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CAPÍTULO 5:

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SEPARACIÓN

Marcados, separados por fuentes de poder, un distinto significado, distinta especie, Dios simplemente decidió no volver a intervenir, su corazón ya no resistió un duro golpe como ese, todo lo que amo estaba destruyéndose poco a poco por la ambición de muchos.

Uran cayó de rodillas, debilitado, mientras que el remolino del templo desapareció, sintiendo una sensación de vacío en el corazón —¡Padre! ¡Padre! —quiso escuchar su voz, pero todo fue en vano, habían dejado de escucharlo y con ello se dio cuenta que caminarían ciegamente por el mundo.

Cuando logró lentamente recomponerse y salió del templo, admiró la destrucción y el caos que habían ocasionado, su pueblo estaba destruido, las casas estaban hechas pedazos y la tierra comenzó a cerrarse lentamente.

Las mujeres llorando de rodillas, hombres tratando de sacar a algunos atrapados, los animales estaban descontrolados, el caos era parte de su reino y todo por culpa de su hermano, aquel hermano que siempre lo odio, aquel hermano que había dado muerte a su madre.

Caminó entre la multitud viendo los daños, viendo a mujeres que habían perdido a sus hijos, hijos que perdieron a sus padres y hermanos, tendría que volver a comenzar, comenzar un reino nuevo, pero esta vez con mano dura, no dejaría que su pueblo sufra las consecuencias de sus actos, no otra vez.

Con la idea de reconstruir un reino más seguro, Uran tomó el control absoluto de su reino siendo déspota y autoritario, cumpliendo la promesa que una vez se hizo, no volvería a ver a su gente destruida. El templo quedo intacto, pero construyó un reino a base de su propio sudor, sus lágrimas y su soledad, un reino donde las reglas se acatarían y que la traición solo se pagaría con la muerte.

Odotnet, su fiel guardián le acompañó todos los días, velando sus noches, velando por sus sueños, protegiendo su vida, tratando de mitigar la venganza del corazón de su protegido ya hecho hombre, apaciguando sus intentos de matanza, sabía que en un futuro Uran se enfrentaría a nuevas batallas y guerras, pero no podría saber a ciencia cierta si su protegido regresaría triunfante o derrotado, vivo o muerto o simplemente se mantendría alejado de las guerras.

Formando una guardia que proteja su reino, formando una escolta que resguarde su trono y sobre todo tratando de asegurar su corazón en altas murallas que nadie pueda tocar. Mudándose al que en un inicio fue el templo de Dios, convirtiéndole en un palacio de almas murallas, columnas anchas, habitaciones amplias, ventanales inmensos, mientras que en centro del jardín que su madre amo una vez, resguardaría la daga y el cofre con su vida, mientras que el poder de Dios corriera por su sangre, él llevaría a su pueblo a la victoria ante la guerra sin fin con el mundo del que fue una vez su hermano.

Su reino quedo en la parte más alta de la montaña, contrayendo murallas a su alrededor, para que ningún hermano pueda cruzar el umbral entre la vida y la muerte, entre la sanación y enfermedad, entre el recuerdo y el olvido y sobre todo entre la fe y la duda en sí mismos, aislándolos del mal de sus otros hermanos, escribiendo las reglas de su reino. Como consecuencia de su paranoia, escribió las reglas en la puerta del palacio, siete reglas, en total.

I. Cada domingo visitarás el templo

II. No pisarás fuera de los límites de tu reino

III. No tratarás de bajar a los mundos inferiores al tuyo

IV. Cada niño se enlistará en el entrenamiento militar

V. No desobedecerás las órdenes del patriarca.

VI. La traición y el asesinato serán condenados a muerte.

VII. Respetarás a tu madre y a tu padre.

Pasaron diez años, años en los que Uran había quedado atrapado entre su pasado y su venganza, siempre al atardecer observaba por la ventana de su palacio, como su gente comenzaba a iniciar nuevamente, pero las ansias de encontrar una puerta directa al infierno para obtener la vida de su hermano lo carcomía día a día.

—Creo que estas yendo demasiado lejos con todo este control Uran —expresó Odotnet, observándolo desde el quicio de la puerta, pero la respuesta de Uran fue solo un bufido.

—Y yo creo que los años están ablandándote —no dejó de ver por la ventana, apoyado en el umbral, con las manos detrás de su espalda.

—¡Uran! —quiso continuar pero su protegido no se lo permitió.

—Creo que la conversación no nos llevara a nada positivo —Uran había creado un ejército para que resguardara su mundo del caos que podía llegar, estaba seguro que Hadeo no se rendiría como él tampoco, tomaría venganza como también le arrancaría el corazón.

Sin embargo, Hadeo había oprimido su resentimiento, pero no dejaba de pensar en una salida de ese mundo al que estaba condenado, pero en el transcurso de diez años su corazón encontró un breve momento de paz cuando una hermosa joven de cabellos lacios y rubios, mirada azul como el cielo obtuvo su amor, su corazón y apaciguo ese fuego de venganza. Su nombre era Pasifae, la bella y tierna Pasifae.

Al paso de unos años más, Uran se tranquilizó, Odotnet le ayudó a olvidar, pero los recuerdo siempre lo invadían de noche, dándole las peores pesadillas, para ello, su guardián lo acompañaba cada noche a caminar por el campo de su palacio, Odotnet no lo llevaba a las partes bajas del reino, solo lo llevaba a lugares que le ayudasen a olvidar, a vivir y sobre todo a seguir, pero el testarudo Rey maquinaba como un reloj a cada instante, no hallaba la manera, la forma de poder entrar al mundo de su hermano y destruirlo, sabía perfectamente que Hadeo no descansaría hasta obtener el poder que Dios le dio, fue su promesa y siempre cumplía sus promesas y no permitiría que su pueblo sufra las consecuencias, debía dejar el poder de su padre y de Dios en un lugar seguro dónde su hermano no podría alcanzarlo, un lugar donde solo sus generaciones pudieran encontrar.

Mientras él pensaba en como destruir a su enemigo, Hadeo había dejado de lado las peleas y sus promesas, casándose con Pasifae y trayendo un heredero al trono infernal, pero no le dio el lugar que correspondía en su corazón, solo buscaba la forma de salir, pero sin éxito, la locura se apropió de él, como resultado un diario donde el frenesí y la demencia se hicieron presentes. Pasifae no le perdonó que dejara a su hijo Sagia de lado por una absurda venganza que consumió su alma como también su vida.

Uran no se quedaba atrás, buscaba la manera de romper sus propias reglas, aunque Dios se encargó que ninguno cruzara los mundos a su antojo, aunque las búsquedas frenéticas de ambos hermanos para hallar una salida y seguir con sus planes iniciales, no descansaron hasta encontrar la puerta que les abriría el camino a varios mundos, incluyendo el de los humanos.

En uno de sus tantos paseos, Uran se encontraba caminando por los pequeños bosques al norte de su palacio, cuándo encontró lo que buscó por años, caminó con descuido resbalando por una senda de arbustos, chocándose con una tapa de concreto que estaba oculta entre las ramas.

¡Uran! ¿Uran? —gritó desesperado Odotnet al verle caer y rodar por los arbustos.

Su mirada se posó en el sello labrado en la tapa, era la misma forma labrada del cofre que le fue encomendado, pero estaba en desorden, las piezas no concordaban con la del cofre. No recordaba que esa imagen la tenía en su propia casa, solo recordaba que la había visto en algún lugar, dándose cuenta que debajo de ese sello una puerta se escondía.

—Estoy... Estoy bien —respondió acariciando el sello, sintiendo el calor y la fuerza que desprendía con un solo toque.

Simultáneamente, Hadeo cabalgaba por sus bosques, su caballo se detuvo de repente, negándose a continuar —¡Harre! Vamos…Anda —pero se negó a cooperar, bajándose de su caballo vio las ramas secas y hojas marchitas ocultar algo de concreto, era extraño, era un bosque con ramas y hojas secas, oscuridad y piedras, pero concreto no era parte de las tierras que él poseía.

Quitando las ramas y las hojas, encontró el sello, el mismo sello. Su mano acarició los bordes, sintiendo que una fuerza extrema estaba en medio de la piedra y el sello, ya nada podría detenerlos, ya nada se interpuso en el camino de ambos hermanos.

El poder los oprimió de tal manera que ambos no pudieron encontrar la paz que necesitaban, no pudieron encontrar paz en sus familias, en su hogar, en su mundo. Pasaron tres años en una larga búsqueda de una llave que pudiera abrir la puerta, la solución perfecta para poder armar el rompecabezas, pero nada, no había nada que les pudiera ayudar a abrir esa puerta, pasaba horas de horas en las noches tratando de descifrarlo, hasta que una de esas tantas, Uran recordó el cofre que sus guardianes resguardan en el interior del palacio —¡Señor mío! —subiendo de nuevo a su caballo, galopo de regreso, cruzando los pasillos de su hogar, abrió las inmensas puertas que resguardaban los tesoros que había heredado, se acercó a la gran mesa de concreto y logró ver el sello del cofre, era el mismo, solo que el orden estaba alterado, mientras él estaba demasiado ocupado con la puerta y la manera de abrirla. Regresando en su caballo, logró mover piedra por piedra, hasta que el sello estuvo completo, pero nada paso, estuvo a punto de regresar a casa, pero de pronto el sello dio un brillo deslumbrante, el ruido fue como cristal romperse, la tapa de concreto quedo destrozada dando paso a un camino lleno de árboles gigantes, tétricos y sombríos.

Sin miedo, apretó las riendas de su caballo y le obligó a seguir por ese camino que él no conocía y que podría correr peligro, adentrándose a las profundidades de ese bosque mesófilo, lleno de niebla, las ramas caían y los árboles morían al paso de la niebla, los ruidos eran estremecedores, ya que al pasar los crujidos de los árboles daban la sensación de que estos cobraban vida mientras se seguía el camino, ese era el mundo de los demonios, aquel mundo condenado, aquel mundo donde vivía su hermano, donde todo a su paso llegaba a morir, sin embargo logró ver un segundo camino que daba a una pradera de altas montañas, un camino exhaustivo y largo que lo llevaba al mundo de sus hermanos humanos, aquellos que decepcionaron al Padre como ellos también lo llegaron a decepcionar.

La venganza del caído

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