Читать книгу Marina escribe un libro - Ángel Morancho Saumench - Страница 17

Cómo conocí a Pedro

Оглавление

Dos años antes de mi encuentro con Pedro en su despacho, Claudia me citó con voz misteriosa por teléfono un 18 de septiembre:

—Necesito hablar contigo en algún lugar en el que apenas nos conozcan.

—¡Qué enigmática estás! ¿No querrás gastarme una broma de esas que a veces me dan ganas de flagelarte?

—¡Desconfiada, yo que quería invitarte a comer en el Txistu...! ¡Me lo voy a pensar! —se rio.

—No seas guasona; sabes que me gusta mucho su jamón, y su comida norteña en ese ambiente que te sumerge en un caserío vasco casi real. De cuando en cuando voy con Javier. Me parece muy bien, y más si invitas tú.

—Entonces, ya sabes. Quedamos a las dos en la terraza. Ya he reservado mesa.

Llegué en taxi a las dos en punto; en cuanto puse un pie en la acera vi a una flamante mujer sentada sola en una mesa. Tenía que ser ella; efectivamente, lo era. Me saludó con un abrazo y me quedé mosca. ¡Claudia huye del contacto físico incluso conmigo! Nos sentamos y le dije:

—¿Cuál es la sorpresa? Me tienes intrigada, a no ser que sea solo por el abrazo. ¡Que ya sería muchísimo!

—Por lo pronto traerán un plato de jamón. —Se hizo la desentendida—. Y un tinto rioja Ardanza de 2001; sé que te gusta su acidez. ¡Fíjate, ya lo traen!

Un camarero trajo una enorme ración de jamón que me hizo exclamar: "¡No somos tan carnívoras!", y eso hizo reír a quien nos servía. El sumiller se acercó con el vino y con el clásico protocolo nos enseñó la botella con su añada. Descorchó con facilidad. Examinó el corcho y lo olió por si el vino estuviese oxidado o bien se hubiese contaminado por fugas de alcohol. Tras su teatral representación, vertió una pequeña cantidad en el vaso de Claudia para que lo catase, y puso el corcho en la mesa frente a ella.

—¡Oh, no! —Claudia se expresó con vehemencia—. Es mi amiga la experta, presénteselo a ella. —Yo probé el vino bajo la atenta mirada del sumiller.

—¡Estupendo! —dije, y él se retiró. Entonces retomé la conversación con Claudia—. Ya llevo dos sorpresas Claudia; el tamaño de la ración de jamón, e insólito que sepas que la cosecha de Ardanza en 2001 fue excelente. A ti te gustan bebidas más alcohólicas, no eres aficionada a los vinos. Vamos ¡cuéntame ya! ¿De qué va esta película? —Yo ya no podía disimular mi gran curiosidad. Muchas veces habíamos estado juntas, pero nunca así; las dos solas, en un restaurante nada habitual en nuestro grupo, invitando ella y hablando de necesidad..., en fin, realmente todo me resultaba muy intrigante

En ese momento se acercó hasta nuestra mesa un hombre con muy buen porte. Yo le había entrevisto en la barra; me puse en guardia. Pero no, no era ningún atrevido. Él saludó con un "¡Hola, buenos días, ya casi tardes!". En seguida Claudia se levantó, le saludó y nos presentó:

—Pedro Amilibia y Marina Ionesco. —Un cheek to cheek entre nosotros dos y nos sentamos a requerimiento de la «sargento» Claudia. Mientras, ella le hizo una señal al maître para que pusiera otro cubierto y una silla más. Ya sentados todos, rápidamente le sirvieron vino al recién llegado quien observó la botella, probó el vino y preguntó:

—¿Quién ha elegido este magnífico vino?

—He sido yo, pero la entendida en vinos es Marina.

—Marina, bonito nombre; ya tenemos dos cosas en común; la afición al vino y el apellido; Ionesco es mi segundo apellido; es por parte de mi madre, Andra Ionesco.

—Mi padre se llamaba Antonov Ionesco. —Empecé a estar segura que la sorpresa estaba en ese hombre; conociendo a Claudia, seguro que creyó que me había encontrado un pariente, así que empecé a indagar—. ¿Cómo se llamaba su abuelo? ¿Era rumano?

—¡Oh, sí!; toda la que fue mi familia materna era rumana, también mi madre que afortunadamente vive. Mi padre no; él era español. Y mi abuelo se llamaba Alin Ionesco.

—¡Alin! —Me sorprendí y con turbación le pregunté—. ¿No tendrá usted un tío abuelo que se llamara Grigore? Y... su abuela ¿no se llamaría Andrea?

—Así es.

—Pues entonces somos primos. —Levanté los brazos con manos y dedos haciendo la V—. ¡Grigore fue mi abuelo, hermano de Alin, quien se casó con... ¡Andrea Vasilescu! ¡Dios mío! —Como un resorte y gozosa me levanté y me acerqué a Pedro—. Tú eres un primo mío, segundo, pero primo. ¡Qué felicidad, encontrarme con un primo y además tan guapo! Creí que yo era la última y única Ionesco tras la caída de la monarquía y la no muy lejana muerte de mis padres. Déjame que te coma a besos.

Ambos muy conmovidos nos fundimos en un cariñoso abrazo.

—Dios mío, Marina. Mi madre apenas me habla de nuestra familia; ella también cree ser la única rumana que queda de los Ionesco. Ahora mismo la llamo. —Excitado y nervioso, Pedro sacó el móvil del bolsillo y llamó a su madre—. ¡Madre, no te lo vas a creer! ¡¡¡Estoy con una sobrina tuya!!! Marina Ionesco. —E intercambiaron exclamaciones de alegría—. Estamos comiendo en un restaurante que se llama Txistu; está en la calle Orense esquina Rosario, detrás del Hotel Meliá —se dirigió a nosotras—: ¿No os importará que venga a los postres? —nos preguntó y le respondimos que naturalmente nos parecía muy bien—. Coge un taxi, el taxista seguro que sabe dónde está. Te esperaremos aquí...

—Marina, tu tía está muy emocionada, casi lloraba de alegría. Bienvenida seas a la familia. Yo también lloraría, pero se supone que los hombres no lo hacen.

—Claudia, eres genial; más que una sorpresa ha sido una admirable estupefacción. Cómo te conozco, seguro que tú ya lo sabías y te lo callaste; gracias misteriosa hermanita.

—Sí que lo sabía... pero ahí no terminan las sorpresas. —Cogió una mano de Pedro, la acarició y se la besó; después, ante mi asombro, le dio un apasionado beso—. ¡¡¡Ya ves, ha desaparecido mi animadversión por el contacto humano!!!

—Entonces, Claudia, ¡esa que no se deja tocar por nadie!, si Pedro es la excepción... es... ¡porque sois novios! ¿Acierto? —Claudia me animó en mi deducción, me lo afirmó, se acercó a mí y también me cubrió de besos diciéndome:

—Por todos los que te debo desde que éramos quinceañeras.

—Caramba, Claudia, como me des más sorpresas como esta me dará un infarto.

—Qué exagerada eres, ¡prima! —intervino Pedro—, te veo el anillo así que tú también tuviste novio y seguro que lo celebraste cuando lo presentaste a tus íntimos... Ahora acabaremos con el vino, aunque nos pongamos un poco chispas; luego hay que celebrarlo con champagne francés. Seguro que tendrán un Dom Pérignon. —Llamó al sumiller, quien nos atendió con presteza trayendo la botella en una cubeta con hielo; además nos trajeron la carta con las especialidades de la casa—. Si no os importa descorcharemos el champagne cuando llegue mi madre. Ahora hay que alimentarse; en este lugar os recomiendo los pimientos, y preparan muy bien el chuletón.

Yo pedí las chuletitas, Claudia y Pedro el chuletón, y pimientos en una ración en el centro. Justo íbamos a pedir los postres cuando vimos que una dama vestida de negro, de señorial aspecto, bajaba de un taxi. Pedro se levantó y fue con premura hacia su madre y nosotras nos quedamos de pie. Pedro y su madre, Andra, se abrazaron muy cariñosamente, se deben de querer mucho pensé, y entonces yo también fui hacia ella; un tierno abrazo y muchos besos. Claudia no podía quedarse atrás, aunque Andra no supiese nada del noviazgo de su hijo. La saludó con un par de besos en las mejillas y vimos cómo Andra lloraba de alegría. Pensé si esa alegría seguiría cuando se enterase de que Claudia era la novia de su hijo.

Pedro llamó al camarero para que le pusiera una copa de champagne y una silla para que se sentase su madre; mientras Andra y yo charlábamos sobre lo que nos unía. Claudia estaba ahora algo descolocada.

Ya sentados en la mesa, pedimos postres; Andra se abstuvo. Muy tímidamente Pedro cogió la mano de su madre, se la besó y luego dijo:

—Volvamos a brindar con este champagne tan sabroso. —Lo hicimos y mientras él chocaba su copa con la de su madre le dijo—: Hay más sorpresas, madre.—Dejó la copa en la mesa y tomó también una mano de Claudia sin soltar la de su madre—. Aquí estoy con mis manos uniendo a las dos mujeres que más quiero en el mundo. Madre, te vuelvo a presentar a Claudia, ¡¡¡es mi novia!!!

Fue una gran sorpresa para Andra; aunque no se le apreció un gran entusiasmo. Claudia se levantó, se le acercó y le dijo:

—¿Me permite que la bese?

—¿Cómo no? O sea que hoy doy la bienvenida a una sobrina y a una novia. Claudia, como madre absorbente que soy, debería reprocharle a mi hijo que intente buscar su propio hogar cuando ya tiene el mío. Porque supongo que con esta presentación es que tenéis planes de boda o de vivir juntos.

—Sí, madre; estamos preparando la boda para dentro de unos cuatro meses, ya tenemos apalabrada una iglesia el diecinueve de enero, sábado, del año que viene —dijo un preocupado Pedro por la actitud de su madre, supuse yo.

—¿No pasaréis mucho frío?

—Sí, pero nuestra pasión lo amortiguará. —Sonrío Pedro.

—Deseo que estéis seguros de lo que hacéis; las precipitaciones no son buenas. Y nos dais poco tiempo para preparar todo. Contadme algo; ¿cómo os conocisteis? —Pedro hizo un leve repaso, pero cuando dijo que era hija del marqués de Gonzaga, Andra se estremeció y mantuvo un breve silencio en el que perforó con la mirada a Claudia. Después, visiblemente preocupada, se excusó—: perdonadme, he de ir al lavabo.

Nos quedamos en silencio. Claudia entristecida, yo sorprendida y Pedro casi malhumorado. Para romper el silencio casi todos dijimos lo mismo: "¡qué buen tiempo hace para estar ya en octubre!".

Al rato volvió Andra, nos miró con sonrisa amable, muy educada y nos dijo:

—Lo siento, pero tengo que abandonar este ambiente tan lleno de asombros; tengo que ir al notario. Tendremos mucho de qué hablar. Y tú, Marina, vente a comer con nosotros; vivimos en Monte Esquinza en la esquina con Almagro; puedes quedar con Pedro. —Ya de pie se giró hacia Claudia y le aseveró—. Tienes una belleza increíble. Alabo el gusto de mi hijo al fijarse en ti.

—Madre, ¿de verdad que tienes que ir al notario? Juntos no hemos estado ni un santiamén.

—Ahora que tienes novia ¿no creerás que tu madre se ha vuelto mentirosa? —dijo adusta.

Pedro la acompañó hasta que el guardacoches del Txistu le consiguió un taxi. Se despidieron sin más; ni una palabra, salvo adiós. Un compungido Pedro volvió a sentarse con nosotras. Estuvo serio hasta que respiró profundamente y sacó la mejor de sus sonrisas:

—Brindemos, esta celebración aún no ha terminado, queda poco champagne, hay que pedir más. —Repartió el que quedaba, que estaba muy sabroso de gusto y temperatura, volcó la botella boca abajo en la cubeta y llamó al camarero pidiéndole—: Otra igual, por favor. —Tras esto, volvió a coger la mano de su novia y se la besó cual galán fuere—. Claudia, te quiero, es lo que importa; no ha pasado nada; no te preocupes. Mi madre es una mujer muy fuerte y enérgica. Su vida nunca ha sido un camino de rosas. De ahí su seriedad y su inicial desconfianza ante quien sea. Si te la ganas, entonces te defenderá a muerte. Me ha hecho recordar el dicho de una madre a la novia de su hijo: “Voy a contar cuantas lágrimas le hagas derramar porque igual cantidad de dientes te voy a hacer saltar”. Bueno, el dicho es para el novio; yo lo he cambiado, pero... ¡ni habéis sonreído!

—Pedro, es que estoy muy preocupada. Mi padre también lo sabe; me cazó en un renuncio y tuve que decírselo. No acepta ni aceptará de buen grado que yo salga contigo como ya sabéis los dos, ¿verdad, Marina? Para él, no solo es cuestión de casta; es que además eres hijo de alguien que le hizo perder un valioso negocio, y ya sabes lo orgulloso que es. Y me acuerdo del mal trago que pasasteis por la confrontación que tuvisteis cuando nos presentó. Todavía lo recuerda, Pedro. Y si ahora se une tu madre, con el recuerdo de tu padre y el suyo, tendremos que luchar contra ellos, aunque a mí me desagrade mucho.

—Luchar contra ellos; eso me gusta, Claudia. ¡Preparémonos! Este encuentro, con esta comida, nos ayudará a sobrellevarlo. Al menos ha alabado tu belleza.

—Sí, para alabar tu buen gusto. Me recuerda ese chiste tan malo: Un hombre piropea a una mujer ‘Amor, me encanta tu cuerpo de guitarra’ y ella contesta ‘Lo sé, es una pena que seas tan mal músico’. —Esta vez sí nos carcajeamos—. Tu madre, Pedro, te lanza un mensaje: Tú no sabes tocar la guitarra.

—Marina, para olvidarnos de lo sucedido, te voy a contar cómo hemos llegado hasta aquí. Al principio nos llevábamos relativamente mal; a Claudia le había afectado la presentación que nos hizo su padre en su despacho. El agudo de nuestro CEO, Mariano Juste, según me contó él más tarde, percibió que podíamos trabajar juntos y sacar rendimiento a nuestros dispares caracteres. En un espinoso asunto, me puso a Claudia como adjunta; trabajábamos en la biblioteca, uno frente al otro. Nos mirábamos con malas caras educadas, si esto puede ser así. Poco a poco cruzamos alguna sonrisa, aunque yo casi siempre evitaba mirarla, ella sí lo hacía y cuando yo levantaba la mirada hasta se reía. Resultó ser una maravillosa compañera; aportó mucho, fue una excelente ayuda; cuando ya estábamos llegando al resumen y al final de las conclusiones... sí, ¡ahí fue cuando me caí del guindo! Me di cuenta de que estaba enamorado de ella; entonces ni me atreví a mirarla. Pensé que sería imposible que ella llegase a quererme: “Demasiado para mí, me decía, con el añadido de un padre muy hostil”.

—Marina, estaba tan apocado que fui yo quien tuvo que dar el primer paso —interrumpió Claudia—. A partir de ahí ya hemos hecho planes de futuro, —y Claudia siguió contando, con un cómplice Pedro cogido de su mano—. Cuando mi padre se enteró, aparentemente no se enfadó. Solo me recordó que cuando me lo presentó hacía tiempo, me dijo que no me acercase a él. Ahora solo me ha dicho: “está visto que no me haces ningún caso” y, casi en un susurro: “no debí hacer caso al CEO; teníamos que haberle echado”. Creo que mi padre pensó que lo habitual es que, vale con que te opongas, para qué más sólida sea la relación. Debe ser por eso que se limitó a ignorar el hecho y dejar pasar el tiempo.

—Para mí sí que es una gran alegría. Este mozo. —Y me reí por la palabra—. Es de muy buen ver y educado. Al estilo de tu madre Andra, voy a decir. Pedro, tienes una belleza increíble; Claudia, alabo tu gusto por fijarte en él. —Y de nuevo nos carcajeamos los tres. Y volvimos a brindar. Se acabó el champagne y el sumiller nos invitó a un combinado de orujos. Todos elegimos el gallego.

—Antes de que empecemos a tartajear con tanto alcohol

—yo razoné—, si vais en serio, y con tan corto plazo para cumplir vuestro deseo, debéis programaros; contad conmigo para aquello en lo que creáis que os pueda ayudar. En principio pienso que será bueno que tú, Pedro, conozcas a los amigos más frecuentados por Claudia. Os interesa relacionaros con todos ellos; formamos un grupo de amigos casi fijo y no es fácil que acepten a alguien nuevo.

—¿Pero a quiénes? —replicó Claudia—. Nuestro grupo es muy numeroso y demasiado elitista; no tanto como mi padre, pero sabes que estamos en círculos muy cerrados. La condición para aceptarle sería que Pedro perteneciera a ese grupo que se autodenomina la crème de la crème o ser un gran triunfador social. Y también sabes que las relaciones son endogámicas; a ti te aceptaron muy bien por tus antecedentes monárquicos rumanos. Pedro no está en esos estadios. Y a mí hasta me gusta que sea así; estoy harta de que seamos tan exquisitos y excluyentes, por no decir que seamos tan gilipollas.

—No exageres, Claudia. Ya sabes que no podemos renunciar a ellos; se nos cerrarían muchas puertas..., en el golf, en la hípica, en el tiro, en el VIP de las discotecas... toda nuestra vida está con ese grupo y tampoco debemos quejarnos, lo pasamos muy bien con ellos.

—Pero quizás los amigos de Pedro sean más agradables. En cualquier caso, debemos conocerlos también.

—Ya me encargo yo, Claudia. Y creo que ya debemos irnos; los camareros parecen inquietos.

—Me parece bien; pero antes hay que abonar lo que hemos tomado. Invito yo —decidió mi primo.

—No te dejo —protestó Claudia—, la idea y la invitación ha sido mía.

—¿No querrás que sea nuestra primera bronca de enamorados? Soy machista, así que pago yo. —Nosotras nos reímos ante el machista, y Pedro hinchó su pecho desafiante y riéndose—: Aquí tenéis al macho ibérico, pero sin jamón. —Luego pidió la cuenta.

Se la trajeron y el camarero nos advirtió:

—La señora que estuvo con ustedes les invitó a todo lo consumido. Solo les resta por abonar la segunda botella de champán.

Pedro sacó una tarjeta de crédito exclamando:

—¡Caray con mi madre! —Dejó una generosa propina y, mientras salíamos, continuó—: Hoy, día de noticias venturosas falta la de Pedro. Sabed que ya he comprado ese chalet en la Colonia El Viso que tanto te gustó a ti, Claudia; aunque es un apareado, solo me pusiste las pegas de que hay que hacer mucha obra. Ya tengo a un arquitecto amigo trabajando en ello, quien también tendrá en cuenta tu opinión, Claudia.

—Ay, Pedro —exclamó ella—, ¿y si nos equivocamos? Perdón ¿y si tú te equivocas? Ya que tú eres el comprador.

—Cuando yo lo vi, Claudia, me gustó mucho. Y recuerda que es para los dos; vivienda compartida. Querida, por supuesto que ¡el Palacio de Linares en la Cibeles, realmente es mucho mejor! —Se rieron juntos.

Marina escribe un libro

Подняться наверх