Читать книгу Bell: La vida es puro cuento - P. S. Brandon - Страница 8
ОглавлениеEl chico perfecto de la estación
Eran las siete y estaba terminando de guardar los archivos en los que trabajé. Tocaron a mi puerta. Era Bell, mi mejor amigo y roommate.
–Dale, loco, que ya es tarde –dijo, con un muy marcado acento español, el cual usaba para molestarme.
–Déjame guardar mis cosas. Adelántate. Nos vemos en la recepción –dije, y se fue.
Tardé tres minutos más en salir y Bell aún caminaba por el largo pasillo que llevaba a la recepción, jugando con su sombrilla roja. Cuando lo alcancé en la recepción, conversaba con la recepcionista, a quien intentaba ligarse. La chica se despidió de él con un beso en la mejilla y nos fuimos.
Mientras caminábamos, nos cubríamos con la sombrilla de Bell. Me percaté de que ambos llevábamos la misma gabardina negra que habíamos comprado en Zara hace una semana. Bell y yo teníamos rasgos similares. Sus amistades, en ocasiones, pensaban que éramos parientes.Aunque llevábamos tres meses de conocernos en la universidad.
De camino, igual que siempre, conversábamos sobre lo que habíamos hecho en el día. Bell nunca se quedaba callado: siempre tiene tema de conversación y eso me molestaba un poco porque nunca se callaba; pero me agradaba estar con él.
Empezó a llover más y nos metimos a una plazoleta, donde todos los negocios estaban cerrados, pero había un techo para cubrirnos. Bell empezó a desesperarse y, en cuestión de segundos, la lluvia se convirtió en un aguacero. Comenzó a caminar por la plazoleta y encontró un negocio abierto: una tienda esotérica.
–Snow, vamos a ver –dijo, mientras caminaba dispuesto a entrar. No pude detenerlo. No hay quien pueda frenar un impulso de Bell.
Una mujer rubia con cabello largo y la cara algo arrugada, quien llevaba puesto un vestido negro y un chal de flores, se acercó a nosotros.
–¿Buscan algo en especial?
–Gracias. Solo estamos viendo –dijo Bell, mientras curioseaba por toda la tienda llena de vitrinas y muebles repletos de libros, dijes, atrapasueños, cartas del tarot y figurillas.
Bell siempre usaba cadenas o collares con dijes. Su favorito era el de una araña de plata que siempre usaba bajo la camisa y, cuando se estresaba, sacaba la cadena y la mordía.
–Snow, ven, ayúdame a encontrar un accesorio.
–¡Te ha de faltar uno, cabrón! –le dije, y él se rio.
–Quiero un accesorio con estilo. ¿Algún problema, encanto? –dijo sarcástico.
–Sí, necesitas otro. Tal vez tu encanto falle –le dije.
–Mejor ponte a buscar uno que pueda gustarme.
Tomaba todos los que eran blancos.
–Mira, Snow, va a juego con tu tez.
Snow era el apodo que me había dado, y me agradaba mucho.
Había uno en forma de campana y me burlé de él.
–Mira, esta hace juego con tu apellido.
Se rio mostrándome el dedo medio.
–Deberías de buscar una piedra o algo rojo, así podrías colgártelo siempre ―le sugerí, pero no me hizo caso.
–No es lo mismo, Snow. Además, el rojo me sienta muy bien –me dijo.
Bell se encontró unas piedras de obsidiana negra en forma de espina y las levantó.
–¿Cuánto por estos? –preguntó, mostrándoselas a la mujer.
–Serían cien por ambos, junto con unos collares, para que los cuelgues. Solo que tendrás que regalar uno de esos colgantes a alguien a quien quieras: tu hermano, por ejemplo –dijo señalándome.
–No somos hermanos. Es mi mejor amigo –le dijo.
–Parecen hermanos –dijo sorprendida, y se fue al mostrador.
Bell regresó con el colgante puesto y la mujer se acercó a mí para estar frente a Bell. En una mano tenía el otro collar.
–Después de que hayas pasado mucho tiempo con el collar, podrás usarlo como amuleto. Siempre que estés inseguro de algo, gíralo sobre tu mano. Si se detiene, es porque no debes hacer lo que le preguntaste; pero, si sigue su curso, es porque tú también tienes que seguirlo. –Hizo una pausa–. Gracias por su compra.
Cuando íbamos a la puerta, se había calmado la lluvia. Así que solo nos cubrimos con la sombrilla y seguimos hasta la estación del tren.
Para entrar en la estación teníamos que bajar por treinta escalones y pasar por un pasillo, largo y macabro. Bell me dio el collar que llevaba, a la mitad del pasillo.
–Me gustaría que te lo quedaras, como un collar de mejores amigos.
–Y decías que el afeminado era yo, pinche joto.
Le agradecí y lo tomé. Me preguntó que si quería ponérmelo.
Conforme avanzamos por el pasillo empezamos a escuchar con mayor intensidad una canción de hip–hop. Al final había un grupo de chicos bailando, con movimientos increíbles.
–Me molaría bailar así. ¿Tú qué opinas? –dijo Bell.
No le respondí porque yo estaba hipnotizado con el baile. Era una clase gratuita en la estación del tren que ya tenía varios meses, solo que nunca había visto tantos chicos guapos bailando.
–¿Es que te ha gustado alguno? –me dijo Bell–. El chico del cabello rubio es buenmozo. Deberías de hablar con él.
Era precisamente el chico al que estaba observando: alto y de tez blanca, al igual que yo, solo que él era rubio y tenía ojos verdes. Vestía una camisa negra de tirantes y pants grises. El sudor le escurría por la camisa y las puntas del cabello.
–Me conoces mucho y creo que es un problema –le dije, dándole la razón y sonriendo–. Bueno, vayámonos. –Caminé para poder entrar a la plataforma de abordaje.
–¿Así? ¿Sin llamar su atención? –Intenté, detenerlo, pero no pude. No hay quien pueda con un impulso de Bell.
–¡Hey, galán! Mi amigo piensa que eres un tío interesante, que cuándo le enseñas a mover así el culo.
Jalé a Bell para irnos a la plataforma para abordar el tren y evitar que hiciera otra tontería. Mientras esperábamos, veía cómo el chico me observaba. En varias ocasiones me sonreía. Cuando llegó el tren y subí, pude verlo por última vez. El chico me sonrió y con un movimiento de mano se despidió.
–No hay de qué, idiota. No desaproveches tu oportunidad –dijo Rojo, en tono burlón.
Los días siguieron hasta que se cumplió un mes, y siempre lo encontraba en la estación practicando con su grupo. Nunca cruzábamos palabras, solo gestos y sonrisas.
En varias ocasiones me había masturbado pensando en él. Imaginaba encuentros sexuales en el tren o en mi cama. Cuando veía pornografía me gustaba imaginar que los chicos éramos nosotros. Siempre que me venía, pensaba en él.
Había salido con siete chicos diferentes en los últimos meses, cada uno diferente, en actitud y en habilidades, pero eran una decepción: me ilusionaban y después se iban.
Rojo había faltado a trabajar en varias ocasiones porque tenía “asuntos personales”, así que yo llevaba algunos días yendo solo a trabajar. Era viernes e iba a encontrarme con mi amiga Melisa, a quien no había visto desde hacía ya seis meses.
Estaba lloviendo y me cubrí con la sombrilla de Bell. Al pasar por la plazoleta, pasé frente la tienda en la que Rojo había comprado nuestros collares. Siempre llevaba el mío en la bolsa del pantalón. Metí mi mano para sentirlo, lo apreté y seguí hacia la estación.
A la entrada vi un letrero que en letras grandes decía: “Charlando con mi chico perfecto”. En el letrero había una foto de un muchacho rubio, lo que me hizo pensar en el bailarín a quien Bell le decía “Encantador”.
Pensé que hoy por fin sería el día en que le hablaría. Estaba algo nervioso, metí mis manos a mis bolsillos y en el izquierdo sentí mi collar, y recordé lo que la mujer había dicho, así que lo saqué y pregunté en voz baja:
–¿Debería hablarle a Encantador?
Tomé el collar y comencé a girarlo. Habían pasado diez segundos y aún no se detenía, estaba parado a la mitad del pasillo, las personas me miraban, pero no me importaba, el péndulo seguía girando.
–Lo haré.
Caminé muy decidido a hablar con él y me sorprendió no escuchar música de hip–hop. Ahora sonaba una música diferente: salsa.
Había parejas de ancianos bailando de un lado a otro, y yo solo podía pensar: “¡Que decepción!”.
Me senté en una banca para esperar el tren, me puse mis audífonos y escuché mi canción favorita del momento: “Perfect Illusion” de Lady Gaga, pensando: “Tal vez todo esto fue una ilusión, no era real, era mi sueño perfecto.”
Miraba hacia la otra plataforma de abordaje a una pareja de novios besándose. Me dieron celos y me entristeció un poco. Cuando la pareja se percató de que la miraba, bajé la vista a mi celular. Me percaté de que había recibido un mensaje de Melisa.
Al parecer llegaría más tarde. Ahora tenía tiempo para ir a mi apartamento y después a nuestra cena. Mientras le respondía, sentí que alguien se sentaba a mi lado tirando la sombrilla de Bell. Me agaché para tomarla y también el extraño lo hizo. Me di cuenta de que era Encantador.
Nos sonreímos y conversamos por cinco minutos. Solo hablamos de su baile y de que compartíamos miradas. El tren se aproximaba, me levanté de la banca. Las brillantes luces blancas se acercaban, con una vibración más intensa en mis pies. Sentí que me tomó de la mano y me robó un beso.
No pude resistirme. Ya sabía cuáles eran sus intenciones: al igual que las mías, estaba deseoso, hacía mucho que no me había encamado con alguien, así que le dije en un tono muy seductor y directo.
–¿Quieres ir a casa conmigo?
No tuvo ni que responder y no pude decir nada más. Solo nos subimos al tren.
En cada estación, él me susurraba obscenidades al oído, cosas que quería hacerme o que le gustaría que hiciéramos en el tren.
–Me gustaría tomarte aquí arriba, darte el mejor sexo oral de tu vida. Ya casi no hay nadie. Podría empezar a masturbarte aquí, si me lo permites. Vamos.
Dejé solamente que acariciara mi entrepierna y yo hacía lo mismo con la de él. Solo había un par de personas en el vagón. Endurecía mi miembro con su tacto y lanzó un comentario.
–Ya quiero probarlo, se siente muy bien. Me imagino a lo que sabrá.
Bajamos del tren y caminamos una cuadra para llegar a mi apartamento. Ahí se me lanzó. En cuanto abrí la puerta, él ya estaba besándome y sacándose la ropa. Su libido era más alta que la mía. Yo quería hacer las cosas más lentas.
No me di cuenta de cuándo terminamos desnudos sobre mi sofá rojo y con toda la ropa regada en la sala. Él estaba sobre mí, me besaba y me gustaba su olor. No besaba muy bien y hasta su manera de tocarme era muy brusca. Empezó a besarme en la boca y poco a poco se deslizó hasta mi miembro y comenzó a chupármelo.
Frotaba mi cuerpo con rudeza. Mi piel estaba muy enrojecida y le pedí que parara. Yo quería darle sexo oral, cambiamos de puesto y me percaté de que su miembro era muy corto; además, estaba muy velludo y eso me desagradaba.
Comencé a masturbarlo, porque pensé que era broma y que podía hacerlo crecer algo más. Lo chupaba y lo sacudía, mientras él gemía y pujaba. Me excitaba escucharlo y, por desgracia, solo tardó unos segundos en eyacular. La cantidad de semen que salió apenas llenó uno de mis dedos.
Le pedí que me ayudara a terminar y comenzó también a juguetear con mi miembro. Hizo con mi cuerpo cuanto quiso y, cuando por fin terminé, después de cinco minutos, me vine sobre mi vientre y él se recostó en mí.
Yo no quería que me tocara ya. Él fue una decepción y hasta su voz me decepcionaba.
–¿Sabes? Ésta es mi primera experiencia sexual con otra persona. Nunca había hecho nada… Solo mi mano y yo.
Solo podía sentir pena por él, pero más por mí mismo en ese momento.
Sonó mi teléfono y me levanté a responder. Era Melisa, quien me dijo que nos veríamos en media hora, pero que iba a llegar a mi casa primero. Mientras hablaba con ella, Encantador se levantó y comenzó a caminar hacia mí. Colgué de la llamada y lo observé con mucha atención, y solo pensaba: “Eras una ilusión perfecta”. Me miró.
–¿Te molestaría usarnos solo para esto: tener sexo y nada más?
Le comenté que había comenzado a salir con una chica y que iba a llegar en unos minutos. Era mentira, desde luego, y me dejó su número para seguir en contacto.
Estaba de espaldas a mí y se giró para mirarme con una sonrisa.
–¿No crees que la chica quiera un trío?