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II. DESARROLLO 1. RAÍCES CULTURALES

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Una de las principales raíces de la violencia de género que se encuentra afianzada en el suelo nutrido del patriarcado, es la cultura, pues “la noción de género surge a partir de la idea de que lo “femenino” y lo “masculino” no son hechos naturales o biológicos, sino construcciones culturales”6. Por lo que es necesario resaltar “los condicionantes culturales de esta violencia, que, en definitiva, continúan justificando el mantenimiento de unas relaciones desiguales e, incluso, violentas”7.

Pero, ¿a qué denominamos cultura? Partiendo de lo manifestado por AMORÓS, “la cultura no es sino el comportamiento común aprendido de la especie. Este comportamiento común no se limita al aprendizaje de un repertorio fijo, estable y homogéneo de pautas referidas a formas complejas de acción y de pensamiento: las culturas están en un proceso permanente de construcción y reconstrucción”8. En consecuencia, y de acuerdo con lo anotado “entendemos por culturas las maneras en las que viven mujeres y hombres y las entendemos de un modo dinámico, ya que la cultura no se puede sustraer, en las coordenadas modernas, a la aceleración y el cambio social propiciado por los procesos económicos, tecnológicos y culturales de la llamada globalización”9.

En este sentido, en el mundo globalizado en el que vivimos “se hace necesario, adoptar un modelo multiculturalista de gestión de la diversidad cultural”10, debido a que “las culturas no son ni estáticas ni homogéneas, ni, mucho menos, totalidades autorreferidas”11.

Se puede decir que Europa actualmente es una especie de “civilización nómada”, conformada por modernas sociedades multiétnicas, multiculturales y multirreligiosas, donde se evidencia “una potencial fuente de conflictos, de encuentros y desencuentros, con un punto de partida claramente etnocentrista; o lo que es lo mismo, basado en la tendencia emocional a tomar la propia cultura como criterio exclusivo a la hora de interpretar los comportamientos de otros grupos, razas o sociedades”12.

Ante tal situación, surge la necesidad de hacer una diferenciación entre las nuevas definiciones que reconozcan la diversidad cultural. De ahí la aparición de nuevos términos como “multiculturalidad”, que se utiliza “para designar el hecho sociohistórico, incrementado en la era de la globalización, de la coexistencia de diversas culturas en los mismos ámbitos geográficos”13; y, “multiculturalismo”, que hace referencia a “una tesis normativa acerca de cómo deben coexistir las diferentes culturas, lo que sin duda tiene importantes implicaciones en lo que concierne a cómo debe gestionarse políticamente el hecho de la multiculturalidad”14.

La multiculturalidad nos hace repensar en la cultura entrelazándola con el poder. Es decir, se puede incluir un enfoque de género, pues “nadie puede dudar el carácter patriarcal de las distintas culturas, la nuestra y las otras, y del desigual impacto de los procesos de ilustración, de reflexividad social, ligado a los valores universalistas de la igualdad, la libertad y la justicia en ellas”15.

Al hablar de cultura también nos referimos indudablemente a las prácticas y tradiciones de sus miembros. Sin embargo, “hoy confrontamos el debate aludido con las prácticas lesivas que, nuestra cultura y otras culturas, se aplican de forma diferenciada a las niñas y a las mujeres. Estas prácticas en unos casos vienen avaladas por la tradición, pero, en absoluto, están al margen de la resignificación cultural en nuevos contextos sociales, económicos, políticos, etc.”16.

Cabría también analizar ¿qué papel cumple la mujer en la práctica transmisión y aval de tradiciones lesivas? Al respecto, SANZ, explica que las mujeres dentro de la cultura ostentan un perverso doble papel de víctima y victimaria, pues, “por un lado, son transmisoras de tradiciones y, por otro, son sujetos pasivos de prácticas que perpetúan su posición de inferioridad dentro de una sociedad. Porque la cultura se desarrolla y transmite normalmente en el ámbito doméstico, y es allí donde la mujer, apartada de la esfera pública, se alza como “guardiana” de las costumbres y tradiciones de su cultura”17.

Pero, ¿cómo se puede explicar que sean las mismas mujeres quienes intervienen e incentiven estás prácticas lesivas?. Al respecto se señala que la mujer “no sólo trasmite y mantiene las prácticas, sino que acaba interiorizando su sentido, convirtiéndolo en un producto cultural cuya legitimidad difícilmente llega a cuestionar pese a que a ella como mujer le perjudique”18. Lo cierto es que “la sociedad actual no sólo está siendo el escenario donde se representan los problemas que afectan a sus componentes, sino que a su vez está actuando como caldo de cultivo que permite su desarrollo, crecimiento y extensión”19. Esto es, y lamentablemente, la fórmula cultura + patriarcado tiene como resultado la vulneración de derechos de las mujeres, pues en nombre de la cultura a éstas “se les mutila, se les mata, se les cubre o se les recluye”20.

Algunos de los ejemplos más controvertidos de prácticas o tradiciones lesivas motivadas por la cultura, son: 1) La mutilación genital femenina21 que se realiza en África, en algunos países de Oriente Medio y también en algunas zonas de Asia, América del Norte, Latinoamérica y Europa; 2) El aborto o infanticidio selectivo22 en China, bajo la política del hijo único; y, 3) Los matrimonios forzosos23 que se llevan a cabo en el sur de Asia, Oriente Medio y África. Todas estas son “prácticas dañinas de raíz cultural, que valoran más a los niños sobre las niñas”24, por lo que se puede decir que la cultura lleva un marcado concepto discriminatorio y de subordinación de la mujer, pues siempre a las mujeres y a las niñas se les otorga un papel secundario en la sociedad.

Otras prácticas culturales que llevan como centro a la mujer son: 1) las mujeres jirafa, 2) el planchado de senos, 3) las pruebas o certificados de virginidad, 4) la dote y precio de las novias, 5) alimentación forzada, 6) crímenes de honor, 7) el aislamiento durante la menstruación, y así un extenso etcétera.

Frente a estas prácticas lesivas avaladas por la cultura, cabe reflexionar y hacernos el mismo cuestionamiento que se hizo RIVIPERE: ¿qué mundo y qué cultura queremos las mujeres?. Como respuesta la autora propone: “pasar de la lógica de la dominación a la del mestizaje. Es decir, pasar, en todos los terrenos, de lo homogéneo a lo plural, de lo excluyente a lo integrador”25. Además, subraya que “las mujeres, además, debemos pensar en una alternativa no excluyente (eso es el mestizaje). Ésa es nuestra responsabilidad, porque hemos vivido del lado de los excluidos, y no podemos repetir este error, que ya sabemos a dónde nos lleva. Sabemos por experiencia qué es la exclusión. Se trata, por tanto, de pensar una cultura que no excluya a los hombres y que tenga la pluralidad (y el diálogo) como valor”26.

Pero no solo las mujeres debemos adoptar un nuevo papel, sino también los hombres y deben hacerlo ellos mismos. Porque “ellos también deben pensar cómo han de verse a sí mismos: si como el energúmeno machista, vanidoso y cerrado o como un ser racional y sensible, dispuesto a apreciar la variedad del mundo y de la naturaleza. Ahora están perplejos y perciben esta encrucijada: entre la masculinidad tradicional (y el patriarcado) o una masculinidad nueva que tienen que inventar y defender”27. Ellos también “han de elegir entre barbarie y civilización. Entre seguir con la lógica de la dominación o incorporarse a la lógica del mestizaje”28. Y el mestizaje conlleva “estar disponibles, organizar el mundo con leyes justas”29.

La respuesta desde el feminismo como “disidente cultural frente al patriarcado hegemónico”30, ha sido “la propulsa, la reflexividad necesaria que cada sociedad debe practicar para erradicar los usos, prácticas e instituciones segregadoras y/o discriminadoras de las mujeres”31.

Pero, ¿cómo sería una cultura feminizada? En palabras de RODRÍGUEZ MAGDA, “sería aquélla donde la mirada femenina dibujara los mapas conceptuales, diseñara los imaginarios colectivos, hiciere presente su historia; aquella en la que su palabra otorgara poder y legitimidad, y las mujeres estuviera presentes en todos los espacios de la creación, de la administración, difusión y gestión”32. Por tanto, y de acuerdo con lo anotado, nuestra cultura no sería para nada feminizada “sino todo lo más una cultura androcéntrica debilitada”33, que no implica necesariamente “un espacio de mayor predominio femenino, a menos que se pacten espacios de igualdad”34.

Ahora bien, también es cierto que no se pueden arrancar o cortar las tradiciones y prácticas dañinas de las diferentes culturas de un día para otro, por lo que este cambio ha de ser paulatino, respetando en mayor medida las creencias en las que se fundan y como es lógico en el marco del respeto de los derechos humanos y libertades fundamentales, donde prime la libertad, igualdad y la no discriminación.

Estudios Interdisciplinares de género

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