Читать книгу Ni rosa ni azul - Olga Barroso Braojos - Страница 13
1.3 EXPLIQUEMOS A LOS NIÑOS Y NIÑAS NUESTRA HISTORIA
ОглавлениеNuestra historia está marcada por la tendencia de nuestros predecesores a progresar, a pasar del nomadismo al sedentarismo, a transformar pueblos en ciudades, a transformar creencias sin base empírica en creencias basadas en la ciencia, a crear diferentes manifestaciones artísticas... En definitiva, a una dinámica que nos lleva a generar más conocimiento y más tecnología.
Está marcada tristemente también por las guerras, por la ambición de unos países por los territorios y riquezas de otros, y por la discriminación a diferentes colectivos o culturas.
Nuestra historia contiene todo esto y, si queremos que nuestras nuevas generaciones sigan mejorando y no cometan lo errores que nos comprometimos a no repetir, es necesario acercarles toda esta información. Deben conocer que el país en el que viven no siempre estuvo en paz, que en él hubo una guerra civil —muy reciente y aniquiladora de nuestro progreso—, que el continente en el que viven no siempre estuvo formado por países que quieren llevarse bien y colaborar, sino que protagonizó guerras de las más sangrientas y largas. Que en nuestro pasado se persiguió y se mató a las personas por su color de piel y por su religión. Todas estas barbaries han existido y, para no volver a repetirlas nunca, las enseñamos en colegios y universidades. Sacamos a la luz que se exterminó a los judíos, a los gitanos, que se esclavizó a los africanos.
Pero, de la misma manera que enseñamos a nuestras nuevas generaciones todo esto, tenemos la obligación de enseñar que la historia de la que venimos consideró —no de 1914 a 1918, no de 1939 a 1945, sino del año 2000 a. C al año 1950, redondeando— que las mujeres eran ciudadanos inferiores y que, por tanto, no podían votar. Que las mujeres, la mitad de la población mundial, por el simple hecho no de su color de piel, sino de su sexo, han sido durante toda la historia discriminadas, privadas de los derechos civiles más básicos y, por supuesto, de su participación plena en la sociedad, quedando confinadas en el territorio de lo doméstico, entre las cuatro paredes de un hogar. Porque nuestra historia está profundamente marcada por esto.
Esta realidad de nuestro pasado, ¿por qué no se nos cuenta?, ¿por qué se pasa siempre de soslayo sobre ella, sin darle la entidad sociológica que tiene?, ¿no es hora dejar de silenciarla, sobre todo si queremos erradicarla?
En el tiempo en el que escribo este libro, mayo de 2020, estamos sufriendo una pandemia mundial a causa de la COVID-19. En 1918, todo el mundo fue golpeado por la denominada gripe española, una pandemia causada por un brote del virus influenza A. Fue la pandemia más devastadora en la historia humana dado el número de muertes que causó: en un solo año mató entre veinte y cuarenta millones de personas. Lo que también llama poderosamente la atención es la similitud de tal infección con la situación que estamos viviendo ahora a causa del coronavirus. En 1918 terminaba la Primera Guerra Mundial, hecho que es bien conocido por todos. En ese mismo año empezaba la mayor pandemia de nuestra historia, fenómeno que apenas nos resulta conocido porque, a diferencia de la Primera y Segunda Guerra Mundial, casi no se nos ha hablado de él. Tal vez si lo hubiéramos estudiado más, si lo hubiéramos tenido más presente, la crisis sanitaria que sufrimos actualmente hubiera podido ser algo menor, o nos hubiéramos podido dar cuenta antes de que estábamos a las puertas de una grave pandemia. Esto son elucubraciones, sin duda; pero, desde luego, conocer nuestra historia nos puede preparar para los hechos que a lo largo de ella, lamentablemente, se repiten.
Afortunadamente, en nuestra sociedad española dudo mucho que se vuelva a prohibir a las mujeres que voten o que trabajen, o que se les vuelvan a arrebatar derechos civiles básicos. Pero, como explicábamos en el apartado anterior, las mujeres y las niñas hoy somos golpeadas por la herencia de ese pasado en el que se nos consideraba inferiores. Si no conocemos de dónde vienen esos golpes, ni por qué se producen, nos será más difícil verlos, reconocerlos y trabajar para eliminarlos hasta que llegue ese gran día en el que se hayan extinguido.
Por otro lado, las mujeres con su lucha consiguieron dar la vuelta a la historia, consiguieron revertir esta situación de discriminación y ganarse su consideración como seres con los mismos derechos que los hombres; no como opresoras de los hombres, no como mejores que los hombres, sino como sus iguales. De la misma manera que se estudian las grandes revoluciones, de la misma manera que alabamos y ensalzamos la Revolución francesa porque liberó al pueblo francés de un rey opresor, por su aporte a los valores humanos con su célebre liberté, égalité, fraternité, ¿por qué no reconocer el mérito de una revolución mayor, la revolución de las mujeres, que liberó a la mitad de la población y le garantizó los derechos fundamentales? Un hecho de esta magnitud debería narrarse a los niños y a las niñas, debería reconocerse su aporte humano y su valor para el progreso de la humanidad. Pero no se cuenta. Y, de nuevo, está en nuestra mano cambiarlo. Contémoslo, celebrémoslo, expliquémosles a los niños y a las niñas que las mujeres también pertenecen a ese colectivo de individuos que han hecho cosas importantes en la historia y por la historia de las generaciones futuras. Mostremos que ser mujer no solo es ser uno de esos sujetos que cuidaban el hogar e hilaban en la rueca, que ser mujer es ser también uno de esos sujetos que luchaban valiente y pacíficamente contra la injusticia construyendo una sociedad mejor.