Читать книгу Caldo de pollo para el alma: Duelo y recuperación - Марк Виктор Хансен - Страница 9

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Aprender de nuevo
a remontar el vuelo

Tomé la decisión y le di carácter definitivo cuando clavé la estaca con el letrero en el suelo. Con grandes letras rojas llamativas, escribí: CASA EN VENTA. Entré, me lavé las manos y me senté a la mesa de la cocina, apretando con nerviosismo un vaso de limonada fría mientras veía un cardenal que picoteaba en la bandeja de comida en el comedero de pájaros frente a mi ventana.

Quien quiera aprender a

volar algún día, primero

debe aprender a tenerse

en pie y caminar y luego a

correr, trepar y más tarde

a bailar; no se puede

aprender a volar volando.

FRIEDRICH NIETZSCHE

Sonreí; los recuerdos que evocaban esa mesa, la ventana y el comedero de pájaros eran como un bálsamo para mi alma. Mi esposo había medido con mucho cuidado desde el suelo hasta la altura de mis ojos y había colocado el comedero sobre el poste. Dijo que lo hacía por mí, y era cierto, pero a él le gustaba observar a las aves tanto como a mí. Bebimos muchas tazas de café sentados ahí muy temprano por las mañanas, contemplando a los pinzones amarillos y negros, los azulejos, los pájaros trepadores y los herrerillos, pero mi favorito era el cardenal.

Con los pies levantados en un banco, aspiré el aire limpio y fresco y saboreé la limonada casera. Clavé la mirada en un capullo adherido al dorso de una hoja verde de la clemátide que serpenteaba en la celosía. Los hilos de seda se movieron trémulos y se abrieron; aparecieron unas alas de color amarillo y negro brillante y la mariposa salió de su refugio. Desafiando a depredadores y coleccionistas con redes, se atrevió a remontar el vuelo en campos abiertos y a libar el dulce néctar de la naturaleza pródiga, extendió las alas majestuosas con gallardetes dorados que resplandecían en el sol. La larva dejó de ser un gusano feo, abrigado y protegido y se convirtió en una belleza que podía volar con libertad, lista para emprender la aventura de la vida.

Como iba a vender la casa, pensé que me haría bien practicar lo que haría y diría a un posible comprador.

—Hola —me dirigí a la puerta y saludé—. Pasen ustedes. Entren por la cocina. Todos mis amigos entran por ahí.

Luego comencé el recorrido de la casa. No pude evitar señalar el comedero de pájaros que mi esposo construyó y mencioné que lo pintó de blanco para que contrastara con mis pájaros rojos.

—¿Ven el bosque detrás de la casa? —señalé de nuevo hacia la ventana abierta—. A menudo tomábamos café en silencio para no ahuyentar a los cervatillos, conejos y ardillas pardas y rayadas que llegaban al jardín. Los árboles ofrecen muy buena sombra para las parrilladas familiares también.

Toqué el florero de cristal cortado y seguí charlando con mis visitantes imaginarios.

—Este florero alguna vez estuvo lleno de flores del jardín de mi marido, de la florería Kroger’s o de flores silvestres que recogía en los campos abiertos de por allá. Mis amigas me molestaban y me decían en son de broma que todavía me cortejaba después de cuarenta y cinco años de matrimonio. Yo no lo discutía.

Señalé la ventana del otro lado de la casa.

—La cochera se ve desde aquí. Sigue llena de herramientas de carpintería y mecánica. Aunque mi difunto esposo ya estaba enfermo, le gustaba trabajar en su taller. Su motocicleta está estacionada en un rincón y nuestra lancha y equipo de pesca, en el otro. Pasamos muchas horas viajando por el país en esa pequeña casa rodante que está estacionada en el cobertizo.

Los conduje a la sala donde la Biblia familiar estaba abierta sobre la mesa de café y el retrato de mi esposo colgaba de la pared. Lo señalé.

—Era muy apuesto. De joven, mis amigas me decían que se parecía a Elvis. No quiso que le tomaran fotografías después de que se quedó calvo por la quimioterapia.

Señalé con la cabeza el televisor.

—Le compré esa pantalla grande para que pudiera ver a sus Kentucky Wildcats jugar basquetbol. Se retrepaba en aquel sillón reclinable y veía los partidos o su programa de casos judiciales.

Recogí un hilo suelto.

—Los brazos del sillón tienen lugares desgastados donde los nietos se subían para sentarse en las piernas de papi. Y los resortes están un poco flojos porque a veces el sillón no sólo sostenía a mi esposo, sino también a nuestras dos hijas adultas al mismo tiempo —tuve una visión fugaz de los tres apiñados en ese sillón—. Examinemos de cerca ese sillón. Busquen con cuidado y de seguro encontrarán una bola de menta envuelta en papel celofán que se le cayó del bolsillo donde se guardaba un montón para dárselas a las señoras y los niños en la iglesia. Le decían de cariño el Hombre de los caramelos —esbocé sin querer una sonrisa—. De hecho, una bola de menta apareció misteriosamente en su mano después de que una de las señoras de la iglesia se acercó a ver su cuerpo en la funeraria.

Pasé la mano por la otra pared.

—Éstos son mis nietos —recorrí con el dedo la orilla tallada a mano del marco de madera y me detuve en la más pequeña—. En el camino de la infancia a la vejez pasamos por muchas etapas de la vida. Mi nietecita cumplió dos años esta primavera. El plato y la cuchara sustituyeron la leche materna y empezó a usar calzones en lugar de pañales. Se puso la mochila al hombro cuando empezaron las clases y anunció que ella también iría a la escuela, ¡vaya berrinche que hizo cuando sus dos hermanos se subieron al autobús y la dejaron atrás! La transición de bebé a niña terminó en ese momento.

Acaricié con el dedo el siguiente retrato.

—Su hermano, que empezó a ir a preescolar este año, abordó nervioso el autobús, se detuvo en el peldaño, se volvió a mirar y agitó la mano para despedirse, mientras una lágrima sin brotar acechaba detrás de las pestañas. Y mi tocaya llegó a la preadolescencia este verano. En vez de programas infantiles, su personaje favorito de la televisión es el ídolo del momento entre los adolescentes, y su ropa de niña pequeña ya no le queda. Tener diez años es complicado: una es muy joven para las relaciones entre niño y niña, pero los juguetes ya no la entusiasman.

En otra fotografía aparecían tres nietos en fila.

—Este nieto pasó a secundaria; estaba impaciente, pero también temeroso. Las maestras de primaria ya no estarán ahí para consolarlo cuando pierda el dinero para el almuerzo y lo molesten los muchachos pendencieros. Ahora tiene que enfrentar un nuevo nivel de independencia. Este nieto se enfrenta con valentía a ese temible monstruo llamado preparatoria mientras que este otro será adolescente el próximo mes. La grasa de bebé empieza a derretirse y algunos granitos han aparecido en su rostro —hablaba en voz baja en ese momento.

—Antes de que subamos a las recámaras, permítanme enseñarles a mis hijos —me volví hacia los retratos que estaban en la pared del otro lado de la habitación—. Mi hija menor cumplirá treinta años en septiembre. Le salieron algunas canas cuando dejó de ser mamá y ama de casa para ir a estudiar a la universidad. Mi otra hija, que alguna vez fue estudiante con necesidades especiales que luchaba contra la dislexia, ha empezado a perseguir su ideal de ser maestra de otros niños con necesidades especiales.

Tomé el marco de filigrana y el rostro de una bella joven, que ha dejado un enorme hueco en nuestros corazones, me devuelve la mirada. Los ojos se me humedecen cuando veo a mi hijo con su nieta en brazos, mi bisnieta, que ayuda a aliviar el dolor de nuestras vidas y llena el lugar vacante en los retratos familiares que alguna vez ocupó la única hija de mi hijo.

Una lágrima me escurrió por la mejilla y sonreí con tristeza. Miré a mis compradores imaginarios y anuncié:

—Siento mucho haberles hecho perder el tiempo, pero creo que no terminaremos este recorrido porque la casa ya no está en venta. Esta casa guarda muchos recuerdos y con la ayuda de Dios, creo que los conservaré tal como están.

Una brisa fresca y curativa entró por la ventana cuando estaba por acabarme la limonada y empezaba a planear el nuevo día. Una mariposa monarca, negra y amarilla, revoloteó junto a la celosía, agitando las alas mientras se posaba sobre una hoja de clemátide. El mes pasado inicié mi transición: era una esposa felizmente casada y ahora soy una viuda confundida e insegura, pero, al igual que la mariposa, a mí también me saldrán alas y remontaré el vuelo.

JEAN KINSEY

Caldo de pollo para el alma: Duelo y recuperación

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