Читать книгу Karma al instante - Марисса Мейер - Страница 27
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ОглавлениеMi cerebro necesita un minuto para procesar lo que acaba de suceder. Mi incredulidad se desmorona lentamente, desaparece y se reconstruye como algo casi verosímil.
Relajo mis manos y flexiono mis dedos, siento cada articulación. Mi palma está caliente. Mis nudillos se sienten agotados, como si hubieran estado tiesos por horas, en vez de unos pocos segundos.
A mi alrededor, la gente estalla en risas. Es hilarante observar a Jackson levantarse del agua. Está empapado de pies a cabeza. Sus prendas se pegan a él como una segunda piel cubierta de arena mojada. Un alga marina cuelga de su hombro. Su cabello está unido a sus cejas.
Su rostro es divertidísimo.
–¡Ah! –grita una chica–. ¡El karma duele!
Parpadeo y giro la cabeza. Es Serena. Sus prendas siguen húmedas, pero todo rastro de lágrimas desapareció. Está radiante. El color regresó a sus mejillas.
Karma.
Karma instantáneo.
–Oh, por Dios –susurro mientras algo empieza a tener sentido. O algo así. ¿Tiene sentido? ¿Puede ser real?
Analizo la evidencia.
El accidente de auto.
El jugo de tomate derramado.
El señor Chavez mordiéndose el labio.
La tienda de helado. Los turistas en la rambla. El empleado grosero en el puesto de patatas…
Y ahora esto. Una ola se materializó de la nada y solo derribó a Jackson y a los infelices de sus amigos, incluso en esta playa llena de gente.
Seguramente no puede ser una coincidencia. Todo no.
Pero si no fue una coincidencia, ¿qué fue?
La letra de John Lennon rebota en mi cabeza. La murmuro por lo bajo. El karma instantáneo te atrapará, te golpeará justo en la cabeza. Toco mi cabeza, donde todavía puedo sentir un pequeño bulto adolorido por mi caída. Repaso los eventos de la tarde de ayer. Vi a Quint con su amiga. Esos tipos molestaron a Ari mientras cantaba. Nuestra conversación sobre karma. Mi nombre en la lista del karaoke, aunque nadie admite haberme anotado. Canté la canción. Bailé. Quint me lanzó una mirada de asombro. Resbalé sobre la cerveza derramada. Me golpeé la cabeza…
Si no es una coincidencia, eso significa que, de alguna manera, por algún motivo… yo fui la responsable. He estado causando estas cosas. He… invocado karma instantáneo sobre la gente.
–¿Pru? ¿Estás bien?
Levanto la cabeza rápidamente y veo a Ari caminar hacia mí en la arena. Toma una toalla del respaldo de una de las sillas y la envuelve en su cintura. Sigue casi seca, aunque la arena se aferra a sus talones.
–Sí –respondo, mi estómago se revuelve–. Eso fue raro, ¿no?
–Muy raro –se ríe–. Pero demasiado perfecto. ¿Siempre es así?
–Casi siempre. Jackson siempre ha sido un bravucón. Es lindo verlo recibir lo que merece para variar. –Me inclino hacia ella y bajo el tono de voz–. Apuesto lo que quieras a que esa camisa le costó unos cientos de dólares. Intentará actuar relajado, pero créeme, esto lo está matando.
Ari se deja caer en la toalla y toma una soda de la pequeña nevera que trajimos. Abre la lata y alza el brazo hacia el agua como si estuviera brindando.
–Buen trabajo, océano. –Echa un vistazo alrededor–. Solo espero que esa chica esté bien.
No respondo. Estoy distraída, miro las toallas de playa, las mantas y las sillas que llevaron a la costa. Me distraigo viendo a Jackson usar la punta de una toalla para quitarse el agua de sus orejas.
–Regresaré pronto.
Giro y subo por la arena, busco algo de soledad cerca del acantilado rocoso. Es demasiado temprano para que hayan empezado las infames sesiones de besos y es fácil que encuentre un rincón vacío entre las rocas. Me inclino contra una piedra y me llevo una mano al pecho. Mi corazón se acelera debajo de mi piel.
–Esto es solo un deseo –susurro–. Un cuento de hadas. Causado por el estrés de fin de año y todas esas fantasías de castigar a la gente cuando se lo merecen y… tal vez por una ligera conmoción cerebral.
A pesar de mis palabras racionales, mi cerebro lanza varios contraargumentos. La canción. El accidente de auto. La ola.
Pero cada vez que empiezo a pensar “tal vez fui yo” me reprimo. Realmente estoy considerando la posibilidad de que después de cantar una canción en un karaoke, ahora tengo… ¿qué? ¿Poderes mágicos? ¿Una especie de don cósmico? ¿La habilidad completamente absurda de ejercer los deseos de justicia del universo?
–Coincidencias –repito y empiezo a caminar en el lugar. Algo de arena entra en mis sandalias y sacudo los pies para limpiarla. Voy y vuelvo entre las rocas–. Todo esto es una sumatoria de coincidencias estrambóticas.
Pero…
Me detengo.
Demasiadas coincidencias tienen que significar algo.
Me quito el cabello de mi rostro con ambas manos. Necesito estar segura. Necesito pruebas.
Necesito ver si puedo hacerlo otra vez, a propósito.
Muerdo mi labio inferior y espío sobre sobre las rocas, evalúo la multitud en la playa. No estoy segura de qué estoy buscando. Inspiración, supongo. Alguien debe merecer ser castigado por algo.
Mi mirada aterriza en el mismísimo Quint. Está ayudando a algunos de nuestros compañeros a instalar una red de vóley.
Ja. Perfecto. Si alguien merece justicia cósmica por su comportamiento este año, definitivamente es Quint Erickson.
Pienso en todas las veces que llegó tarde. Todas las veces que su trabajo no fue suficiente. Cómo me dejó a mi suerte el día de la presentación. Cómo se negó rotundamente a rehacer el proyecto.
Aprieto mi puño con fuerza.
Y espero.
–Hola, Quint –lo saluda una chica de nuestra clase, caminando hacia él. Me enderezó. ¿Qué hará? ¿Lo abofeteará por algún melodrama misterioso que no conozco?
–¿Cómo estás? –dice Quint devolviéndole la sonrisa.
–Bien. Traje galletas caseras. ¿Quieres una? –Extiende una caja de lata.
–Rayos, sí, quiero una. –Acepta una–. Gracias.
–Por supuesto –le sonríe radiante antes de marcharse.
Estoy perpleja.
Quiero decir, supongo que la galleta podría estar envenenada, pero lo dudo. Quint se la devora y luego termina de instalar la red.
Lo sigo observando por otro minuto, completamente confundida. Pronto se hace claro que no le sucederá nada horrible. De hecho, una vez que el juego comienza, anota el primer punto para su equipo y recibe una ronda de festejos y choque los cinco.
Haciendo un mohín, finalmente relajo mi puño.
–Bueno. No funcionó –murmuro. La decepción es difícil de aceptar, pero no sé si estoy más decepcionada con el universo o conmigo por creer algo tan absurdo.
Hago círculos con mis hombros. Basta. Pasaré el resto de mi velada leyendo el libro que traje, comiendo malvaviscos y escuchando a Ari mientras intenta encontrar la correcta progresión de acordes para su última canción. Me relajaré.
Tomo mis zapatos y empiezo a ponérmelos.
–Por favor. Es tan nerd. ¿Saben que juega a Calabozos y Dragones?
Me congelo, no tengo que mirar para saber que es Janine Ewing, su voz se escucha sin dificultad en mi pequeño rincón. No puedo verla o con quién está hablando, pero solo podría estar hablando de algunos chicos. Jude y sus amigos, Matt y César, de nuestro año o Russell, un chico de segundo año que se unió a su grupo hace unos meses.
–¿En serio? –dice otra voz femenina. ¿Katie?–. ¿Ese extraño juego de rol de los ochenta? ¿El que juegan esos niños en Stranger Things?
–Ese mismo –responde Janine–. Es como… ¿En serio? ¿No tienes nada mejor que hacer con tu tiempo?
Espío por una apertura entre las rocas y veo a Janine y a Katie a tan solo unos metros, descansan entre una mezcla de toallas playeras estridentes en bikinis y gafas de sol. Y… oh. Maya también está con ellas. Juntas lucen como una publicidad de protector solar y no de mala manera. Maya en particular luce como una estrella de Hollywood en ascenso. Es el tipo de chica que podría estar en un comercial de maquillaje. De tez oscura cálida por el sol poniente, grueso cabello oscuro al natural y rizado encuadra su rostro y con pecas tan encantadoras que podrían inspirar sonetos enteros.
Como es de esperar, Jude no es el único chico en la escuela con un enamoramiento por ella.
–¿Calabozos y Demonios no es una especie de juego de adoración del diablo? –pregunta Katie.
Pongo los ojos en blanco. Maya, baja sus gafas hasta su nariz y le lanza una mirada a Katie que sugiere que concuerda conmigo sobre cuán innecesario fue ese comentario.
–Calabozos y Dragones –replica–. Y estoy bastante segura de que ese rumor lo inició la misma gente que decía que Harry Potter era demoníaco.
Tengo que admitir que, si bien cuestiono frecuentemente la devoción ciega de Jude hacia ella, Maya tiene sus momentos.
–Aún así. –Acomoda sus gafas en su lugar–. No fastidies, Jude me cae bien.
Mis ojos se ensanchan. Pausa. Rebobina. Le cae bien Jude. ¿Eso significa que le gusta?
Me emociono. Estiro las orejas para captar cada palabra de lo que están diciendo. Si puedo regresar con Jude con evidencia empírica de que sus sentimientos son correspondidos después de todo, estaría cerca de ganar el premio a la Mejor Hermana del Año.
–Por supuesto que te cae bien –dice Janine–. ¿A quién no? Es tan bueno.
–Tan bueno –concuerda Katie tan enfáticamente que suena casi a un insulto.
–Pero también está tan… –Janine no termina. Necesita un largo momento para encontrar las palabras para explicarse–. Como, tan interesado en ti. Es un poco extraño.
Suelto un gruñido de incredulidad. ¡Jude no es raro!
Hundo la cabeza detrás de la roca antes de que miren hacia atrás y me vean, pero su conversación no se detiene.
–A veces se queda mirando –concede Maya–. Solía creer que era halagador, pero… no lo sé. No quiero ser mala, pero uno creería que recibió la indirecta de que no estoy interesada, ¿no?
Hago una mueca.
Allí terminó mi plan.
–Parece un poco obsesivo –añade Katie–, pero ¿de manera dulce?
Vuelvo a espiar entre las rocas con el ceño fruncido. ¡Jude no está obsesionado! Por lo menos, no tan obsesionado.
Le gusta Maya. ¡No es un crimen! ¡Debería estar complacida de haber llamado la atención de alguien tan amable e increíble como Jude!
–De vuelta, me cae bien Jude –dice Maya–, pero me hace sentir un poco culpable, saber cómo se siente cuando… bueno, nunca sucederá.
–¡No tienes por qué sentirte culpable! –asegura Janine–. No has hecho nada.
–Sí, lo sé. Supongo que no es mi culpa no estar interesada en él.
Katie hace un gesto de silencio repentino, pero está acompañado de una risita casi cruel.
–Shhh, Maya, Dios. Está justo allí, te oirá.
–¡Oh! –dice Maya y se cubre la boca con una mano–. No lo sabía.
–Bueno –Janine la golpea suavemente con el codo–, tal vez ahora captará la indirecta.
Echo un vistazo y veo a Jude caminando cerca. Apenas puedo ver su expresión cuando gira para dirigirse a nuestro lugar en la playa y no logro notar si las escuchó o no. No puedo distinguir si la oscuridad en su rostro es vergüenza, dolor… o solo la sombra del sol hundiéndose en el horizonte.
En realidad, no importa. Lo dijo con maldad. Toda esa conversación parece tener un origen cruel; un diálogo innecesario destinado a burlarse de Jude por ningún otro motivo que incrementar el ego ya inflado de Maya Livingstone.
Y que sea desagradable con Jude, de todas las personas. Jude paciente y considerado, querido por todos. Quien no tiene enemigos. Quien puede intervenir en cualquier conversación, sentarse en cualquier mesa e ir a cualquier fiesta.
Y sí, tal vez juega a Calabozos y Dragones los fines de semana y lee libros con dragones en las portadas y estaba legítimamente emocionado por ir a su primera feria renacentista el verano pasado. Hasta vistió una túnica y, en mi opinión, también lucía como un caballero en ella. Pero odio pensar lo que Maya o sus amigos dirían si alguna vez vieran las fotos.
Fulmino con la mirada la cabeza de Maya. ¿Cómo se atreve a herirlo de esa manera? Mi puño se tensa.
Esta vez, lo siento. Una descarga eléctrica en la base de mi estómago apenas perceptible. Como la sensación que sientes cuando das una vuelta mortal debajo del agua, pero más sutil.
Salvo que, otra vez, nada sucede.
Espero. Y espero.
El sol desaparece y pinta el cielo de tonos violeta. Aparecen las primeras estrellas y empiezan a parpadear y brillar. Los acantilados se encienden con los destellos naranjas de la fogata.
Maya se sienta derecha y se estira para tomar el suéter largo que está al lado de su toalla. Observo cómo pasa los brazos por las mangas. Siento amargura y algo más que un poco de molestia. Hacia ella. Hacia mí. Hacia el universo.
Suspiro y abandono al fin la seguridad de mi refugio. Fue suficiente. No heredé un poder mágico para restaurar el equilibrio del universo. Para castigar a los malvados y los indignos.
Es hora se seguir adelante.
Jude y Ari están en nuestras mantas compartidas. Ari toca su guitarra y un puñado de personas se han detenido para escucharla, algunos se dejaron caer en la arena y formaron un pequeño semicírculo a su alrededor. Jude está mirando a las olas, su postura es taciturna. No necesito ver su rostro para saber que está desanimado. Después de todo, debe haber escuchado a Maya.
Me enfado otra vez.
Empiezo a caminar hacia ellos cuando escucho un sonido de sorpresa y horror.
–¡No! No, no, no. No puede ser.
Giro despacio. Maya está en sus manos y rodillas, cavando frenéticamente en la arena.
–¿Qué? –pregunta Katie y retrocede mientras Maya da vuelta la esquina de su toalla–. ¿Qué sucede?
–Mi arete –dice Maya–. ¡Perdí un arete! ¡Deja de mirar y ayúdame a buscar!
Sus amigas todavía lucen un poco asombradas, pero no discuten. Las tres examinan la arena. Cada tanto Maya se detiene y toca su oreja, luego toca su suéter y revisa su cabello. Rápidamente es obvio que su búsqueda es en vano.
Una sonrisa aparece en mis labios y creo que entendí algo. Karma al instante.
Tal vez tenga que ser en el momento. Un castigo inmediato por un mal causado. No le sucedió nada a Quint porque nuestra pelea fue hace horas.
Pero Maya estaba siendo cruel ahora.
Luce dolorida, está casi al borde las lágrimas cuando termina su búsqueda, pero no siento ni un poquito de pena. De seguro su arete era elegante y costoso. Puedo ver el par colgando de su otra oreja. Es una joya con forma de gota con una piedra en el centro que creo que podría ser un diamante. Tal vez le pertenecen a su mamá y estará furiosa por la pérdida. O tal vez es un recuerdo para celebrar uno de los tantos logros de Maya como “Estudiante de la semana”, “¡Doné sangre!” o algo así. No me importa. Hirió a mi hermano y merece pagar el precio.
Giro en mis talones y camino hacia mis amigos. Hay un nuevo rebote en mis pasos. Mis dedos están cosquilleando como si este inesperado poder cósmico estuviera arremolinándose en mis venas.
Estoy tan distraída que casi no noto el balón de vóley avanzando hacia mí. Mi instinto se activa y me inclino hacia abajo con un grito.
Una figura emerge en mi periferia, golpea el balón y lo lanza hacia la red.
Levanto la mirada, parpadeo, mis brazos siguen cubriendo mi cabeza para protegerla. Quint aprieta los labios y sus ojos dan vueltas. Es claro que está haciendo todo lo que puede para no reírse de mí.
–¿Qué pensaste que era? ¿Un tiburón?
Dejo caer mis brazos. Intento recuperar mi dignidad de la mejor manera que conozco, es decir, con desdén evidente.
–Estaba distraía –digo fulminándolo con la mirada–. Me sorprendió.
Quint suelta una risita.
–Nos falta un jugador. Supongo que no estarás interesada.
Me río a carcajadas. Si tengo un don natural para algún deporte, todavía no lo he descubierto. Definitivamente nada de lo que nos hacen jugar en la clase de Gimnasia.
–Ni siquiera un poquito. Pero, gracias por… eso.
–¿Rescatarte? –dice lo suficientemente fuerte para que alguien cerca pueda oír. Luce casi en júbilo–. ¿Podrías decir eso otra vez? Más fuerte esta vez –Se inclina hacia mí y envuelve su oreja con su mano.
Mi mirada asesina se intensifica.
–Vamos –me alienta–, creo que las palabras exactas que buscas son: “Gracias por salvar mi vida, Quint. ¡Eres el mejor!”.
Resoplo. Luego, se me ocurre una idea y sonrío dando un paso hacia él. Debe notar algo preocupante en mi rostro porque retrocede un paso en el acto. Su expresión de diversión cambia a desconfianza.
–Te agradeceré después de que accedas a rehacer el proyecto de Biología conmigo.
Gruñe.
–¡Vamos, Quint! –grita una chica detrás de él–. Sigues jugando, ¿no?
–Sí, sí –dice y agita una mano para desestimarla. Le echo un vistazo a la chica. Me está observando con los labios arrugados hacia un costado.
No te preocupes, quiero decirle, es todo tuyo.
Quint empieza a caminar hacia la red, alza un dedo y me señala directamente.
–La respuesta sigue siendo no –dice–. Pero aprecio tu persistencia.
Se voltea y trota de vuelta hacia el juego.
–Ey, Prudence –grita una voz.
Necesito un minuto para darme cuenta de que es Ezra Kent; está del otro lado de la red esperando a que siga el juego. Una vez que captó mi atención, señala con su mentón a algo detrás de mí.
–¿Quién es la chica sexi con la guitarra?
Parpadeo y miro a mi alrededor. Por un momento, me olvido de qué estoy haciendo o a dónde estaba yendo. Luego veo a Ari sentada con las piernas cruzadas y la guitarra acomodada en su regazo, pero no está tocando. Está hablando con algunas personas de la escuela; una chica que sé que está en la banda de jazz y un par de estudiantes de último año con los que nunca hablé. Jude también está allí, pero está sentado ligeramente apartado del grupo, sigue cabizbajo. Sus pies descalzos están enterrados en la arena.
Giro en mi lugar y le lanzo una mirada de advertencia a Ezra.
–Alguien fuera de tu liga.
–Me gusta un desafío.
Frota sus manos de manera exagerada.
–Y le gusta la gente con integridad, así que no pierdas tiempo. –Esbozo una sonrisa empalagosa.
–Ay, Dios. –Se ríe a carcajadas–. Te extrañaré este verano.
–Serás el único –murmuro y pongo los ojos en blanco. Estoy por marcharme cuando se me ocurre algo. Vacilo, giro justo cuando Quint está a punto de sacar.
–Ey, ¿Quint?
Se detiene y me mira. Camino hacia él para poder hablar en voz baja y una de sus enormes cejas se arquea, como con sospecha.
–¿Sabes? Jude puede defenderse en un juego de vóley, si sigues interesado en otro jugador.
Puede que sea una mentira. Puede que no. Mi hermano y yo no hemos hecho deporte juntos desde sexto de primaria así que honestamente no tengo idea de cuán bueno sea en vóley.
–Sí, genial –Quint mira a mi hermano–. ¡Jude! ¿Quieres jugar?
Sigo caminando, hago mi mejor esfuerzo para lucir normal y que Jude no note que instigué esta invitación. Pero funciona, un par de segundos después, Jude trota por la playa. Me asiente, tal vez se da cuenta que esta es la primera vez que nos vemos desde que llegamos.
–¿Todo bien, hermana? –pregunta cuando pasa. Comprendo el trasfondo de la pregunta. Su verdadero significado. No quería venir a esta fiesta en primer lugar. Básicamente nos arrastró a Ari y a mí.
Pero pienso en la ola que impactó contra Jackson y la voz en pánico de Maya mientras buscaba su arete perdido y la pequeña multitud que se detuvo para escuchar a Ari y a su guitarra y, de repente, estoy sonriendo. Una sonrisa real. Una expresión absurda y encantada de total felicidad.
–Siendo honesta, estoy pasándola muy bien. –Inclino mi cabeza hacia la red de vóley–. ¿Jugarás?
–Sí, le daré una oportunidad. Intentaré no hacer el ridículo.
–Tú puedes.
Le doy un golpecito en el hombro de aliento y seguimos caminando.
La arena debajo de mis pies se torna más liviana mientras regreso hacia Ari; siento que todo el poder del universo está en la punta de mis dedos.