Читать книгу No te olvides de los que nos quedamos - Nélida Wisneke - Страница 12

Оглавление

Me desperté con el trinar de los pájaros. Miré a mí alrededor y la vi. Estaba sentada. Se ataba un pañuelo en la cabeza. Me hizo señal de silencio y me ofreció los dos frutos de caraguatá que había guardado en la maleta. Los tomé, me levanté y quise usar el agua para lavarme la cara. Ella me lo impidió. Hizo gestos señalándome los frutos. Los comí muy rápidamente. Me di cuenta, en ese momento, de que el sabor agridulce impregnaba toda mi boca y le proporcionaba una cierta felicidad a mi cerebro. Me volvía más amable, segura y hasta me daban ganas de cantar. Recordé que cuando estábamos en la casa cantábamos. Todo lo que sucedía en el lugar se volvía canción. Escuchando atentamente las melodías tristes y los versos alegres, entre los mayores, era como los niños aprendíamos.

Estaba pensando en eso cuando me di vuelta y la vi sentada, apoyando todo el peso de su cuerpo sobre sus tobillos. Una puntilla blanca sobresalía del bies de su pollera que había sido amontonado, desprolijamente, entre sus piernas para poder organizar las cosas que traíamos en la maleta. Alcancé a ver la bolsa de “farofa” 32, la rapadura y las bananas. Tomó la penca de plátanos, la sacó de la bolsa, apretó cada uno de los dedos que conformaban el racimo, hizo un gesto de desaprobación y la volvió a guardar. Sacudió la cantimplora. Por el ruido deduje que quedaba poco líquido.

Apresuradamente fui hasta mi maleta. Sabía que allí habían puesto algunas cosas para el viaje y que mi cantimplora, que yacía recostada en ella, estaba aún llena. No sé cómo tropecé y fui a parar con parte de mi hombro derecho, arriba de las ramas secas de un arbusto espinoso que se erguía firme muy cerca de donde nos habíamos echado a descansar. Vi estrellas en pleno amanecer. Apreté mis dientes para no gritar de dolor.

Viu!33 Isso é por que você faz, Sempre aquilo que não deve Precisava levantar? Só para fazer bagunça. Ooó! Que menina danada! Acorda sempre quem não presta. Despontando a madrugada.

La sangre que enseguida manchó la espalda de mi vestido, supongo, que me salvó de todo castigo. Lo cierto es que todavía no se habían secado mis lágrimas cuando me di cuenta de que la mujer que venía con los niños estaba a mi lado con la vasija que habíamos traído de la ofrenda en la encrucijada. Mi mamá hizo que me acostara sobre su falda, me ayudó a descubrir la herida y puso mi boca sobre una de sus manos. La enfermera recién recibida embebió una parte de su pollera con el líquido de la vasija y lo recostó con fuerza sobre mi piel rasgada. En ese momento sentí una mano de mi madre apretándome la boca, con ímpetu y, con la otra, sujetaba mi cabeza. Pensé que moriría de dolor. Me quemaba el hombro como si me hubieran puesto una braza en la herida. Cuando me calmé, con un movimiento brusco salí de entre esas “pinzas asesinas” que me mantuvieron sujeta y permitieron tanta tortura. Entonces vi a los chicos que estaban paraditos, tapándose la boca para no soltar una carcajada. Me miraban y se descostillaban de la risa34.

Con el hombro ya no con dolor, sino también con ardor, intenté calzarme la maleta en el otro brazo y la cantimplora me la amarré a la cintura.

Los hombres aparecieron de repente, no sé de dónde. Un solo gesto bastó para que emprendiéramos el viaje nuevamente.

Me iba lejos de mamá. Sola, con mis rebeldes silencios. Hasta que entre mis manos sentí las suyas y el enojo desapareció.

No te olvides de los que nos quedamos

Подняться наверх