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CAPÍTULO 3:

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LA RIVALIDAD

Pero la memoria de dos grandes reyes marcaría el destino de su pueblo, memorias falsas llenas de rivalidad, egoísmo y orgullo mentiras que llenaron el reino de arrogancia hacia ellos mismos, hacia sus propios corazones. Perdiendo el sueño de ser libres, perdiendo la paz que supuestamente perduraría en su gente.

Mandamientos seguidos por años, batallas sin fin, dos hermanos cuyo destino era gobernar, cruzaron sus caminos en torno a la sangre y pelearon batallas en las cuales perdieron más que la vida, perdieron el amor por sí mismos. Dos hermanos cuyas diferencias eran abismales, siendo contrincantes desde su nacimiento, la rivalidad de estos dos sobrepasaba los límites del mismo tiempo.

Hadeo había logrado perfeccionar las técnicas de la batalla, las artes oscuras, mientras que arrastraba al pueblo entero en su nueva visión del poder y la destrucción. Sin embrago su hermano Uran había logrado labrar la tierra, organizar su reino y dar la paz que aclamada por muchos era una bendición,

Sanel dándose cuenta que ambos hijos llevaban fuerzas superiores dentro, pudo notar y elegir a su sucesor con todo el dolor de su corazón, por un largo tiempo su corazón dictaminó que Hadeo el fruto de su amor de su adorada esposa sería el indicado a gobernar, pero le llevó largos años darse cuenta que se engañaba y que su amado hijo llevaba la oscuridad en su interior, mientras que Uran podría dar vida y seguir adelante con la misión que Dios encomendó a su raza, pero el mal ya había entrado a su pueblo, se expandía como una enfermedad lenta, matando cada alma buena a su paso.

Tras el asesinado de Bera, el padre de ambos muchachos no pudo encontrar al culpable, pero sentenció a su mejor amiga y confidente a la perdición del bajo mundo ante su traición, ella le aseguró que ambos hijos serían la destrucción de sus pueblos que arrasaría con la vida misma, pero se negó a escucharla, pero que equivocado había vivido, dándose cuenta que la condena de Milasusky había sido tan injusta como la muerte de su bella Bera.

Tomando la decisión correcta, pero condenando a sus hijos a la guerra eterna, cansado y agotado ante la fuerza de ese poder que lo consumía lentamente vivió veinte años desde que Dios le había hecho entrega de ese poder hambriento, postrado en la cama que fue testigo del nacimiento de su hijo Hadeo y de la muerte de su madre, Sanel sintió que la muerte estaba cubriéndolo con su manto, así que con las ultimas fuerzas que le quedaban, sonrió al ver a sus dos hijos arrodillados a ambos lados de la cama, extendió la mano y acarició el rostro de su amado hijo Hadeo, quien con una sonrisa curvando de sus labios dio por hecho que el poder sería suyo, pero al ver que la mano de su padre acarició de igual manera el rostro y los cabellos rubios de su hermano, la sonrisa de sus labios se fue borrando poco a poco.

Sanel exhaló su último aliento, mientras que su mano aun sostenía la cabeza de su legítimo sucesor —Te obsequio mi poder, Uran —sus dedos avejentados rozaron la mandíbula de su elegido, mientras que el eco de su nombre traspaso las fronteras e hizo temblar los cimientos de su hogar, ambos hermanos levantaron la cabeza y observaron como un brillo poderoso rodeó a su padre, y de la nada una esfera de color dorada salió de la boca de Sanel y con una fuerza extrema voló hacia Uran, lanzándolo por los aires y golpeando duramente su espalda contra la pared, sintió como ese poder abría un hueco en su pecho mientras que todo su cuerpo comenzaba a sentir un dolor indescriptible.

Hadeo se levantó, trastabillando hacia atrás y cayendo, sin dejar de parpadear por el poder que sintió en el aire, era algo que por derecho le pertenecía. Miró a su hermano y pudo sentir sus gritos que rasgaba su garganta, fue tanto el poder que emanaba esa luz que Hadeo fue expulsado por una fuerza invisible sacándolo de la propia habitación, en el suelo tuvo que cubrirse con los brazos ante esa luz incandescente y cegadora mientras que los rayos y truenos surgían de lo más profundo del cielo.

No supo cuento tiempo paso, pero cuando sintió que el calor de la luz bajaba, bajo los brazos y notó que su padre ya no estaba y que su hermano Sanel estaba de rodillas tratando de buscar aire.

Hadeo se puso de pie y caminó de regreso a la habitación, por un instante deseó levantar su espada y arrebatarle a ese hermano suyo lo que por derecho le correspondía, pero lo único que logró fue hacer puños a sus costados y tratar de calmar ese odio que surgía de loa más profundo de su ser —Levántate, qué tu pueblo te espera.

Uran levantó el rostro, cansado ante la extraña sensación que se propagaba por su cuerpo, se disculpó —Lo siento, hermano —la opresión de su pecho se acrecentaba hasta el punto de quitarle el aire —No fue mi elección.

—Ninguno la tuvo, ahora muchos Inumine dependen de ti, espero que seas un buen gobernante —espetó.

—Hablas como si todo terminara entre nosotros, cómo si abandonarás esta tierra, tu tierra.

—Somos enemigos hermano mío, y no dudaré en encontrar la manera de arrancarte el corazón y tomar lo que por derecho me corresponde.

—Sabes que no tuve elección —respondió Uran llevándose la mano al pecho y tratando de levantarse del suelo

—Yo tampoco la tengo —giró sobre sus talones y siguió con su camino.

—Hadeo, sabes que jamás te haría daño —gritó tras él, por un momento Hadeo consideró seguir con su camino pero algo en su interior le hizo detenerse en seco, volverse ante él y con una sonrisa sardónica colgando de sus labios no dudó en decirle una cruda verdad.

—Aun sabiendo que yo maté a tu madre —su barbilla sobresalió obstinadamente, mientras que el brillo de su mirada oscura le garantizó que aquella confesión era cierta.

Uran se puso de inmediato de pie y sin poder pensarlo dos veces, corrió hacia su hermano, extendió sus alas que habían tomado un color dorado, lo tomó del cuello sacándolo de la habitación y traspasando varios muros, mientras que la sonrisa de Hadeo seguía intacta, cayendo en un duro golpe contra las mesas de la feria del pueblo, levantándose, limpió con el dorso de su mano los hijos de sangre que corrían por sus labios, levantó la mirada y logró ver a Uran descender con las alas extendidas mostrando su magnificencia y nuevo poder —Dijiste que nada cambiaria entre nosotros, hermano mío.

Uran extendió sus alas y estas emitieron un sonido ante el viento y el polvo que rozaba su bello plumaje —¡Maldito! Regocijarte ante la muerte de un inocente, mi madre nunca daño a nadie y tú tratas de regodearte ante su muerte —exclamó enfurecido con puños sobre sus costados y listo para matar a su hermano sin compasión alguna, sin la compasión que él tampoco tuvo al tomar la vida de su madre.

Hades se recompuso de inmediato, extendió sus alas y mostró que sus plumas eran de un color plateado y brillante —Sabes que no podrás terminar la pelea Uran.

—La terminaré —prometió manteniéndose firme, cuadró los hombros, sus ojos se oscurecieron.

—Tuve el gusto de matar a tu madre, tuve el gusto de sentir su sangre en mis manos.

—¿Tú? ¿Tú fuiste? —no podía dar crédito a lo que escuchaba —Fuiste el causante de la muerte de mi madre. ¡Tú! ¡Tú! Eres un bastardo —gritó, su expresión y su voz se volvieron planas de repente —¿Por qué?

—Mide tus palabras quien será o es el bastardo, no decías que haga lo que haga seria tu hermano.

—Jamás te lo perdonaré, mataste a mi madre, eso no te lo perdonare jamás —sus ojos apartaron las lágrimas —Era tan pequeño cuando me la arrancaste de mi lado, me escuchas ¡Jamás te perdonaré!

—Como si me importara, te mataré y gozaré verte poco a poco morir hermanito querido y a tu generación —Hades elevó las manos y lo llamó haciendo burla de aquella pelea, y acatando ese llamado, ambos hermanos corrieron y sus cuerpos colisionaron en un duro golpe que hizo retumbar los mismos cielos, destruyeron todo a su paso, mientras que los puños golpeaban la carne y la sangre manchaba sus nudillos.

El tumulto y los gritos de mujeres al ver como destruían todo a su paso, entre golpes, muestras de poder, las prácticas inofensivas de hace tantos años eran batallas campales ese día. Destruyeron parte del mercado de algunos hermanos, soltaron a animales de granja, destrozaron las tiendas de algunos comerciantes, fue tanto el daño que los sus protectores tuvieron que intervenir.

Odotnet, el guardián de Uran al sentir los gritos y el tumulto, extendió sus alas y sobrevoló los campos, el tigre al ver que una tormenta de polvo y truenos arrasaba con parte de la aldea supo de inmediato que esa pelea solo la causaría es par de hermanos testarudos, aterrizando con fuerza detrás de la multitud que escapaba despavorida por el caos que ambos causaban con su pelea, dando un rugido estremecedor, se abrió paso entre la gente que huía de allí —¡Basta ya! —gritó con fuerza y un eco aturdidor se despendió de su gran boca haciendo que ese par de hermanos cayera de rodillas cubriendo sus oídos ante la fuerza de ese sonido más que desesperante —Parecen par de críos, ustedes dos —pero no logró completar la frase cuando el llamado de Dios obligó a todos a elevar los rostros hacia el cielo, nubes grises envueltas entre rayos, luces rojas y el sonido retumbante de aquellos truenos bajar al pueblo.

Ambos hermanos se levantaron del suelo y admiraron el desastre que habían ocasionado, el llamado de Dios era urgente y ellos estaban a un paso de ser juzgados.

La venganza del caído

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