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Viernes, 12 de febrero, 10 horas

Harry Bosch se acercó hasta el mostrador de la Fiscalía del Distrito, situada en la decimoctava planta del Tribunal Penal. Dio su nombre e indicó que estaba citado a las diez con el fiscal del distrito Gabriel Williams.

—De hecho, su reunión va a celebrarse en la sala de conferencias A —le dijo la recepcionista tras consultar el ordenador que tenía delante—. Cruce la puerta, gire a la derecha y camine hasta el final del pasillo. Tuerza de nuevo a la derecha, y la sala de conferencias A quedará a su izquierda. Está señalizada en la puerta. Ellos le están esperando.

La puerta, incrustada en una pared con paneles de madera a espaldas de la mujer, se abrió con un zumbido y Bosch la atravesó, preguntándose por el hecho de que ellos estuvieran esperándole. La tarde anterior había recibido la citación de la secretaria del fiscal general Bosch, y todavía era incapaz de determinar de qué se trataba. Cabía esperar cierto secretismo por parte de la Fiscalía General pero, por lo general, se filtraba algo de información. Hasta ese momento, ni siquiera sabía que iba a reunirse con más de una persona.

Siguiendo el camino que le habían indicado, Bosch llegó hasta la puerta en la que se leía SALA DE CONFERENCIAS A, llamó una vez y escuchó una voz femenina que decía «Adelante».

Entró. Vio a una mujer que se sentaba sola en una mesa para ocho personas. Había documentos, expedientes, fotos y un ordenador portátil esparcidos frente a ella. Le resultaba vagamente familiar, pero no sabía decir de qué. Era atractiva, y una melena oscura y rizada le enmarcaba el rostro. Tenía unos ojos afilados que lo siguieron mientras entraba, y una sonrisa afable, casi curiosa. Era como si supiera algo que a él se le escapaba. Vestía el traje de chaqueta azul marino de rigor entre las mujeres de la fiscalía. Quizás Harry no había sido capaz de situarla, pero dio por sentado que era una suplente del fiscal del distrito.

—¿Detective Bosch?

—Ese soy yo.

—Entre, por favor. Tome asiento.

Bosch retiró una silla y se sentó frente a ella. Sobre la mesa vio una foto de la escena de un crimen en la que aparecía el cadáver de un menor en un contenedor abierto. Se trataba de una niña, y llevaba puesto un vestido azul de manga larga. Iba descalza, y yacía en una pila de desechos procedentes de una obra y otras formas de basura. Los contornos blancos de la foto comenzaban a amarillear. Ya tenía sus años.

La mujer cubrió la foto con un expediente y le tendió la mano por encima de la mesa.

—Creo que no nos conocemos —le dijo—. Me llamo Maggie McPherson.

Bosch reconoció el nombre, pero fue incapaz de recordar de dónde, o de vincularlo con algún caso.

—Soy suplente del fiscal del distrito —prosiguió—, y voy a ser la segunda en el equipo de la acusación contra Jason Jessup. La primera...

—¿Jason Jessup? —preguntó Bosch—. ¿Lo van a llevar a juicio?

—En efecto. Lo anunciaremos la semana que viene, y tengo que pedirle que mantenga la confidencialidad hasta entonces. Siento mucho que nuestro primer fiscal esté llegando tarde a la reu...

La puerta se abrió y Bosch se dio la vuelta. Mickey Haller entró en la sala. Bosch tuvo que mirarlo dos veces. No porque no lo reconociese. Eran medio hermanos y le bastaba echarle un vistazo para saber que era él. Pero encontrarse a Heller en la Fiscalía General era una de esas imágenes que no acababan de tener sentido. Heller era un abogado defensor. Pegaba tanto en la Fiscalía General como un gato en una perrera.

—Ya lo sé —le dijo Heller—. Te estarás preguntando de qué demonios va esto.

Heller se acercó sonriendo hasta el lado de la mesa que ocupaba McPherson y comenzó a retirar una silla. Fue entonces cuando Bosch recordó de qué le sonaba el nombre de ella.

—Vosotros dos... —comenzó Bosch—. Estuvisteis casados, ¿verdad?

—Cierto —le respondió Haller—. Durante ocho maravillosos años.

—¿Y ella está llevando a juicio a Jessup y tú lo estás defendiendo? ¿No crea eso un conflicto de intereses?

La sonrisa de Haller se ensanchó de oreja a oreja.

—Solo supondría un conflicto si perteneciéramos a bandos opuestos, Harry. Pero no es así. Ambos queremos procesarlo. Juntos. Yo soy el primer fiscal, y Maggie el segundo. Y queremos que tú seas nuestro detective.

Bosch estaba completamente confundido.

—Esperad un minuto. Tú no eres fiscal. Esto...

—Me han nombrado fiscal independiente, Harry. Todo se ajusta a la legalidad. De no ser así, no estaría sentado aquí. Vamos a ir detrás de Jessup, y queremos que nos ayudes.

Bosch retiró una silla y se sentó en ella lentamente.

—Por lo que he oído, no hay manera de meterle mano a este caso. A menos que me estés diciendo que Jessup apañó la prueba del ADN.

—No, no lo estamos diciendo —le respondió McPherson—. Hemos efectuado nuestras propias pruebas y comprobaciones. Los resultados eran correctos. El ADN que apareció en el vestido de la víctima no era suyo...

—Pero eso no significa que hayamos perdido el caso —se apresuró a añadir Haller.

Bosch paseó la mirada de McPherson a Haller y luego a la inversa. Era indudable que había algo que no acababa de pillar.

—Entonces, ¿a quién pertenecía el ADN?

McPherson miró a Haller de soslayo antes de responder.

—A su padrastro. Ya está muerto, pero creemos poder explicar por qué se encontró su semen en el vestido de su hijastra.

Haller se inclinó con ansias sobre la mesa.

—Una explicación que deja margen suficiente para volver a condenar a Jessup por el asesinato de la niña.

Bosch se detuvo a pensar un momento y la imagen de su hija relampagueó en su cabeza. Sabía que en el mundo existen determinados tipos de maldad que hay que tener a raya, sin reparar en lo difícil que resulte. La lista la encabezaban los asesinos de niños.

—De acuerdo —dijo—. Contad conmigo.

La revocación

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