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El chico en el agua


Acabo de llegar a vacacionar en la playa.

He nadado toda la tarde y necesito un momento para relajarme, pero no quiero salirme del agua. Son las seis de la tarde y ya han abierto el jacuzzi. Así que me dispongo a subir por las escaleras y llegar a la terraza para poder meterme en él.

La tina del jacuzzi está sola, así que me dispongo a meterme y disfrutar de un momento para mí solo, pues mi familia no ha querido acompañarme. Ellos ya se han ido a ducharse y a alistarse para la cena.

Me han dado cuarenta y cinco minutos para vernos en el cuarto y estar listo para la cena, pues yo siempre llego tarde para las horas que fijan mis padres. Espero no decepcionarlos y llegar temprano en esta ocasión.

Me meto en el jacuzzi y me siento en la banca blanca que resalta del fondo de la tina, que está forrado de mosaicos azules, pero no es de ese típico que suelen poner: es un tipo de azul mucho más intenso que resalta la profundidad de la tina y me recuerda los ojos de Brandon.

Brandon es un chico al que conocí recientemente. Él tiene los ojos azules más hermosos que he visto, que resaltan por sus cejas negras y por su piel, que es blanca, así como las burbujas que flotan en el agua haciendo espuma.

El agua llega hasta mi pecho y el chorro de agua lanzado a presión por los filtros da justamente en la mitad de mi espalda. El agua que sale de los filtros es caliente, y me está relajando demasiado. Todo a mi alrededor lo hace: el sonido de las burbujas, el soplar del viento, el ruido que hacen las hojas mientras el viento las mece… Toda la atmósfera me llena de paz y me comienzo a sumergir.

El agua sigue caliente y mi cuerpo se mantiene flotando, aunque me estoy deteniendo con los brazos, recargándome en la banca. Estoy tan relajado que poco a poco me deslizo hacia el fondo y el chorro de agua ahora está lanzando su presión sobre mi cabeza.

El viento sopla llevando ese aroma especial de brisa marina. Escucho el ruido de las olas y el curioso graznido de una gaviota. El sol también ha comenzado a bajar y se acerca al océano. La hora dorada está cerca, ese momento justo cuando se besan el sol y el océano.

Unos rayos del sol se reflejan en mis ojos. La luz me incomoda y reacciono bruscamente. Me muevo y siento cómo también ha cambiado el viento: ahora está helado, al igual que el agua de la tina.

–Mmmh.

El quejido y el espasmo hacen que me despierte de mi trance, y al abrir los ojos veo el rostro de Brandon, observándome con sus hermosos ojos azules, y me besa con esos labios rosados y carnosos, mientras está sobre mí.

Hay una sensación caliente que me rodea de la cadera. Esa sensación es causada por sus brazos entrelazados con los míos. Sujetan mi cadera, aunque también se mueven curiosos por mi espalda.

Eso hace que mi piel se erice junto con todos los vellos de mi cuerpo. Puedo notarlo en mis pezones, pues Brandon está besando mi cuello y acariciando mi espalda baja. Me hace estremecer.

Me estoy deslizando entre esos movimientos y jugueteos. Termino perdiendo el equilibro y me caigo de la banca. Me hundo completamente en el agua. Salto repentinamente de la alberca, para poder recuperar el aire. Incluso el golpe helado me ha causado un espasmo orgásmico, jadeante, mientras recupero respiración.

Al abrir los ojos, observo el cielo y veo que ya está completamente oscuro, lo que indica que ya pasa de la hora que acordé con mis padres, así que me salgo del jacuzzi y corro a mi habitación, y los encuentro en la puerta con la intención de salir.

–Te vemos en la mesa –dice mi padre tranquilo, lo cual, por cierto, es raro.

Así que me apresuro para alistarme, camino al baño de mi habitación y me quito el bañador. Lo dejo sobre la pila de ropa mojada que han dejado mis padres y mi hermana.

Entro en la ducha y cierro la puerta de cristal. Observo la llave del agua ubicada al centro de la pared, la giro completamente hacia la izquierda y sale un chorro de agua helada a presión. Me gusta la presión con la que sale y hace un poco de calor, pero con el agua así no me gusta ducharme. La giro al lado opuesto y empiezo a elevar la temperatura, hasta que sale caliente y empieza a salir vapor de la regadera.

Me giro para estar de espaldas al chorro mientras me enjuago la arena que aún tengo en mi cuerpo. Espero unos segundos para poder tomar el jabón y comenzar a ducharme. Me giro al frente del chorro para tomarlo de la canastilla. El agua sale y empieza a golpear en mi cabeza. Poco a poco levanto mi cara y, en el movimiento, siento cómo algo presiona mi barbilla. Es la mano de Brandon, que acerca mi rostro al suyo.

–Te habías tardado –expresa Brandon de manera tierna y pícara, como él suele hablar mientras tenemos nuestras charlas nocturnas, y después empieza a besarme.

Empiezo a acariciar su cuerpo mojado, pero me concentro en su cadera y en su espalda. Su cuerpo es recorrido por los chorros de agua de la regadera y por unas coquetas gotas de agua, las cuales quiero quitar de su piel para poder acariciarla con mi tacto. Continúo besándolo con los ojos cerrados, pues el chorro de agua y esas sensaciones me impiden abrirlos. Con firmeza me recargo sobre él para seguir besándolo y abrazándolo. Ambos nos recargamos en la pared, pero con mi cuerpo presiono la perilla y, con eso, cierro el chorro de agua. Junto con este, Brandon desapareció.

Tuve que reaccionar rápidamente y apresurarme para volver a la realidad de las vacaciones familiares.

Al día siguiente, casi a punto de dar las diez de la mañana, ya ha pasado media hora después de que desayuné, así que ya es tiempo de ir a nadar en el océano. Camino al menos unos diez pasos antes de zambullirme en el agua cristalina. En mi paso veo que hay pececitos de color blanco y unos cuantos que son platinados, que van de un lado a otro, huyendo de mi sombra y de las otras personas que están chapoteando con sus niños en la orilla.

Me lanzo en el mar y comienzo a patalear y a dar brazadas, mientras siento cómo el agua recorre mi cuerpo, y también las burbujas que son hechas por mis movimientos al irme desplazado en el agua.

He nadado por media hora, pero no quiero salirme del agua. Tiene la temperatura ideal, es cristalina y puedo ver los bancos de peces que van nadando de un lado a otro. De hecho, he visto una raya y una estrella de mar. Yo quería tomarla, pero un guardavida del hotel me ha pedido que no. Obedezco a su petición y me da tristeza, pues no he podido tomarle una fotografía, ya que mi celular se ha quedado cargándose en mi habitación.

Tampoco he revisado los mensajes y no sé si Brandon ya vio mi mensaje de buenos días. No he podido hablar por llamada con él estos días, menos lo he visto por videollamada, más que rápidos mensajes de WhatsApp y las fotografías que nos mandamos de él en su escuela o en su casa, y las que yo comparto del mar, con anotaciones donde le digo cuánto me gustaría que estuviera conmigo.

Veo que mi madre se acerca para hacerme una fotografía. Cuando me dice que ya la tomó, comienzo a moverme para indicarle que también haga una fotografía de la estrella de mar. Mis movimientos son acompañados de un burbujeo y de espuma del mar.

Graciosamente, las burbujas pasean desde mi pie hasta mi cuello, pues es lo único que sobresale del agua, y liberan su peculiar olor a sal.

Algunas de las burbujas recorren traviesamente mi pierna y se meten a mi bañador verde, y hacen que me dé cosquillas en la entrepierna. Otras, más decentes, se pasan de largo y llegan a mi estómago, y algunas otras llegan a mi pecho, el cual está enrojecido por la exposición al sol.

Me gustan los tonos que puedo ver a través del agua: el verde esmeralda de mi bañador, el color entre rosado y rojo de mi piel (a pesar de que usaba bloqueador en exceso, pues me untaba protector solar dos veces al día, antes y después de la comida), mientras son recorridos por las burbujas.

Después de un minuto, las burbujas han desaparecido con un diminuto pop. Me gustaba esa sensación, así que comienzo a manotear para generar más burbujeo y disfrutarlo.

Unas burbujas llegan curiosas y se atoran en mis pezones, acompañadas también de una corriente de agua helada, lo que eriza la piel de todo mi cuerpo.

–Se me eriza la piel –digo para mí mismo.

–No es lo único que puedo hacer con tu piel –escucho a Brandon susurrando en mi oído. –¿En qué nos quedamos? –pregunta con otro susurro, un susurro coqueto.

Y comienzo a sentir otra vez ese cosquilleo ocasionado por el agua helada recorriendo mi cuerpo, mientras las pocas burbujas que quedan recorren mi pecho y se atoran en mis pezones erizados.

Bell: La vida es puro cuento

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