Читать книгу Marina escribe un libro - Ángel Morancho Saumench - Страница 18

Preparativos

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Pocos días después nos juntamos los tres a comer en el Restaurante próximo a la galería de mi marido en la calle Alcalá, la que yo regento de cuando en cuando. Allí disfrutamos de un simpático y muy agradable restaurante en un sitio espectacular; con una terraza sorprendente por sus olivos en pleno centro de Madrid y, también, por los cócteles que sirven. Ya estábamos en octubre, el tiempo amenazaba lluvia y habían bajado las temperaturas, pero todavía era agradable sentarnos en la terraza en una coqueta mesa. Claudia y yo pedimos unos margaritas y Pedro su preferido, según nos dijo, dry Martini. Ya hicimos la comanda; les recomendé la tortilla abierta y el tartar de atún, exquisito; son las especialidades de la casa. Ya servidos y degustando el margarita, les conté lo que les había preparado. A Pedro le dimos unas pinceladas de los invitados como amigos de Claudia. Cuando terminé, aprovechando que ella fue a lavarse las manos, le dije a Pedro a solas:

—Además de lo que te he dicho delante de Claudia, debes saber que Miguel Vallejo, el psiquiatra, es casi un hermano para ella; es una gran persona. También son muy buenos amigos Marta y Gonzalo Apala; ella es una gran cocinera y ama de casa, pero muy cotilla; por eso debes prevenirte ante ella. —Pedro me escuchaba con mucho interés pues iba a ser la primera prueba social de su noviazgo y seguí—: Más deberás hacerlo con Joan Gisbert, pariente de los Gonzaga, primo segundo de Claudia; sus familias están muy vinculadas entre ellas. Cuando Claudia tenía quince años y él diecisiete, en vacaciones en Jávea, siendo ella una cría la acosó y manoseó tanto, incluso casi con intento de violación, que le generó a Claudia su fobia que tantos malos ratos le ha hecho padecer para disimular su problema. No le digas nada a ella, me detestaría. —Pedro reaccionó con cara de perplejidad y aire vengativo, como si estuviese deseando enfrentarse con ese monstruo—. Joan os jorobará todo lo que pueda, la sigue deseando. —Luego pensé que me quedé muy corta; le había descubierto la fobia de Claudia, pero no le dije nada de otras facetas suyas. “Es mi primo”, pensé, “debo protegerle, pero Claudia es más que una hermana para mí, ¡qué dudas tan inoportunas!”.

Ya Claudia con nosotros, nos levantamos y entramos en el comedor. ¡Vimos una botella de vino riojano Ardanza en la mesa! La pareja se echó a reír.

—Nos parece que eres algo más que una clienta eventual, ¡qué bien te conocen!

Comimos hablando mucho de los preparativos de la boda; Claudia quiso que fuera yo quien la acompañase para elegir el traje de novia. Se justificó:

—Si viene mi madre, todo le parecerá poco y acabaremos en París haciendo el tonto; en Madrid encuentras lo que quieras.

Me felicitaron por la elección del menú; realmente es un lugar muy recomendable; lo único nada sabroso es la cuenta. Pedro pretendió pagar de nuevo, y le jorobó que lo hiciera yo.

—Pedro, a mí me lo cargan en cuenta; vengo con mucha frecuencia con clientes a quienes les hace falta un empujoncito para terminar una costosa adquisición. Ya me dijisteis que soy más que una clienta circunstancial —les recordé con picardía.

Ya de regreso hacia la galería Bores, caminando por la calle Valdeiglesias hacia Alcalá, les fui comentando dónde creía que debíamos ir con los amigos de Claudia y también míos.

—Claudia, he pensado que, más que cena, sea un piscolabis a base de las tapas de la taberna de José Luis que tú conoces tan bien. Me ha parecido que esos rincones que tiene a la derecha del pasillo propiciarán un ambiente acogedor sin preocuparnos de lo que oigan nuestros vecinos. Con su estilo castellano, mesas de madera apenas pulidas y un barniz casi desaparecido, y cadieras como asientos, cabremos los doce con holgura y estaremos cómodos recordando las tabernas de hace siglos.

—¡Marina eres una bendición, te quiero hermanita!

Y nos despedimos a la entrada de la galería.

Marina escribe un libro

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