Читать книгу No te olvides de los que nos quedamos - Nélida Wisneke - Страница 11

Оглавление

Los hombres volvieron y nos hicieron señales para que avanzáramos sin cuidado. Nos levantamos y retomamos la marcha. Mamá tomó la cantimplora, nos miró y la volvió a guardar. Desamarré la mía y, cuando quise pasársela, me tomó la mano y me obligó a ponerla en su lugar.

Oscurecía. Los adultos se miraban entre ellos. A nosotros el silencio nos daba miedo. Restregué mis ojos. Las imágenes del patio, de la abuela, del banquito de tres maderas que mi abuelo había construido, luego de una dura lucha con el machete, y me lo había regalado cuando solo tenía 3 años, me invadieron. Pensaba en eso cuando tropecé con un tronco. Quise llorar. Pero el sacudón en el brazo que recibí de mamá hizo que mirara hacia adelante.

Cuatro velas (antorchas) encendidas, rodeaban a unas hojas de banana que hacían, a su vez, de bandeja. Sobre ellas un pedazo de cerdo asado, una gallina, unos huevos duros y en pequeños segmentos del mismo vegetal, pororó. Mucho pororó bañado con miel de caña. Mi mamá elevó sus manos al cielo y se inclinó hacia la tierra en agradecimiento. Alcancé a oír lo que decía y mi cuerpo se estremeció completamente.

Ó, meu glorioso São Sebastião...27

Mi abuela se hizo presente en mi memoria cuando recordé los versos que escuché de su boca, en una de esas tardes que acostumbraba a contarme historias:

Você ainda era pequena28 E estava muito doente, Achamos que ia morrer E chamamos aos parentes. Todo mundo veio a vê-la E com eles, minha mãe, Trouxe essa bandeira branca Que até aos mais bravos espanta, E você eu entreguei A ele, São Sebastião. Senhor de povos aflitos, Daqueles que sem ser ricos Lutam pela liberdade, Recebendo caridade E única satisfação; Dar-lhe a libertação Para quem fora cativo, Conflitado e esquecido, Tratado qual foragido Bandido e ainda pior.

Las dos mujeres comenzaron a mover sus cuerpos en señal de agradecimiento. Me acerqué y vi que los cirios (tacuaras) tenían unas cintas y en ellos habían grabado unos símbolos que yo no entendía, pero parecía que el hombre de la escopeta, sí; porque señalaba hacia una dirección y volvía a mirarlas. Conversaba con el otro. Deliberaban, ambos, en voz baja.

Nos sentamos y esperamos los suculentos bocados. Los hombres se acercaron, tomaron una de las vasijas, bebieron e intercalaron los sorbos de aquel líquido con generosos mordiscos a las porciones de cerdo que aún quedaban. Las devoraban con hambre rapaz. La madre de los niños nos acercó un poco de pororó. Lo comimos con entusiasmo. Al rato las mujeres comenzaron a guardar algo de lo que quedaba. Mamá tomó uno de los porongos, lo olió, lo volvió a tapar y se lo pasó a la mujer. Uno de los chicos quiso beber de él. Pero, ambas, le sugirieron que ingiriera el agua de la otra cantimplora para satisfacer su sed. El hombre de la escopeta se acercó a la ofrenda, tomó una parte de la gallina, la envolvió en una fracción de tela y la ató a su cintura. Le cedió lugar al otro que hizo lo mismo con el cerdo. Mamá les alcanzó agua. Primero bebió el que estaba armado y más tarde el hombre simpático, el que usaba sombrero de cuero. Después de haber saciado su sed, se agachó, nuevamente, y apretó fuerte el porongo del que, inicialmente, los dos habían bebido, lo destapó y tragó un largo sorbo acompañándolo con un sonido gutural que nos causó gracia. Nos tapamos la boca y no nos podíamos mirar porque explotábamos de la risa.

Un trozo de tela blanca se deslizaba entre las manos de mamá que intentaba atarlo a una vara de “canela, preta” 29. La clavó en el suelo y se inclinó ante él. Los hombres guardaron los cirios apagados dentro de las maletas y en señal de avance todos nos pusimos de pie para seguir. Atrás quedó la bandera como señal de que el santo nos había permitido llegar hasta ahí y nos habíamos servido del banquete preparado para nosotros.

Obrigada meu senhor!30 Abençoa aos irmãos Por todas as atenções, Que chegue alegria e paz Até os seus corações. Prepara o nosso caminho, Que o corpo já não aguenta, Mas há que continuar, Para chegar a destino; Valente, só é quem tenta. Ó, meu glorioso São Sebastião…31

No te olvides de los que nos quedamos

Подняться наверх