Читать книгу La piel insomne - Mauricio Montiel Figueiras - Страница 11

CARLOS

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Creo que la idea fue de Rito.

Ahora en retrospectiva, después de lo que pasó creo que sí, que Rito aquella tarde con el sol medio quebrado en el horizonte, que los cuatro amigos de siempre aburridos en la casa del árbol donde nos juntábamos a diario. De repente Rito abrió la boca con una bocanada de humo y se nos antojó la mejor idea; de repente fue el cementerio y jugar futbol entre las lápidas. Al fin y al cabo era un pueblo chico como nosotros, quién iba a darse cuenta si el cementerio estaba a un par de kilómetros y los cigarros de Manuel nos quemaban los catorce años, si nuestros padres nadaban en la siesta o la indiferencia y nadie conocía nuestro club, acuérdense del acuerdo, todos lo firmamos con sangre cuando traje mi navaja y les rebané el índice.

Cómo olvidarnos de la navaja de Rito. Esteban se desmayó al ver el hilo rojísimo que le bajaba por la yema del dedo y se deshilachaba finalmente en una firma recién inventada, un garabato que se tiñó de marrón junto a otros tres garabatos en el trozo de papel que Rito traía siempre en los jeans, revuelto con la resortera y dos fotos de rubias en cueros y sus sueños de conquistador y los cerillos que sacaba para encender otro Camel y hablarnos del cementerio, un lugar mágico que comenzaba a echar raíces en nuestras mentes y a crecer hasta cobrar las dimensiones de una meta o una obsesión. Teníamos que ir allí, al deshuesadero –así lo llamaba Rito–, ese era nuestro último destino, el deshuesadero esto y el deshuesadero lo otro y lo de más allá: imagínense revisar las tumbas abiertas, coger varios cráneos y jugar futbol, desaburrirnos y enterrar los pantalones cortos de una vez por todas, quedarnos a dormir sobre un sepulcro y puto el que se raje; apenas son las cuatro y media, en una hora nos vemos frente a la tienda del Gato. Y no vayas a salir con tus pendejadas, Esteban, nada de que tu mamá te encargó la leche o de que van a misa porque se le ocurrió a tu papá; el chiste es que ellos no sepan a dónde vamos, déjenles una nota o algo así, un campamento o una fiesta en casa de alguien que no existe, usen sus neuronas. Nos vemos a las cinco y media; el que no esté deja de ser miembro del club.

Manuel y yo quisimos protestar, decirle a Rito que el futbol de acuerdo, pero no quedarnos a dormir sobre las tumbas y claro, como él prácticamente no tenía padre y su madre era una de las mujeres más fáciles del pueblo, no había problema: él abandonaba su casa y listo, si no llegaba a dormir qué importa, mamá estaría muy ocupada para advertirlo. Además Rito siempre agarraba las riendas del club, él era el jefe y el resto que se joda, él tomaba las decisiones y ahora vamos acá, ahora para allá, hacemos esto, deshacemos lo otro. Como el verano pasado, aquella vez que robamos gasolina para bañar al perro del carnicero y Rito se reía a carcajadas y prendía un cerillo tras otro y el animal vuelto una pelota caliente y naranja que rebotaba por el lote baldío, aullando y ladrando hasta que reventó como fruta podrida.

Todo eso quisimos decirle Manuel y yo a Rito. Pero bastó una de esas miradas verdes y tan suyas para que nos sintiéramos estúpidos y desarmados y todo fue igual que siempre: el líder era y seguiría siendo Rito, algún engranaje secreto de la naturaleza le había asignado ese privilegio y nosotros lo aceptábamos de algún modo, continuaríamos aceptándolo hasta que Rito dejara de ser Rito y el viento de la madurez nos desbalagara por los cuatro puntos cardinales. Manuel, Esteban y yo de acuerdo, Rito, a las cinco y media; cada quien a su casa a inventar alguna mentira que superara las de los otros, una competencia de cuentos y huidas por la puerta de la cocina o alguna ventana que harían que nos desternilláramos de risa, esa risa irresponsable de la juventud hambrienta de misterios y peligros.

La piel insomne

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