Читать книгу Mi vida mártir - Omar Montes - Страница 10
ОглавлениеMe pegaban
sin piedad. Me peleaba más que un colaborador de Sálvame. Yo iba al colegio Santa Rita y pasaba los veranos en mi pueblo, en Gredos, y eso parecía La lista de Schindler. Me daban palos día sí, día también. Ahora lo llaman bullying, acoso, morisión, lo podría nombrar de diferentes formas, incluso miedo.
Dicen que la mili era dura, pero ojo con lo que tuve que pasar. De todos modos yo me hubiese escaqueado porque tengo los pies planos, como uno de mis referentes, Frodo, el de El Señor de los Anillos. La gente no lo sabe, pero a mí me encantan las películas de Peter Jackson. Me las pongo para dormir, me da el sueño rápido, como con la vuelta ciclista.
Volviendo a la morisión; lo cierto es que llevaba todas las papeletas casi desde que nací: moro, gordo y orejón. La verdad es que tenía unas orejas que parecían cachopos. Si me concentraba, desde mi casa escuchaba los goles del Atleti en el Calderón. Y eso que estaba a más de quince kilómetros. Tener tan buen oído creo que luego me sirvió para la música. Pero no eran solo las orejas, como decía, tenía el pack completo. Iba a full de mango, directo al pozo del bullying. Llegué a sentir pánico cada vez que salía a la calle y no sabía si iba a acabar tirado en el suelo, lleno de golpes o metido en un cubo de basura. Que encima tenían el buen gusto de meterme en el de orgánicos. Mi sueño era que me tirasen al cubo de papel y cartón, pero nunca hubo suerte.
Llegó un punto que ya no me asustaba que me pegaran, que también, no me voy a hacer el chulo ahora, porque lo cierto es que tenía el cuerpo destrozado y no podía más. Pero comencé a temer más aún los insultos —ya se reían de mí hasta las chicas y me tomaban el pelo—. Fue tan bestia que aquello acabó por costarme una depresión y casi la vida. Estaba más triste que el dueño de un videoclub, porque durante mucho tiempo estuve en un túnel negro del que no veía salida.
Podría empezar a contar mi vida de éxito, de discos de platino y de cadenas de oro, pero ese no es Omar Montes. Empecemos por el principio.
Nací en Pan Bendito. Un nombre de barrio precioso, a no ser que seas celiaco. Mi madre dice que la cosa fue ligera, que vine pronto al mundo en el hospital de Santa Cristina. Cuenta que fue llegar y besar el santo. No di guerra, vine del tirón. Salí deslizando como un delfín precioso y suave.
Fue un 22 de junio cuando comenzó todo. Sí, nací un verano de 1988 en uno de los barrios más conflictivos de Madrid, pero a esas alturas no tenía la menor idea de lo que me esperaba.
Mis padres se habían conocido mucho antes, a pesar de que mi madre, Ángeles, cuando me tuvo tenía veintidós años, conoció a mi padre, Auckasa Ismael cuando tenía diecisiete. Te voy a dejar aquí un rato de pausa para que vuelvas a leer el nombre de mi padre, que sé que es difícil. Menos mal que yo podía decirle papá, si me tengo que aprender el nombre completo me da algo… Fue en pleno centro de Madrid, en la Plaza Mayor. Mi madre estaba estudiando para ser azafata y, de hecho, hacía prácticas en un teatro en ese momento, donde se representaba La casa de Bernarda Alba. Ella siempre me dice que fue una historia por amor, porque lo demás fue un desastre. Y una aventura constante. Mis padres tenían una relación menos estable que el precio del bitcóin. Todo esto me quedó claro pronto, porque también me acabó arrastrando a mí.
Mi padre vivía en España porque en su país, Irak, las cosas no iban bien. No estaba claro a qué se dedicaba, pero viajaba mucho y por lo visto vendía cosas, papiros y demás. No sé, vendía de todo, mi padre era lo más parecido a lo que hoy en día se conoce como Wallapop. Sí, me dijeron que, aunque mi madre solo tenía diecisiete años, se casó al poco y mis abuelos decidieron no oponerse, porque la amenaza estaba sobre la mesa: se casaba o se casaba. Como para decirle que no a mi madre… No había opción, así que al parecer mi abuelo debió de pensar que mejor tenerla cerca que arriesgarse a perderla para siempre.
Se casaron primero por el juzgado y luego por la Iglesia. El cura amigo de la familia de toda la vida se negó, les dijo que no les casaba. Este cura también le hubiese venido bien a Rociito. A la única que no le importó nada durante unos cuantos años fue a mi madre. Los primeros de matrimonio estuvieron viviendo fuera de Madrid, en Torremolinos y después en La Línea. Y ahí es donde se quedó embarazada. De mí. Mi madre no ha tenido más hijos. Por poco no tengo acento de Cádiz… Si hubiese nacido allí, en vez de llamar a mi tema Alocao lo hubiera llamado «¿Qué paza, cohone?».
No fui un niño buscado. Simplemente vine. Ella cuenta que no tenía estabilidad con mi padre, pero que después del impacto de la noticia y la incertidumbre sobre qué pasaría, se puso muy contenta y que durante el embarazo se pasaba los meses tocándose la barriga. Fui bueno hasta para eso, porque reconoce que no le di ningún problema. Vendrían después.
El parto le pilló bailando. Mi madre era muy fan de la cumbia y el ballenato, y justo estaba moviendo las caderas. Ya sé de dónde me vienen las cosas. Por eso siento una conexión especial cuando escucho a Romeo Santos. Siempre dice que tenía una barriga pequeñita y que ese día estaba en casa de mis abuelos, con mi tío, su hermano, pusieron música y de pronto empezó todo. Y ya he contado que no la hice sufrir. A la llegada al hospital, a pesar de que era primeriza, las cosas salieron muy bien. Y así llegué al mundo por la tarde noche, sin ninguna necesidad de madrugar, porque a mí madrugar me sienta peor que a un vegano comer chistorra. Exactamente lo mismo que me pasa ahora. No sabían si era niño o niña, y creo que hasta había unos pendientes comprados por ahí, por mi padre, que tenía muchas ganas de que hubiera venido una niña al mundo. Pero no. Aquí estaba Omar. Aunque si hubiese nacido chica, estoy seguro de que hubiese sido lo más parecido a Nathy Peluso. Me encanta.