Читать книгу Karma al instante - Марисса Мейер - Страница 15
4
ОглавлениеAlzo la cabeza rápidamente. Por un segundo, estoy segura de que Jude está bromeando. Pero no… allí está. Quint Erickson, deambulando al lado del cartel que dice siéntese usted mismo cerca de la puerta. Está con una chica que no reconozco, es asiática, de contextura pequeña, su cabello está peinado en dos rodetes relajados detrás de sus orejas. Tiene shorts de jean y una camiseta desteñida que tiene una imagen de Pie Grande con las palabras: Campeón mundial de las escondidas.
A diferencia de Quint, quien está observando a Trish cantar a todo volumen, la chica está concentrada en su teléfono.
–Guau –dice Ari, se inclina sobre la mesa y baja su tono de voz, a pesar de que no hay manera de que alguien pueda oírnos sobre las estrofas guturales de Trish Roxby–. ¿Ese es Quint? ¿El Quint?
–¿Qué quieres decir con el Quint? –Frunzo el ceño.
–¿Qué? Es de lo único que has hablado este año.
–¡No es verdad! –Se me escapa una risa dura y sin humor.
–Medio que sí –dice Jude–. No sé quién está más emocionado por las vacaciones. Tú para no tener que lidiar más con él o yo por no tener que seguir escuchándote quejarte de él.
–Es más lindo de lo que imaginé –dice Ari.
–Oh, sí, es un galán –replica Jude–. Todos aman a Quint.
–Solo porque su ridiculez le resulta atractiva al común denominador de la sociedad más bajo.
Jude resopla.
–Además –disminuyo la voz–, no es tan atractivo. Esas cejas.
–¿Qué tienes en contra de sus cejas? –pregunta Ari y me mira como si tal vez debería avergonzarme por haber sugerido algo semejante.
–Por favor, son gigantes. Además, su cabeza tiene forma rara. Es como… un cuadrado.
–Prejuiciosa –murmura Ari y me lanza una mirada en broma que se inyecta debajo de mi piel.
–Solo digo.
No cederé en este punto. Es verdad que Quint no es poco atractivo. Lo sé. Cualquiera con ojos lo sabe. Pero sus rasgos faciales no son elegantes. Tiene ojos marrones aburridos e insulsos y, si bien estoy segura de que debe tener pestañas, jamás llamaron mi atención. Todo esto sumado a su bronceado permanente, su cabello corto y ondulado y su sonrisa idiota. En otras palabras, luce igual que todos los chicos surfistas de la ciudad. Es decir, completamente olvidable.
Apoyo mis dedos en el teclado y me rehúso a permitir que Quint, la tarde de karaoke o cualquier otra cosa descarrile mi concentración. Esta es la última tarea del año escolar. Puedo hacerlo.
–¡Hola, Quint! –grita Jude, su mano sale disparada hacia arriba y lo saluda.
–¡Traidor!
Estoy boquiabierta.
–Lo lamento, hermana. –Jude me mira con una mueca–. Me vio y entré en pánico.
Inhalo lentamente a través de mis fosas nasales y me atrevo a echar un vistazo hacia la puerta del restaurante. Es verdad, Quint y su amiga están caminando hacia nosotros. Él sonríe como siempre; es como uno de esos cachorros un poco tontos que son incapaces de darse cuenta de que están rodeados por amantes de los gatos. Simplemente asumen que todos están felices por verlos, todo el tiempo.
–Jude, ¿todo bien? –pregunta Quint. Su atención cae sobre mí y observa mi libro y la computadora, su sonrisa es endurece un poquito–. Prudence, trabajando duro, como siempre.
–El trabajo de calidad no aparece de la nada –respondo.
–¿Sabes? –Chasquea los dedos–. Yo también solía creer eso, pero después de trabajar un año contigo, empiezo a tener mis dudas.
–Qué placer encontrarte aquí. –Entrecierro los ojos, mi sarcasmo es tan filoso que casi me corta. Vuelvo a mirar la pantalla. Necesito un segundo para recordar cuál era la consigna.
–Quint –dice Jude–, esta es nuestra amiga Araceli. Araceli, Quint.
–Hola –saluda Quint. Desvío solamente mis ojos y veo que chocan los puños. Cuando Quint inicia el movimiento, parece el saludo más sencillo y natural del mundo, a pesar de que no creo haber visto a Ari saludar a alguien de esa manera–. Un placer conocerte, Araceli. Lindo nombre. No vienes a nuestra escuela, ¿no?
–No. Voy a St. Agnes –responde–. Y puedes decirme Ari.
Pongo mala cara, pero mi cabeza está baja así que nadie puede verme.
–Ari, ah, ella es Morgan. Va a la universidad comunitaria en Turtle Cove. –Quint gesticula hacia la chica, quien se detuvo unos pasos atrás y está observando el escenario con algo parecido a consternación.
–Un placer conocerlos –dice, educada pero distante.
Hay una ronda incómoda de saludos, pero la atención de Morgan ya regresó al escenario, donde alguien canta una canción country sobre cervezas frías y pollo frito.
–Morgan dice que la comida de aquí es genial –explica Quint–. Quiere que pruebe… ¿Qué era? Ton… Toll…
Mira a su amiga para pedir ayuda.
–Tostones –responde y vuelve a mirar su teléfono. Luce enojada mientras toca la pantalla con sus pulgares; imagino un intercambio de mensajes bélicos entre ella y su novio.
–Son muy ricos –afirma Jude.
Quint señala hacia el karaoke.
–No esperaba que la comida estuviera acompañada de entretenimiento gratis.
–Nosotros tampoco –murmuro.
–Es algo nuevo que está intentando el restaurante –Ari empuja la carpeta con canciones hacia ellos–. ¿Cantarás?
Quint se ríe, suena casi autocrítico.
–Nah, les tendré piedad a las pobres personas de la rambla. Odiaría espantar a los turistas cuando la temporada recién empieza.
–Todos creen que cantan terrible –dice Ari–, pero muy pocas personas son tan malas como creen.
–Disculpa –Quint inclina la cabeza hacia un costado y sus ojos saltan de Ari a mí–, ¿eres a amiga de ella?
–¿Perdón? –replico–. ¿Qué significa eso?
–Estoy tan acostumbrado a tus críticas –encoje los hombros–; es extraño conocer a alguien que me da el beneficio de la duda.
–¡Ey, miren! –grita Jude–. ¡Es Carlos! Justo a tiempo para evitar un momento dolorosamente incómodo.
Carlos pasa por al lado de nuestra mesa cargando una bandeja con vasos vacíos.
–Solo vengo a ver cómo está mi mesa favorita. ¿Se les unirán? ¿Puedo ofrecerles algo de beber?
–Eh… –Quint le echa un vistazo a Morgan–. Seguro, una bebida suena bien. ¿Qué están tomando? –señala a nuestros vasos con líquido rojizo.
–Shirley Temple –dice Ari.
–Esa es una actriz, ¿no? –Quint luce confundido.
–¿Alguna vez probaste uno? –Ari se endereza–. Sí, era una actriz, se hizo famosa cuando era niña. Pero la bebida… deberías probarla. Piensa en felicidad en un vaso.
–Piensa diabetes y una falta severa de dignidad –masculla Morgan todavía concentrada en su teléfono.
Quint le lanza una mirada casi divertida con una pizca de algo que parece lástima. Me molesta reconocer esa expresión. Me ha mirado de esa manera casi todos los días desde el inicio del año escolar.
–Acabo de darme cuenta de que probablemente te llevarías bien con Prudence –dice.
Morgan alza la mirada, confundida y sé que se está preguntando quién es Prudence, pero en vez de indagar dice:
–¿Por qué eso sonó como un insulto?
–Larga historia –Quint sacude la cabeza y luego mira a Carlos y asiente–. Tomaremos dos Shirley Temple.
–No, paso –interviene Morgan–. Tomaré un café helado con leche de coco.
–Seguro –dice Carlos–. ¿Se unirán a mis clientes habituales?
Quint le echa un vistazo a nuestra cabina; es grande, podrían caber hasta ocho personas si quisiéramos sentarnos cerca. Definitivamente, entrarían dos más.
Pero su mirada cae sobre mí y mi mirada helada y, por milagro, recibe el mensaje.
–De hecho… –Gira en su lugar. El restaurante se está llenando rápido, pero hay una mesa cerca del escenario que acaba de ser liberada; dejaron atrás una bandeja a medio terminar de nachos y servilletas arrugadas–. ¿Esa mesa está libre?
–Sí, haré que la limpien para ustedes –Carlos señala el libro de canciones–. No sean tímidos, niños. Necesitamos más cantantes. Escriban sus canciones, ¿sí? Te estoy mirando a ti, Pru.
Quint hace un sonido con su garganta, algo entre desconcierto y diversión. Hace que sienta un escalofrío.
–Gracioso –dice cuando Carlos se dirige a la barra.
–¿Qué es gracioso? –pregunta.
–La idea de verte cantar karaoke.
–Puedo cantar –respondo a la defensiva, antes de sentirme obligada a añadir–. Me defiendo.
–Estoy seguro de que puedes –dice Quint sonriendo porque, ¿cuándo no está sonriendo?–. Es solo difícil imaginarte lo suficientemente relajada para hacerlo.
Relajada.
No lo sabe, o tal vez sí, pero Quint acaba de tocar un punto sensible. Tal vez sea porque soy perfeccionista. O porque sigo las reglas o me gusta destacarme, el tipo de persona que preferiría ser la anfitriona de una sesión de estudio en vez de una fiesta. Tal vez sea porque mis padres me dieron el desafortunado nombre de Prudence.
No me gusta que me digan que me relaje.
Puedo relajarme. Puedo divertirme. Quint Erickson no me conoce.
Jude, sin embargo, me conoce demasiado bien. Me está observando, su expresión está ensombrecida con preocupación. Luego, gira hacia Quint.
–En realidad, Pru y yo solíamos ir a un karaoke todo el tiempo cuando éramos niños –dice un poco demasiado fuerte–. Mi hermana solía entonar una versión brillante de Yellow Submarine.
–¿De verdad? –dice Quint, sorprendido. Está mirando a Jude, pero luego su mirada de desliza hacia mí y puedo ver que no tiene idea de que mi sangre hierve en este momento–. Pagaría dinero para verlo.
–¿Cuánto? –escupo.
Se detiene, no está seguro si estoy bromeando o no.
Una camarera aparece y les señala la mesa ahora libre de platos viejos y con dos vasos de agua.
–Su mesa está libre.
–Gracias –dice Quint. Parece aliviado de tener un escape de esta conversación. Estoy eufórica–. Fue bueno verte, Jude. Un placer conocerte… Ari, ¿no? –vuelve a mirarme a mí–. Supongo que te veré en clase.
–No lo olvides. –Golpeo el libro–. Doscientas cincuenta palabras sobre tu adaptación acuática preferida.
–Cierto. Gracias por el recordatorio. ¿Ves? ¿Fue tan difícil?
–De todas formas no tiene sentido –digo con dulzura–, ya que ambos sabemos que lo escribirás cinco minutos antes de que empiece la clase, si es que lo haces.
Su sonrisa se queda fija en su lugar, pero puedo ver que está cansado.
–Siempre un placer, Prudence –hace una especie de saludo militar con un dedo antes de marcharse con Morgan a su mesa.
–Uhh –gruño–. Sé que lo olvidará. ¿Y la peor parte? El señor Chavez lo dejará pasar, como siempre. Es…
–Exasperante –Ari y Jude repiten al unísono.
–Bueno, lo es –resoplo. Vuelvo a activar la computadora. Necesito un minuto para recordar sobre qué estaba escribiendo.
–No me mates por esto –empieza Ari–, pero no me pareció tan malo.
–No lo es –replica Jude–. Pésimo compañero de laboratorio, tal vez, pero sigue siendo un buen chico.
–“Pésimo” no es suficiente. Honestamente no sé qué hice para merecer este castigo kármico.
–¡Ah! –Los ojos de Ari se iluminan–. Eso me da una idea.
Toma el libro de canciones y empieza a pasar las páginas.
Jude y yo nos miramos, pero no preguntamos qué canción está buscando. Jude toma su bebida y la termina de un solo trago.
–Tengo que irme –dice–. Se supone que me reuniré con los chicos a las siete para empezar a planear la próxima campaña. –Frunce las cejas y mira a Ari–. ¿Realmente crees que cantarás? Porque podría quedarme, si necesitas apoyo moral.
–Estaré bien –Ari agita una mano–. Ve a explorar tu calabozo infestado de duendes o como se llamen.
–De hecho, infestado de kobolds –dice Jude mientras se desliza de la cabina–. Y tengo algunas ideas geniales para unas trampas para esta campaña. Además, ¿sabes?, probablemente haya un dragón.
–Nunca puede haber demasiados dragones –replica Ari, todavía escanea la lista de canciones.
Contemplo preguntar qué es un “kobold”, pero no estoy segura de tener el espacio mental para una de las explicaciones entusiasmadas de Jude, así que solo sonrío.
–No se llama Calabozos y Dragones por nada.
–¡La tienen! –dice Ari y gira la carpeta en mi dirección–. Sé que conoces esta canción.
Sospecho que eligió algo de los Beatles, pero en cambio está señalando una canción de la carrera solista de John Lennon: Instant Karma! (We All Shine On).
–Oh, sí, es una buena elección –dice Jude inclinado sobre la mesa para ver el título–. Podrías hacerlo, Pru.
–No cantaré.
Ari y Jude me miran con una ceja en alto.
–¿Qué?
Ari encoge los hombros y vuelve a tomar la carpeta.
–Solo pensé que tal vez querrías probarle a Quint que estaba equivocado.
Levanto un dedo enojada.
–No tengo que probarle nada.
–Por supuesto que no –replica Jude y acomoda su mochila sobre un hombro–. Pero no tiene nada de malo que le muestres a las personas que puedes hacer más que obtener buenas calificaciones. Que puedes, ya sabes… –da un paso hacia atrás, tal vez teme que lo golpee, y susurra–, divertirte.
–Sé que puedo divertirme.
Lo fulmino con la mirada.
–Yo lo sé –dice Jude–, pero hasta tú tienes que admitir que es un secreto bien guardado.