Читать книгу Caldo de pollo para el alma: Duelo y recuperación - Марк Виктор Хансен - Страница 26
ОглавлениеGuía compasivo
Conocí a Gene cuando nuestro hijo tenía tres años; siempre supimos que Evan moriría joven debido a su compleja situación médica relacionada con el síndrome de Noonan. Ese día, hace cuatro años, mientras miraba a Gene, director de la funeraria, derramar lágrimas al oír la historia de Evan, comprendí que él sería fuente de consuelo, porque, como era de esperar, llegó a tomarle mucho cariño a Evan.
Una palabra a su tiempo,
¡cuán buena es!
PROVERBIOS 15:23
Vi a Gene de nuevo la semana pasada en el segundo piso de un bello edificio de ladrillos pintados que tenía molduras de madera pulidas. La cochera abierta en la entrada, con las columnas adornadas que sostenían el techo, era impresionante. Mi esposa Penni y yo nos sentamos con él alrededor de una mesa de caoba en la sala de conferencias. Habíamos organizado una reunión para planear el regreso a casa de Evan, de siete años.
Evan murió un viernes por la mañana. Más tarde, ese día, el personal de Gene llegó a nuestra casa y observó mientras Noah, de once años, y yo llevábamos a Evan a la carroza fúnebre.
—Oye, papá —susurró Noah—, no se ve muy segura.
Paddy, que también era administrador de pompas fúnebres, se asomó por el otro lado del automóvil y le dijo a Noah:
—Puedes seguirnos si quieres. Ya sabes, para asegurarte de que Evan llegue bien —Paddy introdujo su robusto cuerpo de apoyador de futbol americano en la parte de atrás y su comportamiento fue maravilloso.
Hablar de los detalles del funeral de un niño es una experiencia demoledora. Sin embargo, al hablar con Gene, sentimos que nos aligeraba un poco la carga. Compartió con nosotros sus recuerdos del día que conoció a Evan, y Penni le preguntó por sus hijos, en especial su hija, que tiene síndrome de Down. No sé si lo que Gene hizo en seguida es propio de su profesión, pero nos mostró algunas fotografías y videos cortos de su hija. Penni insistió, y Gene sonrió con nosotros mientras veíamos a su hija en una competencia de animadoras deportivas. En ese momento, me di cuenta de que Gene sonreía por Evan también.
El jueves, seis días después de que Evan murió, fue el velorio para los amigos cercanos y la familia inmediata. De algún modo sobreviví a la intensa sensación de pérdida. De vez en cuando veía que Gene se asomaba por la puerta. Empecé a caminar hacia él y antes de que pudiera decir nada, él se me adelantó y dijo: “Aquí estoy para apoyarte en lo que necesites”. Volví con mis amigos.
El viernes fue un acontecimiento totalmente distinto al que asistieron cientos de personas. Me sentía exhausto después de la primera hora y media y le pregunté a Gene si estaríamos aún más atareados. Me miró y respondió: “Scott, no te imaginas lo atareados que vamos a estar, en especial entre las cinco y las siete”. Eran apenas las tres y media de la tarde.
El sábado, el día del funeral, llegamos a la iglesia. Los bomberos de Royal Oak iban a ser los portadores del ataúd y el gran camión de bomberos ya estaba preparado para encabezar la procesión al cementerio. Uno de los empleados de Gene nos llamó a señas y nos indicó con la mano dónde debía detenerse el automóvil.
Avanzamos por el vestíbulo de la iglesia y ahí estaba Evan, frente a los tres grandes árboles de Navidad, y tras él había unos ventanales altísimos. Era una mañana fría de diciembre, clara, de sol radiante y cielo azul. Había tableros de fotografías de la vida de Evan y flores de todos colores. Unos globos blancos se elevaron hacia el techo y las cuerdas se mecían con suavidad mientras las personas pasaban a ver a Evan.
—Su atención, por favor —pidió una voz estentórea. Levanté la cabeza y vi a Gene. Se veía muy alto con su saco negro—. Es hora de entrar en el auditorio y de que pasen a ocupar sus lugares.
En seguida, Gene pidió a la familia que se reuniera en torno a Evan para despedirse. El pastor nos invitó a tomarnos todos de las manos y a rezar. Gene pidió amablemente a todos que se retiraran, excepto a Penni, Noah, la hermana Chelsea y yo. Luego nos pidió a Penni y a mí que colocáramos las manos en la tapa y la cerráramos. Ay, Dios, qué difícil fue. Gene aseguró el ataúd y entramos en fila al santuario. Gene encabezó la procesión, seguido por un bombero que iba vestido con un traje impecable y luego nosotros.
Después de una celebración perfecta de la vida de Evan, Gene nos volvió a pedir que nos pusiéramos de pie y saliéramos detrás de Evan. Los bomberos hicieron un saludo formal mientras subían el ataúd, que estaba envuelto con la bandera de la Universidad de Michigan, un merecido tributo al cuerpo médico que atendió a Evan tan bien durante siete años.
El coche de bomberos se puso en marcha con las luces intermitentes prendidas y fue imposible dejar de notar que todos los automóviles se hacían a un lado de la calle en señal de respeto para dejar pasar a nuestro hijo. La carroza, que iba delante de nosotros, llevaba un globo blanco atado a la puerta de atrás que indicaba que un niño había muerto.
—Mamá, mira todas esas personas que nos siguen —exclamó Noah al tiempo que miraba hacia atrás.
Cuando entramos en el cementerio vimos una tienda verde grande a la distancia. Sabíamos que nos aguardaba. Avanzamos por el laberinto serpenteante de tumbas y arreglos florales y hojas perennes y al final vimos a Gene. Nunca flaqueó. Con la mano grande y abierta marcó el lugar exacto donde nuestro automóvil debía detenerse. La precisión me parecía increíble.
Nos pidió que nos quedáramos en el automóvil mientras su personal recibía un vehículo tras otro y les indicaba dónde debían estacionarse. Cuando llegó la hora, Gene abrió la puerta del lado de Penni y la condujo a un asiento al lado de Evan. Vimos cómo los bomberos colocaban a Evan encima de la que sería su última morada y se formaban directamente frente a nosotros y detrás de Evan, como si quisieran protegerlo hasta el final.
Gene pidió a todos que se acercaran todo lo posible a nuestro alrededor dentro de la tienda. El último servicio fue apacible y al final todos cantamos himnos, empezando con “Amazing Grace”.
Cuando la última nota aún flotaba en el aire, Gene nos hizo una seña para que nos apartáramos y los sepultureros llegaron para bajar el ataúd. No sé si alguna vez han visto algo así, pero es muy impresionante ver cómo se mecen esas correas de manera escalofriante y se desenrollan muy, pero muy despacio.
Penni sugirió que cantáramos, por lo que alguien empezó a entonar “Jesús ama a los niños pequeños”. Todos nos unimos al coro, incluso Gene y su personal. Gene nos entregó a cada uno de nosotros, Penni, Noah, Chelsea y a mí, una rosa blanca, que dejamos caer sobre el ataúd.
Llegó el momento de echar un poco de tierra al ataúd de Evan. Empuñé el mango de madera de la pala y la hundí en una montaña de arcilla.
Cuando lancé el primer montón de tierra sobre el ataúd que tenía la inscripción “Evan Harrison Newport”, de mis labios salieron las palabras que nunca pensé decir: “Ésta es por mi hijo”.
Penni siguió; luego Chelsea, después Noah. Otros más vinieron detrás. Gene fue el último.
Gene volvió a guiarnos y nos pidió que miráramos el cielo fresco de invierno. Distribuyó los globos blancos que habían rodeado a Evan en los últimos tres días. Le dio a Noah el que había estado en la puerta de atrás de la carroza.
—Noah, este globo especial es para ti —dijo.
Soltamos los globos.
Mientras se alejaban flotando a un lugar muy distante, familiares y amigos empezaron a interpretar lo que veían en el cielo.
—Parece una linterna gigante —dijo Gene. Ése era el juguete favorito de Evan.
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