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La pulsera de mi madre

La pulsera de dijes de plata de mi madre comenzó como una “pulsera de abuelita”: tenía dijes grabados con los nombres y fechas de nacimiento de sus seis nietos. Algunos son de perfiles de una niña o niño pequeño; otros son discos de plata sin adornos. Luego, mamá agregó un dije por mí y otro por mi hermano Art. Luego de décadas de matrimonio, recibió un nuevo anillo de bodas de diamantes y agregó su argolla original de plata, que era muy delgada, a la pulsera.

Cuando era joven,

admiraba a las personas

inteligentes. Ahora que soy

viejo, admiro a las personas

bondadosas.

ABRAHAM JOSHUA HESCHEL

Un pequeño cerdo de plata cuelga de la pulsera, un tributo a los muchos años que mi padre trabajó en Hormel Company. También hay un dije de Portugal; no tengo idea de cuál sea su significado, pero sé que mis padres alguna vez hicieron un viaje a ese país. Con el tiempo, uno a la vez, se fueron sumando dijes que representaban a sus once bisnietos. Mamá usaba su pulsera con frecuencia y siempre se la ponía el día de las madres.

Después de que mi madre murió, Art y yo hicimos planes para reunirnos en su casa y repartirnos todas sus pertenencias. Mamá vivía en Burlingame, California. Art y su esposa Joan viajaron en avión desde Minnesota. Mi esposo Carl y yo planeamos ir en nuestra camioneta desde Washington para poder volver a casa con la vajilla de ranúnculos Spode de Madre, que siempre me había fascinado, y una pequeña cómoda con gavetas, el único objeto que mi madre tenía que había pertenecido a SU madre.

Al salir de la casa para emprender este triste viaje, me caí y me fracturé el tobillo. Horas después, luego de que me enyesaron, salí del hospital en silla de ruedas, con instrucciones estrictas de mantener el tobillo elevado varios días. Debido al síndrome pospolio, no podía sentarme ni levantarme de la silla de ruedas sin la ayuda de Carl. Viajar era imposible.

Habíamos vendido ya el condominio de mamá, y necesitábamos vaciarlo para los compradores, por lo que Art y Joan clasificaron las cosas de mamá sin nosotros. Me moría de ganas de estar ahí.

Art hizo los arreglos necesarios para enviarme la cómoda y la vajilla de porcelana de mi madre. Traté de pensar en qué más me gustaría conservar, pero estaba de luto por mi madre y tenía mucho dolor por la fractura del tobillo. Mi mente no funcionaba con claridad, y no se me ocurrió nada específico. Mamá y yo teníamos estilos diferentes; ella era una mujer elegante, con mucha clase. Yo soy una “chica campirana” y nuestras casas reflejan nuestra personalidad. No necesitaba ningún mueble; su ropa no me quedaba. Art llamó varias veces para preguntar por algunos objetos pequeños que pensó que podrían interesarme, pero al final regaló casi todo lo que había en la casa al Ejército de Salvación.

El día de las madres del siguiente año recordé la pulsera de plata. ¿Por qué no había pensado en pedirla? Cuando Art llamó para describirme las joyas de Madre, en caso de que quisiera alguna, no mencionó la pulsera. Esperaba que Joan la hubiera tomado, pero cuando le pregunté, Art dijo que no, que no recordaba haberla visto. Me dolió en el alma pensar que hubiéramos pasado por alto la preciosa pulsera de mamá y que hubiera terminado en una tienda de mercancía usada del Ejército de Salvación.

Ese verano, más de un año después de la muerte de mamá, recibí un paquete de una joyería de Burlingame. El paquete estaba asegurado; tuve que firmar al recibirlo. No imaginaba qué podía contener. Cuando abrí la caja, los ojos se me llenaron de lágrimas. La pulsera de dijes de mamá estaba en el fondo del mismo estuche forrado de terciopelo gris en el que ella la había guardado siempre.

El joyero explicó en una nota que mamá le había llevado la pulsera para que le pusiera un nuevo dije por el bisnieto que acababa de nacer, pero que nunca fue a recogerla. Cuando trató de llamarle, el teléfono estaba desconectado.

“Era una señora encantadora”, escribió, “y sé que esta pulsera era una reliquia familiar”. Buscó en sus archivos hasta que encontró a otra clienta que vivía en el mismo edificio que mi madre. Le llamó, le explicó lo de la pulsera y preguntó si sabía cómo comunicarse con alguien de la familia de mi madre. No lo sabía, pero habló con el administrador del edificio, que le dio mi nombre y dirección. Luego fue a la joyería, pagó el nuevo dije y le dio mis datos al joyero. Él me envió la pulsera de mamá.

Cada año, el día de las madres, cuando me pongo la pulsera en la muñeca, no sólo recuerdo a mi amada madre, sino que agradezco a dos personas generosas que hicieron el esfuerzo por devolver un valioso tesoro familiar a alguien que no conocían.

PEG KEHRET

Caldo de pollo para el alma: Duelo y recuperación

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