Читать книгу Marina escribe un libro - Ángel Morancho Saumench - Страница 19

Los amigos de Claudia

Оглавление

Con los amigos más cercanos de Claudia, a los que yo había citado, me reuní, con ellos, a las ocho de la tarde pasadas, el primer sábado de octubre, ya, en uno de los apartados en la taberna, antes de llegar la pareja. Todos sabían de qué iba la fiesta. Naturalmente hablamos de ellos. Estábamos todos sentados dejando el lugar preferente para la pareja. Yo ya había pedido al servicio que empezasen a sacar las bebidas y las tapas. Se trataba de una merienda-cena solo con eso, tapas, muchas tapas. Sin esperar empezaron a beber, vino tinto la mayoría, el resto cerveza. Yo me quedé en un asiento al lado del que ocuparía Claudia; Miguel estaría a la izquierda de Pedro; Joan, en la cabecera del lado contrario al de ellos. La pareja entró a las ocho y media en punto. Lo hicieron cogidos de la mano con un “¡hola a todos!”. Y, cuando llegaron a la mesa, Claudia dijo, todavía de pie:

—Con gran entusiasmo os presento a mi novio, Pedro. No seáis malévolos y no nos confundáis con una pareja, vamos muy en serio.

Entonces Pedro intentó estrechar la mano de los comparecientes; pero no tuvo éxito. O le ignoraron, o el espacio lo impedía, mientras tanto Joan soltó un exabrupto:

—Serio sería haber llegado puntuales.

—Yo les dije que sería a las ocho y media —le aclaré—, quería estar segura de que estaríais todos cuando llegaran ellos, Joan. No os distinguís precisamente por vuestra puntualidad.

—Jo, con la amiguita de nuestra amiga. Qué jeta, es casi una ofensa —retrucó Joan.

—Joan, sigues igual de cafre; creí que mejorarías con tu estancia sevillana. Ya te indiqué que, si venías, tendrías que recuperar tu buena educación, si es que alguna vez la tuviste —le dije enfadada.

Se creó un ambiente destemplado durante unos segundos. Pedro ya estaba sentado. Creyó que debía intervenir; se puso de pie y dijo:

—No esperaba un entusiasta recibimiento, pero tampoco este comienzo con reproches cruzados entre ustedes.

—¿Ustedes? No me diga, ¡don Pedro!, que nos respeta tanto —ironizó Joan con su usual impertinencia.

Pedro me pidió que me acercase; lo hice y nos susurró a Claudia y a mí.

—Debemos pensar si hemos hecho bien en venir; por mí, no tengo inconveniente alguno en marcharnos ahora mismo. Claudia, tú ya has dicho lo que queríamos comunicarles y además ya nos han visto.

—No le des importancia, Pedro —dijo Claudia en el mismo tono—; Joan tiene fama de toca narices; fama muy bien ganada. —Ella se levantó.

—Repito el hola a todos —dijo Claudia con voz alta, muy segura y de pie, con su magnífica figura envuelta en un vistoso traje de chaqueta—. Si alguien se siente incómodo con la presencia de Pedro, ya puede marcharse... ¡venga, empezad ya!

Nadie se movió salvo Joan que hizo un amago de irse; burlón, dijo:

—Pensabas, Marina, que te iba a dar la alegría de marcharme, pues no, me quedo; esto promete ser divertido.

Pedro le miró fijamente.

—Está claro que para usted no soy bienvenido, señorito Gisbert, pues usted es soltero ¿verdad? —dijo Pedro puesto en pie—. Ya que Claudia ha dicho lo suficiente, yo le invito a que se marche ya si va a seguir siendo un protagonista malcarado y enfadado.

—Lo siento, Pedro —intervino con seriedad Miguel—, yo te ofrezco mi amistad y quiero darte la enhorabuena por tu noviazgo con Claudia. Pero recuerda que todos nosotros somos muy veteranos amigos de ella, salvo alguna excepción. Yo casi me considero un hermano, entenderás que si no tratas a Claudia como se merece, nos tendrás en tu contra.

—Gracias, Miguel. Ya me han comunicado que eres todo un caballero y que, entre las damas a defender, tienes prioridad por ella; no se dará tal caso.

La oportuna intervención de Miguel animó a los demás a darle la bienvenida; más de uno con la boca pequeña. Los camareros siguieron sirviendo las tapas que yo había elegido, si bien tuve que explicar:

—Marta, perdona, debí pedirte consejo —me disculpé ante la presumida cocinera y habitual encargada de la comanda en esa taberna cuando íbamos en grupo.

—Oh, Marina, tú sabes mucho y me das la oportunidad de criticar si no sale bien. —Y se rio con su simpática y habitual risa.

Así se terminó la embarazosa situación con un Joan mirando fijamente a Pedro; mirada nada amistosa. Comenzaron las preguntas curiosas a la pareja en un ambiente que ya parecía amable. Hasta que Joan dijo algo al oído de Marta; entonces esta interpeló a Pedro:

—Pedro, no sé si sabes que aquí soy la única ama de casa y ¡ojalá sea de verdad mujer objeto para mi marido! —Se volvió a reír—. Así, en mi tiempo libre, brujuleo mucho; y me entero de muchos cotilleos; ya había llegado a mis oídos, y el de otros muchos, vuestro emparejamiento. Algún malicioso ha dicho que tú lo que pretendes es integrarte en nuestro mundo desde el que se maneja mucho poder. Lamento decírtelo, pero ya sabes lo mal intencionada que es la gente.

—Gracias por tu sinceridad, Marta; pero si contemplamos solo un instante a Claudia ¿por qué no pensar que es su belleza lo que me ha cautivado? Y, cuando la he conocido mejor, añado su gran intelecto que lo acompaña con su divertido lenguaje. Es mezquino el fondo de lo que me dices, es infravalorar a Claudia, quien hubiese sido la primera en darse cuenta. —Claudia pasó su brazo por los hombros de Pedro y dijo:

—Qué ruindad, ¿verdad, querido?

Ahora fue Joan el que insistió con su insolencia:

—Sabemos que eres hijo de un patán nuevo rico. —Se produjo un espeso silencio. Pedro se levantó furioso.

—Joan, retira ahora mismo lo de patán o tendremos que partirnos la cara al estilo barriobajero que parece ser que es el que te gusta.

—Joan —intervino seriamente otra vez Miguel—, todos sabemos que mejor hubiese sido que no aparecieses por aquí; no nos des la razón.

—Bien, la retiro ya que me lo pides tú, Miguel; pero no sé si sabéis quién fue su padre. —Se produjo un espeso silencio.

—Sí, lo sabemos; el padre de Claudia no se cansa de propalarlo —apuntó Miguel.

—Ojalá en este país —pensó Pedro en voz alta— hubiese más emprendedores como mi padre; y no tanta gente viviendo de sus antepasados o de sus adherencias políticas. —Noté en sus caras que esta última frase no les sentó bien a algunos de los presentes.

—Pedro —dijo Marta, conciliadora y sonriente— excúsame; ahora que te conozco algo podría decir ¡qué suerte la de Claudia! Un galán con tu presencia, hay muy pocos; y menos si le acompaña ser un notable profesional. Pero recuerda que muchos te verán como un ambicioso de poder, pues por patrimonio sabemos que no te hace falta.

—Cierto Marta; poco me conoces. Tengo algo de anarco: desprecio el poder. Yo estoy con lord Acton[3] cuando dijo: “El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente”. Por cierto, que más tarde añadió: “Los grandes hombres son casi siempre malas personas”. Lo decía hace poco más de siglo y medio y sigue siendo actual. Claudia sabe que yo aborrezco la corrupción que es un cáncer de nuestra sociedad.

—Estoy segura de ello —siguió Marta—, tengo que invitarte a comer en mi casa y te haré hablar de lo que piensas, un lavado de cerebro. Debes de ser muy interesante y mis comidas inducen a la confesión de secretillos. —Volvió a reírse con gracia.

—Será un placer.

—Excelente vino el que has elegido, Marina. —Miguel volvió a templar el ambiente—. Se aprecia tu ascendencia rumana con los buenos caldos que allá tenéis; y con este buen vino en nuestras copas propongo un brindis para que nuestra gran amiga sea feliz con Pedro; así seguro que él también lo será con ella.

Lo hicimos y sin malos modos; quise aclarar:

—Miguel, te recuerdo que nací allí, pero en Rumanía apenas viví un par de meses de recién nacida.

Fue transcurriendo el tiempo hasta que Joan volvió a lo suyo: incordiar.

—Claudia, con tu conocido estilo irónico apenas has salido en defensa de quien pretende, —con aguda entonación en esta palabra— ser tu marido.

—Joan, te contesto con una vulgaridad, eres un mala leche y tendré que pensar si, además, eres una mala persona. Y te ruego que no sigas con tu animosidad. Si no vas a callarte mejor nos vamos Pedro y yo, ya. Además, empieza a ser tarde.

—Tarde para qué, ¿me lo puedes explicar, Claudia? —dijo burlón Joan.

—Eres tóxico, Joan... Buenas noches a todos; con vosotros he pasado hoy más malos ratos que buenos. Pero sabéis que os quiero, incluso al enredador Joan.

—Deseo que os marchéis por una buena razón que no sea por las impertinencias que se han producido aquí —dijo Miguel.

—Es así, querido Miguel; te agradezco tus apaciguadoras intervenciones —contestó Claudia ya en pie.

—El consejo de tu casi hermano es que prescindas en tu entorno de quienes eliminen tu sonrisa. Sed felices —terminó Miguel.

Les despedí a la puerta de la taberna; antes le comenté a Claudia:

—No pude evitar que viniera Joan; se había enterado por Marta. Él, hasta me amenazó con presentarse por las bravas. Pensé que si era así el resultado hubiese sido mucho peor. Ya has dado un gran paso Claudia —le dije cogiéndola de las manos—, creo que Pedro ha caído bastante bien, aunque no le hayan abierto los brazos, salvo Miguel; cierto es que Pedro se pasó con su referencia a los antepasados.

—Gracias Marina; como siempre has sido mi valladar, esta vez acompañada por Miguel. —Me volvió a dar grandes besos—. Repito, por los muchos que no te di cuando era fóbica. Ahora recuerdo cómo me anunciaron de cuán hosca sería mi vida con ese problema.

—He estado a tu lado y te aseguro que lo has sobrellevado muy bien; y me encanta esta cadena de besos; más que día de..., que preconiza la ONU, deberíamos declarar a octubre como el mes de los besos.

Pedro nos esperó a unos pasos. Él me dio las gracias y ella se aferró a su brazo y se apretó contra él. Me contasteis más tarde vuestra conversación, de camino a casa:

—¿Qué piensas de mí ahora, Pedro?

—Que te quiero con locura.

—Eso es muy bonito, querido, pero no es una respuesta.

—Me habíais preparado para una tensa velada; creo que hemos dado un paso adelante que es importante para ti. Confieso que mi simpatía por ellos es muy limitada, pero mi admiración por ti ha crecido. He sentido cómo te contenías cuando el enojo casi se te apoderaba; sinceramente creo que les has sorprendido. Joan quiso provocarte y creo que en otro momento le hubieses acorralado, pero te dominaste. Hoy no, Claudia, pero en otro momento me tendrás que explicar más sobre tu relación con él. Bueno, perdona; no quería usar el imperativo; tú misma. Ahora déjame que te acaricie...

Marina escribe un libro

Подняться наверх