Читать книгу Karma al instante - Марисса Мейер - Страница 17

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Jude se marcha e intento concentrarme en mi tarea. Solo me faltan algunas oraciones para terminar, pero avanzo lento. Las palabras de Jude resuenan en mi cabeza y, para sumar a mi molestia sin fin, también las de Quint. Relájate. Diviértete.

Puedo sentir que Ari me mira cada tanto insegura. Es la persona más empática que conozco y siempre puede darse cuenta cuando alguien está molesto. Pero también sabe que hablaré cuando esté lista y que insistir no la llevará a ningún lado. Así que trabajamos en silencio; yo termino mi tarea y ella garabatea palabras en su cuaderno. Bueno, “silencio” es un término relativo considerando los distintos niveles de habilidad vocal que continúan atacando a nuestros oídos. Algunos de los cantantes son bastante buenos. Un tipo canta el último sencillo de Bruno Mars y luego, una de las mujeres de la mesa de al lado hace una imitación increíble de Cher. Pero los demás artistas son menos que estelares. Muchos murmullos, movimientos incómodos y miradas clavadas en las pantallas que proyectan las letras.

Tengo una teoría sobre el karaoke que desarrollé hace tiempo durante nuestras presentaciones familiares. Nadie en la audiencia espera que la próxima Beyoncé aparezca en el escenario, pero si cantarás, por lo menos tienes que intentar ser entretenido. Si tienes una gran voz, genial. Canta con todo tu corazón. Pero si no es el caso, entonces tienes que compensarlo de alguna manera. Baila. Sonríe. Haz contacto visual con la audiencia. Luce como si estuvieras divirtiéndote, incluso si estás aterrorizado y eso hará que tu presentación sea mucho más memorable de lo que crees.

–Listo –digo y cierro la computadora–. La última tarea del año hecha –bebo un sorbo de mi Shirley Temple, que he estado descuidando. Ahora sabe un poco aguado, pero la sensación del jarabe de cereza se siente como una recompensa bien merecida.

Apenas le presté atención a Ari, pero puedo ver que tiene nuevas ideas. Estoy por preguntarle si está trabajando en algo nuevo o perfeccionando algo viejo cuando escucho que llaman su nombre:

–La próxima persona es: ¡Araceli Escalante!

Ambas levantamos la mirada, sorprendidas. Trish Roxby nos está observando con el micrófono en la mano.

–Con un nombre así, creo que una próxima superestrella subirá al escenario. ¡Vamos, Araceli!

–¿Cuándo te anotaste? –pregunto. Ari me mira nerviosa.

–Cuando estabas trabajando. Aquí voy.

Se desliza en su asiento y se acerca al pequeño escenario, sus movimientos son tiesos y robóticos. Ni siquiera tomó el micrófono y ya estoy sufriendo por ella. Desearía haberle contado mi teoría.

La mayoría de los cantantes eligieron cantar de pie, aunque hay una banqueta al lado del monitor para el que quiera. Ari toma el asiento y lo empuja hasta el pie del micrófono. Creo que no es una buena elección –tienes más energía cuando estás parado, más movimiento–, pero sé que es más cómodo para ella y ahora probablemente solo desea terminar con esto sin que sus rodillas se quiebren.

Su canción aparece en la pantalla de televisión sobre la pared trasera: Un beso para construir un sueño de Louis Armstrong. No la conozco, aunque eso no dice mucho.

Ari cierra los ojos cuando la melodía de jazz del piano comienza a sonar. Los mantiene cerrados cuando empieza a cantar. Su voz es dulce, casi frágil y la canción es tan ella. Romántica. Soñadora. Esperanzada. Puedo sentir los sentimientos de Ari emerger mientras canta y es claro que ama esta canción. La letra y la melodía la afectan y está conteniendo sus sentimientos en una precaria burbuja a punto de estallar.

Es encantador escucharla y estoy orgullosa de que haya tenido el coraje de subir al escenario y no cantar para recibir una reacción de la audiencia, sino con su corazón.

Por algún motivo, mis ojos salen disparados hacia Quint. Veo su espalda, está observando a Ari mientras su amiga sigue concentrada en su teléfono. Noto que el cabello de Quint está despeinado, es como si no se hubiera molestado en peinarse hoy.

Luego, Quint gira la cabeza su rostro muestra disgusto. Por un segundo, pienso que me está mirando a mí, tal vez pudo sentir que lo estaba observando, juzgando. Pero no, está mirando a la cabina de al lado. Estiro mi cuello y veo a dos universitarios, uno está terminando los últimos sorbos de una pinta de cerveza. El otro acomoda sus manos alrededor de su boca y grita:

–¡Basta de esta porquería aburrida de jazz!

Me quedo boquiabierta. ¿Perdón?

Sus amigos se ríen, y el que estaba bebiendo alza su vaso vacío al aire.

–Ven aquí, te daré un beso para soñar.

–¡Tal vez después podamos escuchar algo de música de verdad! –añade el otro.

No puede ser. Están interrumpiendo su presentación. ¿Qué le pasa a la gente?

Vuelvo a mirar a Ari. Sigue cantando, pero ahora sus ojos están abiertos y su voz suena un poco más indecisa. Sus mejillas se tiñeron de rojo.

Pienso en cuánto debe significar este momento para ella y cierro el puño debajo de la mesa porque estos idiotas lo acaban de manchar.

Vuelvo a mirar a los rostros engreídos de los chicos e imagino que uno se atraganta con un nacho y que el otro derrama la salsa sobre su camiseta de Tommy Bahama. Honestamente, universo, si alguna vez…

Algo pequeño vuela hacia la cabina y golpea al primer tipo en el ojo; suelta un aullido y se lleva la mano al rostro.

–¿Qué diablos? –ruge. Se estira para tomar una servilleta, pero no se da cuenta de que su propio vaso de cerveza está apoyado sobre la punta de la servilleta. Jala y derrama el vaso; la mesa y sus regazos se cubren de líquido. Sueltan una ola de insultos mientras intentan alejarse del charco creciente en sus asientos.

Ari suelta una carcajada. Las notas de su canción siguen sonando alrededor de ella, pero dejó de cantar. Su mortificación desapareció y fue reemplazada por gratitud y, por un segundo, pienso que fui yo. ¿Acabo de…?

Pero luego Ari mira a Quint y puedo ver que los hombros de mi compañero están temblando por la risa que está conteniendo. Está batiendo su bebida con una cuchara, hace chocar los hielos contra el vidrio.

Los chicos en la cabina de al lado siguen mirando a su alrededor, frotan en vano sus pantalones empapados con servilletas de papel de mala calidad. Uno de ellos encuentra el proyectil y lo levanta. Una cereza.

Carlos se acerca a ellos e intenta representar el papel del dueño preocupado, aunque hay cierta frialdad en su expresión que me hace pensar que seguramente los escuchó antes. Se disculpa sin sentimiento y apoya una pila de servilletas en la mesa.

No ofrece reemplazar la cerveza perdida.

Ari termina la canción y baja del escenario a toda velocidad como si estuviera incendiándose. Se deja caer en nuestra cabina con un suspiro de alivio.

–¿Fue muy terrible?

–¡Por supuesto que no! –lo digo en serio–. Estuviste genial. Ignora a esos bufones.

Se sienta más cerca de mí.

–¿Viste cómo Quint les lanzó la cereza?

Asiento. Por más que no quiera admitirlo.

–Eso fue bastante increíble.

–Supongo que tiene algunas características redimibles. –Pongo los ojos en blanco–. Pero, confía en mí, son escasas y poco habituales.

Nos quedamos en Encanto y escuchamos algunas presentaciones más. Muchos eligen canciones contemporáneas que sé que escuché, pero no podría decir quién es el artista. ¿Ariana Grande? ¿Taylor Swift? Luego alguien hace una canción de Queen, por lo menos sé quiénes son.

–Y ahora, para deleitar sus oídos –dice Trish mientras busca algo en la máquina de karaoke–, por favor, denle la bienvenida a… ¡Prudence!

Ari y yo giramos hacia ella, pero con la misma velocidad miro de vuelta a Ari.

–¿Me anotaste?

–¡No! –replica con vehemencia y alza las manos–. ¡No lo haría! No sin tu permiso, lo juro.

Gruño, pero no por Ari. Le creo, no es algo que ella haría. ¿Habrá otra Prudence en el bar? ¿Qué tan probable es eso? Nunca conocí a alguien con mi nombre y nadie más se acerca al escenario.

–Jude debe haberme anotado disimuladamente antes de irse –digo.

–No tienes que hacerlo –asegura Ari–. Dile que cambiaste de opinión o que alguien te anotó sin preguntarte.

Mis ojos encuentran a Quint. Está mirando sobre su hombro, sorprendido. Curioso.

Mi pulso comienza a acelerarse. Ari tiene razón. No tengo que subirme al escenario. No me anoté, no accedí a hacer esto.

Mis palmas se humedecen. Ni siquiera abandoné la cabina y ya siento los ojos de las personas sobre mí. Esperando. Juzgando. De seguro, solo es mi imaginación, pero eso no evita que se tense mi garganta.

–¿Prudence? –Trish me busca entre la audiencia–. ¿Estás aquí?

–¿Quieres que le diga que cambiaste de opinión? –ofrece mi amiga.

–No –sacudo la cabeza–. No, está bien. Solo es una canción. Lo haré.

Exhalo brevemente y salgo de la cabina.

–¡Espera!

Vuelvo a mirarla. Se inclina hacia adelante y estira su pulgar hacia mi boca y frota fuerte por un segundo.

–Tu labial estaba corrido –explica y vuelve a acomodarse en la cabina. Y asiente para alentarme–. Mucho mejor. Luces genial.

–Gracias, Ari.

Cuando llego al escenario me aclaro la garganta y evito con determinación hacer contacto visual con los imbéciles de la cabina. O con Quint. Me digo a mí misma que no estoy nerviosa. Que no estoy completamente aterrorizada.

Solo son cuatro minutos de tu vida. Puedes hacer esto.

Pero por favor que Jude haya elegido una canción decente…

Trish acomoda el micrófono en el pie delante de mí y miro el monitor que muestra la canción elegida. Uf. Ok, no está mal. Jude siguió la sugerencia de Ari y me anotó para cantar la canción de John Lennon, canción que amo y definitivamente me sé de memoria.

Me lamo los labios y sacudo los hombros intentando entrar en el estado mental para presentarme. No soy una gran cantante, eso lo sé. Pero lo que me falta en talento innato, lo compenso con presencia en el escenario. Soy Prudence Barnett. No creo en la mediocridad o en intentos desganados y eso incluye hacer mi mejor esfuerzo en cantar en un karaoke en una trampa para turistas tenuemente iluminada en la calle principal. Sonreiré. Jugaré con la multitud. Hasta tal vez baile. Supongo que, si bien mi voz no me hará ganar premios, eso no significa que no pueda divertirme.

Relájate. ¿No, Quint? Veamos cómo te subes al escenario y te relajas.

Los primeros acordes de Instant Karma! estallan en los parlantes. No necesito el monitor con la letra. Sacudo mi cabello y empiezo a cantar.

¡El karma instantáneo te alcanzará!

Ari me vitorea para darme ánimos. Le guiño un ojo y puedo sentirme disfrutando la canción. Muevo las caderas. Mi corazón se acelera con tanta adrenalina como nervios. Mis dedos estallan como fuegos artificiales. Manos de jazz. La música suma tensión y planeo hacer mi mejor esfuerzo para canalizar a mi John Lennon interno y la pasión que le ponía a su música. Mi mano libre se estira al cielo y luego cae hacia la multitud, estoy señalándolos.

¿Quién te crees que eres? ¿Una superestrella? ¡Tienes razón!

Estoy intentando saludar a Carlos, pero no lo encuentro, y pronto termino señalando a Quint en cambio. Me sorprende encontrarlo observándome con tanta atención. Está sonriendo, pero de manera asombrada, casi perplejo.

Mi pulso se me escapa, vuelvo a concentrarme en Ari, quien está bailando en la cabina y agita sus brazos en el aire.

Tomo el palillo imaginario en mi mano y golpeo el platillo imaginario al mismo tiempo que la batería introduce el estribillo. Me siento casi mareada cuando canto:

Bueno, todos brillamos, como la luna… y las estrellas… ¡y el sol!

La canción se desdibuja en una melodía familiar y en estrofas queridas. Muevo los hombros y estiro mis dedos hacia el cielo. Canto el final a todo volumen. No me atrevo a volver a mirar a Quint, pero puedo sentir su mirada sobre mí y, a pesar de mi determinación para que su presencia no me ponga nerviosa, estoy nerviosa. Lo que me impulsa todavía más a aparentar estar tranquila. Hubiera sido distinto verlo ignorarme u observarme avergonzado. Pero no. En ese segundo que encontré su mirada, había algo inesperado allí. No creo que fuera solo diversión o sorpresa, aunque creo que definitivamente lo sorprendí. Había algo más que eso. Estaba casi… fascinado.

Estoy pensando de más. Tengo que dejar de pensar y concentrarme en la canción, pero estoy en piloto automático mientras repito la letra y la melodía empieza a desvanecerse…

Como la luna y las estrellas y el sol...

Cuando termina la canción, improviso una reverencia pronunciada y hago un gesto con mi mano hacia Quint de la misma manera que él se inclinó hacia mí en clase esta mañana.

Y, sin embargo, el grito de aliento de Quint es el más fuerte del bar.

–¡Excelente, Pru!

Siento un calor subir por mi cuello e incendiar mis mejillas. No es vergüenza; se parece más a una ráfaga, a un brillo por su aprobación indeseada y totalmente innecesaria.

Mientras me alejo del micrófono, no puedo evitar echarle un vistazo. Sigo energizada por la canción y visto una sonrisa en mis labios. Me mira y por un momento, solo un momento, pienso: está bien, tal vez sea semi decente. Tal vez hasta podríamos ser amigos. Siempre y cuando no tengamos que volver a trabajar juntos.

Para mi sorpresa, Quint alza su vaso, como si estuviera brindando conmigo. Y eso hace que me dé cuenta de que lo estoy mirando.

El momento se desvanece. La extraña conexión se quiebra. Hago fuerza para despegar mi mirada de él y regreso a mi cabina, donde Ari me aplaude con entusiasmo.

–¡Estuviste genial! –dice y no puedo evitar sentir cierto desconcierto educado–. ¡Todo el lugar estaba fascinado!

Sus palabras me recuerdan a la mirada de Quint durante la canción y me sonrojo todavía más.

–De hecho, lo disfruté más de lo que pensaba.

Alza las manos para chocar los cinco. Todavía estoy a unos metros de distancia, paso por la cabina en la que estaban sentados los universitarios, aunque ya se marcharon.

Me estiro para chocar su mano.

Olvidé la bebida derramada. Mis talones se resbalan. Me quedo sin aliento, muevo mi cuerpo intentando recuperar el equilibrio. Es demasiado tarde. Agito los brazos, mis pies salen disparados del suelo.

Caigo con fuerza.

Karma al instante

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