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2. Apartamento de ADAM

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TOBY.— Vaya.

ADAM.— Pasa si quieres.

TOBY.— No quiero molestar a tus padres.

ADAM.— Están en Japón. Mi padre tiene whisky, si te apetece. Whisky añejo.

TOBY.— ¿Cómo de añejo? ¿Como del gobierno de Clinton?

ADAM.— Como del Tratado de Versalles.

TOBY.— Ah, sí, ponme un vaso.

ADAM le sirve una bebida a TOBY.

Este sitio es impresionante.

ADAM.— Bueno, mi casa, sin más. Aquí tienes.

TOBY da un sorbo.

TOBY.— Dios mío.

ADAM.— ¿Está bueno?

TOBY.— Cariño, acabas de ofrecerme el último siglo de historia universal destilado en forma de bebida espirituosa. Está un quintillón de veces mejor que «bueno».

MORGAN.— Toby se acercó a la gigantesca librería. Allí, en un estante – frente a lo que parecía una primera edición de El gran Gatsby de valor incalculable – había una foto de Adam con el presidente y su mujer, tomada en aquella misma habitación.

TOBY.— Toby daba sorbos al whisky sabiendo que cada trago valía más de lo que él tenía en el banco en ese momento. (A ADAM.) ¿De qué conoces a los Obama?

ADAM.— Mi madre fue a la facultad de Derecho con él. Se quedó destrozada cuando decidí ir a Yale.

TOBY.— Sí, la pesadilla de cualquier madre.

ADAM.— ¿Hiciste un posgrado de escritura?

TOBY.— No, un posgrado no.

MORGAN.— Un regate rápido, prestidigitación lingüística: Toby no tenía ni el bachillerato.

TOBY.— ¿Aún estudias?

ADAM.— No, me gradué en primavera.

TOBY.— ¿A qué te dedicas?

ADAM.— Soy actor.

TOBY.— Ya decía yo.

ADAM.— ¿A qué universidad / fuiste?

TOBY.— ¿Cómo te está yendo? Lo de actuar.

ADAM.— Tengo muchos call-backs. Aún no he conseguido un papel de verdad, pero he estado hablando con unas cuantas agencias y representantes.

TOBY.— No está mal para ser tu primer año.

ADAM.— Tengo amigos que ya están en Broadway.

TOBY.— Y estoy seguro de que te alegras muuucho por ellos.

ADAM.— Claro. Es solo que, bueno, ya sabes…

TOBY.— ¿Cuándo me toca a mí?

ADAM.— Sí. A veces es una lucha.

TOBY.— ¿Qué coño sabes tú de luchar, niño rico? Algunos nos hemos dejado la piel para convertirnos en las personas mediocres que somos hoy. Una elección muy valiente, niño rico. Ser un artista. Ya sois los únicos que os lo podéis permitir.

MORGAN.— Pero, en realidad, lo que Toby dijo es:

TOBY.— Sigue luchando, Adam. Al final habrá valido la pena.

ADAM.— Gracias. Qué emoción que vayan a adaptar tu libro al teatro. ¿Sabes cómo va?

TOBY.— La verdad es que sí. Mi agente es muy amigo del director, Tom Durrell. ¿Lo conoces?

ADAM.— No. ¿Debería?

TOBY.— Sí, Adam. Por supuesto que deberías. Es un genio. Y, bueno, Tom leyó mi libro y le volvió loco. Hemos pasado el invierno desarrollando la adaptación y empezamos con la producción en Chicago en septiembre.

ADAM.— ¿Qué aspecto tiene Elan? No das muchos detalles sobre su físico en el libro. ¿Es a propósito?

TOBY.— Para que todos los chavales que lo lean puedan creer que son él.

ADAM.— ¡Es justo lo que me pasó! Estoy convencido de que se parece a mí.

TOBY.— Quizá sí que se parece.

MORGAN.— Ya no llueve.

TOBY.— Debería irme.

ADAM.— ¿Me firmas el libro antes?

TOBY.— Sí, claro.

MORGAN.— «Para Adam, quien espero ser cuando sea mayor».

ADAM.— Gracias.

TOBY.— Oye, ¿te gustaría venir a casa a cenar la semana que viene?

ADAM.— ¿En serio? ¡Claro, me encantaría!

TOBY.— Genial. A Eric le encantará verte otra vez.

MORGAN.— Toby se marchó olvidando su paraguas. Adam lo cogió y vio en qué estado se encontraba. Totalmente desgastado por las costuras y lleno de parches. En realidad, era una porquería de paraguas. Pero de lejos deslumbraba. Como su dueño, no resistía el escrutinio en la distancia corta.

Mientras bajaba al vestíbulo en el ascensor revestido de madera, Toby pensaba…

TOBY.— ¿Quién coño es este chaval? Madre mía, sí que se lo tenía callado cuando lo conocimos.

MORGAN.— ¿Qué querías que dijera: «Hola, soy Adam y soy un niño bien»?

TOBY.— ¡Sí! ¡Yo lo pondría en mi tarjeta de visita! ¡Camisetas, haría camisetas con eso!

MORGAN.— Una semana más tarde, Adam caminó veinte manzanas al norte para cenar con Eric y Toby.

La herencia

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