…

–No te molestes –abro mi carpeta de Biología, el informe de laboratorio final descansa arriba de todo, tipeado prolijamente y hasta incluí un gráfico de torta extra sobre toxicología. Me inclino sobre la mesa y apoyo el informe en la pila de hojas.

Cuando miro atrás, Quint luce… ¿enojado?

–¿Qué? –pregunto.

Señala el informe, que ahora desapareció entre los demás.

–¿No creías que lo iba a hacer?

–Y tenía razón.

Giro para enfrentarlo.

–¿Qué pasó con ser un equipo? Quizás, en vez de hacerlo por tu cuenta, podrías habérmelo recordado. Lo hubiera hecho.

–No es mi trabajo recordarte que hagas la tarea. Y si vamos al caso, que debes llegar a clase a tiempo.

–Estaba…

Lo interrumpo alzando mis manos con exasperación.

–Lo que sea. No importa. Solo agradezcamos que este “equipo” terminó al fin.

Hace un ruido con su garganta y, aunque creo que está concordando conmigo, me molesta de todas formas. Llevé adelante a este equipo todo el año e hice mucho más que mi parte. En cuanto a mi concierne, soy lo mejor que le pudo haber sucedido.

–Ahora bien. –El señor Chavez toma los últimos informes que llegan al frente–. Sé que mañana es su último día de tercer año de secundaria y que todos están ansiosos por disfrutar de sus vacaciones, pero deben venir al colegio igual, lo que significa que aquí está su tarea. –La clase emite un gruñido colectivo mientras el profesor destapa su marcador verde y comienza a garabatear en la pizarra–. Lo sé, lo sé. Pero piénsenlo así: está podría ser mi última oportunidad para impartirles mi sabiduría superior. Denme un momento, por favor.

Saco una pluma y comienzo a copiar la tarea en mi cuaderno.

Quint no lo hace.

Cuando suena la campana, es el primero en salir del salón.

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