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PRÓLOGO CON ORIGAMI

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En 1992, para celebrar el décimo aniversario de Blade Runner, Ridley Scott lanzó el director’s cut —algo así como la edición definitiva— de su película visionaria. Aunque no difería mucho ni en duración ni en contenido de la original, la nueva versión permitió que el cineasta se deshiciera de ciertos lastres que los productores le habían impuesto para el estreno del filme en 1982; así fue que la narración en off del protagonista, Rick Deckard (Harrison Ford), desapareció junto con el pietaje desechado por Stanley Kubrick del inicio de El resplandor que había ido a parar al clímax de Blade Runner: vistas de montañas verdes y luminosas que daban un aire esperanzador a la fuga de Deckard y la replicante Rachael (Sean Young) a bordo de un automóvil, una fuga que también fue suprimida. El resultado de esta cirugía menor es notable: Blade Runner gana en ambigüedad y desencanto y nos entrega un mundo donde no hay cabida para los finales felices, tal como Scott lo planeó desde un principio. Al director’s cut, sin embargo, se le agregó una escena: Deckard cabecea frente a un piano y en ese momento efímero en que abandona la vigilia sueña con un unicornio en medio de un bosque. Esta imagen aparentemente gratuita extraída de Leyenda, el fiasco que Scott filmó en 1986, da otro sentido a la célebre teoría de que Deckard no es humano sino un replicante más; recordemos que Gaff (Edward James Olmos), el policía que acompaña al protagonista, es experto en origami y que al final de Blade Runner, justo antes de abandonar su departamento para emprender la fuga, Deckard se topa con un pequeño unicornio de papel que alguien dejó en el piso. Mientras lo estudia, azorado, en su mente resuenan las palabras de Gaff: “Lástima que ella [Rachael] no vaya a sobrevivir. Pero, después de todo, ¿quién sobrevive?”. Deckard asiente, se guarda el origami, alcanza a Rachael en el umbral del departamento y cierra la puerta de golpe. Así concluye el director’s cut de este clásico del cine.

Ya que “antología personal” me parece un término que hay que reservar a los autores de probada trayectoria, prefiero ver La piel insomne como una suerte de director’s cut, un ajuste de cuentas con ciertos cuentos escritos entre 1987 y 1993 y repartidos en tres libros. “Nocturno para cazadores”, “Cita en el cuarto 345” y “Hotel en semicírculo” se incluyeron en Donde la piel es un tibio silencio (DIFOCUR, Sinaloa, 1992); “Orquídeas para tres voyeurs ”, “Deshuesadero al crepúsculo”, “Naturaleza muerta con ventanas”, “Día de muertos” y “El club”, en Páginas para una siesta húmeda (Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 1992); “La dulce pesadilla de Sofía”, “Ladrar a medianoche”, “Olga o el más oscuro mambo”, “Telefonemas del otro lado” y “La doble oscuridad de Gabriel”, en Insomnios del otro lado (Joaquín Mortiz, México, 1994). En la sección que cierra el volumen, titulada “ Bonus tracks ”, rescato cinco textos no recogidos en forma de libro pero publicados en revistas, suplementos culturales y antologías: “El patio de los seiscientos caracoles” apareció en Semestral (no. 1, marzo-agosto de 1994); “Carta a Harvey Keitel”, en Casa del Tiempo (no. 33, segunda época, agosto de 1994); “Veranos en la veranda”, en Dispersión multitudinaria. Instantáneas de la nueva narrativa mexicana en el fin de milenio, introducción de Leonardo da Jandra y compilación de Leonardo da Jandra y Roberto Max (Joaquín Mortiz, México, 1997); “Nostalgia de la bomba”, en Se habla español. Voces latinas en USA, prólogo y selección de Alberto Fuguet y Edmundo Paz Soldán (Alfaguara, Miami, 2000); “El coleccionista de nubes”, en Crónica Dominical (no. 264, 20 de enero de 2002).

¿Para qué reescribir? ¿Para qué enfrentarnos y luchar con ese otro que fuimos en una etapa anterior de nuestro proceso escritural? ¿Se altera el espíritu de los textos cuando los pasamos por el filtro del aprendizaje literario? ¿No es mejor aplicar el refrán inglés, let sleeping dogs lie, y dejar las cosas tranquilas? Estas fueron algunas de las dudas que me asaltaron mientras trabajaba en La piel insomne durante 2002, un año que ya se antoja lejano pero en el que estaba incluido el 2020 que ahora nos ha dado alcance luego de rebasar el ominoso noviembre de 2019 previsto precisamente por Blade Runner. Para mi consuelo, en noviembre de 2001 Gustavo Cerati había lanzado 11 episodios sinfónicos, un álbum brillante donde retoma canciones de Soda Stereo y de su producción como solista para darles una vuelta de tuerca. Mismas letras, distintos arreglos, pensé, no está mal. Este libro, así pues, parte de una noción experimental cercana a la del músico argentino. O, para volver a donde empezamos, de una idea semejante a la que tuvo Ridley Scott al planear el director’s cut de Blade Runner: veamos qué sucede si eliminamos los elementos inútiles, la narración en off, y pulimos al máximo; quizá hay algo que se nos escapó, una escena minúscula —un origami— que se quedó en el tintero mental y que puede ayudar a redondear la historia. La piel insomne es un intento por hallar ese efímero unicornio que faltaba. El lector es quien dirá si en efecto fue localizado.

MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS,

Ciudad de México, enero de 2020

La piel insomne

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