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CAPÍTULO 7:

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GENERACIONES.

Pasaron años desde que el mundo fue dividido, aquellos dos hermanos convertidos en hombres, gobernantes que priorizaban el bienestar de su pueblo, pero todo cambió esa noche de tormenta, una tormenta que azotó el reino con gran fuerza, Uran tuvo la idea de poder armar y preparar tropas en siete días, llevando consigo a los animales Inumine con ellos. Solo necesitaría suerte y la manera adecuada de poder llevar las tropas, pero su guardián Odotnet se opuso que a que él les acompañara en esa primera expedición, ya que no sabían que peligros podía contener ese camino y más sabiendo que Uran no había dejado herederos que pudieran tomar el mando y resguardar el poder de Dios, así que preparó todo para ese viaje dejando a su hijo Foat y su familia resguardados en el palacio, además de dejándoles al cuidado de Tirsa.

Estaba todo preparado, solo necesitaba un golpe de suerte para poder dar con su hermano y darle muerte, tuvo miles de ideas de cómo hacerle agonizar, así que en medio de la noche sacó la Daga que su padre le dio, empuñándola con fuerza, tomó a unos de sus caballos, apretó las riendas y se adentró a las profundidades de ese bosque mesófilo dejando a atrás a sus propios soldados, desobedeciendo las ordenes de Odotnet y arriesgándose a morir sin dejar el legado de Dios en manos propicias.

Tirsa le había visto inquieto esa tarde, lo vio visitar la habitación donde los tesoros de su pueblo eran resguardados, mientras que vestido con su armadura dorada y afilando su espada supo de inmediato que él se adelantaría a las órdenes del guardián, no supo en que momento dejó el palacio pero cuando se acercó por la ventana a observar a las tropas, lo vio escabullirse de la guardia montado en su caballo y siguiendo rumbo al nuevo camino que había en su mundo, sus nerviosa la traicionaron y ahogando un gemido, supo de inmediato que Uran no regresaría de aquella expedición, pues para él no era una simple exploración, era desatar la guerra —¡Dios mío! —gimió, al verle tomó su capa y corrió tras él, llamándole a la distancia mientras que la tormenta azotaba el reino —¡Uran! ¡Uran! —gritó con desesperación, mientras que el frío caló sus huesos, sus cabellos mojados goteaban y sus ojos trataron de buscarlo pero le fue imposible ante la fina lluvia. Por un momento pensó en seguirle, pero supo que nada ganaría con ello, así que fue en búsqueda de Odotnet ya que era el único que sabría qué hacer en ese momento, corrió por la aldea y lo encontró en la plaza, que listos con una tropa estaban ya por comenzar su camino, corrió hacia él y con un nudo en la garganta trató de explicarle y que se diera prisa —Tienes que ir tras él, Uran se ha adentrado a las profundidades de ese bosque sin compañía más que su espada y la daga de Bendora, con ello desatará una guerra ¡Date prisa! Uran cometerá una locura —su corazón martillaba y el nudo en su garganta no le permitía respirar con normalidad, le vio con sus grandes ojos pardos.

—Solo quiero que me prometas una cosa Tirsa, si no regreso con vida, cuida a mi familia, protege a Uran sé que tú serás su esposa —se acercó a ella, besando su mejilla y cerrando sus grandes ojos, desde que se abrió esa puerta él tuvo ya un mal presentimiento que atenazaba sus entrañas —Te doy mi bendición, despierta a todos, que se preparen porque hoy, esta noche de tormenta, una batalla iniciara —deslizó sus alas y una luz roja iluminó su cuerpo haciendo que desapareciera, había sido tele trasportado a la base de roca.

Los soldados con paso firme comenzaron a seguir su camino sin romper filas hasta la base del sello, necesitaban estar preparados para lo peor, comenzaron adentrarse en el terreno desconocido en medio de la oscuridad, la lluvia cubriría sus pasos, como los truenos y rayos iluminarían su camino.

Tirsa no pudo más y sus lágrimas resbalaron por sus mejillas, corrió al palacio donde utilizó su máximo poder de concentración, deslizó sus alas, el dolor y angustia de no ver más a Uran era la fuerza que necesitaba, levantó la vista a los cielos y gritó con la fuerza de miles de ondas sonoras, su cuerpo comenzó a formar una campo de fuerza roja a su alrededor —Ángeles, la batalla ha comenzado —la luz que había formado su cuerpo se extendió por todo el reino, despertando a grandes y chicos, guardianes y mensajeros. Quedando débil, cayó de rodillas, con la respiración entrecortada y el alma en un hilo, temía perder a Uran.

El caprichoso patriarca, pasó por la puerta perdiéndose en la oscuridad, apretó las riendas de su caballo y lo obligó a correr por ese camino escabroso, árboles con raíces menos profundas, más cortas y pesadas, la niebla espesa y el ambiente húmedo solo habían que la luz de la antorcha fuera menos, pero aun así siguió su camino.

Odotnet pudo distinguirlo y corrió tras él, no lo perdería, no lo perdería como pasó con su padre —¡Uran! Espérame muchacho —trató de detenerle, a los pocos minutos de llamarle, la sombra se detuvo —No trates de ser el héroe, tienes un pueblo que te necesita, una mujer que te espera.

—Por favor Odotnet, no podré vivir con esto en mi vida.

—¡Testarudo! Solo estas poniendo en riesgo el poder de Dios que yace en tu sangre, no te das cuenta que si mueres todos estaremos perdidos —sonó más una súplica, pero Uran se mantuvo obcecado.

—¡Déjame! Lo que he iniciado debo ponerle fin, abrí la puerta y yo la sellaré.

—No seas tonto muchacho el sello está roto y la puerta ha sido vulnerada, crees acaso que podrás cerrarla, es sencillamente imposible, regresa, regresa y deja esta tonta idea atrás.

—Lo siento Odotnet, pero mi espíritu y corazón deberán descansar.

—Está bien. Pero si sales de aquí, quiero que protejas a mi familia, pero también que formes una familia con Tirsa, ella te ama, ella hizo todo lo que hizo por ti, arriesga su vida, dale el mayor obsequio y cásate con ella —sabía que algo malo pasaría y que regresar al reino con vida no era una opción.

—Deja de hablar cosas sin coherencia. Regresaras, aunque pasara algo, tu familia estará conmigo y mi generación.

Siguiendo con su camino, trataron de adivinar que más seguía adelante, con sus poderes anulados lo único que los protegía era la espada y la daga que Uran había hurtado del palacio, no supieron cuánto tiempo llevaron caminando, pero lograron ver el mismo sello que Uran había roto días atrás, por un instante Odotnet respiro tranquilo, podía convencerlo de regresar a casa ya que el sello infernal por lo visto estaba intacto —El sello demoniaco está intacto, no rompas la línea, no rompas la puerta, tienes esa opción Uran ¡Piensa bien!

Reacio a escuchar, tocó la pared de piedra y sintió el poder que esta emanaba —Tiene la misma combinación, podemos hacer esto, no te preocupes —miró fijamente a su guardián, mientras este sabía que el peligro era inminente.

—Sabes que si rompes ese sello no habrá vuelta atrás, tu raza y futura generación serán vulnerables a nuevos ataques y quizás una guerra.

—Una guerra que yo ganaré —y sin más movió las piezas rompiendo el sello y abriendo para siempre la puerta de los infiernos.

La pared se derrumbó piedra por piedra, dando paso a un camino de rocas negras y más oscuridad, Uran subió a su caballo y continuó su camino hasta que logró ver que seguido de ese bosque, las partes bajas de los infiernos comenzaban a dar forma, campos cubiertos con hojas secas, pequeñas casas, no había un palacio, no había murallas, solo inicios de un mundo, logró ver a lo lejos un ejército que resguardaba el pueblo, mientras que el sonido de una corneta anunció el cambio de guardia, quiso ir e infiltrarse entre la noche y la oscuridad de ese mundo, pero se detuvo al ver a su hermano a unos cuantos metros, estaba sentado en su caballo mientras que apretaba con fuerza las riendas, una gran capa negra cubría su espalda y sus cabellos largos le conferían los rasgos más hermosos y oscuros, Hadeo había envejecido, había madurado, se quedó observándole por un instante y sin saber cómo tuvo las agallas salió de su escondite y caminó por el bosque —Hadeo —gritó el nombre de su hermano, quien volvió el rostro y abriendo los ojos de par en par no daba crédito a quien volvía a ver después de tantos años.

Perdiendo el control del caballo este desbocado se levantó y relincho, haciendo caer a su jinete y cayendo bruscamente contra el cuerpo de su amo, Hadeo intentó levantarse, quitar el peso del caballo pero le fue sencillamente imposible.

—¡Vamos Uran! Deja a tu hermano, sea lo que sea, es tu hermano —rogó Odotnet tras su protegido.

Acercándose a su hermano, lo vio peleando con el cuerpo del pesado caballo, observándose fijamente, ambos quedaron en silencio, Hadeo reaccionó e intentó quitar el cuerpo del caballo de sus piernas pero sin éxito, entre segundos se observaron por última vez a los ojos —¡Rompiste el sello! ¿Cómo lo has logrado? —preguntó aturdido ante su visita.

—El odio que te he guardado me ha ayudado a encontrar la manera de poder cruzar tu mundo.

—¡Uran! —logró pronunciar su nombre. Deslizando la daga de Bendora, la apretó con fuerza y le apuñaló el corazón, los gritos de Hadeo se escucharon por el reino haciendo temblar el lugar, viéndole convertirse en piedra y ceniza, por un momento pensó hallar paz, pero lo único que lo invadió fue remordimiento.

La guardia al sentir que su rey había muerto, lograron ver a Uran y su inconfundible armadura dorada y la daga en mano junto a las cenizas de su jefe, tomando sus armas en manos corrieron ante ese guardián para de igual manera arrebatarle la vida.

Odotnet al ver que se acercaban varios demonios, le ordenó que regrese de inmediato al castillo —¡Vete! Lárgate de aquí —extendió sus alas, no permitiría que más gente derramara su sangre por algo innecesario.

Uran al ver la decisión de su guardián, se negó a salir —¡No! No lo haré.

—¡Vete! Sal de aquí, yo los detendré, tendrás tiempo para salir de aquí —observó por última vez a su amigo, pero no le abandonó deslizó su espada y comenzó a luchar contra los demonios que venían a su alcance, logró matar a varios, pero ver un ejército venir contra ellos era demasiado, tomando las riendas del caballo de su hermano, subió a él y comenzó a galopar junto a Odotnet por los bosques del inframundo, pasaron el sello mientras que el ejército demoniaco les daba seguimiento, estaban a pocos metros de llegar al reino, pero Odotnet no dejaría que traspasaran las murallas, si lo hacían todo estaría perdido, deteniéndose volvió la vista a Uran quien se detuvo también —¿Qué haces? Sigue, sigue —le pidió a gritos Uran.

—Debes llegar a la muralla y advertir a todos, ellos jamás se detendrán.

—Pero debes seguir, no ganaras nada entregándote.

—Podré calmar sus ansias de venganza y su sed de sangre, acabamos de matar a su rey y ellos querrán lo mismo.

—Lo querrán siempre, si te entregas será un sacrificio en vano, pelea junto a mí, pero pelea para resguardar las murallas —apretó las correas y siguió su camino junto a su tigre protector, al llegar a las puertas del cielo, bajó del caballo y dándole un golpe en el lomo lo dejó libre, tomando su espada y acompañado de sus soldados se inició la primera guerra por el poder.

Muchos murieron esa noche, pero ganaron la batalla, Uran salió victorioso, pero perdió a su mejor amigo por su necedad y capricho, no le escuchó cuando debió hacerlo, cansado y con la espada en mano, observó que sus pocos soldados seguían de pie resguardando su entrada, mientras que los pocos demonios no tuvieron más opción que retroceder y regresar a su reino, agotados por la batalla se quedaron de pie ante su entrada por miedo a una represalia, pero Uran no pudo más, cayendo de rodillas, soltó su espada y tomó la tierra de su reino entre sus puños, su error había costado la vida de inocentes, su error le había costado la paz.

Tirsa había resguardado en el palacio a mujeres, niños y ancianos, pero cuando los gritos y los temblores de sus tierras ante la pérdida de sus soldados cesaron, supo que la batalla había terminado, terminado momentáneamente, ya que los demonios no se rendirían con facilidad, sangre habían derramado, sangre deberían reclamar, vivirían entre guerras y morirían en guerra, Tirsa no que equivoco en aquella predicción.

Sentir una humedad sobre su frente le hizo arrugar el ceño, estaba cansado pero necesitaba volver al portal, necesitaba resguardar las murallas de su reino, pero una dulce mano le impidió levantarse —Debo regresar a la muralla —dijo entre el dolor y el cansancio.

—La muralla está bien resguardada —le dijo Tirsa limpiando sus heridas.

—¿Cuántos días llevo en cama? —preguntó observando a la joven castaña.

—Llevas cinco días, tus heridas sanan lentamente.

—Mis heridas son la menor de mis preocupaciones —se irguió torpemente de la cama y quiso levantarse, Tirsa sin más remedio le ayudó a ponerse de pie, sosteniendo el duro cuerpo de aquel Rey.

—Debes descansar o las heridas se abrirán.

—Déjame ver por la ventana, quiero ver por la ventana.

—No veras destrucción, lucharon y dieron su vida misma protegiendo la entrada, no hubo pérdidas más que tus soldados y de Odotnet —con la mano libre, logró abrir la ventana y le mostró su reino, y en efecto todo estaba como el recordaba, a excepción de un grupo de soldados y guardianes resguardando la entrada que por su capricho él abrió.

—¿Cada cuanto cambian la guardia de la entrada?

—Tratamos de hacerlo cuatro veces al día, no sabemos cuándo podrán atacar —lo llevó de regreso al pie de su cama.

Uran levantó el rostro y admiró a Tirsa, entonces las palabras de su fiel amigo tuvieron sentido —Se mi esposa, se la madre de mis hijos y ayúdame a gobernar —le vio a los ojos, observando su belleza por primera vez, perdiéndose en su ardiente mirada, sabía que ella era una de las mejores mujeres, una dama, una mujer que lucharía y daría la vida por su reino.

Sin palabra alguna por segundos, se acordó del rostro de Odotnet y la las palabras que dijo —Lo único que le pido es que interceda por el bienestar de la familia de Odotnet, que sus hijos vengan a vivir al palacio cuando sea su esposa —bajó la mirada, tratando de ocultar el inmenso amor que le tenía.

Con su mano sana, levantó el rostro de la muchacha —No ocultes ese amor —se levantó y acercó a ella dándole un beso lento, corto y apasionado —Ellos siempre estarán a nuestro lado.

Desde ese día Uran, aprendió a amar, a respetar sus códigos, a su gente y sobre todo respetar la vida que su padre alguna vez le dio. Se unió a Tirsa y cumplió lo prometido, llevó a la familia de su guardián a casa, construyó una escultura de mármol en su honor, como héroe de batallas y con una inscripción debajo de esa estatua del amigo perdido —“Da gracias a la vida por darte lo que tienes, agradece a tu gente por el amor que te tiene, pero lo más importante, deja el pasado atrás, sigue y disfruta de lo que hoy tienes y trata de imaginar lo que mañana llegues a tener”

Fue una lección dura para ese Rey, pero tuvo la sensatez de continuar gobernando y tratando de impedir el paso de los demonios a su reino, ante el nacimiento de su hijo Adel, al tener al bello niño entre sus brazos supo que no podía resguardar más el poder de Dios, que su misión era resguarda a su familia y a su pueblo y vivir con el peso de esa misión sobre sus hombros solo le acabaría como hizo con su joven padre.

Resguardando la daga, y el cofre que contenía en su interior cuatro profecías que hablaban del pasado, presente y del futuro, en el escribiría las pistas necesarias para que el elegido liberé el poder de Dios y le ayude a vencer el mal del mundo por tercera vez, puesto que una guerra se desataría en los mundos y destruiría todo a su paso.

Con ayuda de Tirsa, sacó el obsequio de Dios de su cuerpo, resguardándolo en un una placa hexagonal de plata, con el sello del cofre de Bendora como pista, guardó en ese metal el poder de Dios, el poder de Sanel y ofrenda a ese nuevo sello su poder mismo, Uran se convirtiéndose en mortal por decisión propia, convirtiéndolo en una tradición, las generaciones de fuego debían reguardar el poder de Dios y dar como ofrenda antes de su muerte sus dones para así asegurar que el sello permaneciera oculto y resguardado y así hacer obsoleto el uso del medallón, era la única manera de garantizar la prevalencia de la humanidad.

Al haber expuesto a su raza a un posible exterminio, abrió puertas que le fueron imposibles de cerrar al pasar del tiempo, pero logró ver un poco de luz en tanta oscuridad, con la creación del sello garantizaba que en el futuro sus predecesores pudieran hallar la manera de cerrar las murallas que él por su intransigencia abrió, con ello podrían invocar a su raza y dar inicio al ritual que devolvería a Dios a la vida cuando el mal ya se expandiera por el mundo, entonces creo el sello que haría resurgir el poder de Dios con siglos de ofrendas y así devolviéndole a ese padre ausente la vitalidad, devolviendo la fe y la vida.

Y en otra parte del mundo, dejó a Triassag, el sello con el cual los jefes del trono que vendrían podrían depositar su poder y dar inicio al juicio, con la forma de un círculo tenía al norte al fuego al sur al sello de agua, al este la tierra y al oeste el sello de viento, mientras que en el centro un hexágono como pieza faltante, allí tendría que depositarse el poder de Dios.

Descubrió de mala manera que el fin estaba más cerca de lo que él mismo pensaba, descubriendo que el cofre que resguardaba, contenía cuatro papiros, en ellos revelaba los secretos del mundo, el nombre de los salvadores, así como el final de la historia. En cada profecía, al final de cada una, se encontraba dibujada una fracción del sello de cofre, un indicio que con el tiempo los encargados de destruir al mal descubrirían.

La primera profecía narraba como todos fuimos creados, como el hombre había tentado contra Dios y contra sí mismo. Al inicio de la creación sus nombres eran Inumine y eran cuatro especies distintas. Ese rollo estaba envuelto por un listón blanco y un anillo con la forma de un halcón desplegando sus alas, mientras una ráfaga de viento lo envolvía, el mismo sello del medallón.

La segunda profecía, en ella narraba como la cuarta especie fue despojada del reino por las manos de Sanel, ya que el jefe del clan advirtió sobre el mal que traería uno de los hijos del Clan Fuego, prediciendo una de las batallas más poderosas de dos hermanos, Hadeo y Uran. Ese rollo estaba envuelto en un listón marrón y un anillo con la forma de un tigre con una ráfaga de Tierra se desplegaba de sus alas.

La tercera profecía, en ella revelaba que después de siglos, una de las generaciones traería la paz a ambos reinos, uniendo sus fuerzas tratando de evitar más guerras. Siendo los tres al trono de cada reino como Dios dispuso. Hablando de todas las generaciones de Uran han donado su poder antes de morir, depositándole en el sello que el patriarca construyó, bajando a la tierra cada 70 años depositando su poder. Ese rollo estaba envuelto por un listón azul, y un anillo con la forma de un delfín nadando en el mar, las aguas envolviendo su cuerpo.

La cuarta profecía, revelaba en nombre de la última generación de cada especie, incluyendo del reino de los infiernos, como todos los clanes regresarían a la lucha por salvar la vida de muchos, incluyendo sus vidas mismas. En ella no daba información de quien ganaría esa batalla, solo daba los nombres de esos muchachos que serían la última generación viva de ángeles, la última generación de guardianes y protectores. Este último papiro no revelaba mucho, envuelto con un listón rojo y el sello de un lobo con alas envuelto en llamas.

En cada papiro había un fragmento de poder, mínimo pero era un tesoro invaluable de las generaciones pasadas, siendo un tesoro más que guardar para los ángeles y cómo predijo, los años pasaron y los hijos de aquellos dos rivales crecieron, formando su familia, convirtiéndose en hombre, convirtiéndose en jefes de estado, vivieron años de infinitas guerras para solo un años de paz, la destrucción marco a ese pueblo, como marco también a sus tradiciones.

El hijo de Hadeo, Sagia le enseño a su hijo Hur todo lo que tenía que saber sobre los demonios y sus rivales, y así pasaron los medallones a sus sucesores varones.

El hijo de Uran, Adel le enseñó y mostró a su hijo Wuk y a su hija Jeka como es que la vida en el reino se vio amenazada por los demonios y el hermano de su abuelo, enseñándoles la ubicación del sello y de Triessag, mostrándoles que depositar su poder como ofrenda garantizaba que la maldad llegara a su fin y que esa tradición debía seguirse hasta que la llegada de los tres al trono, trono que sería dividido y daría años de paz, pero también traería a las puertas a la destrucción. Jamás cambiaron la historia, pero nunca se dieron cuenta que ambos hermanos fueron los responsables de una guerra que jamás terminaría. Dos hermanos que fueron rivales desde su nacimiento, nombres que yacen en el muro del conocimiento y del recuerdo, memorias de dos grandes que perduraron en la historia, memorias llenas de rivalidad, egoísmo, guerra y sangre

Como Dios lo predijo, sus hijos tuvieron hijos y sus hijos también tuvieron hijos, el reino fue poblado, mientras que las ideas de guerra y matanzas también crecieron, hasta que la llegada de uno de los tres al trono fue cumplida, un miembro directo de la línea de Uran, un hijo, primogénito y descendiente, y su nombre era Linus, el último de los grandes.

La venganza del caído

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