Читать книгу Karma al instante - Марисса Мейер - Страница 21

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Mi dolor de cabeza casi ha desaparecido a la mañana siguiente, pero todavía siento una leve sensación de mareo que nubla el interior de mi cerebro cuando imprimo la tarea sobre el pez rape y lo que escribió Jude sobre el tiburón peregrino mientras me visto.

–Último día –le susurro a mi reflejo en el espejo del baño. Las palabras son como un mantra, me motivan mientras me cepillo los dientes y desenredo los mismos nudos en mi cabello de todas las mañanas. Último día. Último día. Último día.

Me desperté casi una hora más tarde de mi horario habitual y ya puedo escuchar el caos de mi familia a todo ritmo en la planta baja. Papá puso un disco de Kinks y es una de sus canciones más vivaces y animadas, Come Dancing. Papá tiene la teoría de que empezar la mañana con música que te hace sentir bien, automáticamente hará que tengas un día maravilloso. Quiero decir, creo que tiene algo de razón y creo en empezar el día con el pie correcto con tanta frecuencia como sea posible, pero a veces sus canciones alegres a la mañana son más chillonas que inspiradoras. Todos en la familia han intentado decírselo en diferentes ocasiones, pero desestima las críticas. Creo que puede que ya tenga lista la lista de reproducción para este verano.

Ellie –con cuatro años y llena de Grandes Emociones– está gritando por encima de la música sobre quién sabe qué. Hay días en los que siento que la vida de Ellie es solo un gran berrinche. “No, no me daré un baño”. “No, no quiero usar calcetines”. “No, odio esas galletas”. “Ey, Lucy está comiendo mis galletas, no es justooooo”. Escucho un golpe y algo cae por las escaleras seguido por el grito de mamá.

–¡Lucy! ¡Dije que adentro de casa no!

–¡Lo lamento! –suena la disculpa no tan arrepentida de Lucy. Un segundo después, escucho el crujido de las bisagras de la puerta trasera.

Lucy tiene trece años y está amargada por tener que empezar la segundaria después del verano, donde oficialmente volverá a la base de la pirámide social, creemos fue intercambiada al nacer con nuestra verdadera hermana. Por lo menos, eso es lo que Jude y yo sospechamos. Para empezar, Lucy es popular. Extrañamente popular. Y no como en las películas de adolescentes. No usa tacones ni pasa todo su tiempo libre en el centro comercial, y no es ni despistada ni grosera. Simplemente le cae bien a la gente. A todo tipo de personas. Por lo que sé, con mi limitado conocimiento de los círculos sociales de la primaria de Fortuna Beach, Lucy tiene conexiones con la mayoría de ellos. Juega casi todos los deportes. Posee un conocimiento funcional de los espectáculos de porristas, fiestas de recaudaciones de fondos y otros eventos que Jude y yo evitamos regularmente. Puede ser un poco inquietante.

El único grupo con el que parece no tener mucha conexión es con nosotros. No tiene ningún interés en la música; raramente escucha la radio y suele usar sus auriculares para ponerse al día con el último podcast sobre crímenes en vez de oír la canción del día de papá. Es la única de la familia que nunca intentó aprender a tocar un instrumento. Yo probé el piano por dos años y Jude hizo un verdadero esfuerzo con la guitarra. Ninguno de los dos mejoró en realidad y ambos nos rendimos a mitad de primaria. El pobre teclado que mis papás eligieron para mí en la tienda de empeño local ha estado juntando polvo en una esquina de nuestra sala de estar desde entonces.

Y luego está Penny de nueve años, quien ama la música, pero no el tipo que mis padres han intentado hacernos amar lavándonos el cerebro. En cambio, le gusta el pop y el R&B y algo de música alternativa, algo como el top 40 de canciones que no suele aparecer en una tienda de discos. Ella es la única razón por la que conozco algunos artistas contemporáneos y, siendo honesta, mi conocimiento es bastante pobre. De hecho, si mis padres no nos hubieran arrastrado a ver Yesterday, una película inspirada en los Beatles, no sabría quién es Ed Sheeran.

Irónicamente, Penny también las única de los niños Barnett que toca un instrumento. O algo así. Aprende violín hace tres años. Uno creería que, aun siendo una niña, debería haber progresado algo en tres años, pero el sonido que extrae de esas cuerdas es tan punzante hoy como el día en que empezó. Puedo escucharla practicar en el cuarto que comparte con Lucy mientras me aplico el labial rojo más intenso que tengo. Hoy necesito la energía. No estoy segura de si está intentando seguir la melodía de los Kinks o si está practicando una lección rápidamente. De todos modos, está haciendo que mi dolor de cabeza regrese. Resoplo irritada e intento cerrar la puerta del baño.

Un pie aparece en el pasillo y detiene la puerta, que rebota hacia mí.

–Hola –dice Jude reposándose contra el marco de la puerta–. ¿Puedes saborear la libertad en el aire?

–Es gracioso. –Presiono mis labios pensativa–. Sabe igual que la pasta dental extrablanqueadora. –Tapo a mi labial y lo dejo caer en mi bolsa de maquillaje, paso junto a mi hermano y me meto en mi habitación–. ¿Hiciste planes para sitiar la Caverna de los Duendes o algo así?

–Si de verdad quieres saber, es la Isla de Gwendahayr. Estoy diseñando la incorporación de una serie de ruinas antiguas que contienen pistas de un hechizo verdaderamente poderoso, pero si intentas invocar el hechizo en el orden incorrecto o si no descubriste todo el procedimiento, sucederá algo horrible. Todavía no estoy seguro de qué. –Vacila antes de añadir–: Tal vez abrirá una cueva repleta de duendes.

Me sigue, pero se queda en la puerta. Es una regla tácita en nuestro hogar: nunca entrar en una habitación sin invitación verbal. En general, nuestra familia suele carecer de límites firmes, así que este es uno que Jude y yo protegemos a toda costa. La casa en que vivimos no está preparada para nosotros siete. Solo hay tres habitaciones oficiales; la principal de mis padres, Lucy y Penny comparten camas marineras y yo estoy en la tercera habitación; Jude duerme en el sótano reconvertido. Pero la “bebé” Ellie sigue durmiendo en una cama de niños en la habitación de mis padres y ya está creciendo; últimamente hubo charlas sobre reubicarnos. Me aterroriza pensar que perderé mi santuario privado. Por suerte, mis padres han estado demasiado ocupados en la tienda para molestarse en reacomodarnos y redecorar, así que el status quo continúa. Por ahora.

–¿Cómo estuvo el resto del karaoke?

–Muy amable de tu parte preguntar –le frunzo el ceño–, ya que alguien me anotó para cantar Instant Karma! Y no se molestó en contármelo.

–¿En serio? –Arquea su ceja.

–Por favor. –Arrugo los labios–. Está bien, no estoy enojada. De hecho, fue –muevo mi cabeza de un lado a otro– divertido. Pero, de todos modos, la próxima dame alguna advertencia, ¿sí?

–¿Qué? Yo no te anoté.

Dejo de trenzar mi cabello por un instante y lo miro. Realmente lo miro.

Parece estar sorprendido de verdad.

Al igual que Ari.

–¿No lo hiciste?

–No. No haría eso. No sin tu permiso.

Envuelvo la cinta elástica al final de la trenza y la aseguro en su lugar.

–Pero, si tú no fuiste y Ari tampoco…

Nos quedamos callados un momento.

–¿Quint? –pregunta Jude con vacilación.

–No. –Estaba pensando en lo mismo, pero tengo que desestimarlo. Quint no podría habernos escuchado hablar de esa canción. Y Carlos tampoco estaba cerca–. ¿Tal vez la mujer que estaba dirigiendo el karaoke? ¿Nos escuchó hablar y creyó que necesitaba un empujoncito extra?

–No sería muy profesional.

–No, no lo sería. –Tomo mi mochila de donde la dejé colgando en mi silla ayer a la noche–. De todos modos, supongo que no importa. Canté. Bailé. Estuve bastante decente, aunque lo diga yo.

–Lamento habérmelo perdido.

–Apuesto que sí. También imprimí tu tarea.

Le doy su informe de una página.

–Gracias. Entonces –golpea sus nudillos contra el marco de la puerta–, estaba pensando en ir a la fogata de fin de año esta noche.

–¿Qué? ¿Tú? –Jude sería un pez fuera del agua en la fiesta de la fogata anual de Fortuna Beach tanto como yo. No fuimos el año pasado, aunque muchos de nuestros compañeros fueron. Hasta recuerdo que algunos de nuestros pares iban cuando todavía estaban en la primaria–. ¿Por qué?

–Solo pensé que debería ver de qué se trata. No descartar hasta probar o algo así. ¿Crees que Ari quiera ir?

Mi reacción instintiva es de ninguna manera, estamos bien, gracias. Pero todavía estoy tratando de descifrar los motivos de Jude. Lo miro con ojos entrecerrados. Parece relajado, demasiado relajado.

–Ahhhh –digo y me siento en el borde de la cama mientras subo mis calcetines–. Maya estará allí, ¿no?

–Créase o no. –Me lanza una mirada poco impresionada–. No vivo mi vida según la agenda de Maya Livingstone.

Alzo una ceja. No estoy convencida.

–Como sea –refunfuña–. No tengo nada mejor que hacer esta noche y, sin tarea, sé que tú tampoco. Vamos. Veamos qué tal es.

Lo imagino. Jude, Ari y yo bebiendo sodas al lado de una fogata enorme, arena en nuestros zapatos, el sol en nuestros ojos, observando a los de último año emborracharse con cerveza barata y luchar entre ellos en el agua.

Mi completo desinterés debe trasladarse a mi rostro porque Jude empieza a reírse.

–Llevaré un libro –dice–, solo en caso de que sea horrible. En el peor de los casos, nos acomodamos en algún lugar cerca de la comida y leeremos toda la noche. Le diré a Ari que traiga su guitarra.

Mi interpretación de la noche cambia y puedo vernos descansando, con libros en una mano y malvaviscos en la otra, mientras Ari toca su última canción. De hecho, ahora suena como una velada encantadora.

–Está bien, iré –accedo y tomo mi mochila–. Pero no me meteré en el agua.

–Ni siquiera iba a preguntar –responde Jude. Sabe que el océano me aterra, sobre todo por los tiburones. Mentiría si negara que la idea de ponerme un traje de baño delante de la mitad de los estudiantes de nuestra escuela no me llena completamente de una sensación de horror absoluto.

Bajamos las escaleras. Papá acaba de poner un nuevo disco y las harmonías alegres de los Beach Boys empiezan a cubrir la sala de estar. Echo un vistazo por la puerta y veo a papá meciéndose alrededor de la mesa ratona. Intenta que Penny baile con él, pero mi hermana está acostada en el suelo, concentrada en un videojuego en la tableta de papá y hace un gran trabajo ignorándolo.

Generalmente intento evitar la sala de estar porque, con los años, se ha convertido en una especie de basurero. Limpiar y organizar no ha sido una prioridad en la vida de mis padres por un tiempo y todas las cosas con las que no sabemos qué hacer tienden a terminar apiladas en las esquinas de la habitación. No solo mi viejo teclado, también hay cajas de manualidades a medio terminar y pilas de revistas sin leer. Además, están los discos; demasiados discos de vinilo. Aparecen en cada superficie, se apilan sobre la alfombra antigua. Me estresa solo mirarlo.

Jude y yo giramos en la dirección opuesta, hacia la cocina. El berrinche de Ellie parece haber terminado, gracias al cielo, y está sentada en el rincón para desayunar. Tiene puesto su vestido favorito con un mono en lentejuelas en el pecho y lleva el cereal a su boca sin prestar atención. Tiene una revista abierta delante de ella. Todavía no puede leer, pero le gusta mirar las fotos de los animales de National Geographic Kids. Por la ventana, veo a Lucy en el patio trasero, patea un balón contra la casa.

Su escuela terminó ayer, por lo que hoy es el primer día oficial de las vacaciones de verano de Penny y Lucy. El kínder de Eleanor terminó la semana pasada. Le echo un vistazo rápido a mamá; está sentada en frente de Ellie con un vaso de jugo de tomate, su computadora y algunas pilas de recibos, la imagen sugiere que ya se siente exhausta por el cambio.

–Quería hacerles un desayuno especial por su último día –dice cuando Jude y yo entramos antes de encoger los hombros con poca energía–. Pero no creo que eso suceda. ¿Tal vez este fin de semana?

–No hay problema –dice Jude y toma un recipiente de la alacena. Felizmente viviría a base de cereal si mis padres lo permitieran.

Enchufo la licuadora para hacer mi licuado de siempre. Tomo la leche y la mantequilla de maní, luego giro hacia la frutera. Me congelo.

–¿En dónde están todas las bananas? –Nadie responde.

–¿Eh, mamá? Compraste dos racimos de bananas como hace dos días.

–No lo sé, cariño. –Apenas separa la vista de su pantalla–. Hay cinco niños en crecimiento en esta familia.

Mientras habla, veo un movimiento por el rabillo del ojo. Ellie levantó su revista y la sostiene delante de su rostro.

–¿Ellie? –digo con una advertencia, cruzo la habitación y le saco la revista de la mano, al mismo tiempo, mete los últimos mordiscones de banana en su boca. Sus mejillas se inflan y lucha para masticar. La cáscara todavía está en su mano. Una segunda cáscara descansa al lado de su recipiente de cereal–. ¡Eleanor! ¿En serio? ¡Qué grosera! ¡Mamá!

Mamá me fulmina con la mirada, por supuesto.

–Tiene cuatro años y es una banana.

Empiezo a morder mi lengua. No es solo porque es una banana. Es el por qué lo hizo. Me escuchó diciendo que la quería, por ese único motivo que se atragantó con ella. Si hubiera sido Jude, se la hubiera dado en una bandeja de plata.

Lanzo la revista sobre la mesa.

–Está bien –mascullo–. Buscaré otra cosa.

Sigo hirviendo mientras exploro el congelador esperando encontrar una bolsa con fresas congeladas. No tengo éxito, doy un paso hacia atrás y formo puños con las manos. Le lanzo una mirada fulminante a Ellie sobre mi hombro justo cuando traga la banana. Ugh. Esa pequeña egoísta…

Un balón de fútbol aparece volando, golpea el vaso de mamá y lo derrama sobre la mesa. Mamá chilla mientras el jugo de tomate inunda la superficie, toma la pila de recibos más cercana mientras Ellie se queda congelada con los ojos abiertos mientras un río de jugo rojo intenso avanza sobre el borde de la mesa y cae directamente en su regazo.

Miro boquiabierta, recuerdo a los borrachos en Encanto de ayer a la noche. La cereza. La cerveza derramada. El déjà vu es bizarro.

–¡Lucy! –chilla mamá. Mi hermana está parada en la puerta trasera, sus manos siguen extendidas como si hubiera un balón de fútbol invisible entre ellas. Luce asombrada.

–¡No lo hice!

–Oh, seguro. –Mamá emite un sonido de disgusto–. ¡Estoy segura de que el universo simplemente sacó el balón de tus manos y lo lanzó sobre la mesa!

–Pero…

–¡No te quedes allí parada! ¡Ve a buscar una toalla!

Le habla a Lucy, pero Jude está un paso delante de todos y trae una pila de servilletas de papel para ayudar a limpiar el desorden.

–¡Mamá! –la voz de Ellie tambalea–. ¡Es mi vestido preferido!

–Lo sé, cariño –responde mamá, aunque puedo notar que apenas la está escuchando mientras revisa debajo de su computadora para ver si hay algo de jugo allí–. Pru, ¿podrías ayudar a tu hermana a cambiarse?

Oír mi nombre me sacude de mi trance. Solo es un vaso derramado. Solo es un balón de fútbol. Es solo una coincidencia.

Pero también es tan extraño.

Mis dedos cosquillean cuando relajo mis puños y los estiro. Bordeo la mesa y Ellie obedientemente levanta los brazos para que le quite el vestido húmedo y pegajoso.

–Es mi preferido –dice con un mohín–. ¿Se podrá salvar?

La manera en que lo dice es más que melodramática, pero no puedo evitar sentir una pizca de culpa. Aunque yo no fui responsable. No estaba ni cerca de ese vaso de jugo o del balón. Lucy realmente tiene que aprender a ser más cuidadosa.

–Le pondré un producto especial y esperemos que salga –digo–. Ve a elegir otro atuendo para hoy.

Mira a Lucy con un entrecejo fruncido y feroz, que es ignorado mientras Lucy ayuda a Jude y a mamá a limpiar. Ellie expresa su indignación y sube las escaleras a toda velocidad.

–Jude, pondré esto en la lavadora y luego deberíamos irnos –digo–. Último día, no deberíamos llegar tarde.

Asiente y lanza las servilletas a la basura.

–¿Quieres un bagel para el camino?

–Seguro, gracias.

Camino hasta el lavadero, tomo el quitamanchas del cesto de plástico que está al lado de la lavadora, luego lo desparramo sobre la tela húmeda. La mancha atraviesa el largo del vestido, justo desde arriba de la oreja brillante del mono hasta el final de la falda.

Probablemente solo sea mi imaginación, pero juraría que la mancha tiene la forma exacta de una banana.

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