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II. LOS ESTUDIOS SOBRE PROVERBIOS EN LA ANTIGÜEDAD Y LA FORMACIÓN DEL CORPUS PAROEMIOGRAPHORUM GRAECORUM(CPG). SU TRANSMISIÓN MANUSCRITA

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Los complejísimos problemas que presenta la formación y transmisión de las colecciones de proverbios que constituyen el Corpus Paroemiographorum Graecorum fueron objeto en la Alemania del último cuarto del siglo XIX y primero del xx de numerosos trabajos realizados y promovidos especialmente por Otto Crusius y Leopold Cohn, los cuales aumentaron extraordinariamente nuestro conocimiento del corpus, aunque quedasen y queden todavía, por supuesto, no pocos puntos oscuros, muy difíciles de resolver tanto por la escasez de los datos como por la complejidad misma de las tradiciones que se entrelazan. Tras un extraño vacío de muchas décadas (si exceptuamos las aportaciones de Rupprecht, discípulo de Crusius, y algunos otros), los estudios sobre la transmisión del CPG han vuelto a cobrar auge y se ha avanzado mucho en ellos merced a los admirables estudios realizados y promovidos por W. Bühler, que indudablemente marcan el camino a seguir en trabajos futuros.

El uso de los proverbios es constante en la literatura griega desde la época arcaica, a partir de Homero y sobre todo de Hesíodo y Arquíloco, que los emplean con profusión. Para muchos de ellos se han señalado paralelos orientales y se ha resaltado su vinculación con la fábula, un género que ya los antiguos relacionaban estrechamente con la literatura proverbial (cf. Quintiliano, V 11, 21)5. En la época clásica los proverbios reaparecen en todos los géneros literarios, siendo especialmente abundantes en aquellos autores que reproducen en mayor medida el lenguaje coloquial, en cualquiera de sus niveles, como es el caso de la comedia6 o los diálogos platónicos, pero no faltan tampoco en la tragedia, la historiografía o la oratoria. De lo que no tenemos noticias para esta época es de la existencia de especulaciones teóricas sobre las características y uso de los proverbios, aunque sí podamos deducir de los escritos de Platón que el filósofo los consideraba como un saber antiguo y tradicional (cf. Crátilo 384a, República 329a, Leyes 741b, Lisis 216c, etc.), depositario de verdades que merece la pena obedecer (Filebo 59e, Sofista 231c, Menéxeno 248a)7. En consecuencia, Platón se sitúa en el polo opuesto de la escasa consideración que merecen los proverbios a determinados filósofos y rétores, empezando por Isócrates, que los estimaban poco adecuados para un estilo «elevado».

El amplio uso que la literatura griega hace de los proverbios no podía pasar desapercibido para los padres de la Filología y a partir del siglo IV a. C. constatamos un gran interés por recogerlos y explicarlos. En concreto, el estudio sistemático y científico de los proverbios comienza para nosotros con Aristóteles, a quien Diógenes Laercio (V 26) atribuye una obra titulada Sobre proverbios, cuya existencia ha sido sin embargo negada por prestigiosos estudiosos tanto de la obra aristotélica (V. Rose) como de la paremiografía griega (O. Crusius), para quienes Diógenes quiere aludir sencillamente a las múltiples referencias que a los proverbios hace Aristóteles en sus obras y no a un tratado independiente. A nuestro entender, tienen mucho más peso los argumentos aducidos por quienes defienden la existencia de un escrito aristotélico dedicado en exclusiva a los proverbios (Rupprecht, Kindstrand, Tosi, Ieraci Bio, etc.), a favor de lo cual habla el interés de sus discípulos por el estudio de los refranes y también un pasaje de Ateneo (Epítome II 60e) que nos informa de que un discípulo de Isócrates llamado Cefisodoro compuso una obra en cuatro libros Contra Aristóteles, en la cual le acusaba, entre otras cosas, de haberse ocupado de asuntos sin importancia, como la recopilación de proverbios. Poco conocemos en todo caso del Sobre proverbios de Aristóteles, pero sí podemos formarnos una opinión de sus ideas sobre los refranes a partir de algunos fragmentos conservados atribuidos a este tratado y de las afirmaciones que expresa en otras obras que han llegado hasta nosotros. Especialmente interesante resulta un fragmento8 transmitido por Sinesio de Cirene en su Elogio de la calvicie (XXII = fr. 13 Rose), en un pasaje en el que defiende la sabiduría de los proverbios recurriendo a la autoridad de Aristóteles: «acerca de los cuales afirma Aristóteles que son restos de una antigua filosofía perdida en el curso de las grandísimas catástrofes humanas, que han sobrevivido por su concisión y agudeza. Un proverbio es más o menos esto: un dicho que tiene el prestigio de la antigüedad de la filosofía de la que deriva». Así pues, para Aristóteles los proverbios son, como el mito (cf. Metafísica 1074a38-bl3), restos del pensamiento de civilizaciones antiquísimas, que han sobrevivido a las grandes catástrofes sufridas por la humanidad9 por su capacidad para grabarse en la memoria debido a su «concisión» (syntomía)10 y a su «agudeza» (dexiótes), ya que los proverbios son sorprendentes, y lo que sorprende llama la atención y queda en la memoria (Retórica 1412a20-22). Efectivamente, en Sobre la filosofía sostenía Aristóteles que la civilización humana se renueva continuamente: cada ciclo concluye con grandes cataclismos que destruyen la humanidad periódicamente11, pero siempre quedan unos pocos supervivientes con los que comienza un nuevo ciclo de civilización, que parte de los restos de la sabiduría del anterior ciclo, conservados especialmente en los proverbios, por las razones antes apuntadas, y en los mitos. Así pues, como ha sostenido con especial insistencia Ieraci Bio, el interés de Aristóteles por los proverbios no era de tipo folclorístico-documental-compilatorio, como en el caso de los gramáticos tardíos que nos han dejado diversas colecciones, sino que estaba estrechamente relacionado con sus especulaciones filosóficas.

Aristóteles también se ocupó de los proverbios desde el punto de vista estilístico y señaló precisamente la «concisión» y la «agudeza» como los rasgos que mejor caracterizan los refranes en tal sentido, junto con su carácter metafórico, como comentamos más arriba. A partir de Aristóteles, el carácter metafórico o alegórico como rasgo peculiar (no identificador, pues no todos los refranes se basan en una metáfora) del proverbio será idea frecuentemente repetida, en especial por los tratadistas de retórica12, en los cuales reencontramos también a menudo el concepto de proverbio como una filosofía popular cuya venerable antigüedad le concede credibilidad y autoridad13.

El interés que Aristóteles mostró hacia los proverbios fue sin duda el acicate que impulsó a los peripatéticos a continuar, también en este tema, la labor del maestro, y en el ámbito peripatético encontramos ya claras teorizaciones sobre el concepto de proverbio y reflexiones a propósito de cuestiones terminológicas, si bien ignoramos hasta qué punto fueron sistemáticas unas y otras. Teofrasto compuso un tratado Sobre proverbios (citado por Diógenes Laercio, V 45), en el cual quizá hubiera distinguido entre proverbio (paroimía) y apotegma (apóphthegma), designando con este último término un dicho expresado por un individuo reconocido, que se habría hecho célebre y se repite con valor gnómico14. De manera semejante, Demetrio (Sobre el estilo 232) no considera «proverbios» las sentencias que se atribuyen a un autor específico, en tanto que Clearco de Solos, autor de dos libros Sobre proverbios (fr. 63-88 Wehrli), pudo poner en relación los proverbios con los grîphoi o adivinanzas, sin duda a partir de la concepción aristotélica de los refranes como reminiscencia de una sabiduría ancestral y de su insistencia en el carácter «metafórico» de los mismos y su capacidad para sorprender y, en consecuencia, grabarse en la memoria (no obstante, sobre este punto los testimonios tampoco son concluyentes)15. Por otro lado, el hecho de que Focio cite el nombre de Clearco (fr. 63 Wehrli), junto con el de Crisipo, cuando se refiere al proverbio aìx pottàn máchairan como variante de aigòs trópon máchairan eskáleusa, permite suponer que en la obra del filósofo de Solos tenían acogida también proverbios dialectales. En fin, otro peripatético, Dicearco, se ocupó asimismo de los proverbios, proponiendo acontecimientos históricos como origen de alguno de ellos (fr. 103 Wehrli), una idea que parte probablemente del propio Aristóteles (cf. fr. 470 y 551).

También derivan directamente de Aristóteles los esfuerzos que la erudición peripatética realizó para identificar los rasgos estilísticos que caracterizan a los refranes y los efectos que se consiguen con su empleo literario. Demetrio en concreto16 comenta (y el uso masivo de proverbios por parte de los epistológrafos lo confirma) que sus características «concisión» y «gracia» los hacen adecuadísimos para la literatura epistolar17, y el testimonio de Ateneo (VIII 348a) nos confirma que Teofrasto trató de su uso para provocar efectos cómicos, otro aspecto que sería comentado en los tratados posteriores de retórica, en especial las deformaciones de los proverbios con intención cómica, un empleo que se encuentra ampliamente documentado en la Comedia Antigua (cf. Zenobio Parisino II 57, IV 86, VI 20, 40, etc.)18.

Por lo que respecta a los estudios que otras escuelas realizaron sobre el acervo paremiológico griego, nuestra información resulta aún más escasa. Es muy posible que los cínicos19 hicieran amplio uso de los refranes en sus escritos, pero los testimonios de que disponemos son escasos y desde luego ninguno de ellos documenta que llevaran a cabo especulaciones teóricas sobre ellos. Algo más sabemos a propósito de los estoicos, entre los que fue Crisipo el experto en cuestiones paremiológicas. En su tratado Sobre proverbios, que comprendía al menos dos libros, coincidía con Teofrasto en no considerar proverbios propiamente dichos los apotegmas o máximas atribuidas a autor conocido20, y, como se señaló anteriormente, quizá remonte a esta obra la explicación etimológica del término paroimía a partir de la palabra oîmos «camino». Ecos de las hipótesis de Crisipo para explicar el origen y el sentido de proverbios se encuentran con cierta frecuencia en el CPG, aunque la crítica moderna, y ya también la antigua21, considera sus explicaciones con cierta desconfianza22, especialmente porque Crisipo se permitía incluso modificar un proverbio para adaptarlo a lo que él pensaba debía significar; esto le vale, por ejemplo, la crítica de Plutarco (Arato I 1), quien con toda razón advierte que Crisipo (fr. 7 Von Arnim) no había entendido el sentido del proverbio «quién alabará al padre, a no ser los hijos desafortunados» (esto es, los hijos afortunados pueden presumir de sus propios méritos, en tanto que los desafortunados sólo pueden vanagloriarse de los méritos de los padres; cf. Diógenes Laercio, VIII 46), y lo modificaba sustituyendo «desafortunados» por un descafeinado y moralizante «afortunados» (cf. también Zenobio Atos I 77, Zenobio Parisino V 32).

Los filólogos alejandrinos tampoco descuidaron, naturalmente, el estudio de los proverbios, y probablemente Pfeiffer exagere, en su Historia de la Filología Clásica, al establecer una diferencia demasiado radical entre la aproximación «filosófica» del perípato y la «filológica» de los alejandrinos en su tratamiento de los proverbios, ya que sin duda hubo muchos aspectos comunes en ambas líneas23. Entre los sabios de la primera época, Eratóstenes aparece mencionado en el CPG y en otras fuentes como comentarista de proverbios (cf. Zenobio Parisino V 2), pero no nos consta que realizara un tratado dedicado en exclusiva a los refranes, de manera que probablemente tiene razón Rupprecht cuando sugiere que Eratóstenes comentó proverbios en cualquiera de sus numerosas obras, en Sobre la comedia antigua por ejemplo24. Aristófanes de Bizancio, en cambio, sí compuso un tratado extenso y monográfico sobre proverbios, aunque las noticias que nos informan sobre su contenido, estructura y características son escasas (fr. 354-362 Slater)25. Eusebio (Contra Marcelo I 3) nos habla de «un sabio que reunió proverbios que gozaban de amplia difusión y podían emplearse con sentidos diversos26, los cuales recogió en seis libros, dos dedicados a los proverbios en verso y cuatro a los proverbios amétricos». Ya A. Schott, en su edición publicada en 1612, se basó en un escolio al v. 1292 de las Aves de Aristófanes para identificar al anónimo sabio con Aristófanes de Bizancio, cuyo nombre e interpretaciones, por lo demás, son recogidos en el CPG y en otras fuentes con cierta frecuencia. Desafortunadamente, los grandes recortes que la tradición paremiográfica ha ido efectuando paulatinamente en la explicación de los proverbios nos han privado con toda probabilidad de buena parte de las interpretaciones del sabio de Bizancio, ya que difícilmente podemos creer que éste se hubiera contentado con las magras explicaciones que en el CPG acompañan a menudo a la cita de su nombre27.

De otros predecesores de Dídimo conocemos apenas el nombre y poco más. El CPG, los escolios y los lexicógrafos mencionan en unas pocas ocasiones (a veces la mención es única) a Dionisodoro, discípulo de Aristarco, a quien Plutarco (Arato I 1) hace polemizar, con razón, con Crisipo a propósito de la interpretación de un proverbio, como más arriba comentamos; también a Calístrato y Eufronio (ambos fuentes de Dídimo), a un tal Milón, a un Esquilo, a un Átalo al que Hesiquio (s.v. Korínthios xénos) atribuye un escrito Sobre proverbios, a Asclepíades, que se habría ocupado de los proverbios en su comentario a Teócrito (escolios a I 56, IV 62, XIV 51), a Aristides, también autor de una obra Sobre proverbios en varios libros (según Ateneo, 614a) y cuyas interpretaciones que se recogen en el CPG recuerdan las antes mencionadas de Demón. Por otro lado, si es correcta la hipótesis de Crusius y Rupprecht28, menos convencional habría sido el escrito que a los refranes dedicó el erudito periegeta Polemón: interesado en las costumbres populares, habría recurrido a ellas para explicar proverbios, de los que se habría ocupado en una monografía de forma epistolar29 que Ateneo (109a, 462b) llama Sobre Mórico, en alusión al refrán «eres más tonto que Mórico» (Zenobio Parisino V 13), y en la cual habrían tenido cabida asimismo otros refranes semejantes, cuyas glosas en el CPG coinciden por la forma y el contenido y remontarían, por consiguiente, al escrito de Polemón; se trata del tipo «más inocente que el Adonis de Praxila» (Zenobio Parisino IV 21), en cuya explicación se menciona a Polemón, «más antiguo que Íbico» (Pseudo-Diogeniano, II 71), «más ridículo que Melitides» (Pseudo-Diogeniano, V 12), «más tonto que Corebo» (Zenobio Parisino IV 58), etc.

Como en tantos otros aspectos de la transmisión de la erudición antigua, también en lo que respecta a las recopilaciones y estudios sobre los proverbios la obra de Dídimo (ca. 80-10 a. C.) es de capital importancia, como recopilador de la erudición precedente y base de las colecciones paremiográficas que han llegado hasta nosotros. Efectivamente, un compendio de los trece libros que abarcaba la obra paremiográfica de Dídimo es, en última instancia, la recopilación de Zenobio, que es a su vez la base de la mayoría de las colecciones compiladas posteriormente y que han sobrevivido; y es notable también la influencia, directa o indirecta, de Dídimo sobre las noticias y explicaciones de proverbios que encontramos en escolios y obras lexicográficas. Las relaciones entre la obra de Dídimo y el material que nosotros conocemos (las colecciones que forman el CPG, la información de los escolios y el corpus lexicográfico) presentan problemas complejísimos, que comenzaron a ser elucidados sobre todo hace poco más de un siglo a partir de los estudios de Crusius y Cohn especialmente. Las cuestiones que quedan por resolver son aún numerosas y no sólo de carácter menudo, puesto que desconocemos incluso el grado de originalidad de la obra de Dídimo con respecto a la tradición anterior (una cuestión que en realidad afecta a todas sus obras) y también hasta qué punto nuestras colecciones de proverbios reflejan los esfuerzos interpretativos del último gran epígono de la gran filología alejandrina, ya que el hecho de que su nombre, curiosamente, aparezca citado sólo en escasísimas ocasiones en nuestras fuentes puede interpretarse en el sentido de que hemos conservado casi sólo los frutos de la labor recopiladora de Dídimo, no su labor exegética, que quizá no fuera especialmente notable (Crusius), o bien en el sentido de que muchas de las explicaciones de Dídimo quedan reflejadas en nuestro CPG aunque no se mencione explícitamente a su autor (Cohn).

Por otro lado, el título que nuestras fuentes atribuyen a la colección de Zenobio es Epítome de Zenobio de los proverbios de Tarreo y Dídimo. Tal formulación es ambigua, ya que puede querer decir que Zenobio hizo un epítome a partir de dos recopilaciones diferentes de proverbios, la de Dídimo y otra de un autor al que se llama «Tarreo»30, o bien que la colección de Zenobio es epítome de una sola recopilación de proverbios que se conocía con los nombres de ambos autores, Dídimo y «Tarreo», porque se trataba a su vez de un epítome que el llamado «Tarreo» había realizado de la amplia obra de Dídimo31. Esta última es la hipótesis que nos parece más verosímil, por responder mejor a la práctica habitual en tales casos, aunque no podemos perder de vista el hecho de que en Zenobio hay probablemente partes que no pueden remontarse a Dídimo32, lo que implicaría bien que Zenobio empleó una recopilación del llamado «Tarreo» que sería diferente de la de Dídimo o bien que «Tarreo» no se contentó con hacer un simple epítome de la obra de Dídimo, sino que intentó ampliarla con otras fuentes (e incluso con aportaciones personales), siguiendo un proceder que más tarde repetirían otros compiladores.

En todo caso, podemos identificar al nominado «Tarreo» con el cretense Lucilo de Tarra, del siglo I d. C., al que la tradición atribuye «tres excelentes libros Sobre proverbios» (Esteban de Bizancio, s.v. Tarra) y también otras obras de carácter gramatical (un comentario a Apolonio de Rodas, por ejemplo) e histórico, y que algunos han supuesto que se trata de la misma persona que el erudito y poeta epigramático Lucilo (o Lucilio), cuyos poemas se recogen en la Antología Palatina33.

La colección de Zenobio constituye la fuente fundamental de la que derivan la mayor parte de las colecciones que componen nuestro CPG. La Suda nos aporta los siguientes datos sobre este erudito: «Zenobio: sofista que enseñó en Roma en tiempos del emperador Adriano [117-138 d. C.]. Escribió un Epítome de los proverbios de Dídimo y Tarreo en tres libros, una traducción al griego de las Historias de Salustio, el historiador romano, y de los llamados Bella del mismo, un escrito de felicitación por su aniversario al emperador Adriano y otras obras». Las recopilaciones de proverbios que se nos han conservado nos permiten llegar a tener como mucho una idea general de las características de la colección zenobiana, pero en modo alguno consienten la reconstrucción de la forma original, puesto que lo que ha llegado hasta nosotros son resúmenes, no exentos de modificaciones y adiciones, de la obra de Zenobio, la cual ya era a su vez, como se apuntó más arriba, resumen del trabajo de eruditos anteriores. Así pues, nuestro CPG está formado por colecciones de proverbios que son resúmenes de otros resúmenes anteriores, tanto en lo que respecta al número de proverbios que se recogen como en lo que se refiere a la calidad y cantidad de las explicaciones, por lo que no resulta extraño que el texto presente con cierta frecuencia dificultades de interpretación a causa de los errores y también de la excesiva concisión que ha conllevado todo ese proceso.

Todas las compilaciones que conservamos derivadas de Zenobio pueden dividirse en dos grandes grupos, que coinciden en buena parte en los proverbios que se recogen y en sus explicaciones, pero difieren básicamente en la organización del material: 1) La redacción llamada «Atos» (Zen. Atos) es la que mejor reproduce la estructura original de la colección de Zenobio. 2) La redacción llamada «vulgata», esto es, «divulgada» (es la base de la editio princeps florentina de 1497), no ha mantenido la estructura original, sino que en ella el material procedente de Zenobio ha sido ordenado alfabéticamente y no aparece dividido en libros, como ocurría en la obra original de Zenobio y como refleja la redacción «Atos».

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