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1.2 LA DEFINICIÓN DE HOMBRES Y MUJERES EN LA HISTORIA AFECTA A LOS NIÑOS Y NIÑAS DE HOY

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Actualmente, aunque la igualdad legal entre hombres y mujeres se haya conseguido, la influencia de este pasado tan largo sigue siendo fuerte y sigue dificultando que la igualdad legal se haga real en el funcionamiento social. Este pasado hace que las reacciones de los adultos ante el mismo comportamiento infantil no sean iguales si quien lo emite es un niño o una niña. Analizaremos esto en profundidad en el próximo capítulo. Este pasado hace que las niñas tengan que esforzarse más que los niños para alcanzar los mismos éxitos. Que a las niñas se les ponga difícil participar en actividades consideradas «de niños» y que a los niños se les ponga difícil participar en actividades consideradas «de niñas». Que a las niñas se les regalen más juguetes catalogados como «de niñas» y a los niños se les regalen privilegiadamente juguetes catalogados como «de niños». Hace que aún sigamos creyendo que hay actividades «de niños» y actividades «de niñas» y juguetes «de niños» y juguetes «de niñas». Este pasado explica por qué aún hoy en sociedades legalmente igualitarias las mujeres, en muchas empresas, aun realizando el mismo trabajo que un hombre, cobran menos; por qué el tiempo de trabajo doméstico que dedica una mujer, que trabaja las mismas horas que su marido fuera de casa, sigue siendo notablemente superior; por qué los puestos de poder están fundamentalmente ocupados por hombres; y un largo etcétera.

Para educar adecuadamente a niños y niñas, tenemos que hacernos conscientes de todo esto; de que el mundo en el que van a vivir aún no es igual para unos que para otras debido a la desigual consideración sobre hombres y mujeres que ha existido y que aún está presente. Para educar adecuadamente a niños y niñas, tenemos que aceptar que la influencia de un pasado de tres mil novecientos años no se borra en cien y, por tanto, de alguna manera, sigue condicionando y dirigiendo algunos de nuestros pensamientos y comportamientos a la hora de tratar y enseñar a niños y niñas.

Nuestros niños y niñas de hoy crecen en un mundo en el que se acaba de lograr que las mujeres sean consideradas inteligentes, capaces, fuertes y con la misma potencialidad que los hombres para desarrollar estas cualidades. Crecen en un mundo en el que se acaba de lograr que se considere normal y sano que un chico, que un hombre, llore; tan adecuado como si lo hace una chica o una mujer. Crecen en un mundo que acaba de asumir que la crianza de los hijos e hijas también es una tarea y una responsabilidad de hombres.

Estos logros son tan recientes que nuestros niños y niñas están expuestos a que se los pueda tratar o intentar educar con ideas que aún defienden unas diferencias que, empírica y científicamente, son inexistentes entre hombres y mujeres. De esta manera, las niñas, durante la educación primaria y secundaria, se pueden encontrar con que les digan que ellas no son tan buenas en matemáticas, que son más torpes en los deportes, o con los mapas, que no se les dan tan bien las ciencias como a los chicos, etc. O se pueden encontrar con que, cuando expresen su opinión o asuman liderar alguna tarea, sean menos atendidas, menos miradas y menos escuchadas que los niños.

¿Nos gusta como padres, como educadores, que a nuestras niñas se les transmitan estos mensajes? Y, peor aún, ¿nos gusta que los incorporen y que con ellos definan su identidad y se definan a sí mismas? ¿Nos gusta que nuestras niñas aprendan que son intelectualmente peores, de menor calidad que un niño? ¿Queremos que las niñas se conviertan en mujeres que no se sientan cómodas al tomar la palabra, liderar o ejercer la autoridad?

Si no queremos que aprendan esto, tenemos que empezar asumiendo que alguna vez van a recibir mensajes sobre la inferioridad femenina de manera implícita o explícita y que, por tanto, algo tendremos que hacer en nuestra educación hacia ellas para protegerlas de estos mensajes.

¿Y qué pasa con los niños?


Los niños, durante la educación primaria y secundaria, se pueden encontrar con que el trato que se les dé les arrebate su derecho a la vulnerabilidad y a la sensibilidad. Que se les diga: «Tú eres un hombre, así que tienes que ser siempre fuerte», «Tú eres un hombre, los hombres no expresan sus emociones, eso es de débiles».

A las niñas no les pasará esto, no se tendrán que enfrentar con que no las dejemos llorar, con que les censuremos que compartan su intimidad con una buena amiga, con que las ridiculicemos por ser emotivas, con que se les prohíba tácitamente expresar lo que sienten.

¿Nos gusta, como padres, como educadores, que a nuestros niños se les transmitan estos mensajes? Y, peor aún, ¿nos gusta que los incorporen y que con ellos definan su identidad y se definan a sí mismos? ¿Nos gusta que nuestros niños aprendan que no tienen derecho a vivir sus emociones, a expresar su sensibilidad, a derrumbarse, a pedir ayuda? ¿Que no tienen derecho, algunas veces, a no ser fuertes, a no saber qué hacer? ¿Queremos que a nuestros niños se les extirpe su capacidad de sentir, de cuidar, de empatizar, de ser sensibles?

Si no queremos que aprendan esto, tenemos que empezar asumiendo que muchas veces van a recibir mandatos para ser siempre duros, siempre los fuertes.

Ni rosa ni azul

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