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El mes de los narcisos

Mamá abrió los ojos y miró sin parpadear el florero de narcisos en la mesa al lado de su cama en el hospital.

—¿Quién mandó esas flores tan bonitas? —preguntó con voz apenas audible.

—Nadie las mandó, mamá —le apreté la mano—. Yo las corté del jardín. Es marzo, el mes de los narcisos.

Me sonrió débilmente.

Las flores de finales del

invierno y principios de la

primavera ocupan lugares en

nuestros corazones que no

guardan ninguna proporción

con su tamaño.

GERTRUDE S. WISTER

—¿Me prometes una cosa?

Asentí. Había prometido muchas cosas desde que aceptamos por fin que el cáncer pancreático de mamá pronto le arrebataría la vida.

—Prométeme que antes de vender mi casa, sacarás mis bulbos de narcisos y los sembrarás en tu jardín.

Traté en vano de contener las lágrimas.

—Lo haré, madre. Te lo prometo —ella sonrió, cerró los ojos y se volvió a sumir en esa niebla crepuscular que caracterizó los últimos días de su vida.

Mamá falleció antes de que terminara el mes de los narcisos, y en las semanas que siguieron, semanas tan impregnadas de dolor que mis hermanos y yo parecíamos zombis ambulantes, vaciamos su casa, pintamos, lavamos las ventanas y alfombras e inscribimos la casa en la que habíamos crecido en una agencia inmobiliaria para que la pusiera en venta. Contratamos a un chico del vecindario para que se ocupara de cuidar el jardín.

Y nunca me acordé de los narcisos, que hacía mucho habían dejado de florear, hasta un día a finales de otoño en que la casa se vendió por fin. Mi hermano, mi hermana y yo íbamos a reunirnos con los compradores para firmar los documentos temprano una mañana que yo sabía que estaría llena de emociones encontradas. Por un lado, era bueno deshacernos de la carga de tener una casa vacía. Por el otro, pronto entregaríamos las llaves de nuestro hogar familiar a unos extraños. Unos extraños que, estaba segura, nunca podrían amar nuestra casa como nosotros.

¿Acaso esta nueva familia prepararía hamburguesas en la parrilla del patio de ladrillos que mi padre construyó hace muchos veranos? ¿Los niños pasarían las tardes de otoño rastrillando las hojas debajo del arce gigante y las apilarían en una montaña altísima en la que luego saltarían? ¿Descubrirían que uno de los rincones de la estancia familiar era el lugar perfecto para el árbol de Navidad? ¿Y les sorprendería lo que salía de la tierra del jardín de mamá todas las primaveras? Azafranes, cebollas en flor, jacintos, y cientos y cientos de narcisos.

¡Narcisos! Ocho meses después recordé de repente la promesa que le había hecho a mi madre cuando estaba agonizando. Fui por una pala y una caja de cartón, las metí a la cajuela de mi automóvil y me dirigí a la casa y el jardín que dentro de sólo un par de horas pertenecerían a alguien que no tenía ningún parentesco conmigo.

Por supuesto, no había rastro de los narcisos por ninguna parte. Desde hacía mucho tiempo los habían podado y en ese momento estaban cubiertos de hojas. Pero yo sabía exactamente dónde estaban. Pasando por alto el hecho de que iba vestida de manera muy formal para hacerla de jardinero, hundí la punta de la pala en la tierra, levanté un montón de bulbos y los arrojé a la caja. Así fui recorriendo toda la cerca y recogí docenas de bulbos de narcisos.

Pese a ello, dejé más de los que me llevé, segura de que a la familia que había comprado la casa de mi madre le deleitarían los encantadores heraldos de la primavera.

Igual que a mí. Han transcurrido cinco años desde que mi madre murió, pero cada marzo, junto montones y montones de flores de mi jardín y las pongo en jarrones. Algunas las uso para adornar mi casa y otras las llevo al pabellón de oncología de un hospital cercano.

—¿Quién mandó estas flores tan bonitas? —tal vez pregunte algún paciente moribundo.

Entonces, yo le apretaré la mano, lo miraré a los ojos empañados por esa niebla crepuscular tan conocida y le diré lo que desde el fondo del corazón creo que es verdad:

—Mi madre las mandó especialmente para usted —responderé—. Es que es el mes de los narcisos, ¿sabe?

JENNIE IVEY

Caldo de pollo para el alma: Duelo y recuperación

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