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¿Quién era el Pedro que conocí?

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Acabada la descripción de Claudia repasé mi escrito. Creo que la había plasmado lo suficientemente bien, sin caer en la benevolencia a la que me empuja mi gran amistad y sin ser cruel. Ahora quiero describir a mi primo Pedro, al que conozco desde hace poco menos de dos años.

Se llama Pedro Amilibia Ionesco. Cuando le conocí tenía 29 años. Es atlético, de estatura suficiente para jugar al baloncesto y muy bien formado. En su rostro, su piel beis enmarca una frente proporcionada algo invadida por un pelo bastante rizado y color castaño oscuro. Además, sus labios casi siempre muestran una amistosa sonrisa, pero sus ojos son inquietos, casi escrutadores, su color ámbar es llamativo y los hace agradables a pesar de su apariencia enigmática.

Hombre muy inteligente, en poco tiempo se licenció en Derecho y Administración de Empresas en ICADE. Por oposición, ingresó como abogado del Estado. Solicitó la excedencia; prefería centrarse en los grandes problemas societarios o económicos cuyas resoluciones le apasionan. Esto le sumergió en el derecho con vinculaciones civiles y penales siempre que el consejo o pleito fuera de matriz económica; para él era lo más importante. Se defiende muy bien en sus intervenciones en los procesos judiciales, pero su tendencia es intentar que las partes implicadas lleguen a un acuerdo previo. Por su gran capacidad, pronto entró en un acreditado bufete de abogados, Libertas&Cía.

De apariencia muy tranquila, a veces hasta demasiado seria, mentalmente es muy inquieto; de ahí su afición a las matemáticas y a la filosofía. Como estudió en los jesuitas, sus tendencias religiosas las había reducido a dos: o salir como un agnóstico integral y casi ateo, o ser un católico crítico con su Iglesia. Él prefirió esto último por convicción; defiende su fe en cuanto se le ataca en su presencia. Sabe que eso le descalifica como progresista; de hecho, es enemigo de lo políticamente correcto. Cuando se habla de derechos, automáticamente habla de deberes. Es darwinista contra los darwinistas que olvidan que la evolución de las especies no es suicidarse al no tener apenas descendencia.

Lo anterior no quiere decir que sea un retrógrado. Es un liberal convencido de que hay que escuchar a los demás, pues ellos pueden tener mejor razón. Por eso admira a Hayek, al humanista racional Raymond Aron, y al ateo francés y gran liberal Revel. Una vez me confesó que no cree que haya más verdad absoluta que la muerte.

Pedro, en el fondo, es un gran tímido; cree que él no tiene más mérito que saber aprovechar las facultades que Dios le ha dado.

Su padre no fue un gran ejemplo para él, si bien le admiró y le sigue admirando. Fue capaz de enriquecerse sin mancharse las manos y sin hacer uso del patrimonio de su esposa. Con él, la familia se instaló en lo que da por llamarse alta clase media. Su apellido, Amilibia, era reconocido en amplios círculos industriales. El padre murió cuando Pedro iba a ingresar en la Universidad. Es hijo único con su esposa Andra Ionesco. Su madre pertenecía a una familia rumana establecida en España tras la Segunda Guerra Mundial.

El buen nivel económico familiar le permitió licenciarse en la Universidad en Ciencias Económicas y Políticas. Mujer enérgica y fuerte, pudo mantener los intereses de la familia aun siendo viuda. Eso fue importante para que a su único hijo le pudiese estimular para que estudiase lo que más le gustase y así elegir su futuro; aunque con frecuencia se contradecía pues sí que terminaba influyendo en la vida de Pedro; intenta no ser posesiva, pero sí lo es. Él es buen hijo y, naturalmente, siempre ayuda a su madre cuando ella se lo requiere y escucha sus consejos.

Pedro deseaba llegar a ser socio del bufete y... mejor, crear su propio despacho, ese era su máximo deseo. Aunque era consciente de que los grandes contenciosos acababan en manos de grandes asesorías multicisciplinares. Pese a ello, no dejaba de pensarlo. También deseaba formar una familia con más de un hijo. Él conoce, por su experiencia, la soledad del hijo único y la confusión del exceso de mimos al no haber reparto de ellos. Y más cuando se es huérfano de uno de los padres. Quiere una familia en la que impere el amor, algo difícil en estos tiempos de desestructuración de la familia. No tiene prisa, pero no quiere ser como su padre que apenas estaba en casa; siempre de viajes o reuniones.

Con frecuencia va con los amigos de bares y hasta entra en discotecas. Tiene dificultad para bailar; sabe hacerlo, pero tiene oclofobia, es decir, aversión a las muchedumbres, por eso no entra en estadios y le es difícil encontrar un sitio para bailar con tranquilidad y sin que le estallen los tímpanos. Ha deseado —y con frecuencia conseguido— a bastantes mujeres. Ha tenido sus favoritas, pero con relaciones de corta duración. Nunca se ha enamorado. El sexo le place, pero no está obsesionado con él; tiene el suficiente. Se le puede considerar buena persona. No quiere odiar a nadie, pero, antes de su boda, me confesó que solo amaba a dos personas: a su madre y a Claudia.

Marina escribe un libro

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