Читать книгу Marina escribe un libro - Ángel Morancho Saumench - Страница 20

Los amigos de Pedro

Оглавление

Dos días más tarde, comí con Pedro y mi tía Andra; nos preparó comida rumana, en mi honor, me dijo ella. Nos sirvió un tinto rumano exquisito: un Bâbeascâ Neagrâ. Comenzamos con un plato de verduras con lombarda como protagonista y después un preparado de carne de cerdo. Ella nos comentó que en Rumanía se dice: “El mejor pescado es el cerdo”. De postre, tomamos el más conocido: Cozonac, un dulce tradicional, una trenza hecha con huevo, mantequilla, harina y leche. Entonces nos sirvió un licor que yo sí conocía: el tuica, un aguardiente de ciruela. Andra estuvo muy cariñosa, me habló mucho de la familia y no quiso contarme las atrocidades que tuvieron que penar; pero no dijo ni una palabra sobre Claudia. Después tuvo que marcharse; ya nos había advertido de que tenía un consejo de administración a primera hora de la tarde. Nos quedamos solos Pedro y yo. Mientras nos levantábamos de la mesa para ir al cuarto de estar, le dije algo que llevaba días rondándome por la cabeza:

—Yo no puedo prepararos la reunión con tus amigos, tengo que recurrir a ti. No nos conocemos lo suficiente para que yo sepa quiénes son esos amigos.

Mi primo me contestó sonriendo:

—Lo tienes fácil, Marina. No son muchos, más bien solo uno: el único íntimo se llama Bruno Escocer, es arquitecto. Por la crisis en la construcción ha tenido que emigrar a México; me ha prometido que nos dará la enhorabuena por Skype. O sea que lo tenemos fácil: nos reunimos Claudia, tú y yo con un portátil para comunicarnos con él. —Y se carcajeó.

—Pedro —le respondí acomodándome en el sofá en el que nos habíamos sentado a tomar el café—, no me tomes el pelo. Sé que me mientes; tú tienes muchos amigos y la fama de asocial solo te la hacen quienes no te conocen.

—Se nota que me quieres Marina; es por la facilidad con la que me adornas con cualidades que no poseo. Algo hay de cierto; las pocas veces que salgo de diversión lo suelo hacer con unos pocos. Sí, tengo buenos amigos que veo de ciento a viento. Y no es cuestión de obligarles.

—Pero, si piensas que les obligas es que no consideras que la amistad sea recíproca o suficiente al menos. Tienes que facilitarme las cosas, si no... mejor no hacemos nada.

—Tampoco se trata de tan terminante solución —me dijo él mientras me servía café en mi taza—, aunque es la que más me gusta. La dificultad es que tengo muchos conocidos con los que me llevo bien, pero ninguno llega a la categoría de amigo tal como yo la entiendo. El otro día, en la reunión con los de Claudia, me pregunté cuántos de ellos eran amigos de verdad de ella; me fui con la sensación de que aparte de ti y tu marido, no había más de tres. Y lo de Joan es para nota; está claro que ahí hay algo más de lo que me advertiste, o, cuanto menos, distinto que espero me cuentes en profundidad, Marina. Sé que es un obstáculo en mi relación con Claudia, aunque ella lo niegue. —Me miró como esperando una respuesta, pero no se la di, bastante había dicho ya, hice un quiebro sirviendo más tuica. Nos quedamos en silencio, él renunció a que le respondiese y siguió—: ¿Nos tenemos que emborrachar? Esto debe tener más grados que el vodka, pero con mejor paladar —pareció reflexionar—. De acuerdo, Marina, tú ganas: te daré varios nombres. Luego tú expurgas. A algunos ya los has tratado en tus visitas al bufete, y también los conoce Claudia. Te enviaré por e-mail los que considero oportunos con algún comentario para que ella esté preparada.

Pedro se levantó, se fue y volvió con un álbum de fotos; allí vi muchas fotos familiares; pero no había ninguna de mi familia. Ciertamente ambas se ignoraron o no supieron encontrarse.

Cerramos el álbum y tras muchos intentos de seguir la conversación, nos fuimos de su casa silenciosos. Anduvimos juntos por la calle Monte Esquinza, entre unas suntuosas casas estilo neoclásico, hasta llegar a Génova y bajar hasta Colón; yo me fui a ver a mi marido y él a su despacho.

Tras recibir el e-mail, nos volvimos a reunir los tres; esta vez en mi casa y por la tarde. Nos acomodamos en mi despacho casero. Abrí otra botella de tuica que me había regalado Andra y comencé a ilustrar a Claudia sobre quiénes eran los más destacados entre los conocidos seleccionados:

—Fernando es de los mejores amigos; lo es de Pedro desde ICADE donde coincidieron, es divertido y liberal. Luis Eslava es cuarentón y soltero, abogado experto en divorcios; es un donjuán o al menos de eso presume. Mª José es la atea del grupo por autodesignación, siempre presume de serlo. Te podrá incomodar Magda, la aspirante a pintora, está muy enamoriscada de tu novio; fue compañera de colegio. Y a Angelina Barrao, máster por ICADE en Derecho Internacional y Legislación Europea, ya la conoces; resultona, con mucho empaque. Está separada sin hijos; a sus 35 años practica el carpe diem; todo le parece bien si es para gozar, aunque disimula su melancolía. Es compañera de bufete en las ocasiones en las que se necesita su especialización y aprecia mucho a Pedro. El resto hasta siete poco te dirán. ¡Ah!, todos son solteros.

—Será mucho más fácil que la anterior —comentó Claudia—, aquí no hay espíritu de clase y supongo que Pedro me arrullará ante Magda si ella se decide a tontear con él. Además, ya conozco lo suficiente a varios y Angelina me cae fenomenal.

—A mí también. Será que tenemos envidia de su independencia.

—Marina, has hecho una buena descripción a trazos gruesos —intervino Pedro por fin—, has elegido a Magda conociendo su querencia por mí, creo que es un error que tendré que pagar. Claudia, ¿qué sucederá si no te arrullo? —Se rio y Claudia en chanza le contestó:

—¡Te perseguiría hasta llevarte a mi casa y me encerraría en ella nueve semanas y media como hace Rourke con Kim Basinger en la película Nueve semanas y media! —Nos volvimos a reír.

—¡Uy!, qué bien, tomo nota; yo me lo pasaría en grande así contigo. Solo que yo no te dejaría ir como hace Rourke, me quedaría sesenta años y medio contigo —retrucó Pedro con cariñosa malicia y yo respiré aliviada; me pareció que ya había cumplido con mi aceptada misión.

—Ya sabéis que será en el café Gijón donde os reunís vosotros, Pedro. He pedido que os reserven la mesa de los intelectuales —dije—, igual os encontráis con Valle Inclán para introducir el esperpento. Sería divertido.

Nos fuimos los tres juntos alegres por las tontadas que nos decíamos. Claudia y Pedro a Libertas, y yo a mi casa.

En la fecha convenida, principios de noviembre en su primer sábado, seguía un otoño con agradables temperaturas, aunque ese día amenazaba lluvia. Claudia y Pedro acudieron a la cita que yo les había organizado en el café Gijón. Ella, extrañamente, con escaso maquillaje, mejor decir: casi desmaquillada y vestida con unos vaqueros y cazadora del mismo estilo; estaba espléndida, pero con un estilo desconocido.

Ya me advirtió que no quería acudir sofisticada. Cuando fueron entrando los invitados, nos buscaron con la mirada y nos localizaron en la mesa del fondo. Habíamos llegado hacía unos minutos, estábamos tomando vino tinto y acababan de traer un par de platos de jamón que estaban sin tocar sobre la mesa. Vi como una malcarada Magda miraba a mi amiga después de entrar;� sus ojos no anunciaban nada bueno.

A medida que iban llegando los invitados, Pedro los fue presentando a su novia; y también lo hizo conmigo “mi prima y amiga íntima de Claudia”. Algunos ya nos conocían a Claudia y a mí.

Todos respondieron con alguna salutación. Ya sentados en esas típicas mesas de El Gijón, se sirvió vino y entonces, inopinadamente, Magda se levantó y dijo:

—Brindo por esta pareja tan chic —levantó su copa, y todos la seguimos en ese brindis, y continuó—: Pero aclaradnos, por favor, ¿es para haceros novios una temporada ante los amigos?, o ¿es un enamoramiento circunstancial?

Claudia casi se irrita, pero volvió a mostrar su temple cuando contestó:

—Mujer, no me conoces, ni a mí ni a otras muchas novias; para hacer una presentación de una pareja no se organiza tamaña velada, Magda, ¿tú eres la pintora?

—Sí lo soy; y sé quién es tu pretendiente; y, si no te importa, voy a describirlo —se dirigió a Pedro con una amplia sonrisa y ojos enamoradizos y chispeantes por el alcohol, vacilante comenzó—: Pedro, tú eres un hombre tan bien formado que pareces un Adonis. Ese Dios griego a quien las mujeres le rinden un culto especial... y sabes que lo eres, aunque seguramente Claudia no. Bien, excusadme, es que... Pedro, eres un hombre tan deseado por tan distintas mujeres que no sé cómo la has elegido a ella y no... por ejemplo... a mí, que no estoy para desmerecer... —Se rio con malicia—. Recuerda los lotes que nos dimos cuando íbamos al colegio, eran gloriosos.

—Menos gloriosos de los que te diste con gran parte de nuestros compañeros —matizó Pedro casi enfadado—. Pides muchas explicaciones, Magda, yo solo te reclamo una ¿has acudido aquí solo para reventarnos nuestra presentación?

—¡Nada más alejado de mí!; como te quiero, te deseo lo mejor —apuntó Magda.

—Qué claridad la tuya, Magda —añadió Claudia—. Pero somos dos; cada uno ha elegido libremente al otro y esto no es un mercado de esclavos.

—Perdón —Magda contestó dirigiéndose a Pedro—, es que yo ni me presentaría en una feria de esclavos; yo no lo soy e iría a tiro fijo, y lo sabes.

—¿Qué sé, Magda? Si fueras esclava no tendrías ninguna oportunidad. Exactamente igual que lo es hoy sin ese mercado ¡Mujer no voy a negar que siempre he percibido en ti una especial empatía conmigo, pero... no pasaba de ahí! Es lo que he sentido... no sé tú.

—Mal final Pedro, pues me invita a proclamar que envidio a Claudia, pues yo querría ser ella. No lo toméis en serio, pero dicho queda.

Para distender el ambiente con alguna tontería, Fernando le preguntó a Claudia:

—¿Eres muy habladora?

—No sé qué decirte Fernando, sí que hablo, pero no sé si mucho o poco —respondió ella tras sorber algo de vino.

—Para tu respuesta hubiese sido oportuno que hubieses recordado ese dicho en el que dos ancianos se encuentran sentados en un poyo tomando el sol en su pueblo; uno confiesa: “Mi mujer lleva tres días sin hablarme”, y el otro responde: “¡Cuídala! ¡Que mujeres así ya no se consiguen!”. —Fernando se rio solo—. Qué poco os habéis reído ¡parece que estéis anclados en un falso dolce far niente, sin molestar a nadie, cuando han sucedido unos indelicados episodios de los que yo, personalmente, me avergüenzo! Se supone que quienes estamos aquí hemos sido bien educados.

—Métete en tus asuntos Fernando; a los amigos se les trata con confianza que es lo que he hecho, ¿qué hay de malo? —respondió con afectada ingenuidad Magda. Tras esto se levantó, se acercó a Fernando y le besó en la frente—. ¡No te enfades conmigo, Fernando!

—Fernando, yo sí me he reído y mucho por lo bajini —comentó Pedro—; me recuerdan esos chistes que ahora están proscritos por ser machistas, según dicen.

—No me tomes por tal —respondió un sonriente Fernando— soy de quienes adoran a las mujeres; tanto, que casi elijo a todas... y por eso sigo soltero...

Angelina ahora sí se rio tanto que la acompañamos por mimetismo. Pero Mª José, al igual que Magda, también quería enredar:

—Seamos serios y no riamos por reír; aquí tenemos una pareja que nos dicen que se quieren o parecido; mi pregunta a Claudia, a quien conozco a través de muy buenas fuentes, es: ¿os casaréis solo por lo civil?

—Rotundamente no, será por la Iglesia.

—Me parece bien —retrucó Mª José—, pero no casa con tus expresos manifiestos de desarraigo no solo del catolicismo, también del cristianismo.

—Eso son cosas tan íntimas —Pedro salió al quite—, que hasta las protege nuestra constitución a pesar de que sirva para todo.

—Por favor —dijo Magda—, Pedro, no es momento de acudir a tan altísima instancia. Lo importante ahora es si os queréis, lo cual damos por supuesto, pero... ¿tendréis continuidad? ¿Cuánto tiempo? Pedro, conmigo sería hasta mi muerte, ¿me entiendes?

—Magda —Claudia se sintió obligada a intervenir—, no te conozco, pero oyéndote echo en falta la corrección entre unos contertulios que se suponen amigos o como tales se reúnen. Tú brindas al cielo tu entrega permanente, pero... ¿por qué me la niegas a mí? Le estás enviando un mensaje a Pedro sibilino; contigo sí, conmigo no. Explica el porqué.

—Magda —intervino Luis Eslava—, en castizo “t’as pasao ocho pueblos”. No nos hemos reunido para dirimir quién es la más bella o a quién debe elegir Paris como la más hermosa entre tres diosas. Claudia, esta gran mujer que nos honra con su presencia, nos dice que quiere casarse con Pedro. Creo que se merecen el uno al otro, démosles nuestra enhorabuena y nuestras felicitaciones. Tras esto nos concierne hacer una fiesta agradable brindando con los novios por un feliz porvenir.

—Gracias Luis —contestó Pedro—; acompaño el brindis deseándoos toda una felicidad semejante a la nuestra. Hasta tú, Angelina, la tendrás, si arrojas tus demonios.

—Mucho me conoces Pedro; pero sabes que la vida, cuando te da un puntapié, es difícil que te retorne al mismo camino. Pedro, me encantaría ser madre y... no sé si algún día querré fecundarme in vitro con esperma desconocido. Me veo imposibilitada para ser compañera o pareja de un varón. Pero sí me encanta la unión con alguno de ellos en una noche intranscendente en la que cuando te levantas ni te acuerdas del nombre de quien ha estado contigo. Eso, Pedro, alivia la conciencia. No haces daño a nadie; ambos hemos sido indiferentes, salvo al placer. Cuando sí hay sentimiento es cuando nos puede hacer daño; es la falta de una supuesta lealtad. Es mi experiencia.

—Angelina —el siguiente comentario de Claudia sorprendió hasta a Pedro—, una relación extramatrimonial puede ser positiva para el matrimonio, según avalan numerosos psiquiatras y psicólogos, especialmente los norteamericanos que suelen ir por delante de los europeos.

Me incliné hacia ella; en un susurro le conminé: “has metido la pata hasta el fondo, rectifica”.

—¿Lo dices en serio, Claudia? —aprovechó Magda—, si es así, yo que Pedro me repensaría esta presentación.

—Magda —contestó Claudia—, otra vez con tu cantilena. No digo que deba ser así, solo que puede ser.

Se produjo un silencio que afortunadamente interrumpió Luis Eslava, mientras Pedro intentaba asimilar las palabras de Claudia.

—Sabéis que me encantan las faldas... o los pantalones femeninos que tanto abundan ahora, pero no creo en esa simplicidad de Claudia. Con todo lo que soy yo y mi experiencia como matrimonialista, cualquier parte afectada acaba considerándolo como una traición; incluso entre parejas muy abiertas hay un momento en que alguno de ellos se pregunta ¿para qué y qué hacemos aquí? No nos equivoquemos, como me he repetido con frecuencia, cualquiera de las partes acabará pensando que no solo ha sido una aventura, lo calificará como traición. Y traición lo es en cuanto se incumple una promesa o juramento de fidelidad. Se equilibra cuando la traición es mutua. Pero, aun así, ambas partes se sienten agraviadas pese a que la ley solo lo contemple como cualificación y no como causalidad. El repudio de la Biblia está ahora presente también para las mujeres en nuestra legislación. Es más fácil divorciarte que echar a tu empleada del hogar. A mí me facilita mucho mi trabajo, pero reconozco que la sociedad no evalúa las perniciosas consecuencias de esta legislación. Por un simple cabreo coyuntural un matrimonio se va al garete. Cuando yo les sigo, muchas veces percibo que esa pareja podría haberlo superado, pero la maquinaria judicial ya es imparable y hay demasiados abogados pendientes de sus honorarios y no de su ética.

—No sabía que teníamos un obispo entre nosotros —comentó burlonamente Mª José.

—Esa es la estupidez que siempre se utiliza para ser progre. Las reacciones humanas en la convivencia pueden ser alimentadas por una religión o una idea, aunque sea utópica. Pero nuestras simpatías y antipatías las formulan nuestros sentimientos aun cuando tengamos miedo de manifestarlos. Mejor me callo; solo soy un profesional agnóstico. No es día de peroratas. Lo siento, Pedro, esto no ha salido como esperaba; tomaremos una copa juntos y nos daremos un abrazo. Claudia, eres una auténtica beldad que ha fijado sus ojos en una gran persona. Adiós a todos.

—Gracias Luis —contestó Pedro—. Tienes razón en que esto no ha salido como se esperaba. Será mejor que nos despidamos todos. Claudia, vámonos.

—No veo por qué —respondió Claudia claramente molesta—. Apenas hemos comido y tampoco hemos bebido. Por favor, Luis, quédate, por favor, eres una persona francamente interesante con esas experiencias que tanto te habrán enseñado. Rectifico lo que parece que tanto ha sorprendido antes. Yo soy defensora del “hasta que la muerte nos separe”. —Pero su voz se quebró.

—No sé tú Claudia —apuntó Pedro— pero yo no estoy a gusto; y disculpadme por haberlo dicho. Si seguimos así, acabaremos en un funeral.

Fernando intentó de nuevo remediar la situación:

—Os voy a contar una anécdota divertida... —Observó el ambiente—. Bueno veo que no queréis escuchar. Claudia te doy la bienvenida, pero lo siento, estoy con Luis. Ya tomaremos una copa juntos.

Luis y Fernando ya se retiraban cuando Pedro se levantó y dijo:

—Marina, estoy muy agradecido por tu interés y la preparación de esta reunión. Ahora no puedo evitar con tristeza recordar lo que te dije: ¿Amigos? ¡Si solo tengo uno!, lo digo con mis disculpas a los presentes. Creo, Marina, que habrás comprobado que estaba muy cerca de lo cierto. Os agradezco a todos vuestra asistencia; quedaos quienes queráis; la cuenta me la anotan a mí, full credit.

Se oyeron algunas palabras de protestas bienintencionadas y de despedida, desde la proclamación inquebrantable de amistad hasta disculpas de Magda. Claudia, Pedro y yo salimos del local y paseamos los tres cabizbajos. Angelina nos dio alcance, nos paró, se puso ante Claudia y la abrazó:

—Te comprendo Claudia; ha salido lo que yo esperaba. No te molestes ni en disculparles; son unos retorcidos envidiosos —y se dirigió a mí—: eres inteligente Marina, pero muy ingenua. Si me hubieses preguntado te habría dicho que al menos Magda y María José irían a degüello contra ellos, pero no por Pedro, sí por ti, Claudia. Odian a los de tu clase. Y encima te llevas a un buen partido.

—Ha sido un fiasco —le contesté a Angelina—, y más si la comparamos con la que tuvimos con los amigos de Claudia que sí nos parecía peligrosa; en fin, lo hecho, hecho está. Hace buena noche; propongo ¿por qué no nos sentamos en la terraza de El Espejo? Todavía es pronto y no hace mucho frío.

Pedro se apuntó a la idea, aunque indicó: “Pero esperarme allí un momento, vuelvo al café Gijón. He de firmar la cuenta y dejar una propina”.

Nos íbamos a sentar cuando Angelina se despidió de nosotras con un par de besos:

—Tengo que irme; Claudia, mi enhorabuena pues de lo que puedes estar segura es que Pedro es una gran persona, y también envidio tu amistad con Marina; a mí me hace falta una parecida.

—Cuenta con nosotras, ¡qué maja eres Angelina! —le contesté mientras la despedía con la mano. Solas ya las dos, le reconvine a Claudia:

—Claudia, has estado muy desafortunada ¿por qué has sacado a relucir uno de tus peores mantras?

—¿Mantras? —me preguntó ella.

—Sí, tus mantras. “Una aventura extramatrimonial puede mejorar la relación de una pareja estable”, y lo dices porque lo afirman numerosos psiquiatras, psicólogos, sociólogos y hasta sexólogos americanos y los que en Europa siguen a rebufo... Menos mal que no seguiste con tu variante “una aventura en un matrimonio no tiene ninguna importancia si ellos se quieren, y si no es que tienen que separarse ya” y tu añadido “flirtear o coquetear sin buscar algo más es divertido y si a tu pareja le molesta ¡qué se jorobe!”. Y tu más que desapego a sus creencias, me dijiste que no querías evidenciarlas ante él. Prometiste ocultar esas facetas tuyas. Si Pedro se entera de todo, estoy segura de que le da un shock. Cambiemos de tema. Pedro se está acercando con paso vivo.

Efectivamente. Pedro volvía acelerado del café Gijón. Nos dijo que amonestó a los invitados presentes que todavía permanecían allí. Pedro nos explicó lo que les había dicho:

—Siempre se aprende y hoy os conozco mejor y podéis contar conmigo como persona, pero no como amigo; no hago excepciones. —Me protestaron amistad, pero no quise seguir escuchándoles.

Ya sentados de nuevo los tres, le preguntamos si le habían comentado algo más. Pedro se quedó silencioso, casi ausente, después de pedir unas consumiciones. Eché en falta a mi conocido señor Marsal.

—Estaba pensando —nos dijo Pedro— que me equivoqué; les conocía, pero no se me ocurrió que pudiesen venir ya animados por unas copas y con la determinación de desbaratar la reunión. Os confieso que lo que más me molestó es que el nefasto desenlace entró en barrena por esa laxa interpretación que de una aventura hiciste tú, Claudia, y el desapego a la Iglesia que se dijo y que no desmentiste. Una cosa es no participar de una idea y otra es menospreciarla.

—Por Dios, no te lo tomes a mal —casi le imploró ella.

Pedro y yo la miramos con preocupación. Claudia comenzó a darle vueltas a lo que había dicho, pero ni pronunció palabra ni entendió el estado de ánimo de Pedro. Le di un codazo y le susurré: “Habla de lo que ocultas; hazlo con sutileza o lo pasaréis mal”. Claudia no se atrevió. Nos centramos en nuestros chupitos mientras Pedro calentaba con sus manos su copa de cognac; estuvo absorto, giró y giró su copa. De cuando en cuando olfateaba su Remy Martin; pero siguió mudo. Al fin se tomó de un trago el resto de la copa y educada, pero seriamente, nos dijo:

—Me voy a casa. Vosotras os podéis ir juntas. Vivís en el mismo lugar.

—Por Dios, no te vayas ahora —reaccionó Claudia—, han sucedido cosas que nos conciernen; por favor, no te vayas.

—Cierto, Claudia, por eso mismo quiero digerirlas primero yo solo. Adiós a ambas.

Ella se levantó para retenerle, pero él se excusó diciéndole: “Déjame querida Claudia, es mejor así”. Y desapareció entre las luces y sombras de la alameda.

—¿Por qué ha salido tan mal, Marina? ¿He sido la culpable? —me preguntaste lloriqueando.

—La culpable soy yo, querida amiga. No tendría que haber contado ni con Mª José ni con Magda. Casi todos te conocen como la hija del prepotente marqués y eso es algo que no te beneficia para que les resultes simpática. Y Pedro es muy querido en general en la oficina de tu padre. Aquellas se han dado el gustazo de ponerte contra las cuerdas; y Magda también a Pedro, con un espectáculo deprimente.

—¿Crees que Pedro está enfadado? ¿Crees qué me verá con un perfil que ya no le guste tanto? Quizás empiece a verme de otra forma que no creo que sea para mejorar nuestra relación. ¡Qué inoportuna he estado!

*****

Y ahora que releo el escrito me pregunto: si Claudia hubiese sido sincera, ¿Pedro hubiese dado marcha atrás? No lo creo. Pero sí que sí hubiese sido menos condescendiente la agresividad de ella se habría mitigado. Conocer estos flecos ya casados fue un trauma para Pedro y en seguida explicaré cómo resultó.

[3] Lord Acton: Barón Acton es un historiador y político inglés liberal, muy conocido por sus servicios en la Cámara de Comunes, y célebre por sus contundentes frases.

Marina escribe un libro

Подняться наверх