Читать книгу Caldo de pollo para el alma: Duelo y recuperación - Марк Виктор Хансен - Страница 21
ОглавлениеGirasol de Cornell
Era diciembre de 2000 cuando asistimos al funeral de mi amado padre, Clarence Edward Gammon. Un enorme abanico de girasoles adornaba el púlpito de la iglesia en memoria del sol que iluminó nuestras vidas y en conmemoración de los bellísimos girasoles que él cultivaba cada año. Eran la comidilla del barrio cuando se erguían imponentes y llegaban a rozar los aleros de nuestra casa familiar.
¡Oh, corazón! Si algún necio
te dijera que el alma, como
el cuerpo, perece, responde
que la flor se marchita, pero
la semilla permanece.
KAHLIL GIBRAN
Cada año desde 2002, las semillas de esas flores preciosas se vuelven a sembrar en mi casa de Cornell, en recuerdo entrañable de mi papá y por respeto al amor que sintió por esas flores. Fue en 2006, cuando empezaba el proceso de siembra para la nueva temporada, que la maravillosa historia de estas flores alcanzó una nueva altura.
Entré en el garaje a buscar las semillas que había cosechado el pasado otoño, como había hecho cada año antes. No caí en la cuenta de inmediato cuando vi en la bandeja las cáscaras abiertas, pero pronto comprendí que un bicho hambriento, que de seguro se había refugiado en nuestra cochera durante el invierno, se había comido las semillas. Una oleada terrible de temor y desolación me invadió, como si hubiera vuelto a perder a mi padre.
Mi esposo me vio llorando desde la ventana de la cocina, abrió la puerta y preguntó qué me pasaba. Le expliqué lo ocurrido. Me miró con compasión y dijo: “Sólo se necesita una”. Comprendí. Pasé dos horas buscando y rebuscando entre las cáscaras y encontré un total de doce semillas restantes que sembré en macetas pequeñas, y crecieron las plantitas en la ventana de nuestra cocina.
Regresamos de un fin de semana que habíamos pasado fuera y descubrimos que nuestro gato había descabezado todas las flores y se las había comido. No podía creer que esas flores estuvieran de nuevo en peligro. Una vez más, mi esposo aconsejó: “No te des por vencida, sólo se necesita una”. Y había una.
Una planta joven había sobrevivido y la sembré en el jardín de la parte de atrás de la casa. En las siguientes semanas la vi crecer y fortalecerse hasta que alcanzó una altura de treinta centímetros. Un día estaba quitando la hierba alrededor del tallo y algo absolutamente increíble ocurrió: oí el “crac” y claro, me había acercado demasiado y corté el tallo de la flor. Esta vez no derramé lágrimas. Me di cuenta de que me estaban enviando alguna especie de mensaje que aún no lograba discernir.
No tuve el valor de desenterrar el tallo agonizante y lo dejé ahí varias semanas. Un día, mientras estaba desmalezando, algo me llamó la atención. El tallo de girasol había vuelto a la vida: estaba mustio y de pronto se había levantado mirando al cielo y empezó a florecer. Era un milagro. Esta vez, las lágrimas eran por el mensaje recibido en lugar de por lo que había perdido. Sólo se necesita uno para marcar la diferencia, sea una persona o un girasol.
Sin importar los maltratos sufridos, esta flor tenía un propósito y lo iba a cumplir a pesar de todos los ratones, gatos y jardineras descuidadas. Durante el verano el tallo creció hasta medir más de 1.80 metros, formó más de seis flores y proporcionó cientos de semillas para la cosecha.
Comparto estas semillas como comparto mi historia de pérdida y, en última instancia, el regalo más grande de todos: el regalo de esperanza y fortaleza y la certeza de que todos los seres vivos son milagrosos en su existencia y perseverancia.
Todos deberíamos estar tan llenos de esperanza como este girasol de Cornell.
SHERI GAMMON DEWLING