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Un moro gordo y orejón

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Con mis abuelos he pasado gran parte de mi infancia y de mi vida. Tengo los mejores recuerdos de mi niñez, aunque no todos son buenos, porque la vida no es sencilla, y de eso me di cuenta siendo un chaval. Fui un blanco fácil. Ya he contado que vivía en uno de los barrios más conflictivos de Madrid, en Pan Bendito, en Carabanchel. Aquello era un sálvese quien pueda.

El problema es que como punto de partida tenía todas las papeletas para que me dieran la muerte. Por eso supe lo que era el acoso casi diría que desde siempre. Para mí, el bullying se convirtió en una rutina. Era un niño gordo y moro. Los chavales del cole no tardaron en hacerme la vida imposible y en joderme. Mi padre era moro y por eso ya era un moro de mierda. Encima estaba gordo, porque me hinchaba por las tardes a comer galletas Príncipe con Cola Cao. En aquella época lo de los hidratos de carbono no se miraba mucho, y me daban de merendar unas cosas que ahora se las enseñas a un nutricionista y se echa las manos a la cabeza. Así me puse, que cuando iba a la playa me acuerdo que se me salía el cuerpo de la toalla... Y por si me faltaba algo más, tenía las orejas de soplillo; así que me daban los buenos días llamándome Dumbo. Para los más jóvenes: Dumbo es un elefante de una peli de Disney que podía volar porque tenía las orejas gigantes. Que, por cierto, vaya bajona las películas de Disney. Entre Dumbo, Bambi y El Rey León, me pasé la infancia traumatizado. Con la excusa de que son dibujos te cuelan unos dramones. Eso sí que hace daño y no el reggaeton...

Ya te he contado que me dieron sin piedad. El colegio era complicado, pero era un paseo si lo comparo con lo que tenía que aguantar los veranos en la sierra de Gredos.

Esta historia le sonará a mucha gente porque es muy típica de los pueblos. El eterno enfrentamiento entre los del pueblo, que viven allí todo el año, y los veraneantes. Así ha sido siempre. Mi abuelo cuenta que él también lo vivió de joven, incluso de mayor, pero creo que lo mío fue un abuso. Aunque es verdad que de tanto que me arreaban hacía que llegara al colegio más seguro de mí mismo, porque al final en la vida todo lo malo te va haciendo callo. Llegaba con el lomo curtido. Era tremendo. Recibía por todos los lados. Me tenían frito. Allí se juntaban dos o tres y me hacían la vida imposible. Amargado estaba. Un día me tiraron por la tapia del cementerio y me di con una piedra en la cabeza. Yo le echo la culpa a ese golpe de que no pudiese cumplir mi sueño de ser físico teórico, porque a mí lo que me gustaba de pequeño era el universo, pero desde que me di ese golpe empecé a notar que me costaba más estudiar, especialmente, las matemáticas. Si no me hubiese llevado ese golpe a lo mejor en vez de escribir «mi bicho en tu totito pierde cobertura», hubiese escrito una fórmula que mejorase la teoría de la relatividad de Alberto Einstein. Quién sabe... Casi me matan, me quitaban la bici, me escupían, bueno bueno, me hacían de todo. Todo lo que puedas imaginar. Un día llegaba a casa con un diente partido, al otro me habían metido en el cubo de la basura y, por supuesto, cerrado la tapa; al siguiente, yo que no probaba una gota de alcohol, me habían bañado en cerveza como si no hubiera mañana. Un asco. Cada día era una cosa y cada día era peor.

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