Читать книгу Karma al instante - Марисса Мейер - Страница 9

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Quint Erickson está llegando tarde.

Otra vez.

No debería sorprenderme. No lo estoy. Estaría más asombrada si, de hecho, llegara a horario. Pero ¿en serio? ¿Hoy? ¿De todos los días?

Burbujeo en mi silla, mis dedos tamborilean sobre el soporte visual que preparé para la presentación de hoy; el cartón está plegado sobre nuestra mesa de laboratorio. Mi atención se divide entre mirar el reloj sobre la puerta de nuestro salón y repetir en silencio las palaras que he estado memorizando toda la semana. Nuestras playas y costas son el hogar de algunas especies destacables. Peces, mamíferos, tortugas de mar y…

–Los tiburones –dice Maya Livingstone parada delante del salón– han sido severamente maltratados por Hollywood durante décadas. ¡No son los monstruos que los humanos dicen que son!

–Además –añade su compañero de laboratorio, Ezra Kent–, ¿quién se come a quién? Quiero decir, ¿sabían que la gente come tiburones?

–Para esclarecer –Maya le echa un vistazo a Ezra frunciendo el ceño–. En general, solo sus aletas.

–¡Correcto! Hacen sopa con ellas –añade el chico–. La sopa de aleta de tiburón es un manjar exótico porque son como gomosas y crocantes a la vez. ¡Imaginen eso! Definitivamente la probaría.

Algunos de nuestros compañeros simulan arcadas, aunque es obvio que Ezra intenta obtener precisamente esa reacción. La mayoría de la gente lo llama EZ, como “fácil” en inglés. Solía pensar que era una alusión a su vida sexual, pero ahora creo que solo es por su personalidad básica. Los profesores aprendieron a no sentarlo cerca de Quint.

–Como decía –Maya intenta encaminar la presentación. Explica los métodos horribles para atrapar a los tiburones y cortar sus aletas para luego regresarlos al agua. Sin sus aletas, se hunden hasta el fondo del océano y se ahogan o son devorados por otros depredadores.

Toda la clase esboza una mueca.

–¡Y luego los hacen sopa! –grita Ezra, solo en caso de que alguien se hubiera perdido esa parte antes.

Pasa otro minuto.

Muerdo el interior de mi mejilla, intentando calmar los nervios que se retuercen dentro de mí. La misma queja se repite en mi mente por enésima vez.

Quint Erickson es el peor.

Hasta se lo mencioné ayer. “Recuerda, Quint, tenemos una presentación importante mañana. Tienes que traer el informe. Se supone que debes ayudarme con la introducción. Así que, por favor, por el amor de todo lo que es bueno y justo en este mundo, esta única vez, no llegues tarde”.

¿Su respuesta?

Encoger los hombros.

“Soy un hombre ocupado, Prudence. Pero haré mi mejor esfuerzo”.

Seguro. Tiene tantas cosas que hacer un martes antes de las 8:30 a. m.

Sé que puedo lidiar con la introducción por mi cuenta. Después de todo, he estado practicando sin él. Pero se supone que traerá las copias que preparamos. Hojas que el resto de la clase puede mirar mientras hablamos. Papeles que mantendrán sus aburridos y desinteresados ojos alejados de .

La clase empieza a aplaudir con poco entusiasmo y me concentro de golpe. Uno mis manos para uno, dos aplausos antes de dejarlas caer sobre mi escritorio. Maya y Ezra recogen su presentación. Le echo un vistazo a Jude en la primera fila y, aunque solo puedo ver su nuca, sé que sus ojos no abandonaron a Maya desde que se puso de pie y no lo harán hasta que la chica vuelva a sentarse y no tenga otra opción más que desviar la mirada o arriesgarse a llamar la atención. Siento gran cariño por mi hermano, pero su enamoramiento por Maya Livingstone ha estado bien documentado desde quinto año de primaria y, siendo honesta, parece ser un caso perdido.

Tiene mi apoyo, en serio. Después de todo, es Maya Livingstone. Casi toda nuestra clase está enamorada de ella. Pero también conozco a mi hermano. Nunca tendrá las agallas para finalmente invitarla a salir.

Por consiguiente, caso perdido.

Pobre Jude.

Pero regresemos a pobre Prudence. Maya y Ezra se acomodan en sus asientos y todavía no hay señales de Quint ni de las copias que se suponía debía traer con él.

En un acto de desesperación, busco mi labial rojo en mi bolsa y lo apoyo sobre mis labios, solo en caso de que se haya desvanecido la capa que apliqué antes de clase. No me gusta usar mucho maquillaje, pero un labial atrevido incrementa mi confianza instantáneamente. Es mi armadura. Mi arma.

Puedes hacer esto, me digo a mí misma. No necesitas a Quint.

Mi corazón comienza a bailar dentro de mi pecho. Mi respiración se acelera. Vuelvo a guardar el labial en mi bolsa y tomo mis tarjetas ayuda memoria. No creo que las necesite. He practicado tantas veces que puedo hablar sobre hábitats y ecología mientras duermo; pero tenerlas conmigo me ayudará a calmar mis nervios.

Por lo menos, eso creo. Espero que sí.

De repente, temo que mis palmas sudorosas puedan borronear la tinta y la tornen ilegible y mis nervios vuelven a recuperar fuerza.

–Y llegamos a la última presentación del año –dice el señor Chavez y me mira casi con compasión–. Lo lamento, Prudence. Hemos demorado todo lo posible, tal vez Quint se nos una antes de que termines.

–Está bien. –Fuerzo una sonrisa–. De todos modos, planeaba hablar la mayor parte del tiempo.

No está para nada bien. Pero nada puede hacerse ahora.

Me pongo de pie lentamente, guardo mis notas en mi bolsillo, tomo la presentación y la bolsa de tela que traje repleta de materiales extra. Mis manos están temblando. Pauso solo lo suficiente para exhalar completamente, cerrar los ojos con fuerza y repetir la frase que siempre me digo a mí misma cuando tengo que hablar o presentarme en público: Solo son diez minutos de tu vida, Prudence, y luego terminará y podrás seguir adelante. Solo diez minutos. Puedes hacerlo.

No soy terrible hablando en público, de hecho, una vez que empiezo, soy bastante buena. Sé cómo proyectar mi voz para que todos puedan oírme. Siempre practico ad nauseum, hasta el cansancio, para no trabarme y trabajo duro en ser vivaz y entretenida.

Los momentos previos son espantosos. Siempre estoy segura de que algo saldrá mal. Mi mente se pondrá en blanco y olvidaré todo. Empezaré a sudar. Me ruborizaré. Me desmayaré. Pero una vez que empiezo, suelo estar bien. Solo tengo que decir la primera oración… y luego, en un abrir y cerrar de ojos, todo terminará. Y escucharé lo mismo de siempre: “Guau, Prudence. Eres una oradora natural. Eres una presentadora excelente. Buen trabajo”.

Palabras que tranquilizan mi alma frenética.

Al menos mis profesores suelen decir cosas así. El resto de mis compañeros raramente se molestan en prestarme atención.

Lo que no me molesta en absoluto.

Tardo un par de segundos en acomodarme, acomodo la presentación sobre la pizarra blanca y apoyo mi bolsa con sorpresas en un costado. Luego, muevo la mesa con rueditas con la maqueta que traje antes de que iniciara la clase, todavía está cubierta por una tela azul.

Sujeto mis tarjetas en una mano y con la otra tomo la vara que el señor Chavez usa para señalar detalles en sus diapositivas de PowerPoint.

Le sonrío a mis compañeros.

Intento encontrar la mirada de Jude, pero está haciendo garabatos en su cuaderno y no recibe mensajes.

Genial, hermano. Gracias por el apoyo.

El resto de la clase clava en mí su mirada prácticamente comatosa por el aburrimiento.

Se me retuerce el estómago.

Solo empieza.

Solo son diez minutos.

Estarás bien.

Inhalo.

–Iba a tener material suplementario para que puedan mirar –mi voz suena aguda y hago una pausa para aclarar mi garganta antes de continuar– y seguir la presentación. Pero Quint debía traerlo y… no está aquí.

Aprieto los dientes. Quiero hacer notar la injusticia de esta situación. ¡Los compañeros de todos los demás vinieron! Pero el mío no se molestó en aparecer.

–Bueno –continúo y agito la vara en el aire con dramatismo–. Aquí vamos.

Camino delante de la presentación y exhalo entrecortadamente.

Solo empieza.

Sonriente, inicio mi introducción ya preparada.

–Algo que he aprendido sobre la biología marina, gracias al tutelaje excepcional del señor Chavez… –pauso para señalar con entusiasmo a nuestro profesor–, es que somos muy afortunados de tener acceso a una floreciente vida marina aquí en Fortuna Beach. Nuestras playas y aguas costeras son el hogar de especies maravillosas. Peces y mamíferos, tortugas marinas y tiburones…

–Los tiburones son peces –dice Maya.

Me tenso y le lanzo una mirada fulminante. Nada como una interrupción innecesaria para descarrillar una presentación bien ensayada.

Las interrupciones son el enemigo.

Vuelvo a invocar mi sonrisa. Estoy tentada a volver a empezar, pero me obligo a seguir adelante. Peces y mamíferos, tortugas marinas y tiburones…

–… hasta los ricos ecosistemas de plancton y vida vegetal que pueden encontrarse en la bahía de Orange Bay. Estos recursos son un tesoro y es nuestra responsabilidad disfrutarlos y protegerlos. Por eso, para nuestro proyecto, Quint y yo decidimos concentrar nuestros esfuerzos en… –Hago una pausa para un efecto dramático–. ¡Conservación marina a través de ecoturismo!

Con un movimiento elegante, levanto la tela azul y revelo mi modelo hecho a mano de la calle principal de Fortuna Beach, el centro turístico se despliega de manera paralela a la playa y a la rambla.

No puedo resistir y echo un vistazo a mi alrededor para ver las reacciones de mis compañeros. Algunos en las primeras filas estiran el cuello para ver la maqueta, pero la mayoría tiene la mirada clavada en las ventanas atravesadas por rayos de sol o intenta enviar mensajes con su teléfono debajo de su escritorio discretamente.

Por lo menos, el señor Chavez parece intrigado mientras estudia el modelo. Jude alzó la cabeza, sabe las largas horas de trabajo que le dediqué a esta presentación. Encuentra mi mirada y alza los pulgares de manera sutil, pero alentadora.

Me ubico detrás de la mesa para poder inclinarme sobre la maqueta y señalar las secciones más importantes. Siento la adrenalina en mi cuerpo, ya no tengo la sensación de que me desmoronaré en una pila de pánico. Ahora estoy energizada.

–Nuestro nuevo centro turístico será el Resort & Spa Orange Bay, pensado para una clientela de alto nivel. Visitantes que aprecien lujos y anhelen aventuras, pero… ¡cielos! –chasco mis dedos con picardía–, que también se preocupen por nuestro medio ambiente. –Señalo un rascacielos con la vara–. Una construcción con materiales reciclados y numerosos mecanismos para conservar agua y ahorrar energía, este resort será de lo único que hable la ciudad. Pero nuestros turistas no solo vendrán aquí a dormir. Vendrán a explorar. Por ese motivo, Fortuna Beach necesita nuevas estaciones para alquilar bicicletas eléctricas posicionadas en los dos extremos de la rambla. –Señalo las pequeñas estaciones con bicicletas con la vara–. También podrán alquilar botes eléctricos que partirán desde el muelle privado del resort. Pero lo que realmente atraerá turistas, lo que verdaderamente distinguirá a Fortuna Beach como destino imperdible para nuestros viajeros con conciencia ecológica…

La puerta del aula se abre de golpe y se golpea con fuerza contra la pared.

Me sobresalto.

–¡Lo lamento, señor C! –dice una voz que eriza los cabellos de mi nuca. Mi sorpresa desaparece y es reemplazada por ira apenas contenida.

Aprieto los dientes y le lanzo una mirada fulminante a su cabeza mientras llega a nuestra mesa compartida en la última fila y deja caer su mochila. El cierre es tan ruidoso como el motor de un avión. Comienza a silbar –silbar– mientras hurga entre el caos de papeles, libros, plumas y las porquerías que acumuló durante nueve meses en esa cosa.

Espero. Alguien tose. Por el rabillo del ojo, puedo ver a Jude moviéndose en su lugar, incómodo por mí. Salvo que, por algún motivo, no estoy incómoda. Normalmente, una interrupción tan gigante como esta me hubiera transformado en una masa de nervios, pero en este momento estoy demasiado ocupada estrujando la vara mientras pretendo que es el cuello de Quint. Podría quedarme aquí parada todo el día, a pesar del silencio incómodo, esperando a que Quint se percate de la irrupción que causó.

Pero, para sumar a mi frustración sin fin, Quint parece alegremente absorto. De mi molestia. De haberme interrumpido en el medio de nuestra presentación. Del silencio incómodo. No estoy segura de que sepa lo que significa “incómodo”.

–¡Ajá! –anuncia victoriosamente y toma una carpeta verde neón de su mochila. Incluso desde aquí puedo ver que la esquina está doblada. Abre la tapa y toma nuestros informes. No puedo notar cuántas páginas son. Tres o cuatro, probablemente en doble faz, porque ¿quién desperdicia papel en un informe sobre ecología?

Espero que lo haya hecho en doble faz.

Quint distribuye nuestros informes; páginas abrochadas para nuestros compañeros y una carpeta de tres anillos para el señor Chavez. No lo hace con el método eficiente de “toma una copia y pasa las demás” que yo hubiera utilizado, posiblemente porque es el ser humano más ineficiente del planeta. No, avanza por los pasillos y entrega una por una. Sonríe, recibe sonrisas. Podría ser un político cortejando a las masas con su paso informal y expresión relajada. Una de las chicas hasta agita sus pestañas cuando toma el informe y murmura de forma coqueta: “Gracias, Quint”.

Mis nudillos están blancos alrededor de la barra. Imagino que Quint se lastima el dedo gordo del pie con una de las mesas o que se resbala por químicos derramados y se dobla un tobillo. Incluso mejor, imagino que por su tardanza y apuro tomó la carpeta equivocada y está repartiendo treinta y dos copias de una apasionada carta de amor que escribió para nuestra directora, la señora Jenkins. Incluso él no puede ser inmune a ese tipo de humillación, ¿o sí?

Nada de esto importa, por supuesto. Mis sueños de justicia cósmica nunca se hacen realidad. Pero mis nervios se han calmado un poco para cuando Quint llega al frente del salón y finalmente se digna a mirarme.

El cambio es instantáneo, lo domina una actitud defensiva, alza el mentón, oscurece los ojos mientras nos alistamos para la batalla. Algo me dice que ha estado preparándose para este momento desde que entró al salón. Con razón se tomó su tiempo para repartir las copias.

Intento sonreír, pero el resultado se parece más a una mueca.

–Qué bueno que hayas podido acompañarnos.

–No me lo perdería, compañera.

Su mandíbula se retuerce. Sus ojos avanzan hasta la maqueta y, por un momento, hay un dejo de sorpresa en su rostro. Hasta podría estar impresionado.

Como debería ser. Impresionado y también avergonzado porque es la primera vez que la ve.

–Linda maqueta –murmura y se acomoda al otro costado de mi miniatura de la calle principal–. Veo que omitiste el centro de rehabilitación que sugerí, pero…

–Tal vez si hubiera tenido más ayuda, podría haber concedido pedidos innecesarios.

Suelta un gruñido por lo bajo.

–Cuidar de los animales que resultan heridos por el turismo y el consumismo no es…

El señor Chavez tose sonoramente sobre su puño e interrumpe la disputa. Nos mira cansado.

–Dos días más, chicos. Tienen que soportar la presencia del otro literalmente solo dos días más. ¿Podemos continuar con la presentación sin derramar sangre?

–Por supuesto, señor Chavez –afirmo.

–Lo lamento, señor C –dice Quint al mismo tiempo y echo un vistazo en su dirección.

–¿Prosigo o quieres contribuir algo?

Quint finge una reverencia y me hace un gesto con la mano.

–El escenario es tuyo –dice y añade por lo bajo–. De todas formas, no lo compartirías.

Algunos de nuestros compañeros en la primera fila lo escuchan y sueltan una risita. Ah, sí, es graciosísimo. La próxima vez, ustedes intenten trabajar con él y vean cuán divertido es.

Vuelvo a mostrar mis dientes.

Pero cuando miro nuestra presentación, mi mente se pone en blanco.

¿En dónde estaba?

Oh, no. Oh, no.

Esta es mi peor pesadilla. Sabía que esto sucedería. Sabía que mi mente quedaría en blanco.

Y sé que es culpa de Quint.

El pánico inunda mi cuerpo, tomo mis tarjetas y las paso torpemente con una sola mano. Resort y spa… bicicletas eléctricas… Algunas caen al suelo. De repente, mi rostro está tan caliente como una hornalla.

Quint se inclina y recoge las tarjetas. Se las arrebato de la mano y mi corazón se acelera. Puedo sentir los ojos aburridos de la clase sobre mí.

Odio a Quint. A su completo desinterés por todos menos él. A su negativa a llegar a tiempo. Su incapacidad de hacer algo útil.

–¿Podría decir algo también? –dice Quint.

–¡Lo tengo bajo control! –replico.

–Bueno, está bien. –Alza las manos de manera defensiva–. Quiero decir, también es mi presentación, sabes.

Cierto. Porque hiciste tanto para ayudarnos a prepararnos.

–Lo que verdaderamente distinguirá a Fortuna Beach –susurra Jude. Me quedo quieta y lo miro, estoy tan agradecida por él como irritada con Quint. Mi hermano sube otro pulgar y tal vez nuestra telepatía de mellizos sí está funcionando porque estoy segura de que puedo escuchar sus palabras alentadoras. Tú puedes, Pru. Solo relájate.

Mi ansiedad disminuye. Por enésima vez, me pregunto por qué el señor Chavez tuvo que torturarnos y elegir nuestros compañeros de laboratorio cuando Jude y yo hubiéramos sido un equipo excelente. Este año hubiera sido sencillo de no ser por Biología Marina con Quint Erickson.

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