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Del dolor al propósito

¿Por qué estaba la policía en la puerta de mi casa? ¿Qué quería, en especial a las siete de la mañana? Era mi hora de meditación matutina y me había arruinado la concentración; fui a abrir la puerta.

—¿Es usted Sandra Maddox? —preguntó el oficial.

¿Por qué quería saber? ¿Qué era todo eso? No había infringido ninguna ley. Mi esposo no había hecho nada malo. Y mi hija, Tiffany, estaba en la escuela a miles de kilómetros de distancia. ¿Qué podía estar mal?

No desperdicies tu

dolor; úsalo para

ayudar a otros.

RICK WARREN

—Sí, soy Sandra Maddox —gracias a Dios, mi esposo, Ron, había bajado y se hallaba a mi lado.

—Señora, lamento informarle que su hija Tiffany murió en un accidente automovilístico anoche.

—¡NOOOOOOO! —grité mientras me abalanzaba a los brazos abiertos de mi esposo. En un instante, mi mundo pequeño y tranquilo quedó hecho añicos. ¡Dios mío, no puede ser verdad! No mi Tiffany. ¿Por qué?

El tiempo perdió todo significado y vivía como autómata, sólo hacía lo que era absolutamente indispensable. Incluso respirar se volvió una carga pesada. No era posible que nunca más volviera a ver el rostro sonriente y hermoso de Tiffany. Dios mío, ¿por qué?

Todas las mañanas, ahí estaba de nuevo: una ola inmensa de dolor que se estrellaba contra mí y las aguas revueltas me hundían y arrastraban al fondo. No podía siquiera imaginar que alguna vez pudiera volver a reír o sonreír. Mi alma, mi niña, me había sido arrebatada. ¿Cómo sepultas a tu única hija? Increpé a Dios. Se supone que los padres no deben morir después que sus hijos. Sabía que Dios era bueno, pero no podía ver ningún bien en esto. Nada tenía sentido para mí.

Tiffany era tan joven y tenía tanto por qué vivir. Ni siquiera tuvo tiempo de iniciar su propia familia. No, ningún Dios de amor permitiría que eso pasara. ¿O sí?

Todo momento parecía desbordar desesperación.

En medio de todo, pensé en nuestras últimas visitas y en todas las cosas que me contaba, todas sus ocurrencias graciosas. Una de las últimas fue: “Mamá, creo que cuando uno quiere respuestas, a veces es necesario encarar directamente a la gente hasta que te las dé, digo yo”. Me dio risa oírla decir eso. Recordarlo ahora traspasaba y salvaba mi atribulado corazón.

Me había estado flagelando pensando en todas las cosas que había hecho mal como madre. Mi mente estaba llena de preguntas y deseos inútiles: ¿qué hubiera pasado si?; si tan sólo hubiera hecho esto o lo otro. Pero ¿de qué servía? Nada podía devolverme a mi preciosa hija.

Unos meses antes, nuestra iglesia había terminado una serie llamada “40 días de propósito”, una campaña basada en el libro The Purpose Driven Life de Rick Warren. Encontré frases que habíamos memorizado y que en estos momentos me venían a la mente justo cuando las necesitaba:

A Dios le interesa más tu carácter que tu comodidad.

Estamos hechos para durar para siempre.

No eres un accidente.

¿Era posible que Dios tuviera algún propósito con la muerte de mi hija?

Las palabras que el pastor pronunció al pie de su tumba me dejaron perpleja: “Miren los dones especiales que Dios dio a Sandra en los últimos días de Tiffany”.

¿Cómo podía ser un don la muerte de mi hija? Reflexioné en esas palabras mientras lloraba sin control. Medité y recé, y “encaré a Dios”, como habría dicho Tiffany.

¿Era posible que Dios me hubiera estado preparando para este preciso momento toda mi vida? Desde luego, no era la voluntad perfecta de Dios quitarme a mi hija, pero Él lo había permitido. ¿Tenía algún propósito al infligirme este dolor y sufrimiento?

Pensé en mi madre, que me abandonó cuando yo era muy pequeña. Reflexioné en el matrimonio abusivo del que había logrado alejarme cuando Tiffany tenía catorce años. ¿Acaso Dios no había cuidado de mí entonces? De alguna manera, cada prueba por la que pasamos había fortalecido el lazo entre Tiffany y yo, incluso durante sus años de rebeldía.

Y Dios me recordó la oración que entonces rezaba. “Dios mío, por favor trae a Tiffany a casa, no a casa conmigo, sino contigo.”

Pensé en la última vez que la vi, mandándome besos de despedida en el aeropuerto apenas unas semanas antes. Llevaba en el cuello la hermosa bufanda roja que fue el último regalo que le di. ¿Cómo iba a imaginar que ésa sería la última vez que la vería en este mundo?

¿Era posible que Dios no me hubiera arrebatado a Tiffany, sino que simplemente la hubiera llevado a casa con Él? ¿La necesitaba más que yo? ¿Estaría ella bailando en Su presencia en este momento?

Nunca dejaré de anhelar el abrazo de mi hija. Las lágrimas aún se asoman y en las fiestas decembrinas, esa época que solía ser tan alegre, son terriblemente difíciles de sobrellevar para mí.

Pero poco a poco, llegué a pedirle a Dios que me mostrara su propósito en todo esto.

Y poco a poco, las puertas empezaron a abrirse.

Me invitaron a hablar en la preparatoria de Tiffany, donde me permití llorar mientras contaba la historia de la decisión equivocada que tomó aquella noche cuando aceptó subir al auto de un amigo que había bebido.

Dios me inspiró para escribir un libro para niños en memoria de Tiffany, un libro cuyo personaje principal es ella, de pequeña.

Y luego un día, la directora del ministerio femenil de la iglesia me preguntó si quería dirigir un nuevo programa dirigido a madres jóvenes de bebés y niños en edad preescolar. Sentí que el alma se me salía del cuerpo.

¿Podría hacerlo? ¿Podría tolerar estar en una habitación con todas esas “hijas”? ¿Cómo saldría? ¿Haría surgir de nuevo todo ese dolor y pesar?

Pero a estas alturas ya sabía que ésta era más que una decisión, era una misión sagrada.

Poco a poco, la oscuridad empezaba a disiparse y el sol estaba saliendo de nuevo en mi vida. Dios me estaba mostrando su propósito, una forma de seguir adelante sin Tiffany y dejar un legado en este mundo que ella había conocido tan poco.

Hoy en día comparto mi historia siempre que puedo: ante grupos de la iglesia, grupos comunitarios y grupos escolares, dondequiera que me pidan ir. Es sorprendente cuántas personas he conocido que también perdieron a sus hijos, personas que necesitan saber que le importan a Dios. Les digo que el duelo es necesario, pero que si confían en los propósitos del Señor, esa marea de aguas turbias de dolor tratará de arrastrarlas consigo, pero no podrá hundirlas para siempre.

A veces, antes de encontrar el amanecer, debemos hallar el valor para caminar en la oscuridad.

SANDRA E. MADDOX

Caldo de pollo para el alma: Duelo y recuperación

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