Читать книгу Caldo de pollo para el alma: Duelo y recuperación - Марк Виктор Хансен - Страница 10

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Una de mis amigas más queridas murió hace poco. Dolores luchó contra el cáncer más de ocho años con fortaleza y optimismo inquebrantable. Era una persona que asumía todo. Cada vez que el cáncer reincidía, lo aceptaba, casi le daba la bienvenida, y una vez incluso exigió la siguiente ronda de quimioterapia. Sabía lo que le esperaba: la náusea, la neuropatía, el insomnio y el dolor, pero también estaba consciente de las consecuencias si se negaba. Habría dos o tres días a la semana de molestias, pero ella se centraba en los cuatro en los que se sentiría “bastante bien”. Si el régimen requería quimioterapia cada tres semanas, esperaba con entusiasmo las dos semanas en que se sentiría más o menos bien. Sin embargo, los periodos de remisión antes de que reapareciera el cáncer se fueron haciendo cada vez más cortos.

Donde solías estar, hay un

agujero en el mundo que

durante el día me esfuerzo

constantemente por rodear y

en el que siempre caigo por la

noche. Te echo mucho

de menos.

EDNA ST. VINCENT MILLAY

Dolores aseguró que entendería cuando su calidad de vida disminuyera demasiado; no obstante, a pesar de las duras pruebas a las que se sometía, seguía resistiendo. Al fin llegó el momento en que entraba y salía del hospital y el dolor regía su existencia diaria. Entonces tomó la decisión de suspender los exámenes, la quimioterapia, la angustia para ella y su familia y dejarse ir. Volvió a casa con los cuidados que requiere un enfermo desahuciado. Tres semanas después asistimos a su funeral.

Nos conocimos hace treinta años; una amiga mutua nos presentó, pensó que nos llevaríamos bien porque yo me iba a mudar a la misma calle y las dos éramos escritoras. Nuestra amiga tenía razón. Nos llevamos bien en muchos sentidos y descubrimos más una de la otra con el transcurso de los años.

Nuestra amistad empezó cuando invité a mi nueva vecina a un grupo de escritores al que yo asistía desde hacía algún tiempo. Ella escribía poesía y yo libros infantiles, dos géneros muy distintos, pero el grupo era ecléctico: un hombre escribía cuentos de horror à la Stephen King; una mujer escribía reportajes para periódicos; alguien más escribía poesía por placer personal. El grupo era divertido y servicial, pero fueron las idas y venidas juntas en el auto lo que ayudó a florecer nuestra amistad. Nos conocimos bien durante esos viajes. Hablábamos de nuestras esperanzas y filosofías, nuestras familias, nuestros mundos.

Un día se me ocurrió la idea que podríamos escribir un libro infantil con mis cuentos y sus poemas. Enviamos consultas y recibimos rechazos, pero una editora nos sugirió que llenáramos el libro con actividades y trabajos manuales. Ninguna de las dos había hecho algo así antes. Entrecruzamos miradas y dijimos: —¿Por qué no?

Todos los días me encaminaba a su casa, que quedaba a tres puertas de la mía, y creábamos proyectos para niños con lo que teníamos a la mano: cestas de ropa, cartones de leche, sábanas, estambre. Nos pasábamos el día riéndonos. Nos parecía increíble lo que lográbamos producir con cosas ordinarias y domésticas. Terminamos siendo coautoras de dos libros de actividades para Halloween, cuatro libros de bromas y uno para colorear.

Nos preguntaban si era difícil escribir con otra persona. Nunca lo pensamos, tal vez porque escribíamos juntas cada oración. Cada poema tenía nuestras dos voces; cada actividad era una combinación de ideas. No considerábamos que los proyectos fueran de ella o míos, sino más bien nuestros. No había competencia, sólo diversión.

Hicimos mucho más que escribir juntas. Asistíamos a clases, aprendimos a pintar paisajes chinos tradicionales, practicamos qi gong y tai chi en nuestro jardín de entrada. Yo daba clases de yoga y ella se convirtió en consultora de feng shui.

Con el paso de los años reservamos las tardes de los viernes para meditar, ya fuera en su casa o en la mía, e invitábamos a un par de amigas a acompañarnos. Durante una de esas sesiones de pronto se dio cuenta de que tenía cáncer. Seis meses después la diagnosticaron y todo cambió.

La visitaba todos días y en las últimas semanas la vi sucumbir lentamente a la enfermedad. Comprendí que estaba esperando la hora de partir. Conversábamos un poco, pero más que nada la tomaba de la mano. Yo sabía que su filosofía tenía una comprensión amplia de la energía, pero me daba cuenta de lo difícil que le resultaba el proceso. Cuando se fue, me sentí tan aliviada como apesadumbrada.

Sigue viviendo en mi corazón, la sigo teniendo en mis archivos. Nuestro trabajo conjunto, publicado e inédito, es una conexión entre nuestros mundos. Cuando pienso en ella, agradezco los años que pasamos juntas. Cuando nos conocimos nunca imaginé que nuestra relación llegaría a ser tan profunda. Aunque, ¿acaso alguna vez sabemos dónde nos llevará la vida y con quién compartiremos el viaje?

FERIDA WOLFF

Caldo de pollo para el alma: Duelo y recuperación

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