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CAPÍTULO II
El noviazgo de Claudia y Pedro

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Tras cerrar las galerías, mi marido Javier y yo habitualmente acudíamos primero a Riantxo, marisquería y bar de tapas, donde confluíamos con varios amigos casi fijos; tomábamos algo, chismorreábamos un rato y más tarde regresábamos a Somosaguas.; ahí es donde residimos, justo en el chalet contiguo con el palacete del padre de Claudia. Pero hoy no ha sido así. Después de dejar a Pedro fui pronto a casa para seguir escribiendo y corregir mis primeros borradores.

Seguí rememorando lo que había hablado con Pedro y volví a recordar a nuestros antepasados. Estaba convencida de que no se lograría nada, pero al menos me sentiría libre de lo que para mí era una gran obligación: No renunciar, intentar defender y recuperar lo que perdió mi familia por la aniquilación de la monarquía. Fue en el año cuarenta y siete del siglo pasado. Es mi deber. Dudo que Pedro llegue a ningún sitio; pero tenerle a él me alivia el peso y me inspira confianza. Es el mejor amigo varón que he tenido, por no decir el único. Entre nosotros no hay problemas de relación hombre/mujer; mi experiencia me hace conocedora de que un amigo, supuesto o no, lanza indirectas para lograr alguna aproximación; ¡ni que supusiesen que por ser galerista y artista he de ser promiscua! Muchos creen que mi marido Javier Bores y yo no nos llevamos muy bien; es falso; lo único que ocurre es que me gustaría que fuera más cariñoso; solo el sexo no me vale, y él, por el contrario, piensa que con eso cumple como amante esposo; pienso: ¿Amante?, sí. ¿Cariñoso o enamorado?, bastante menos.

Me despedí de mi primo bastante inquieta. Intuí que algo le había molestado. Claudia es una gran mujer, pero no una gran persona. Pedro me insinuó un día que se sentía traicionado por mí. Me criticó que no le hubiese advertido de muchos rasgos importantes de la personalidad de Claudia que él no conoció hasta que se casaron. Y la cara oculta de Claudia no es precisamente amable. Durante su matrimonio ella le hizo mucho daño. Por duro que fuere el maltrato público al que sometiera a su marido, Pedro casi que ni la recriminaba; en un principio él contestaba con agudeza hasta que notó que ella se sentía molesta si la superaba en ingenio. Por su amor por ella renunció a contestarle. Así Claudia comenzó a perder su compostura hasta caer en una imparable desmesura. Además, ella era una gran figuranta; quería y quiere a Pedro y durante el noviazgo pensó que debía ocultarle rasgos de su carácter que seguramente no le gustarían; ella estaba muy enamorada y no quería perderle. Claudia me lo expresó así y me rogó que fuera discreta; me dijo: “es suficiente con que contenga mis malos modos”.

Así su noviazgo fue una romántica espera para llegar al altar con una muy dulce Claudia seduciendo a su novio.

Mejor que pensar, empiezo a contar mis recuerdos.

Marina escribe un libro

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