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La mesa vacía

Estábamos en Grecia de vacaciones hace muchos años y fuimos a un pueblo pequeño muy alejado de la ruta de los turistas. Deambulamos por las callejuelas hasta que nos dio hambre. Decidimos entrar en un cafecito a probar la comida griega. El piso y las paredes del interior eran de piedra, pero había sillas y mesas modernas que estaban pintadas de amarillo brillante, excepto por una vieja mesa de madera redonda y cuatro sillas, también de madera, que sobresalían en medio de los muebles modernos de color vivo.

Aquel que se ha ido, cuya

memoria atesoramos, mora

entre nosotros, más potente,

no, más presente que los

vivos.

ANTOINE DE SAINT-EXUPERY

Había repisas alrededor de las paredes con frascos que contenían hierbas secas, algún tipo de pepinillos de aspecto extraño, flores frescas, velas y muchas otras cosas.

Una anciana salió de una cortina de cuentas de vidrio y nos preguntó que nos gustaría comer. Pedimos un surtido de platos típicos, vino de la localidad y café.

Como ya casi era hora de comer, el café empezó a llenarse poco a poco. Le comenté a la joven que nos llevó el vino que tenían muchos clientes.

—Los viernes viene a comer mucha gente—, respondió. Todos estaban sentados charlando cuando entró un anciano y se abrió paso hacia la vieja mesa de madera.

Tomó asiento y la joven puso un vaso de agua frente a él y en los otros tres lugares. Hizo lo mismo con platos de pan y comprendí que el hombre debía de estar esperando a otros tres comensales.

Comimos los deliciosos platos y hablamos de a dónde iríamos a explorar después. Al cabo de casi una hora noté que el anciano seguía solo en la mesa. Aunque estaba comiendo algo, los vasos de agua y los platos de pan seguían ahí sin que nadie los hubiera tocado. La mano le tembló cuando levantó el vaso para beber un sorbo y me sentí profundamente conmovida. ¿Quién dejaría a un anciano comer sólo cuando lo estaba esperando?

Cuando mi esposo fue a pagar la cuenta y nuestros hijos fueron al baño, paseé la mirada por los frascos en las repisas, pero me detuve en el viejo. La anciana me vio y le comenté:

—Es triste que sus acompañantes no hayan llegado y que haya tenido que comer solo.

—Siempre come solo. Sus acompañantes nunca vienen —repuso ella.

La miré intrigada.

—¿Le gusta fingir que tal vez vendrán?

—No, él sabe bien que nunca llegarán. Hace muchos años, cuando era joven, eran cuatro los que venían todos los días de regreso a casa del trabajo. Tomaban uno o dos vasos de vino, eran cuatro jóvenes apuestos y fuertes. Una vez a la semana se sentaban en aquella mesa y comían juntos porque era viernes y no tenían que volver al trabajo sino hasta el lunes. Reían, contaban historias y planeaban sus fines de semana. Eran amigos desde que iban a la escuela y siempre estaban juntos.

“Entonces estalló la guerra, y primero uno y luego los otros se marcharon a combatir. Eran como hermanos, comprenderá usted, y al final, cuando la guerra terminó, esperábamos que todos los muchachos volvieran a casa. De los cuatro que se sentaban ahí, sólo Nikolas volvió. Viene aquí cada viernes desde el día en que salió cojeando del hospital y se sentó a comer con sus amigos. En la mente revive su infancia feliz en este pueblo, recuerda cuando eran niños y les gastaban bromas a los vecinos, sus vidas cuando crecieron y se convirtieron en jóvenes y los abrazos de despedida cuando se fueron a la guerra. El resto de la semana lleva una vida normal con su esposa y su familia. Nikolas necesita estos viernes para sobrellevar el dolor, para pasar unos momentos felices con sus viejos amigos.

El relato fue tan conmovedor que todavía me escurren las lágrimas por las mejillas cuando pienso en el anciano. Nunca olvidaré las últimas palabras que me dijo la señora cuando me disponía a irme.

—El legado de la guerra no es sólo las miles de cruces blancas en un cementerio militar, es también las sillas vacías en una mesa y los amigos que nunca volverán a reunirse. Mientras yo viva, Nikolas siempre podrá reunirse aquí con sus amigos.

JOYCE STARK

Caldo de pollo para el alma: Duelo y recuperación

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