Читать книгу Karma al instante - Марисса Мейер - Страница 23
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ОглавлениеApenas pongo un pie en el salón, el señor Chavez me ladra.
–La tarea en la mesa, por favor, luego recojan su calificación del trabajo final por allí.
Señala con el capuchón de un marcador para pizarra seco a una pila de hojas en la mesa de adelante.
Saco mi informe del pez rape y lo apoyo en la pila con los demás trabajos. Mientras avanzo entre las mesas, me sorprende ver que mi mesa de laboratorio no está vacía. Quint ya está aquí. Temprano. Más temprano que yo.
Me congelo. Honestamente, no esperaba que Quint estuviera aquí hoy, a pesar de que lo mencionó ayer a la noche. Como es el último día antes de las vacaciones de verano, asumí que se ausentaría junto con la mitad de los compañeros de mi año y los estudiantes de los últimos años.
Pero aquí está, hojeando una carpeta de tres aros repleta de folios transparentes. Es el informe que presentó ayer. Nuestro informe.
Lo miro cautelosamente mientras llego al escritorio del señor Chavez y tomo la maqueta de la calle principal. La estudio en búsqueda de alguna indicación de mi calificación, pero no encuentro nada.
Quint levanta la cabeza y me mira cuando llego a nuestra mesa compartida y apoyo la maqueta en una esquina.
–¿Cómo te sientes? –pregunta.
Mi cabeza comienza a latir, solo un poco, en respuesta a su pregunta. Apenas me molestó está mañana, pero recordar que me caí hace que lleve la mano instintivamente hacia mi cuero cabelludo en busca del golpe. Ya casi ha desaparecido.
–Depende. –Me dejo caer en mi asiento–. ¿Cómo nos fue?
Encoge los hombros, despega una nota adhesiva azul de la carátula y presiona el papel sobre la mesa entre nosotros.
Siento un vacío en el estómago cuando leo las palabras:
Prudence: B-
Quint: B+
Calificación general: C
–¿Qué? –prácticamente estoy gritando–. ¿Esto es una broma?
–Pensé que podrías no estar encantada –dice Quint–. Cuéntame, ¿te molesta más la C o que mi calificación individual sea superior a la tuya?
–¡Las dos cosas! –Me inclino hacia adelante y leo las palabras que el señor Chavez escribió debajo de las calificaciones.
Prudence: trabajo ejemplar, pero aplicó poca ciencia.
Quint: conceptos fuertes, pero ejecución desprolija y escritura sin dirección.
El proyecto presenta una falta general de cohesión y las ideas más importantes no son desarrolladas por completo. Ambas calificaciones se hubieran beneficiado enormemente con mejor comunicación y trabajo en equipo.
–¿Qué? –repito y luego suelto un gruñido consternado desde mi garganta. Sacudo la cabeza–. Sabía que simplemente debería haberlo escrito yo misma.
Quint se ríe. Es una risa bastante fuerte que atrae más de una mirada.
–Por supuesto que esa es tu interpretación de los comentarios del profesor. Claramente mi parte fue el problema, a pesar de que…
Se inclina hacia adelante y da un golpecito sobre su B+.
–Eso tiene que ser un error.
Lo miro fijo.
–Naturalmente.
Mi latido retumba en mi pecho. Mi respiración se acelera. ¿Cómo es posible? Nunca he recibido una C en nada. ¡Y mi maqueta! Mi hermosa maqueta en la que trabajé tanto, todas esas horas, los detalles… ¿eso solo valió una B-?
Algo está mal. El señor Chavez confundió quién hizo qué. Tomó una decisión fatigado después de corregir demasiados trabajos antes del nuestro.
Esto no puede estar bien.
–Okey, pero en serio, sin importar las calificaciones –dice Quint y toma la nota adhesiva y la vuelve a colocar en la carátula del informe–. ¿Cómo está tu cabeza?
Sé que es una pregunta legítima. Sé que probablemente no haya una intención cruel detrás de ella. Pero, de todos modos, casi suena acusatoria, como si estuviera sobre reaccionando por algo que él considera insignificante.
–Mi cabeza está bien –respondo con furia.
Empujo mi silla de la mesa y tomo la carpeta de tres anillos. Doy zancadas hacia el frente del salón. Los pocos estudiantes que no faltaron hoy siguen entrando al salón y Claudia casi pega un salto para salir de mi camino mientras avanzo a paso fuerte por el pasillo.
El señor Chavez me ve venir y puedo ver su cambio de postura, sus hombros, su expresión. Veo su expectativa, lo esperaba, no está sorprendido.
–Creo que hubo un error –digo sosteniendo la carpeta para que pueda ver su propia nota adhesiva inepta–. Esto no puede ser correcto.
–Tenía la sensación de que me haría algún comentario, señorita Barnett –suspira y entrelaza sus dedos–. Su trabajo es fuerte. Es una oradora excepcional, sus ideas son sólidas, la maqueta era hermosa. Si esta fuera una clase de negocios, la calificación hubiera sido A+ sin duda. –Hace una pausa, su expresión es compasiva–. Pero esta no es una clase de negocios, es Biología y su tarea era presentar un trabajo relacionado con los temas que trabajamos este año. –Encoge los hombros–. Ahora bien, ecoturismo y biología ciertamente se superponen en varios aspectos, pero no mencionó ninguno de ellos. En cambio, habló de potencial de ganancias y campañas de marketing. Ahora… si creyera que aportó algo de lo que hay en ese informe, eso hubiera incrementado significativamente tanto su calificación individual como la combinada. Pero Quint y usted dejaron bien en claro que este proyecto no fue abordado como un trabajo en equipo. –Alza las cejas–. ¿Correcto?
Lo miro seria. No puedo discutir y lo sabe. Por supuesto que no fue un trabajo en equipo. En mi opinión, es un milagro que Quint haya presentado el informe en primer lugar. Pero ¡no fue mi culpa que me emparejaran con él!
Siento el peso repentino de las lágrimas detrás de mis ojos; nacen tanto de la frustración como de todo lo demás.
–Pero trabajé tan duro en el proyecto –digo luchando, sin éxito, para mantener mi voz estable–. He estado investigando desde noviembre. Entrevisté líderes de la comunidad, comparé los esfuerzos de mercados similares. Yo…
–Lo sé –responde asintiendo. Luce cansado y triste y, de alguna manera, hace que todo esto sea peor–. Y lo lamento mucho, pero simplemente no cumplió con la consigna del trabajo. Era un proyecto de ciencia, Prudence, no una campaña de marketing.
–¡Sé que es un proyecto de ciencia! –Bajo la mirada hacia la carpeta en mis manos. La fotografía me devuelve el gesto, es una foca o un león marino o lo que sea, enredado en un hilo de pesca. Sus ojos abatidos hablan más fuerte que las palabras. Sacudo la cabeza y vuelvo a extender la carpeta para que el señor Chavez la vea–. ¿Y le dio a Quint una calificación más alta que a mí? Lo único que hizo fue tomar mis ideas y tipearlas y, según su nota de aquí, ¡ni siquiera hizo eso muy bien!
El señor Chavez frunce el ceño y mece su peso sobre sus talones. Me está mirando como si, de repente, hubiera empezado a hablar en otro lenguaje. En ese momento me doy cuenta de que la clase se quedó en silencio. Todos nos están escuchando.
Y ya no estoy parada aquí sola. Los ojos del señor Chavez saltan a un costado. Sigo su mirada y veo a Quint parado a mi lado con los brazos cruzados. No puedo leer su expresión, pero es casi como si le estuviera diciendo a nuestro profesor: “¿Ve? Esto es lo que tuve que soportar”.
Enderezo mi espalda y resoplo tan fuerte que me duele la nariz, pero por lo menos evito que caigan las lágrimas.
–Por favor –digo–. Nos dijo que este proyecto equivale al treinta por ciento de nuestra calificación y no puedo permitir que baje mi promedio. Debe haber alguna manera de arreglar esto. ¿Puedo hacerlo de nuevo?
–Señorita Barnett –dice el señor Chavez con cautela–. ¿Leyó su informe?
–¿Mi informe? –parpadeo.
–El nombre de Quint no es el único allí. –Señala con sus dedos la portada–. Ahora bien, claramente, tuvieron problemas para trabajar juntos. De seguro, más que cualquier otro equipo que he tenido en esta clase. Pero, sin duda, por lo menos leyó el informe, ¿no?
No me muevo. No hablo.
Los ojos del señor Chavez, llenos de incredulidad, se posan en Quint y luego en mí. Suelta una risita y frota el puente de su nariz.
–Bueno, eso explica algunas cosas.
Bajo la mirada hacia la carpeta entre mis manos, por primera vez siento curiosidad por su contenido.
–Si permito que lo haga de nuevo –dice nuestro profesor–, entonces tengo que ofrecerle la misma oportunidad a todos los demás.
–¿Y? –Agito mi mano hacia el salón que está casi vacío–. Nadie lo hará.
Frunce el ceño, aunque ambos sabemos que es verdad. Luego suelta otro suspiro, más largo esta vez y mira a Quint.
–¿Qué piensa señor Erickson? ¿Está interesado en volver a presentar su proyecto?
–¡No! –grito casi al mismo tiempo que Quint empieza a reírse como si esto fuera lo más gracioso que hubiera escuchado. Le echo un vistazo, horrorizada e intento darle la espalda mientras vuelvo a enfrentar al señor Chavez–. No quise decir… Me gustaría hacer el informe de nuevo. Solo yo esta vez.
Nuestro profesor empieza a sacudir la cabeza cuando Quint recupera el aliento y añade.
–Sí, nop, estoy bien. Perfectamente feliz con mi calificación, gracias.
–¿Ve? –Gesticulo hacia él.
–Entonces, no. –El señor Chavez encoge los hombros cansado–. Lo lamento.
Sus palabras me golpean y ahora siento que soy la única que tiene dificultades para comprender.
–¿No? Pero estaba a punto de…
–Ofrecerles a ambos la oportunidad de volver a presentarlo, si quisieran hacerlo. Y… –eleva la voz mirando a mis compañeros– a cualquiera que sienta que no hizo su mejor esfuerzo en el proyecto y quisiera otra chance. Pero… este es un trabajo en equipo. O todo el equipo trabaja para mejorar su calificación o no cuenta.
–¡Pero no es justo! –digo. La queja en mi voz me incomoda. Sueno como Ellie, pero no puedo evitarlo. Quint dice que no lo hará. ¡No debería tener que depender de él, una de las personas más perezosas que conozco, solo para mejorar mi calificación!
Detrás de mí, Quint se ríe disimuladamente y giro en llamas hacia él. Se calla en el acto y luego gira en sus talones y camina hasta nuestra mesa a paso relajado. El señor Chavez empieza a garabatear algo en la pizarra blanca. Bajo mi voz mientras doy un paso adelante.
–Entonces, quiero un compañero diferente. Lo haré con Jude.
–Lo lamento, Prudence. –Sacude la cabeza–. Le guste o no, Quint es su compañero.
–Pero no lo elegí. No debería ser castigada por su falta de motivación. Y ha visto que siempre llega tarde. ¡Ciertamente no le importa esta clase, la biología marina o este proyecto!
El señor Chavez deja de escribir y me mira. Quiero creer que está reconsiderando su postura, pero algo me dice que no es el caso. Cuando habla, mi irritación solo aumenta con cada palabra.
–En la vida –dice hablando lento–, raramente podemos elegir las personas con las que trabajamos. Nuestros jefes, nuestros colegas, nuestros estudiantes, nuestros compañeros. Rayos, ni siquiera podemos elegir nuestras familias, salvo nuestras parejas –encoge los hombros–. Pero tienes que arreglártelas. Este proyecto se trataba tanto de descifrar cómo trabajar juntos como de biología marina. Y lo lamento, pero no lo lograron –alza la voz y se vuelve a dirigir a la clase–. Si alguien quiere volver a presentar su proyecto, envíeme su trabajo corregido antes del quince de agosto y deben incluir un resumen de cómo se dividió el trabajo.
Aprieto los dientes. Me doy cuenta de que estoy aferrándome a la carpeta, estrujándola contra mi pecho. El señor Chavez vuelve a centrar su atención en mí y le echa un vistazo a la carpeta, sin duda nota mis nudillos empalidecidos.
–Un consejo, Prudence.
Trago fuerte, no quiero escuchar lo que quiera decir, pero ¿qué opción tengo?
–Esto es Biología. Tal vez debería pasar algo de tiempo aprendiendo sobre los animales y los hábitats que su plan intenta proteger con tanto ímpetu y podrá decirle a la gente por qué debería preocuparse. Por qué los turistas deberían preocuparse. Y… –Señala la carpeta con su marcador–. Tal vez debería tomarse el tiempo de leer lo que escribió su compañero. Estoy seguro de que esto le sorprenderá, pero, de hecho, tiene ideas muy buenas.
Me lanza una mirada que bordea una reprimenda y vuelve a mirar la pizarra. Es claro que esta conversación terminó. Regreso lentamente a la mesa en donde Quint está inclinado contra las patas traseras de su butaca con los dedos entrelazados detrás de su cabeza. Imagino darle una patada a su asiento para hacerlo caer, pero me contengo.
–¿Qué te parece? –dice Quint jovialmente mientras me dejo caer en el asiento al lado de él–. De hecho, tengo muy buenas ideas, ¿quién lo hubiera dicho?
No respondo. Mi corazón palpita en mis oídos.
Esto es tan injusto.
Tal vez puedo hablar con la directora. Seguramente esto no puede permitirse.
Fulmino con la mirada al señor Chavez mientras revisa las calificaciones finales con algunos otros estudiantes. Debajo de mi mesa, mis manos formaron dos puños tensos. Imagino que la lapicera del profesor tiene una pérdida y mancha toda su camisa con tinta azul oscura. O deja caer su café sobre el teclado de su computadora. O…
–¡Buen día, señor C! –brama Ezra y, en su camino al cesto de papeles, le da un golpe fuerte al señor Chavez en la espalda.
–¡Ay! –grita profesor y se lleva una mano a la boca–. Ezra, modérate, hiciste que mordiera mi lengua.
Baja su mano y estoy demasiado lejos para estar segura, pero creo que puedo ver un poquito de sangre. Mmm…
No esperaba daño físico necesariamente, pero ¿sabes qué? Lo tomo.
–Lo lamento. Olvidé que eras viejo y frágil –Ezra inclina la cabeza en su camino a su mesa en donde Maya está revisando su trabajo.
Me acomodo en mi asiento. Me siento un poquito más tranquila, pero sigo hirviendo por la calificación.
–¡B+! –Ezra festeja ruidosamente y le ofrece a Maya chocar los puños–. ¡Excelente!
–¿Hasta Ezra obtuvo una calificación más alta que nosotros? –Quedo boquiabierta–. ¡Lo único que hizo fue hablar del sabor de la sopa de aleta de tiburón!
No. Esto no puede ser.
Mientras tanto, Quint sacó su teléfono y está mirando sus fotos, tan relajando como le es posible.
Mi mente da vueltas y considero lo que el señor Chavez dijo sobre mi maqueta, mi presentación. No puedo comprender qué le cambiaría. ¿Más ciencia? ¿Más biología? ¿Más discurso sobre los hábitats locales? Hice todo eso.
¿No?
De todos modos, tenga razón o no, una C y una B- me miran desde la nota adhesiva. Exhalo con fuerza por mis fosas nasales.
–¿Quint? –digo. Con voz suave y despacio, con la mirada clavada en esa odiosa nota.
–¿Sí? –responde exasperantemente alegre.
Trago fuerte. Debajo de la mesa, hundo los dedos en mis muslos como precaución. Para evitar estrangularlo.
–¿Volverías…? –aclaro mi garganta–. Por favor, ¿volverías a hacer este proyecto conmigo?
Por un momento, los dos nos quedamos quietos. Como estatuas. Puedo verlo por el rabillo del ojo. Espera hasta que la pantalla de su teléfono se oscurece y seguimos en silencio.
Mi concentración cae por el borde de la mesa. A sus manos y al teléfono que está sosteniendo con fuerza. Estoy obligada a girar la cabeza. Solo lo suficiente. Solo hasta poder mirarlo a los ojos.
Me está mirando fijo. Sin ninguna expresión.
Contengo la respiración.
Finalmente, habla con un tono cargado de sarcasmo.
–Es una oferta tentadora. Pero… no.
–Oh, vamos –digo y giro para enfrentarlo por completo–. ¡Tienes que hacerlo!
–Ciertamente, no.
–¡Pero oíste lo que dijo el señor Chavez! Tiene que ser un trabajo de equipo.
–Ah –suelta una carcajada–, ¿y ahora se supone que debo creer que seremos un equipo? –Sacude la cabeza–. No soy masoquista. Paso.
–Muy bien, clase –dice el señor Chavez y aplaude para llamar nuestra atención–. Consideren el día de hoy como un período libre mientras califico estos trabajos.
La clase explota con felicidad al saber que no tomará un examen de último minuto.
La mano de Quint sale disparada al aire, pero no espera a que le den la palabra.
–¿Podemos cambiarnos de lugar?
La mirada del señor Chavez sale disparada hacia nuestra mesa y aterriza en mí brevemente.
–Está bien, solo no hagan ruido, ¿okey? Tengo que trabajar.
La butaca de Quint araña el suelo de linóleo. Ni siquiera me mira mientras junta sus cosas.
–Nos vemos el año que viene –dice antes de irse a sentar con Ezra.
Gruño mientras festejan con un choque los cinco sus calificaciones. ¡Quint no puede estar a cargo de mi calificación, mi éxito, mi futuro!
–¿Pru? ¿Estás bien? –pregunta Jude y se desliza en el asiento vacío de Quint.
Giro hacia él, siento una tormenta en mi interior.
–¿Qué calificación recibieron Caleb y tú?
Jude vacila antes de mostrarme un papel de su carpeta. Es otra nota adhesiva azul con calificación perfecta.
Gruño molesta. Luego, al notar cómo debe sonar eso, le lanzó una mirada de envidia.
–Quiero decir, bien por ti.
–Muy convincente, hermana. –Le echa un vistazo a la cabeza de Quint–. ¿Realmente quieres volver a hacerlo?
–Sí, Quint se niega. Pero pensaré en algo. No puede evitar que vuelva a presentar mi parte del proyecto, ¿no?
–¿Quint o el señor Chavez?
–Ambos. –Me cruzo de brazos con mala cara–. Aparentemente, no incluí suficiente ciencia. Así que ahora pienso incluir toda la ciencia del mundo en este informe. Diagramaré un sector turístico en Fortuna Beach tan embarrado en ciencia que sus residentes recibirán un título en ciencia por solo vivir aquí.
–Excelente. Eso me ahorrará mucho dinero en universidad.
Jude toma su cuaderno de dibujo y empieza a trabajar en un grupo sangriento de duendes devastados por la guerra. No tiene problema para relajarse, y tampoco debería con su calificación perfecta.
Al final de la clase, el señor Chavez reparte la tarea. Nuestro último trabajo intrascendente. Por haber elegido las adaptaciones del pez rape, recibo una A+. No calma mi ira para nada.
Tan pronto suena la campana, dejo a Jude detrás mientras empieza a guardar su cuaderno. Quint y Ezra ya están cruzando la puerta. Los persigo.
–¡Espera! –digo y tomo el brazo de Quint.
Su… ¿bíceps?
Guau.
Quint gira hacia mí. Por un momento está sorprendido, pero su expresión se relaja rápidamente.
–Ahora estás actuando como una desesperada.
Apenas lo miro. ¿Qué hay debajo de su camiseta?
–¿Prudence?
Regreso a la realidad y remuevo mi mano. Siento calor en las mejillas. Quint entrecierra los ojos con desconfianza.
–Por favor –escupo–. No puedo tener una C en mi registro académico.
Sus labios se inclinan hacia un costado como si mis pequeños problemas le resultaran hilarantes.
–Haces que suene como si fueras a la cárcel. Solo es Biología de secundaria, sobrevivirás.
–¡Escuché eso! –grita el señor Chavez; está acomodando su escritorio.
–¡Por favor, señor Chavez! Dígale que tiene que hacer esto conmigo o… ¡diga que lo puedo hacer por mi cuenta!
El señor Chavez levanta la mirada y encoge los hombros.
Ayyy.
–Escucha –digo y vuelvo a mirar a Quint–. Sé que no es el fin del mundo, pero nunca recibí una C. ¡Y trabajé muy duro en esa maqueta! No tienes idea cuánta dedicación le puse a este proyecto –mis ojos comienzan a llenarse de lágrimas y me toma desprevenida. Los cierro con fuerza intentando controlar mis emociones antes de darle a Quint más municiones para atacar a Prudence: la adicta al trabajo.
–Tienes razón –dice y abro los ojos sorprendida–. No tengo idea de cuán duro trabajaste en ese proyecto –retrocede un paso y encoge los hombros–, porque no confiaste lo suficiente en mí para ayudar.
¿No confié en ti?, quiero gritar. ¡Ni siquiera lo intentaste!
–Además –añade–, tengo cosas más importantes que hacer con mi verano.
–¿Cómo qué? –bufo–. ¿Jugar videojuegos? ¿Surfear?
–Sí –responde con una risa enfadada–. Me conoces tan bien –gira y empieza a marcharse.
Siento que me quedé sin opciones. Me cubre una ola de impotencia y alimenta mi enojo todavía más. No me gusta sentirme así.
Mientras miro a Quint retirarse, cierro mis puños e imagino que la tierra se abre debajo de él y lo traga por completo.
–Ah, un minuto, ¿señor Erickson? –grita nuestro profesor.
Quint se detiene.
–Casi lo olvido. –El señor Chavez busca entre sus papeles y toma una carpeta–. Aquí está la tarea de créditos extra. Gran trabajo. Las fotos son verdaderamente impactantes.
El rostro de Quint se suaviza y toma la carpeta con una sonrisa.
–Gracias, señor C. Que tenga un buen verano.
Miro boquiabierta, estupefacta, mientras Quint sale del salón. ¿Qué fue eso?
–Un momento. –Giro hacia el profesor–. ¿Le permitió hacer créditos extra, pero yo no puedo hacer nada para subir mi calificación?
–Tenía circunstancias especiales, Prudence.
El señor Chavez suspira.
–¿Qué circunstancias especiales?
Abre la boca, pero vacila. Luego encoge los hombros.
–Tal vez debería intentar hablar con su compañero de laboratorio sobre eso.
Suelto un rugido de frustración y piso fuerte hasta la mesa para tomar mis cosas. Jude me está mirando, preocupado, sus pulgares están acomodados detrás de las tiras de su mochila. Somos los últimos dos estudiantes en el aula.
–Fue un esfuerzo valiente –dice.
–No me hables –respondo entre dientes.
Jude, siempre complaciente, no dice nada más, solo espera mientras guardo la carpeta en mi mochila y tomo la maqueta.
Siento que el universo me está haciendo una broma.